Biblia

De integrantes de grupo a participantes del Reino

De integrantes de grupo a participantes del Reino

por Dr. James Wilder

A lo largo de la historia, la necesidad humana de pertenecer a una colectividad ha provocado la reunión de las personas. Esta manifestación también se ha extendido a la iglesia del Señor y creo que es el motivo por el cual se le ha dado a los grupos pequeños un lugar prominente dentro de la iglesia.

No es el tipo de actividades lo que marca la diferencia entre un grupo secular y uno espiritual, sino la calidad de las relaciones que se gesten ahí. Es gracias a esta calidad que se contará con el medio necesario para mantener presente el Reino de Dios aun cuando la rutina invada la gestión. Incluso en el caso de las reuniones del consejo administrativo, las cuales tienen como única finalidad asignar responsabilidades por el cuidado y ornato del edificio, pueden revelar la presencia del Reino. De la misma manera, personas que se han reunido para orar quizás no revelen ninguna de las realidades del Reino. ¿Qué convierte nuestras reuniones en eventos excepcionales para Dios? Dios ama la «koinonía» cuyo fundamento es el gozo, y esto significa alegrarnos por estar juntos.



Los grupos en la iglesia sirven para:

  • Transferir información
  • Orar y adorar
  • Ministrar con nuestros dones
  • Llevar las cargas los unos de los otros
  • Evangelizar
  • Realizar proyectos
  • Asignar roles
  • Tener comunión y vida social
  • Edificar y formar el carácter

  • Cultivando el gozo


    El gozo era el centro mismo de las enseñanzas de Jesús. Es más, se puede decir que la razón por la cual Jesús enseñaba era el gozo. En Juan 15.11 le dijo a sus discípulos: «Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea perfecto.» En su gran oración sacerdotal, le dijo al Padre: «Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo para que tengan mi gozo completo en sí mismos.» (Jn 17.13)

    El gozo era, también, la característica de la vida de adoración y comunión en la iglesia de los primeros tiempos. En Hechos 13.52 se afirma: «Y los discípulos estaban continuamente llenos de gozo y del Espíritu Santo.» En su segunda carta, el apóstol Juan confesaba: «Aunque tengo muchas cosas que escribiros, no quiero hacerlo con papel y tinta, sino que espero ir a vosotros y hablar cara a cara, para que vuestro gozo sea completo.» (1.12) Las oraciones de los discípulos también debían conducir al gozo y Cristo los animaba a cumplir con esto: «Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo.» (Jn 16.24). El gozo fue una de las características de los discípulos de Jesús y siempre se alegraban de estar juntos.

    En los escritos del apóstol Pablo se puede observar igualmente su creencia de que la esencia del reino estaba relacionada con el gozo; así se nota en Romanos 14.17: «Porque el reino de Dios no es comida, ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo.» En su carta a los Filipenses además, da testimonio de que siempre oraba por ellos «con gozo» (v. 1.4). Los animaba a ponerse de acuerdo entre ellos y a ser de un mismo sentir, para que el «gozo de Pablo fuera completo» (v. 2.2). Asimismo los invitaba a que «compartieran su gozo con él» (v. 2.18). Hacia el final de la carta, su gozo se desborda y les llama «gozo y corona mía» (v. 4.1).


    Cultivando el carácter y la perseverancia


    Un gran número de cristianos se aleja de las congregaciones cuando los conflictos se presentan. Otros se van cuando hay sufrimiento o se sienten atraídos a volver al mundo. Esto nos demuestra que mucho del crecimiento de la iglesia ha sido hacia los costados, es decir, de números, sin abarcar una profundización en la perseverancia y en el carácter del creyente.

    El carácter y la perseverancia se construyen en un marco de relaciones de lealtad y amor. El carácter en primer lugar, no se edifica con ideas o dogmas, sino en relaciones donde la doctrina se ha convertido en vida y práctica. Quizás alguien esté dispuesto a dar su vida por una buena persona (Ro 5.7) pero nadie lo hará por un buen concepto. Por ese motivo soportamos el sufrimiento, porque amamos al Señor, no porque hayamos encontrado los credos correctos. El carácter que perdura, aun en medio del sufrimiento, se construye en una familia, no en un grupo, y las familias producen fortaleza interior por medio del gozo compartido, pues este viene del Señor y es nuestra fortaleza (Neh 8.10).

