por David Pawlison
Formula una definición del amor divino partiendo del enunciado de que no es de carácter incondicional.
Hace tiempo que me incomoda la expresión «amor incondicional» para hablar del amor de Dios. Rara vez la uso, porque el amor de Dios es muy distinto del amor incondicional, y tanto mejor. El amor incondicional, según definiciones contemporáneas, comienza y termina con simpatía y empatía con una aceptación universal. Acepta a la persona como es, sin expectativas de ningún tipo. Puede ser aceptado o rechazado. Pero piense que el amor de Dios por las personas es diferente. Él no las mira aprobándolas con benignidad. Dios las ama demasiado como para amarlas con amor incondicional.
Por ejemplo, un padre o una madre observan cómo su hijo juega con un grupo de niños. Tal vez sea exacto decir que tienen amor incondicional por todos los niños en conjunto; no sienten hostilidad hacia ninguno; en líneas generales, les desean lo mejor. Pero algo distinto sucede cuando se trata de su propio hijo.
Porque lo aman, si advierten una herida o la posibilidad de que le ocurra algo malo, amenazas o injusticia, nace en ellos un fuerte deseo de querer protegerlo. Porque aman, si el hijo tiene una rabieta o quiere mandonear a otro, nuevamente sienten deseos de intervenir. Porque lo aman, se alegran si a su hijo las cosas le van bien. Por cierto, todas estas reacciones pueden estar corrompidas por nuestro pecado. El orgullo, el temor a la opinión de los demás, el gran deseo de éxito, el sentido de superioridad, la ambición o la abstracción ensimismada e insensible pueden deformar el amor de padre. Pero estas reacciones, no corrompidas por el pecado, pueden leerse en el Salmo 121, Oseas 11, Oseas 14, Isaías 49. . . la vida de Jesús. El Señor vela por sus hijos. El Señor se preocupa, y a Él le importa lo que les sucede y lo que ellos hacen. El cuidado y la preocupación son intensos, complejos, específicos y personales. El amor incondicional no es tan grandioso ni apremiante. En comparación, es despreocupado, general e impersonal. El amor de Dios es mucho mejor que el incondicional.
Dios es un ser activo. Decidió amar al ser humano cuando con toda razón podría haberlo condenado. Él participa en el proceso de amar. Él es misericordioso, no sencillamente tolerante. Aquél que aborrece el pecado va en busca de los pecadores, llamándolos por su nombre.
Dios está tan comprometido en perdonar y en cambiar a la persona, que envió a Jesús a morir por ella. Él da la bienvenida a los pobres en espíritu. Dios es increíblemente paciente e implacablemente perseverante en la vida de sus hijos. El amor de Dios los beneficia activamente. El amor de Dios está lleno de sangre, sudor, lágrimas y clamor. Él sufrió por ellos. Él lucha por ellos, defendiendo al afligido. Los busca con poderosa ternura a fin de poder cambiarlos. Él es celoso, no indiferente. Su simpatía y empatía hablan claramente palabras de verdad para liberarlos del pecado y la desdicha. Él los disciplinará para demostrarles que los ama. Él vive en ellos y derrama su Espíritu en su corazón a fin de que puedan conocerlo. El amor de Dios incluye odio: odio al pecado, ya sea pecado contra sus hijos o pecado de parte de ellos. El amor de Dios demanda que ellos respondan: que crean, confíen, obedezcan, agradezcan con corazón alegre, que se ocupen de su salvación con temor, que se deleiten en el Señor.
El león de Judá al que se refiere la Biblia no es un león domado. De la misma manera, el amor del Señor por la niña de sus ojos no es un amor dócil, no es una técnica terapéutica. Y de alguna manera, cada hijo de Dios debes tener esa clase de amor hacia otros: «Andad en amor, como también Cristo nos amó» (Ef. 4:32-5:2). Tal amor es vigoroso y complejo. Amar de esa manera es difícil. Es distinto de: «A mis ojos, todo está bien; lo acepto porque es quien es, y porque acepto a los demás; no lo juzgaré ni trataré de imponer mis valores en usted.» El amor incondicional sustituye al león, rey de los animales, por un osito de peluche. Los ositos hacen sentir bien y no responden.
