por D. G. Scott
El caso es familiar: una pareja llama a la oficina de la iglesia para comunicar que piensan casarse y que desean hacerlo en nuestra iglesia. No son miembros de la misma (o tal vez lo fueron hace muchos años). Tal vez ni son miembros de la misma denominación, pero dicen: «Conocemos a alguien que se casó allí, hace dos años, y nos gustó mucho». ¿Cómo debemos responder? ¿Cuáles son las posibilidades pastorales inherentes a esta situación? No hay allí una posibilidad de evangelizar o ayudar? ¿Qué pasa si los rechazo? ¿No los está enviando el Señor?
Muchos pastores rechazan estos llamados inmediatamente, explicando que ellos sólo llevan a cabo esos servicios con miembros de la propia iglesia. Otros entrevistan a la pareja y toman la decisión de realizar la ceremonia sobre la base de una débil comprensión de la fe en Cristo por parte de la pareja. Hay quienes actúan como gestores eclesiásticos para realizar la ceremonia a cualquiera que la pida, asegurando generalmente su discreta reserva en el proceso.
ANÁLISIS INICIAL
Después de luchar con estas preguntas y posturas por algún tiempo, divisé una posible solución, basada en un número de suposiciones teológicas, que parecen funcionar.
¿Por qué están aquí? Mi primer suposición sobre todos los que llaman es que han sido impulsados a llamar por el Espíritu Santo. Posiblemente ellos no son conscientes de este hecho, pero en cada una de estas situaciones, yo presumo que Dios me está dando una oportunidad para hacer alguna investigación seria con la pareja sobre la naturaleza y calidad de un matrimonio cristiano. Ellos quieren casarse y, de alguna manera, han recurrido a una iglesia.
Pueden tener varias razones para llamamos; cada una de ellas son tristemente conocidas por nosotros: «Su iglesia es muy linda», «Su iglesia está cerca del salón de fiestas», «Mi primo se casó allí con el pastor anterior a usted», etc.
Su razón inicial para llamar no tiene tanta importancia. El Espíritu Santo los ha impulsado a llamar a tu iglesia, aun si la tuya es la cuarta o quinta en la lista que ellos tienen. Se te ha presentado la inigualable oportunidad de compartir el amor de Cristo con dos personas que, tal vez, nunca lo experimentaron en toda su plenitud. Yo no (rechazo tales oportunidades con rapidez.
Mi segunda presuposición es que ésta puede ser la primera vez que se dirigen a la iglesia por ayuda. Posiblemente esta pareja nunca ha tenido la oportunidad o necesidad de ir a la iglesia en tiempos de crisis. Aunque hayan asistido de niños a la escuela dominical, posiblemente su conexión más reciente con la iglesia haya sido una reunión de Navidad hace algunos años. Esta vez nadie los lleva; por primera vez en su vida ellos quieren algo de la iglesia; aparentemente lo quieren. Su llamado es prueba de eso. Nuestra respuesta a su llamado determinará si ellos encontraran una iglesia fría y desinteresada o una iglesia abierta e interesada por aquellos que están fuera de ella, no solamente por los de adentro.
Mi tercer presuposición es que hay una pizca de interés espiritual que los ha movido a casarse en la iglesia. Debemos reconocer que un porcentaje de parejas sólo quieren la ceremonia en la iglesia porque es «tradicional» o por presiones familiares. No obstante, debemos reconocer que otros consideran-algunos eventos de su vida como «momentos religiosos». Si bien quieren mantener su experiencia religiosa bajo control y en forma secundaria, admiten que hay momentos en los que Dios puede ser incluido de manera importante.
Mi cuarta presuposición (especialmente si no han tenido una previa conexión con la membresía a la cual sirvo) es que posiblemente han tenido un problema con la iglesia a la cual pertenecían. Tal vez uno de los dos es separado o divorciado y no se les ha permitido un nuevo casamiento en su denominación; tal vez uno de ellos (o los dos) ha sido maltratado por su pastor anterior. O ellos mismos tienen dificultades y se aislaron de las iglesias donde se criaron y no se han acercado a otra comunidad de fe. En cualquiera de estas posibilidades, se encuentran sin un hogar espiritual y ahora se han acercado a tu iglesia. Posiblemente no buscan una iglesia para hacerse miembros de ella, pero te piden usar el edificio.
Sobre la base de estas presuposiciones, he determinado acceder a reunirme, al menos una vez, con la pareja que ha llamado.