    Con el pasar del tiempo, nuestra comunión debe conducirnos de ser un grupo de extraños a volvernos un grupo de co-obreros, a ser miembros de un cuerpo y, finalmente, a ser miembros de una familia. El gozo transforma nuestro grupo en familia, construye una familia fuerte. Con razón Cristo trabajó tanto para compartir el gozo: «Cristo soportó la cruz por el gozo puesto delante de él» (Hebreos 12.2). ¿Qué otro gozo era este sino la expectativa de estar con nosotros por la eternidad?


    Pasando de grupo a familia


    Es evidente que la familia espiritual de Dios es una a la cual nos unimos no por medio de un nacimiento natural, sino por una adopción espiritual. Jesús dejó bien claro este principio a Nicodemo cuando le dijo: «es necesario que nazcas de nuevo» (Jn 3.3). Uno bien podría pensar que entre los cristianos, los cuales pertenecen a una religión que considera a todos sus integrantes como miembros de un solo cuerpo, la manifestación del gozo de familia sería cada vez más visible, mas tristemente no es así. Los cristianos son, frecuentemente, las personas más difíciles de convencer de las dimensiones reales de una familia a la cual no pueden ver. A pesar de las advertencias de Jesús en Mateo 10.37–39 («el que ama al padre o la madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí»), la mayoría de sus seguidores encuentra más fácil amar a sus familias naturales que a su familia espiritual.

    La mayoría de los cristianos igualmente, son conscientes de que Dios con frecuencia se refiere a los suyos usando términos de familia, pues las Escrituras mencionan unas cuantas relaciones espirituales de este tipo. Recuérdese que uno de los últimos actos de Cristo en la cruz fue ceremonia de adopción entre una madre y su nuevo hijo adulto. Juan se convirtió en hijo sustituto para María antes de que su primogénito muriera y de esta manera nuestro Salvador destacó el tema de la familia espiritual, mientras colgaba de la cruz.


    La adopción espiritual


    El tema de la adopción espiritual se menciona frecuentemente en las Epístolas. El apóstol Pablo desarrolla una teología de adopción en Romanos 8.15 y 23; 9.4, Gálatas 4.5 y Efesios 1.5. En esos pasajes resalta la nueva relación de los creyentes con Dios y si alguna vez fueron pecadores —o aún no-judíos— les hace saber que ahora son hijos adoptados del Padre. Esta convicción divina de que es posible una familia espiritual en la tierra puede observarse mejor en la práctica personal de adoptar a personas: así como Dios nos ha acogido, también podemos ver a Pablo dispuesto a asumir si se quiere a otros. Se esperaba de Pablo y otros líderes de la primera iglesia que hicieran de la adopción una experiencia cotidiana.

    Un buen ejemplo de adopción se encuentra en la carta que Pablo escribió a favor de Onésimo, a quien llamó «mi hijo, a quien he engendrado en mis prisiones» (Flm 10). Vemos claramente que a Pablo le daba gozo tener este hijo. Onésimo no fue, tampoco, el único de sus hijos. Al escribir a Tito, Pablo saluda al joven de esta manera: «a Tito, verdadero hijo en la común fe» (Tit 1.4) y de la misma manera se refiera a Timoteo, a quien llama «mi verdadero hijo en la fe» (1 Ti 1.2), y «mi querido hijo» (2 Ti 1.2) . Dio testimonio de él, «que sirvió conmigo en la propagación del evangelio como un hijo…» (Fil 2.22).

    El apóstol Pablo no es una caso aislado de esta práctica. Su querido hermano, el apóstol Pedro, se refiere a Marcos como su hijo (1 Pe 5.13). Viajaban juntos y Marcos hacía de intérprete para el anciano pescador. Probablemente el mismo Marcos haya escrito su evangelio como compañero de viajes y catequista de Pedro —al menos esa era la tradición de la iglesia del primer siglo.

