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¡Dios mío! ¿Cómo crío a mis hijos?, Parte II

¡Dios mío! ¿Cómo crío a mis hijos?, Parte II

por Wayne Mack

Para muchos matrimonios el área de mayor conflicto son los hijos. Cuando en algunos los hijos son el factor unificador en otros son el elemento que provoca mayores desacuerdos. Esta serie trata las áreas importantes donde la unidad puede ser afianzada u obstaculizada. El tema se ha diviso en cinco artículos, a partir de este segundo artículo se estudian los principios bíblicos que Efesios 6.4 da para unificar los criterios que gobiernan la crianza de los hijos.

No es solo para uno, ¡es para los dos!


Una amonestación para el padre

Al estudiar Efesios 6.4, versículo clave sobre la crianza de los hijos, no se debe pasar por alto que está dirigido al padre. Al comparar una escritura con otra se ve que la madre puede y debe estar activamente involucrada en la crianza de sus hijos. Éxodo 20.12 manda a los hijos honrar a sus padres y a sus madres. A los ojos de Dios la madre debe recibir honor al igual que el padre. Proverbios 1.8 indica la responsabilidad conjunta de la madre con el padre en este proceso de la crianza. Dice: «Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre».

Proverbios 6.20 dice algo similar: «Guarda, hijo mío, el mandamiento de tu padre, y no dejes la enseñanza de tu madre».

1 Timoteo 5.10 afirma que las mujeres que hayan criado hijos deben recibir trato especial cuando son mayores de sesenta años y viudas.

Sin duda las Escrituras enseñan que las mujeres no solo pueden, sino deben ocuparse de la crianza de sus hijos. No es una tarea exclusiva del padre.

De hecho, el sentido común indica que aunque se quisiera sería imposible impedir que la madre participe en la crianza de sus hijos. Por lo general, los hijos pasan más tiempo con la madre que con el padre y oyen sus palabras y ven su ejemplo mucho más que el del padre. Ella es la que más frecuentemente está disponible en los momentos que necesitan enseñanza. Por lo general, está presente cuando se levantan, cuando desayunan, cuando van a la escuela, cuando regresan al hogar, cuando juegan, cuando se lastiman, cuando lloran, cuando se ríen, y cuando se acuestan. Con frecuencia está presente cuando necesitan una reprimenda, instrucción y apreciación, aceptación y aliento. Generalmente es ella la que está a mano cuando están rebeldes, temerosos, o afligidos.

Al fin y al cabo, la madre probablemente tiene más oportunidades y más directa influencia en la vida de los hijos que ninguna otra persona. Pensemos en la influencia, la contribución de la devota Ana en la vida de Samuel. Consideremos el impacto que la madre de Santiago y Juan tuvo en sus vidas. Recordemos la influencia que tuvieron en la vida de Timoteo, Loida y Eunice. En un sentido muy real el antiguo proverbio: «La mano que mece la cuna rige al mundo» es verdad. Podemos estar seguros de que la madre no solo debiera estar o tiene que estar, sino que es parte de la crianza de los hijos.



¿Por qué Pablo habla particularmente al padre en Efesios 6.4?


Quizá por el descuido repetitivo del padre


Una posible explicación puede ser que a menudo es el padre quien descuida esta responsabilidad. Muchos hombres han transferido a sus esposas la responsabilidad que le cabe a ellos en la crianza del niño.

En algunos casos, el esposo literalmente le ha dicho a su mujer que los «críos» son responsabilidad de ella. Su filosofía es que él ganará el dinero y proveerá para sus necesidades físicas. Ella cuidará de la casa y de los hijos. Él no esperará que ella haga la tarea que le corresponde a él, ni debe ella esperar que él se ocupe de la de ella.

En otros casos esto ha ocurrido por incumplimiento. Él se involucra en su trabajo o en la iglesia o en alguna otra actividad de tal modo que no tiene «tiempo» para ayudar con los hijos. Es decir, casi nunca ve a sus niños, está muy poco en casa, y cuando está no quiere que lo molesten con detalles insignificativos. Piensa que tiene suficiente trabajo con los problemas que enfrenta en su trabajo o en la iglesia o en su partido de tenis sin tener que enfrentar las dificultades del hogar. Después de todo, piensa que hay un límite a lo que un hombre puede tolerar. Por cierto, esto no significa que se despreocupa, que no ama a sus hijos, sino que ningún hombre tiene ni el tiempo ni la energía para hacer todo. Además, la esposa tiene suficiente tiempo para dedicarse a esto y de todos modos se desempeña mejor en esta tarea que él.

