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Diario de un ministerio roto

Diario de un ministerio roto

por Guillermo Bot

Juan, el pastor principal de quién soy copastor, me llamó a su oficina. Los miembros de la junta le pidieron ayuda para tratar con las aseveraciones de que un pastor de nuestra denominación está involucrado en una relación inmoral, me pidió que lo acompañara…

DOMINGO 3 DE MARZO


Momentos antes de la reunión de esta noche, Juan, el pastor principal de quién soy copastor, me llamó a su oficina. Se le pidió ayuda para tratar con las aseveraciones de que un pastor de nuestra denominación está involucrado en una relación inmoral con una mujer de su congregación. Me sorprendió de que me preguntara si yo podía acompañarlo en su viaje de mañana. Cuando Juan me dijo el nombre del pastor, me quedé helado. !No podía creer que Tomás hubiera caído así!


Me costó concentrarme esa noche de domingo en el culto. Estaba pensando en Tomás, preguntándome que estaría pasando por su mente en ese momento en que estaba predicando frente a los miembros de su iglesia. Si la acusación era comprobada, podría ser la última vez que tomaba ese lugar. ¿Cómo recibiría las cariñosas palabras de los miembros los que, ignorando la situación, lo saludarían al finalizar el culto?


Todavía quiero negarlo todo. No puede ser cierto. ¡Hace tanto que nos conocemos…! Tomás es reconocido como líder y como padre, un respetado maestro y guía de tantos hijos de Dios. ¡Dios mío! ¡No puede ser cierto! Si Tomás pudo caer, ¿qué nos queda para nosotros?


LUNES 4 DE MARZO


Dormí poco anoche. Mientras me apresuraba a meter algunas cosas en la valija, pensé: ¿Necesito llevar la Biblia? Por supuesto; todo lo que haremos hoy debe estar basado sobre la verdad y la misericordia de la Palabra de Dios.


Con Juan tomamos el primer autobus. En el viaje decidimos que, cualquiera fuese se la situación, queríamos basamos en lo que dice el Salmo 85.10: «La misericordia y la verdad se encontraron, la justicia y la paz se besaron». Los dos estábamos concientes de que en nosotros también estaba esa inclinación hacia el pecado y esa realidad atemperó todo lo que hicimos hoy.


En el aeropuerto nos esperaba el joven copastor de Tomás. Procuraba ser fuerte, demostrar coraje, pero podía verse en sus ojos el dolor. Evidentemente, no había dormido mucho ni tenía tranquilidad mental. En un abrir y cenar de ojos, una gran carga de responsabilidad había recaído sobre él y los ancianos.


La comisión formada por Juan, otro pastor amigo de Tomás, el copastor, tres de los ancianos de la iglesia de Tomás y yo nos encontramos en la capilla. Los ancianos nos habían pedido que viniésemos después de haber recibido la información de labios de su misma esposa, quien soporté el impacto de una llamada telefónica anónima. Con un sentido de justicia hacia Tomás, los ancianos querían que nosotros estuviésemos presentes cuando se reunían con él para disciplinario; y allí estábamos.


En ese momento pensé, «¡qué lugar difícil el del juez». Lo estaba experimentando cuando mi hermano en Cristo estaba delante nuestro. Quisiera que hubiese sido como otras veces cuando nos encontramos: un abrazo, un fuerte apretón de manos, risas, preguntas acerca de nuestras familias… Pero esta vez no fue así. Estábamos todos incómodos. ¿Qué decir? ¿Cómo actuar? Al saludarlo cortesmente veía los ojos de un hombre devastado. La vergüenza es algo que destruye el alma.


La semana pasada, por algunos entredichos en nuestra iglesia, debí buscar las pruebas de esas acusaciones. Hoy, por su confesión honesta, Tomás inmediatamente se autosentenció. Momentos después, la mujer también confesó.


No hubo dura condenación de Tomás ni de la mujer. Con nuestras manos fuertemente agarradas, cabezas inclinadas, lágrimas corriendo por nuestras mejillas, Tomás dijo: «Nadie puede castigarme más que yo mismo».


Sentí compasión, a pesar de que estaba muy confundido. «¿Por qué había ocurrido?», le preguntamos, «¿Por qué no pediste ayuda? ¿No nos tenías confianza?», pero no pudo responder. Quizás el pozo era demasiado profundo para lograr salir él o pedir la ayuda de otros. Sin embargo, ¡cómo deseé que lo hubiese intentado! Quizás podríamos haberle evitado este terrible día a él, a esa mujer, ya su herida esposa.


Lo más difícil era la disciplina que tuvimos que imponerle. Le pedimos a Tomás que se retirara del recinto. Me alegré que nuestra discusión fuese tan armoniosa, y creo que las decisiones que tomamos fueron sanas:

  • No podía participar en ningún ministerio público, al menos por un año.
  • En ese período, debían manifestarse verdaderos frutos de arrepentimiento.
  • Debía dejar el pastorado de esa iglesia (¡en la que él y su esposa habían trabajado por tanto tiempo!)
  • Le sería dado otro destino donde estaría bajo el cuidado de un pastor que se comprometería con Tomás para lograr una restauración triple: de Tomás mismo, de su matrimonio y sus relaciones familiares y luego de su futuro en la iglesia
  • Debía confesar públicamente su pecado delante de la congregación con arrepentimiento, pidiendo su perdón.

  • Esto último era lo más difícil, pero teníamos que exigirla. Como pastor de su rebaño había enseñado los tratos de Dios y sus exigencias. Había ofrecido corrección y disciplina. Ahora debía enfrentarse con los suyos propios, con la misma enseñanza que les había dado.