    La adopción y la función de mentor están íntimamente ligadas con estos modelos bíblicos. La familia espiritual provee relaciones perdurables que producen el desarrollo de una identidad individual y grupal. Y esto es fundamental para aquellas personas inmaduras en su alma. En esos casos, los ancianos, en la iglesia tanto como en la comunidad, deben cumplir la función de padres para aquellas personas cuyas familias no les ayudaron a madurar. Por eso, en el contexto de la familia espiritual es donde los sufrimientos y las pruebas de la vida se viven de la mejor manera posible. La comunidad provee continuidad de vida y abundancia de recursos para ayudar a cada individuo a crecer y a cada familia espiritual a desarrollarse. Cada generación construye sobre el fundamento puesto por la anterior (véase El Modelo de Vida).

    En muchas de nuestras congregaciones se usan las palabras «hermano» o «hermana» para el saludo, pero no va acompañada del gozo que genuinamente sentimos por la familia. Sin el gozo genuino de estar juntos y participar en los sufrimientos los unos de los otros, esos saludos tienen muy poco sentido. No obstante, en la medida que crezcamos juntos en amor, como miembros de una verdadera familia, podremos formar el carácter necesario para sobrellevar los conflictos y la persecución que frecuentemente se dan en el marco de la iglesia.

    Cada uno de nosotros es un regalo de Jesús hacia los demás. Y de la misma manera que Pablo estuvo dispuesto a soportar sufrimientos por su amada familia espiritual porque eran su gozo (Fil 1.24 y 1 Tes 2.19–20), así también debemos ser los unos para los otros.


    Cultivando una vida de gozo en la familia espiritual

    En Romanos 12.9–21 se describe la vida del «sacrificio vivo» que Pablo presentara en el versículo 1 de ese capítulo. Esta no se conforma a los patrones de este mundo. Por esta razón debemos entender que la vida de una familia espiritual no será como ninguna otra vista a nuestro alrededor en cualquier cultura humana. No solamente es diferente, sino que su misma existencia requiere de la combinación de los dones de Dios con nuestros más esmerados esfuerzos (v. 11).

    En Romanos 12.15 por su parte se mencionan las dos maneras con las cuales esta familia adquiere esa diferencia. Dice el texto «gozaos con los que se gozan, y llorad con los que lloran». Todo lo demás en este pasaje se desprende de este principio, el cual nos llama a actuar conforme a nuestra identidad de «sacrificios vivos». No obstante, lo que en realidad hacemos es tratar de alegrar a quienes lloran y hacer callar a los gozosos, de la misma manera que lo haría cualquier otra persona en este mundo.

    Demanda de un esmerado esfuerzo de nuestra parte el hacernos uno con las cargas de los demás y llorar por sus tristezas, soportando su dolor. Esto es más difícil que apresurarnos a ofrecer explicaciones, para luego seguir nuestro camino, pero un sacrificio vivo comparte el dolor en la vida de los demás para no dejar a ninguno solo con sus angustias (v. 8). Se formarán vínculos de amor verdaderamente fuertes entre aquellos que lloran juntos.Resulta igualmente difícil compartir las alegrías ajenas cuando a nosotros no nos va tan bien. ¿Ha encontrado otro una hermosa esposa mientras nosotros aún seguimos solteros, o aun peor, continuamos soportando nuestra propia amarga relación matrimonial?, ¿nos regocijamos con y por el otro?,¿sonreímos y nos alegramos al verlo?, ¿compartimos juntos un «afectuoso amor fraternal» (vv. 9–10)?

    Estas son realmente dos formas de estrechar lazos y construir el gozo de estar juntos. Nos regocijamos en las alegrías mutuas y compartimos nuestras tristezas al llorar juntos. ¡Cuánto debemos trabajar solamente para llevar a cabo un texto tan sencillo! De este primer paso fluyen la hospitalidad, la paz y hasta el vencer el mal con el bien (vv. 14 y 21). No importa cuál sea la manera de que nuestra familia espiritual puede llegar a tratarnos en ocasiones, devolvamos mal con bien para que el gozo sea parte una vez más de nuestra comunión. De seguro no existe otra familia como esta sobre la faz de la tierra.

    Ahora, pues, permita a su familia espiritual ver el gozo en su rostro y perciba la calidez de su voz la próxima vez que se reúnan.