Devocional – Semana Santa – Deudas Pagadas

Devocional – Semana Santa – Deudas Pagadas

“anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Colosenses 2:14).

Cierta noche, durante el cerco de Plevna, el Zar hacía un recorrido en el campamento y encontró un hombre que se había dormido mientras escribía una carta para su mujer. El oficial contaba sobre la dureza del trabajo atrás de las trincheras y decía que aquello no era nada comparado a sus muchas deudas. “¿Quién pagará mis deudasí” escribió él.

Fue en ese momento, llorando, que él se durmio. El Zar, espió sobre los hombros del soldado y leyó lo que estaba escrito en el papel. Entonces, él escribió debajo la pregunta: “Yo pagaré — Alexander”. Cuando el oficial despertó, no conseguía creer en lo que veía delante de sus ojos. Su corazón saltaba de alegría.

Y nuestro corazón, ¿ha saltado de alegría por saber que nuestras mayores deudas ya fueron pagadasí ¿Hemos mostrado una sonrisa constante por poder descansar en la certeza de que las deudas que nos podrían llevar a la perdición ya fueron finiquitadasí

La mayor de todas nuestras deudas era con Dios. La rebeldía del hombre, la desobediencia a la voluntad del Padre celestial, los intereses personales y el desaire con relación a todo cuanto hemos recibido, para nuestra alegría y dicha, nos hicieron grandes deudores delante del Señor. ¿Como podríamos pagar tan gran deuda? ¿Habría salvación para nosotrosí

Sí, hubo una grande salvación. Alguien escribió, con sangre, en nuestra ficha celestial: “Yo pagaré la deuda”. Alguien que nos amó sin que lo mereciésemos. Alguien que, con mucho amor, resolvió abrazarnos y proteger. Alguien que rogó al Padre que nos perdonase. Alguien que pidió permiso para darnos un lugar para estar con Él por toda la eternidad. No fue el pago de una simple deuda de dinero, pero si el pago de nuestra deuda espiritual, por nuestros pecados, por nuestra miseria, por nuestro egoísmo, por nuestras mentiras, por nuestro odio, por nuestra constante ingratitud. Jesus pagó el precio. No tenemos más deudas.

Estamos libres. Libres para vivir, para cantar, para bailar, para correr y apreciar, sin preocupaciones, la belleza de la naturaleza.

Pagó el precio con Su vida. Murió por nosotros. Pero no está más muerto — ¡Él resucitó!! ¡Aleluya!!

Pagó el precio. ¡Qué maravilla! Que grande bendición. ¡Estamos salvos!