Dios, heme aquí para tus pequeñitos
por Sam Doherty
¿Cuál es nuestra reacción al pensar en la necesidad espiritual y el eterno destino de millones de niños y niñas? ¿Se conmueven nuestros corazones? ¿Estamos dispuestos a hacer lo que podemos para satisfacer esas necesidades? ¿Qué le responderías a Dios en este momento si te llamara a evangelizar a sus pequeñitos?
Primer artículo de la serie: Mi respuesta es sí
Cuando sufren los niños, sufrimos nosotros. Cuando leemos en los periódicos de niños que sufren algún abuso o daño, se conmueven nuestros corazones, y brotan lágrimas de nuestros ojos.
¿Cuál es nuestra reacción al pensar en la necesidad espiritual y el eterno destino de millones de niños y niñas? ¿Se conmueven nuestros corazones? ¿Estamos dispuestos a hacer lo que podemos para satisfacer esas necesidades?
Uno de los primeros líderes de la Alianza Pro-Evangelización del Niño solía orar así: «Dios, danos lágrimas por los niños del mundo».
Debemos ver la GRAN NECESIDAD de los niños (Mateo 18:14). Los niños y niñas están perdidos, espiritualmente muertos y fuera del reino de Dios. Esto es más grave que cualquier problema físico o mental que pudieran tener. ¿Qué podemos hacer para ayudarles?
Debemos oír la GRAN COMISION: «Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura» (Marcos 16:15). La respuesta a las necesidades de los niños se halla en el evangelio de Jesucristo aplicado a sus corazones por el Espíritu Santo, y a nosotros se nos manda hacer llegar ese evangelio a los niños.
Debemos estar conscientes de las GRANDES OPORTUNIDADES que se nos presentan para evangelizar a niños. Hay puertas abiertas por doquier (Apocalipsis 3:8; 1 Corintios 16:9). Hay tremendas posibilidades en todo sitio. Nuestra Misión, la Alianza Pro-Evangelización del Niño, tiene una gran necesidad de obreros a tiempo completo que nos ayuden a alcanzar para Jesucristo a las multitudes de niños que hay en el mundo. También necesitamos obreros a tiempo parcial y voluntarios quienes se comprometan a evangelizar a los niños en sus comunidades mediante clases bíblicas en hogares y trabajo al aire libre. Además, necesitamos miembros de comisiones, compañeros de oración y personas que se comprometan con apoyo financiero. Juntos podemos aprovechar las tremendas oportunidades que existen en todas partes y alcanzar a más niños para Jesucristo.
Luego podemos visualizar los GRANDES RESULTADOS que podrían darse si atravesamos estas puertas para evangelizar a niños y ver que confían en Cristo (Mateo 18:6).
Debemos comprender la GRAN RESPONSABILIDAD que tenemos de esforzarnos para ayudar a estos niños.
«¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique?» (Romanos 10:14).
Es un gran aliento darnos cuenta del GRAN PRIVILEGIO que disfruta el que ve la gran necesidad, oye la gran comisión, está dispuesto a aprovechar las grandes oportunidades que se presentan, y comprende la gran responsabilidad que Dios le ha encargado.
El privilegio de recibir a Jesucristo cuando recibimos a los niños en su nombre (Mateo 18:5; Marcos 9:37).
El privilegio de ser colaboradores de Dios (1 Corintios 3:9; 2 Corintios 6:1).
El privilegio de tener dones del Espíritu Santo y ser usados por él en la vida de los niños (Efesios 4:11 y 12).
El privilegio de ver que los niños llegan a creer en Cristo (Mateo 18:6).
El privilegio de construir el futuro de la Iglesia y del país (Deuteronomio 6:37; Salmo 78:7, 8).
Ahora debemos enfrentar el GRAN DESAFÍO que tenemos por delante al oír que Dios nos dice: «¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?» (Isaías 6:8a).
¿Será nuestra respuesta: «Aquí estoy. ¡Envíame a mí!»? (Isaías 6:8b).
«Señor úsame. Heme aquí. Úsame
Quiero ser grandemente usado por ti
Cruzando la calle, o cruzando el mar
Señor, heme aquí, úsame.»
QUE ASÍ SEA.
Unas últimas palabras de Carlos Spurgeon:
David dijo: «Vengan, hijos míos, y escúchenme, que voy a enseñarles el temor del Señor». No tendrás vergüenza de seguir los pasos de David, ¿verdad? No te opondrás a seguir el ejemplo de aquel que fue sumamente santo y grande.
Sin embargo, si deseas un ejemplo aun más elevado que el de David, oye al Hijo de David pronunciar estas dulces palabras: «Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos».
Estoy convencido que levantaría tu ánimo pensar constantemente en estos ejemplos.
Que el ejemplo real de David y el ejemplo divino de Jesucristo te inspiren con renovada diligencia e incrementado ardor, con perseverancia para proseguir en tu bendita labor.
(Citado de Come Ye Children)
Cuánto deseo, anhelo y ruego a Dios que él bendiga esta débil palabra mía para la conversión de ustedes y la de muchos niños.
(Parte de las palabras finales de un sermón predicado el 17 de octubre de 1886)
Cuando el pueblo de Judá y de Jerusalén fue llevado al cautiverio, los pobres y sus niños fueron dejados en Jerusalén, y Jeremías fue dejado con ellos. Muchos de los niños padecían hambre y muchos murieron. No alcanzaba la comida, y humanamente no había modo de obtener más comida. Jeremías clamó: «El llanto me consume los ojos . . . porque . . . niños e infantes desfallecen por las calles de la ciudad» (Lamentaciones 2: 11,12).
Jeremías rogó al pueblo de Dios que llorara y orara: «¡Deja que día y noche corran tus lágrimas como un río! ¡No te des un momento de descanso! … Levántate y clama por las noches, cuando empiece la vigilancia nocturna. Deja correr el llanto de tu corazón como ofrenda derramada ante el Señor. Eleva tus manos a Dios en oración por la vida de tus hijos, que desfallecen de hambre y quedan tendidos por las calles» (Lamentaciones 2: 18, 19).
Jeremías acusó al pueblo de ser crueles. «Hasta los chacales ofrecen el pecho y dan leche a sus cachorros, pero Jerusalén ya no tiene sentimientos; ¡es como los avestruces del desierto! Tanta es la sed que tienen los niños, que la lengua se les pega al paladar. Piden pan los pequeñuelos, pero nadie se lo da.» (Lamentaciones 4: 3, 4).
Esta condición de los niños de Jerusalén es un modelo de la condición de los niños en todo el mundo hoy. Los niños en Jerusalén morían de hambre por falta de pan material; en la actualidad los niños mueren de hambre por la salvación. Entonces eran miles; ahora son cientos de millones.
Nadie sino Dios puede satisfacer esta terrible necesidad hoy, pero él sí la puede satisfacer si su pueblo ora como oró Jeremías, y como él rogó que orara el pueblo de Dios. Nosotros tenemos el «Pan de Vida», pero ¿quién lo llevará a los millones de niños que se pierden?
Es el deber que Dios nos ha encomendado ir hacia los niños doquiera estén. Que Dios dé esta carga a cada uno de su pueblo en todo lugar. Que cada uno de nosotros humildemente le pregunte qué podemos hacer para evangelizar a los niños.
J. Irvin Overholtzer
(Fundador de la Alianza Pro-Evangelización del Niño)
Tomado y adaptado del libro ¿Por qué evangelizar a los niños?, Sam Doherty, Desarrollo Cristiano Internacional, 2002, pp. 101106