¡Dejemos que los líderes surjan!

por Donaldo Gerig

Una cuestión que preocupa a muchos evangélicos hoy en día es la necesidad que existe de que haya más y mejores líderes. Muchas congregaciones y denominaciones encuentran que su progreso está siendo coartado, no porque no estén dispuestas a avanzar sino porque no tienen suficientes personas capacitadas para cumplir funciones de liderazgo.

Fuera de las iglesias el problema es más agudo, en una cantidad de disciplinas la voz de los evangélicos comprometidos no se deja oír en absoluto. Mientras procuramos predicar el evangelio a las masas, descubrimos que los agnósticos, los secularistas, y los escépticos siguen dominando los lugares donde se está moldeando la mente de esas masas; son ellos los que dirigen los diarios y las revistas, que escriben las obras de teatro, que producen las películas, y que enseñan en las escuelas. En los hogares, escuelas e iglesias evangélicos hay factores que contribuyen a este vacío de liderazgo. Consideremos tres:


El primero es la sobreprotección. Ya sea físico, psicológico, o espiritual, este fantasma sofocador persigue a muchos creyentes. Tendemos a confundir el amor y el interés legítimos con la actitud de la «gallina clueca» en lo que hace al proceso del desarrollo. El padre que discute con el árbitro de la Liga Juvenil porque quiere «proteger a su chico», el pastor que procura resolverle todos los problemas al recién convertido «para que no se desilusione», ambos constituyen obstáculos cuando la meta es que se desarrollen líderes. Nos resulta difícil concederles a los demás –especialmente a nuestros hijos– la libertad que Dios les ha dado, la libertad para triunfar o fracasar por su cuenta. Jay Kesler lo ha expresado muy bien en su libro Let’s Succeed With Our Teenagers (Tengamos éxito con nuestros adolescentes).


El fracasar, dice, es una opción para todo ser humano, «incluso… para nuestro hijo. No es fácil aceptar esto. Nos gustaría poder influenciarlo para que elija únicamente lo bueno y lo recto. Empero, si lo hacemos, nos damos con que estamos haciendo justamente lo que Dios mismo se niega a hacer».


Resulta instructivo considerar el desarrollo que tuvieron algunos de los dirigentes de la Biblia. Repetidamente nos damos con gente que tuvieron que enfrentar dificultades, pero que las superaron y se convirtieron en líderes, David luchó con osos, leones, y gigantes y se hizo rey. José tuvo que vérselas con el odio de sus hermanos y soportar la cárcel egipcia y terminó siendo un líder. Daniel fue llevado al cautiverio siendo joven pero llegó a ser dirigente. Pedro, también fue probado; se le permitió fracasar (a la vista del propio Jesús, nótese), y surgió como el líder de la naciente iglesia. Nos queda la sospecha de que cada uno de estos hombres resultó ser mejor líder justamente porque alguien les permitió enfrentarse con las dificultades por sí mismos y aprender de este modo que la libertad de elegir debe estar incluida como parte de la formación.


Intimamente ligada al problema de la sobreprotección está la cuestión de alentar la docilidad. Para ser dirigente hay que tener lo que con frecuencia llamamos «agallas». El líder tiene que ser creativo, tiene que estar dispuesto a superar ciertas ideas tradicionales. Con frecuencia los grandes líderes no caben dentro de nuestros moldes culturales, pero es por ello justamente que son líderes.


Sí, por un lado, tenemos por costumbre honrar la docilidad, no es de sorprender que no estemos formando líderes. Siendo niño, a Juan Evangélico probablemente se le enseñó, tanto por sus padres como por la iglesia, que los chicos buenos jamás se meten en líos ni cuestionan la autoridad. Si concurrió a una escuela primaria evangélica a lo mejor se le enseñó que el niño bueno, aquel a quien padres y maestros quieren y recompensan, era el niño obediente que acepta todo lo que se le dice. Al inscribirse en un instituto superior evangélico es posible que se haya dado nuevamente con el concepto de que el buen alumno es aquel que acata todos los reglamentos sin discutir. Más aún, es muy factible que se le hubiese sugerido que dicho comportamiento es señal de madurez espiritual. De modo que si Juan Evangélico, habiendo aprendido las lecciones sobre la forma de «amoldarse», llegara a convertirse en dirigente, lo sería a pesar de su formación y no como consecuencia de ella.


La enseñanza de Pablo acerca de la necesidad de que haya diversidad en la iglesia (1 Co. 12) debería servirnos en esto. En lugar de honrar a la persona que invariablemente se amolda, tal vez deberíamos ocuparnos en alentar al que da señales de valentía e iniciativa en cuanto que quiere ser creativo, a diferencia de los demás.


Un tercer modo en que podemos frustrar la formación de líderes es mediante la promoción de un concepto negativo de uno mismo. En Help! I’m a Parent (¡Auxilio! Soy padre) Bruce Narramore analiza la relación entre el sentido de autonomía del niño y la imagen que tiene de sí mismo (principios que podrían aplicarse igualmente a «los niños en Cristo»). Dice así: «Al alentar el pensamiento y la acción independientes promovemos un sentido de confianza y fuerza. Sobreprotegiendo y aplastando al niño socavamos su confianza. Esto hace que le resulte más difícil hacer frente a la vida adulta».


La auto imagen negativa que con harta frecuencia se da entre los evangélicos puede ser uno de los resultados lamentables de la sobreprotección y la docilidad. Es posible que dicha imagen se haya formado bajo el disfraz de la espiritualidad: ¿acaso no tenemos que «crucificar el yo» si hemos de crecer en espiritualidad?


Este concepto de la negación de uno mismo, es con frecuencia objeto de abuso. Jesús jamás estuvo en guerra con nuestra humanidad. ¡Lo glorioso de la encarnación es justamente el que Dios viniera en carne. Más todavía, al enunciar los dos mandamientos máximos, Jesús dejó aclarado que la auto estima tiene su lugar: hemos de amar a nuestros semejantes como nos amamos a nosotros mismos.


Tanto en los hogares como en los púlpitos tendríamos que estar recordando a los demás que el hecho de hayamos sido hechos a la imagen de Dios es algo bueno y no malo. Los niños y la gente joven deben ser estimulados por sus padres y por otros dirigentes a fin de que se acepten por lo que son –personas que han sido hechas por Dios y que valen el precio que costó la redención. ¡Qué clima emocionante para la formación de líderes!


© Pensamiento Cristiano,1977, Traducido a su vez de Christianity Today. Usado con permiso.


Apuntes Pastorales, Febrero – Mayo / 1985, Vol II, número 5