    Esa pregunta abstracta: «¿Debemos exigir normas más estrictas de conducta presonal de aquellos llamados a ministrar?», se hizo muy real hoy. La respuesta tiene que ser: Sí. Como dijo Jesús: «A quién mucho se le da mucho será requerido».


    ¿Debieran ser más exigentes las reglas de disciplina? La única respuesta es: Sí. Santiago 3.1 lo expresa tan claramente: «No os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación».


    Cuando Tomás volvió a entrar, inmediatamente se sometió a la disciplina que propusimos. Estaba contrito, dispuesto a comenzar el proceso de restauración. Y me sentí orgulloso de mi amigo, porque estaba dando los pasos correctos en medios del terrible tramo que atravesaba.


    Esa misma noche tuvimos la reunión con la congregación local. No quiero volver a pasar jamás por lo que soportamos esta noche. Quizá algunas personas sospechaban de qué se trataría la reunión, pero la mayoría no tenía ni idea del motivo. Y los que no se encontraban allí tendrían que enterarse el próximo domingo por la mañana. ¡Qué triste!, pero qué necesario para la salud de todos.


    Un joven nos dirigió en el canto, en canciones que ayudaron a crear un mejor ambiente para lo que debía de acontecer. Luego Tomás habló y, según sus mismas palabras, fue lo más penoso que jamás había tenido que decir desde el púlpito. Leyó una breve declaración que había redactado esa tarde y que había sometido a nosotros previamente para su aprobación. «Esta mañana, los ancianos se reunieron para investigar una acusación de adulterio contra mí. He admitido el pecado, me he arrepentido y el pedido el perdón de Dios. Ahora solicito el de ustedes también. Los ancianos me han disciplinado, a lo cual me someto voluntariamente». Luego comentó con la congregación los términos de la disciplina.


    Para que no estaban enterados fue un golpe terrible. La angustia llenó la sala y las lagrimas fluyeron por doquier. La gente se quedó inmóvil. Yo no quería mirarles a los ojos. Algunos respondieron como yo mismo lo había hecho: «¡No puede ser cierto! ¡Nuestro pastor! ¡No, no! ¡Este hombre que amamos y respetamos! ¡Imposible!»


    «Querido Dios», pensé, «¿Cómo afectaría esto a su familia, sentados muy juntos en la primera fila?, ¿Cómo afectará a la familia de la mujer involucrada?».


    Humillación, vergüenza, dolor, tensiones, amor, unión, protección, cuidado. ¡Qué mezcla! Nadie puede medir lo que les costó a los dos, a Tomás, a la mujer, a la esposa de él; en verdad, lo que les costó a todos. Era el pastor de la iglesia diciendo: «He procurado enseñarles muchas cosas. Aprendan, si pueden, de esto también».


    Luego la gente hizo fila para abrazarlo, llorar y decir algunas palabras al hombre, a su esposa y a su familia, sin olvidar la otra familia tampoco. Tomó su tiempo; no se puede hacer algo así apresuradamente. La tristeza y el amor tienen que expresarse. entonces, en quietud, la gente se retiró de la capilla. Se apagaron las luces, se cerraron las puertas. Había terminado, por ahora, aunque el dolor persistiría por largo tiempo.


    MARTES 5 DE MARZO


    Aunque es demasiado temprano para levantarme, no puedo dormir; quisiera desconectar la mente. Será mejor que escriba algunos pensamientos.


    Por cierto que después de tantos años de servicio en este lugar, después de todo el duro trabajo para edificar esta iglesia, Tomas se merecería algún honor al irse. Pero le ha sido robado.


    Alguien ha dicho: «A qué precio la gloria?», pero ahora no puedo dejar de pensar «¿A qué precio el pecado?»


    VIERNES 8 DE MARZO


    Los ancianos me han pedido que pastoree la iglesia de Tomás durante las próximas semanas. Esperan que pueda aliviar en parte el dolor. Es una responsabilidad muy pesada. ¿Podré hacerlo?


    Yo mismo pude ver su dolor el lunes. Lo abrazaron (en verdad, ¡lo aman!), pero llevaban su dolor como cadenas cuando salieron de la iglesia. ¿Podrán llegar a amar a otro pastor y confiar de él? ¿Y qué si no pueden separar el hombre de su mensaje? ¿Cómo pastorearé a una congregación tan sacudida?


    LUNES 11 DE MARZO


    La casa pastoral estaba vacía cuando la inspeccioné hoy con mi esposa. Vacía de gente pero no aún de pertenencias. Beatriz, mi esposa, al entrar en el hogar de otra esposa, observó las señales de dolor que todavía estaban allí. Los adornos que hablan de alegría, fotos de la familia colgadas en las paredes, todo lo que da «calor» al hogar. Un lugar tan cuidado, las plantas en macetas colgantes, los arbustos tiernamente cuidados.


    Para la familia de Tomás todo ha terminado. Trasladarse a otra localidad, formar nuevas relaciones, sabiendo que todo lo que hagan estará bajo la sombra de lo sucedido y pasar por el proceso de la restauración. De paso, las heridas nunca se cierran sin dejar cicatrices. Esta caída en pecado ha costado mucho. Para los culpables como para los inocentes, cada uno paga un inmensurable precio.


    Las ondas y las olas de las repercusiones continuarán. ¿Por cuánto tiempo? Sólo el Señor lo sabe. ¡Qué distinto sería todo si no hubiese ocurrido!


    Apuntes Pastorales, Volumen VII – número 2, todos los derechos reservados.