EL CONTACTO INICIAL
Ya sea por teléfono o como fuera, en el primer contacto procuro tomar algunos datos e incluyo una clara explicación de lo que pueden esperar de mí. Determino donde viven, sus edades, su religión. Pregunto si han sido casados previamente, y si lo estuvieron, cuánto hace que se dictó la separación o divorcio y dónde fue otorgado. Pregunto si alguna de las partes está bautizada, si han pedido el casamiento a otro pastor y fueron rechazados.
Explico al que me llama que me agradaría conocerlos personalmente pero que ello no garantiza que los casaré. Insisto en que el encuentro será con ambos y ningún otro miembro de la familia o acompañante. Les aclaro que el propósito de la entrevista será determinar seriamente el casamiento en la iglesia y que al finalizar la entrevista decidiré si realizaré la ceremonia pero que, probablemente, no decidiré hasta después de algunas semanas. Luego establezco el momento del encuentro en mi oficina y les indico que la entrevista durara al menos una hora.
No acepto encuentros por el llamado de una madre, familia o amigo. Si una madre llama, le explico que quisiera arreglarlo con su hijo/a ya que son ellos quienes deben tomar la responsabilidad de arreglar la entrevista.
LA PRIMERA ENTREVISTA
La actitud de la mayoría de las parejas que asisten a una primer entrevista pre-marital y que no son miembros de una iglesia son de dos características: recelosa o arrogante. Están nerviosos, sin saber qué esperar o bien están abiertamente desdeñosos por la situación, la cual consideran como un mal necesario. En cualquiera de las dos situaciones, no están confortables. Mientras que algunos pastores tratan de aprovechar esta sensación para contar con ventaja, yo trato de hacer que la pareja se sienta lo más cómoda posible, recordándole que ellos probablemente consideren esto como «negocios eclesiales» por la impresión que les debo estar dando y por cómo respondo a su presencia.
Después de un intercambio de fiases agradables, me dirijo inmediatamente a un formulario que he confeccionado con todo los necesario para la ley civil y lo usual en mi denominación. Incluye la fecha que ellos tienen en mente, los nombres de los testigos y su dirección después de la boda. Esta última me permite conectarme con la iglesia de confianza más cercana a ellos con el propósito de que se acerquen, si es que viven lejos de mi congregación.
A menos que la pareja sea muy joven o haya mucha diferencia de edad entre ellos, no les pregunto por qué desean casarse. Después de haber entrevistado a numerosas parejas, no he encontrado alguna que me responda de otra manera:
«Porque nos amamos». Obviamente, la edad de la pareja puede determinar que la pregunta sea necesaria para saber si el casamiento es lo deseado o si lo que buscan es un escape de problemas familiares o personales. Si la edad es razonable y no hay impedimento legal o eclesiástico, comienzo con el propósito de la entrevista.
Mi presentación inicial es más o menos así: «Permítanme decirles que no estoy aquí para realizar un juicio sobre ustedes. Ustedes han decidido casarse y ya que, según creo, no hay impedimentos legales para realizarlo, ustedes están en su derecho de hacerlo. Han decidido casarse y no voy a tratar de cambiar su idea. Nuestro propósito hoy es determinar si el casamiento puede realizarse en esta iglesia. La iglesia y la ley ven de diferentes ángulos el matrimonio. A los ojos del Estado, el matrimonio es simplemente un acuerdo contractual; si ambos están de acuerdo, por contrato, a realizar ciertas cosas uno por el otro y prometer sobre cómo conducirán sus vidas juntos, el asunto está arreglado. El contrato tiene dos testigos legalmente aprobados y ante la falla a algún punto de ese contrato ustedes pueden buscar su disolución mediante el divorcio. Esa es la forma en que el Estado ve al matrimonio.
El punto de vista de la iglesia sobre el matrimonio es muy diferente. Entonces permítanme preguntarles: ¿Qué es lo que realmente quieren? ¿Simplemente quieren casarse o quieren comprometerse a las singulares responsabilidades de un matrimonio cristiano?»
Esta presentación tiene como consecuencia un silencio algo prolongado mientras la pareja me mira con asombro. En algunas ocasiones la pareja responde que, simplemente, se quieren casar. Entonces les explico: «Lo lamento pero no realizo ceremonias, yo presido los cultos en la iglesia. Si hubiera sabido que eso era todo lo que ustedes querían, les habría ahorrado el viaje». En tales ocasiones, la pareja frustrada por la rapidez de la despedida, invariablemente comienzan a explicar lo que quisieron decir con su pronta respuesta. La puerta permanece abierta.