¿Debe el amor de Dios ser llamado incondicional, un término cuyo significado ha sido moldeado por la calma indiferente y despreocupada del psicoterapeuta profesional, cuyo principio es no imponer principios ni valores? ¿Qué palabras serán adecuadas para describir el amor de Dios, que acepta de manera espectacular, y que al mismo tiempo es obstinado, exigente y activo?
«El amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquél que murió y resucitó por ellos» (2 Co. 5:14 ss.). ¿Qué palabras serán suficientes para describir el amor de Dios, que es tanto un regalo para los impíos, como también una expectativa para una vida de piedad? ¿Un amor que acepta a cada uno como es, pero que lo transforma? ¿Un amor que acepta a las personas e incluye un programa de cambio para toda la vida? ¿Acaso se debe llamar «amor incondicional» a la clase de amor que tiene Dios y a lo que padres y consejeros temerosos de Dios deben hacer, hablar y para lo que tienen que servir de modelo?
El término me hace sentir incómodo. Sin embargo, mucha gente usa la frase «amor incondicional» con buenas intenciones, tratando de representar cuatro verdades significativas e interrelacionadas.
En primer lugar, el «amor condicional» es algo malo. No es amor, sino una expresión de odio y egoísmo del corazón humano. Es mejor llamarlo «aprobación condicional y manipuladora». Actúa como legislador caprichoso y como juez: «Si hace lo que me agrada y cumple todos estos requisitos, le sonreiré favorablemente. Si hace lo que me desagrada lo atacaré, o bien lo ignoraré.» La gente usa la expresión incondicional para contrastarlo con manipulación, demanda, o espíritu crítico. La usan para echar luz sobre una forma pecaminosa de relación humana y decir: «El verdadero amor no es así.»
En segundo lugar, el amor de Dios es paciente. Dios no baja los brazos vencido. Porque Dios persevera, sus santos habrán de perseverar hasta el fin y llegarán a la gloria. La gente usa la expresión incondicional para referirse a permanecer junto a quien atraviesa adversidades, en vez de hacer abandono de la situación cuando ésta se torna difícil. Usan esa palabra para crear esperanza al mirar al futuro.
En tercer lugar, el verdadero amor es un regalo de Dios. Es iniciativa y decisión de Dios, más que algo condicionado por la forma en que se actúe. El evangelio del amor no es pago sino un regalo. Es un regalo que la persona no puede ganar; aun más, es un regalo que ni siquiera merece. Dios ama a enemigos débiles, impíos y pecadores. El regalo es contrario a lo que merece el ser humano. Dios debería matarlo allí mismo. La gente habla de incondicional para hablar de tal bendición inmerecida.
En cuarto lugar, Dios recibe a cada uno tal como es: pecador, sufriente, confundido. No hay que tratar de arreglar la vida para luego venir a Dios. Es necesario ir a Él. La gente habla de incondicional para hacer referencia a la invitación que hace Dios a personas toscas y hasta groseras, impuras, ya terminadas. Lo usan para vencer la desesperación de pensar que se es indigno y que lleva a no pedir la ayuda de Dios ni del pueblo de Dios.
Estas son verdades preciosas. El adjetivo incondicional tiene en realidad una noble ascendencia teológica para describir esta gracia de Dios, que es perseverante y que se inicia espontáneamente. ¿Debe uno, entonces, sentirse cómodo con la manera en que la mayoría de la gente habla de esta expresión? ¿Acaso la idea corriente expresa en verdad las verdades teológicas prácticas que ellos creen que expresa? ¿Es un equivalente adecuado para estas cuatro verdades maravillosas? No lo creo, y hay cuatro razones para ello.
- Lo opuesto a manipulación no es benignidad desapasionada. La bondad del verdadero amor conlleva celo, autosacrificio y un llamado al cambio (Is. 49:15 ss.; 1 Ts. 2:7-12).
- El llamado a ser paciente y compasivo cuando la otra persona atraviesa por dificultades, puede ser descripto de este modo: «El amor es paciente»;»que seáis paciente para con todos» (1 Co. 13:4 BLA; 1 Ts. 5:14).
