por Miguel Angel de Marco
La dependencia de Dios y el aprovechamiento de las buenas prácticas administrativas nos llevarán a decisiones valientes y bien informadas.
Vivir en tensión
En la gerencia de ministerios nos encontramos con mucha frecuencia ante la disyuntiva de decisiones que involucran la fe y las buenas prácticas administrativas. A simple vista pareciera que nos referimos a dos dimensiones distintas, ya que «la fe es la convicción de lo que no se ve», y la administración funciona por lo tangible, por lo que se puede contabilizar ahora. Es la tranquilidad basada en lo que va a venir versus lo que ya poseemos. Un dicho popular reza: «El dinero no hace la felicidad, pero calma los nervios». No es verdad, pero ilustra lo que hablamos. ¿Qué líder o gerente no ha sufrido alguna noche de insomnio por lo que aún no cuenta para enfrentar las responsabilidades del día siguiente? Pocos inconvenientes nos llevan más a la oración que la falta de recursos.
Hace unos cuantos años, por asuntos de trabajo, me encontraba reunido con otros hermanos con quienes compartía el liderazgo de un ministerio. Enfrentábamos un tiempo pleno de oportunidades en el campo misionero y lo único que nos llamaba a la cautela era que ciertos fondos esperados aún no aparecían en nuestra cuenta bancaria. El problema era que ya se avecinaban unas de las fechas cruciales para uno de los programas y nos urgía tomar una decisión.
Reaccionábamos de maneras diferentes ante crisis como esa. Uno, con su trasfondo como contador público, argumentaba que debíamos esperar hasta asegurarnos de que el dinero estuviera en nuestro poder. Él traía a colación el pasaje de Lucas 14, en cuya narración el Señor valora el evaluar y contar con los recursos antes de lanzarse a construir una torre. Ante la necesidad de tomar una decisión y la promesa de esos fondos, yo objeté que la situación ameritaba una decisión ejecutiva de fe, que debíamos avanzar en el camino y visión que Dios nos había trazado, ya que, de otra forma, estaríamos «caminando por vista». Un tercero comentó, como de paso: «El problema es que entre la fe y la estupidez existe una línea de separación muy delgada, que no siempre es clara».
Todos en el equipo llevábamos años en el ministerio; cada uno con sus victorias y fracasos. Todos habíamos experimentado dirigir proyectos por fe y al mismo tiempo habíamos aprendido sobre buena gerencia. Nos habíamos ejercitado en la toma de decisiones en las que se arriesgaban no solo el prestigio del Reino sino también el futuro de otras personas. Por eso, no era la primera vez que enfrentábamos semejante disyuntiva.
Valorar la diversidad
Alex Araujo lo ejemplifica de esta forma: «Liderar con la guía del Espíritu, como si fuéramos un barco de vela versus liderar de acuerdo a criterios gerenciales, como un barco a motor». El problema con estos acercamientos maniqueos es que no siempre consideran que el mismo Señor que nos llama y envía a vivir por fe, es el mismo que instruye que verifiquemos por completo los recursos antes de construir. Es el mismo Señor.
Y mis dos amigos sostenían sus posturas con base bíblica. Vivir por fe es un desafío a vestirnos de coraje y valor. Es tarea de valientes. De igual manera lo es actuar con sabiduría y aprovechar las herramientas administrativas que nos ayudan a entender, planificar y desarrollar profesionalmente lo que Dios ha confiado en nuestras manos.
Una de las iniciativas que han ayudado mucho frente a estos dilemas es promover la formación de equipos de trabajo con diversidad de pensamiento entre sus miembros y que la opinión de cada uno pese en la toma de decisiones. A lo largo de mi vida he aprendido que muchas personas con la apariencia de un carácter «de mayor fe», en realidad, cuentan con una personalidad creativa e innovadora y son apasionados y muy positivos. Poseen un gran espíritu emprendedor y no se amilanan con facilidad ante los obstáculos. Mientras que, por lo general, aquellas personas que aparentan ser más cautelosas y apegadas a los procedimientos administrativos no significa que sean «faltos de fe», necesariamente, sino que sus personalidades las llevan a actuar con más disciplina, con más respeto a la ley, así como con las obligaciones, con más sensibilidad a las posibles consecuencias. Alguien adujo a modo de broma que «un pesimista es también un optimista, pero con muy buena información». Contar con ambos en un equipo nos traerá conflictos —¡por supuesto!—, pero nos dará distintas perspectivas de cómo procesar las decisiones difíciles.
Los disciplinados necesitan a los visionarios, y estos a los primeros, para que el trabajo resulte productivo y a buen tiempo. Y se espera que la autoridad final en la toma de decisiones descanse en manos de alguien con esas u otras características, pero capaz de valorar la diversidad de la creación de Dios en las personalidades.
Mantener el equilibrio
Ahora bien, el gran desafío será cómo gestionar la participación de estas distintas personalidades en los procesos de toma de decisión. Por un lado, debemos aprovechar las ciencias de la administración y sus disciplinas, porque son muy útiles y saludables, nos ayudan a ordenar nuestras actividades y a mantenernos enfocados en el propósito que perseguimos (o al que fuimos llamados a alcanzar). Al mismo tiempo, debemos vivir una fe valiente, decidida, correctamente fundamentada, no en meras intuiciones, deseos y «corazonadas», sino en un trabajo espiritual de tiempo de oración, verificación con otros hombres y mujeres santos y buenos consejeros, basados en la Palabra que nos llega de parte de Dios. Entonces, podremos «añadir a nuestra fe, virtud, y a la virtud, conocimiento», como nos exhorta Pablo en 2 Tesalonicenses 1.5.
Sí, estoy de acuerdo con que la línea entre la fe y la estupidez puede llegar a ser muy delgada y a veces difusa. La dependencia de Dios y el aprovechamiento de las buenas prácticas administrativas nos llevarán a decisiones valientes y bien informadas. ¿Y qué pasó con aquel proyecto? Decidimos ir adelante, y a los tres días llegó el dinero.
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El autor ha estado involucrado en el liderazgo cristiano por más de treinta años y es misionero con ReachGlobal, agencia misionera internacional con 600 misioneros en todo el mundo, asociada a la Evangelical Free Church of America. Como Director de FORUM, se ha especializado en la capacitación y consultoría de liderazgo de entidades cristianas. Es argentino y actualmente reside en Redlands, Florida, Estados Unidos.