A menudo, empero, la pareja, después de sentarse en silencio, pregunta qué quiero decir. La oportunidad para el diálogo se ha presentado. Generalmente continúo con preguntas y respuestas que llevan a la pareja a hablar sobre la naturaleza y profundidad de desarrollo espiritual personal y del impacto de ese desarrollo sobre sus vidas en común. Algunas de las preguntas pueden ser.
¿Cómo puedes definir tu relación con Dios? ¿Qué importancia tiene Dios en tu vida diaria?
¿Qué espera Dios de una pareja que inicia su vida en la iglesia? ¿Han discutido sobre sus mutuas responsabilidades como pareja cristiana?
¿En qué difiere un matrimonio cristiano de otros?
¿Alaban a Dios juntos? ¿Cómo se sienten al orar juntos? ¿Por qué sí o por qué no?
La mayoría de las parejas que no se congregan, contestan: Trato de llevar una buena vida, de ser bueno con los que me rodean», pero esta evasión debe tenerse en cuenta. Allí realizo una clara distinción entre ser cristiano y sólo ser «bueno» (altruista, filántropo o compasivo). Lo que debemos buscar de ellos es una clara concepción de la acción de Dios en sus vidas y sus respuestas a esta acción. Algunas parejas parecen no entender, por lo tanto digo algo como: «La relación que ustedes tienen como pareja tiene diferentes aspectos (dimensiones), hay un aspecto social (su noviazgo, el compartir actividades con familia y amigos), una dimensión emocional (tienen sentimientos que se satisfacen mutuamente), una dimensión financiera (han decidido sobre sus bienes en común, como administrarán el dinero, quien trabajara y en qué trabajo), una dimensión física (la expresión sexual de sus emociones), una dimensión de futuro (los proyectos en común, el tener hijos, etc.) y una dimensión espiritual. En este último aspecto, ¿cómo se ven como personas espirituales y cómo se relacionan uno con el otro a nivel espiritual, y con Dios?»
A continuación de esta investigación, la pareja responde con una de las dos siguientes respuestas: O aceptan que han tratado este aspecto en forma negligente y desean desarrollarlo; o establecen que su fe cristiana no es importante y que no tienen intención de congregarse en la iglesia después de la boda. Ante la primera respuesta, tengo la oportunidad de guiarlos para que desarrollen el área espiritual, que se halla en estado embrionario.
Si responden con la segunda, generalmente continúo diciendo algo como: «Miren, yo no soy un fanático del fútbol. Creo en el fútbol, creo que existe y que hay mucha gente cuya felicidad depende de este deporte o de un partido en especial Van a cada partido, usan los colores de su equipo favorito y colocan calcomanías en sus automóviles. Acepto todas esas cosas, pero no soy fanático. No me gusta asistir a los partidos y si gana uno u otro no me importa. Sería extraño, entonces, si quisiera casarme en un estadio de fútbol, ¿se dan cuenta? Cuando se casan en una iglesia es porque están pidiendo la bendición de Dios, su aprobación y también la de la familia de Dios, porque ellos son importantes para ustedes. Durante la boda, ustedes realizaran promesas uno al otro y a Dios, sobre sus vidas juntos y sus vidas como miembros de la familia de Dios».
En ese punto, les explico las específicas expectativas de un matrimonio cristiano y los compromisos que la pareja realiza entre ellos, para con Dios y para con la iglesia en esa ceremonia. Entonces, «Ahora que tienen en claro que no tienen un compromiso con la iglesia, ¿quieren realizar solemnes promesas sobre su futura involucración con la iglesia?»
El ardid es obvio. En lugar de tomar la decisión por ellos, le presentas la enseñanza de la iglesia y les pides que ellos decidan. Muchas parejas tienen un sentido de integridad y comentan que no habían pensado en que esto era lo que sucedía en la ceremonia. Frecuentemente contestan que prefieren tener sólo una ceremonia civil y no hacer promesas que no piensan cumplir.