- «Gracia» y «regalo» describen la calidad gratuita e inmerecida del amor de Dios de manera menos ambigua que la expresión «incondicional» (2 Co. 9:15; Ro. 6:23; Ef. 2:4-10).
- La bienvenida de Dios a los impíos y manchados con corrupción tiene una explicación: «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores» (1 Ti. 1:15). «Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros» (Ef. 5:2). El evangelio es una historia de acción, no una actitud de aceptación. La gente hoy en día emplea una palabra un tanto vaga y abstracta como «incondicional» cuando, por otro lado, la Biblia provee palabras, metáforas y relatos más vívidos y específicos.
Lo contrario a condicional y crítico podría ser incondicional y aprobador. Lo contrario a grandes y caprichosas expectativas podría ser ninguna expectativa. Lo contrario a ser mandón podría ser no dar directivas de ningún tipo. O al menos, es lo que la gente desearía. El amor condicional obviamente es odio, no amor. El amor incondicional, con el significado que hoy tiene la expresión, es un engaño más sutil.
Me siento incómodo con la frase amor incondicional porque frecuentemente hace a un lado la realidad. Es compañera de las enseñanzas que le dicen a la gente: «Paz, paz,» cuando, desde la perspectiva santa de Dios, no hay paz (Jr. 23:14,16 ss.). Si alguien recibe aceptación generalizada, no necesita arrepentimiento, simplemente la acepta. Lo llena sin hacer que se humille. Lo hace sentir tan bien consigo mismo que ni siquiera ve la necesidad de arrepentirse ni de deleitarse en la obra de Cristo. Hace que se sienta bien sin tener que enfrentarse a la angustia de Jesús en Getsemaní y en el Calvario. Es fácil y no demanda nada. No insiste en una transformación, y no la hace. Engaña en cuanto a Dios y en cuanto a la persona misma. La mayoría de la gente aspira a este amor incondicional, que contiene una gran dosis de este bagaje cultural.
Hay algo mejor. Decir «el amor de Dios es incondicional» es, en cierta manera, como decir: «la luz del sol a mediodía es una linterna en un apagón.» Una bombilla débil tiene ciertas analogías con el sol. El amor incondicional tiene ciertas analogías con el amor de Dios. Pero, ¿por qué no empezar con el sol ardiente en vez de con la linterna? Cuando se observa con detenimiento, el amor de Dios es muy diferente de la «estima positiva e incondicional», semillero de las ideas contemporáneas sobre el amor incondicional. Dios no acepta al ser humano tal como es; lo ama a pesar de cómo es; lo ama lo suficiente como para querer transformarlo a la imagen de Jesús. Este amor es mucho, mucho, mucho mejor que el incondicional. Tal vez podría ser llamado amor «contracondicional». Contrariamente a las condiciones para recibir la bendición de Dios, Él ha bendecido al hombre porque su Hijo cumplió las condiciones. En contraposición a lo que éste merece, Él lo ama. Y ahora puede empezar a cambiar, no para obtener amor sino por amor.
La gente que habla de amor incondicional a menudo tiene buenas intenciones. Unos pocos usan las palabras con los viejos significados teológicos intactos. Muchos quieren que la gente se ame en forma incondicional. Otros quieren ayudar a aquellos que ven a Dios como el gran crítico, a quien, o bien sirven como si fueran esclavos, o de quien escapan porque nunca pueden servirle. Y no tengo dudas de que la frase ha sido de utilidad a algunos, a pesar de las riquezas que deja de lado o del bagaje que por lo general contiene. Pero hay buenas razones por las que la Biblia relata historias de eventos asombrosos, habla usando atractivas metáforas, y revela una detallada teología a fin de informar del amor de Dios. Se necesita algo mejor que amor incondicional. Se necesita la corona de espinas. Se necesita el toque de vida al hijo muerto de la viuda de Naín. Se necesita la promesa al ladrón arrepentido. Se necesita saber que «nunca te abandonaré ni te dejaré.» Se necesita perdón. Se necesita un labrador, un pastor, un padre, un salvador. Se necesita ser como Aquél que nos ama. Se necesita el amor de Jesús, que es mucho mejor.
Tomado del Journal of Biblical Counseling. Usado con permiso. © DesarrolloCristiano.com, todos los derechos reservados.