Ocasionalmente, algunos insisten en casarse en la iglesia, entonces puedes establecer algunas expectativas. Por ejemplo: Ustedes dicen que quieren casarse aquí y realizar dichas promesas uno al otro, a Dios y a la iglesia. Desean prometerse uno al otro porque de alguna manera tienen evidencias de que serán cumplidas. Si realmente toman en serio estas promesas a Dios, ¿por qué no comienzan a cumplirlas ahora y ver cómo se sienten antes de hacer una promesa a largo plazo? Eso es, por ejemplo, ser fieles en la asistencia a la iglesia, en la tarea de profundizar su vida cristiana y esperar a tomar una decisión de casarse en la iglesia hasta ver cómo se «sienten». En dos meses, después de un tiempo que hayan asistido juntos, tendremos otra charla sobre el segundo paso a seguir, estableciendo un compromiso más serio con la comunión cristiana».
Al llegar a este punto, algunas parejas contestan que no tienen intención de cumplir con estas expectativas. Así, han tomado su decisión de no casarse en la iglesia si ello involucra el hacerse miembro de la misma. Entonces les agradezco su tiempo y les deseo una feliz vida juntos. Sin embargo, otras parejas pueden aceptar las condiciones, en tal caso les estoy proveyendo de una oportunidad para involucrarse en una comunidad de fe.
Cada intento debe dirigirse a integrar la pareja a la vida de la congregación lo más rápido posible. Generalmente, ello los guía a un compromiso.
LA SEGUNDA ENTREVISTA
El contenido de ésta depende del rumbo que haya tomado la pareja en la primera. Si han expresado un deseo de investigar los aspectos espirituales de su relación y aceptan un período de adaptación en la iglesia, entonces discutimos cómo sienten esa involucración.
En algunas ocasiones, la pareja determina que la vida eclesial no es para ellos pero quieren tener una ceremonia religiosa. A menudo, ellos han encontrado, mediante la obra del Espíritu Santo, la riqueza inherente a una vida cristiana y quieren profundizar en la fe. Un pequeño porcentaje acepta el período de adaptación a la iglesia pero fallan en su cumplimiento. Si ese es el caso les comento mi confusión, diciéndoles: «Están listos para hacer un compromiso de por vida, cumpliendo con esas promesas en forma parcial. El asunto es que hay que cumplir en forma total y si no consideran en nacerlo ahora, será extraño que lo realicen después del matrimonio cuando el compromiso se distiende (si el incumplimiento es de uno solo de ellos, le hablo en singular). No me han demostrado que están listos para cumplir con las promesas que se realizaran en la ceremonia. Permítanme preguntarles otra vez, ¿están decididos a comprometerse uno al otro a tener un matrimonio cristiano?»
Raramente he tenido que reprender a una pareja. Generalmente ellos mismos deciden el comprometerse con la iglesia o buscar una ceremonia civil solamente. De su respuesta a la situación, les explico que ellos han tomado la decisión de casarse o no en la iglesia y que me agrada o no su decisión. Luego planeamos la boda en sí, incluyendo un tiempo para un profundo aconsejamiento sobre la futura vida en matrimonio.
LA INSERCIÓN
Una importante parte del aconsejamiento premarital incluye el guiar a la pareja hacia un completo compromiso con la vida de la congregación. Algunos pastores de otras denominaciones pueden arribar al tema de otra manera pero y o trato de que la pareja se involucre en clases para adultos donde se los guíe a la confirmación de su fe. Si ellos son miembros apartados de otra iglesia les sugiero que pidan ser transferidos de su primaria iglesia, pero lo más importante es enfatizar, no solamente una involucración técnica a la membresía, sino que sea muy activa y real. Me intereso de que estén en grupos de la congregación donde puedan intensificar su interés espiritual y participación. Si hay alguna reunión social o de comunión, me aseguro que un miembro los llame o les envíe una invitación, haciéndoles sentir parte de la familia.
La congregación a la cual sirvo es abierta y responde fácilmente a los nuevos. La pareja pronto se siente como en casa. Si ellos se mudan lejos de mi iglesia después de la boda, los contacto con alguna iglesia de mi confianza que les quede cerca y los presento al pastor. De esta manera dejo la responsabilidad de la decisión en la pareja y no en el ministro.
He obtenido un número interesante de éxitos con este proceder. Este acercamiento provee una actitud de apertura y cuidado, ofrece una oportunidad de crecimiento, enseñanza y compromiso; y, por sobre todo, le permite a la pareja valorarla naturaleza de su compromiso uno al otro y con Dios. Ellos han hecho la decisión y, habiéndola tomado, están más preparados para cumplir con las obligaciones inherentes a un matrimonio cristiano.
Apuntes PastoralesVolumen VI Número 3