Bien, con tales pensamientos, o aun sin ellos, muchos esposos han aliviado sus conciencias y renunciado a su responsabilidad en la crianza de sus hijos. Pero Dios dice: «No. El padre tiene que ocuparse de la crianza de sus hijos. No puede transferir esta tarea a su esposa».

Por la doctrina bíblica del hombre como cabeza del hogar


Esto tal vez explique el énfasis dado al padre en Efesios 6.4. Probablemente, sin embargo, la razón principal de este enfoque se encuentre en la doctrina bíblica de que el hombre es la cabeza del hogar.

Jay Adams dice: «Cuando el apóstol Pablo habla al padre se está dirigiendo también a la madre. Se dirige al Padre porque él es responsable por lo que la madre hace. Al dirigirse al padre, le habla a aquel en quien Dios ha delegado su autoridad para disciplinar. El padre es la cabeza del hogar. Es el quien, en última instancia, tendrá que responder ante Dios por lo que ocurre en el hogar» (Vida cristiana en el hogar, p. 104).

En lo que se refiere al hogar, la responsabilidad recae sobre el padre. A él se le ha encargado la dirección general del hogar. En última instancia, después de Dios, él es responsable por la autoridad, guía, dirección, formación, disciplina, provisión y crianza de los hijos, y él tendrá que dar cuentas a Dios. No puede renunciar a esta obligación a menos que esté incapacitado por alguna enfermedad u otra dificultad.



Una responsabilidad también para la madre


Como se estableciera anteriormente, esto no significa que la madre quede desplazada. Ni tampoco implica que su papel carece de importancia. Tres versículos de las Escrituras en 1 Timoteo 3 designan como jefe del hogar al padre (vs. 4, 5, 12). Esta designación es de tremenda importancia.

Un buen jefe conoce las habilidades, los recursos, las necesidades, el potencial, las debilidades, los problemas de las personas o negocio a su cargo. Un buen jefe sabe cómo utilizar las habilidades y recursos de su compañía. Sabe cómo resolver problemas, qué hacer para que las personas den lo mejor de sí, cómo alentar la iniciativa y la creatividad, cómo delegar responsabilidades. Un buen jefe no es un hombre que hace la tarea de otros diez. Es un hombre que ayuda a los otros diez a realizar el mejor trabajo. No hace todo el trabajo por sí mismo, sino que procura la ayuda de otros. En última instancia, tiene la responsabilidad de ver que el trabajo se haga, pero para lograrlo acepta toda la ayuda posible.

En el hogar el marido no debe descuidar su responsabilidad fundamental para con sus hijos. Asimismo, debe aprender cómo alentar, desplegar, conseguir, dirigir, y utilizar eficazmente todo recurso legítimo a su disposición para llevar a cabo el propósito de Dios para sus hijos.

Sin duda, su esposa es el recurso más importante que lo ayudará a llevar a cabo esta tarea. Dios le dio una esposa para ser su ayuda idónea. Debe ser su principal consejera, la persona a quien recurrirá especialmente, y su asistente principal. Él debe alentar la iniciativa y creatividad de ella, debe recibir con agrado sus sugerencias y consejos. Debe delegar su autoridad y responsabilidad en ella y darle libertad para expresarlas. Debe honrarla ante sus hijos como alguien a quien respetar, oír y obedecer.

Él y su esposa forman un equipo y su meta es criar correctamente a sus hijos. Juntos deben seguir hacia esa meta. La tarea es tan grande, los problemas tantos, la oposición tan fuerte que el esfuerzo y la cooperación mutuos son necesarios. El marido no puede hacerlo solo. Tiene que trabajar como parte de un equipo. Necesita la total cooperación de su esposa. Pero él es el líder del equipo, y al final será el único responsable. (Considere las implicaciones de este concepto para maridos, esposas, hijos, iglesia y la sociedad, cuando un matrimonio en verdad las pone en práctica. Imagine la seguridad, estabilidad, el progreso, la armonía y la unidad que traería una obediencia verdadera de este concepto. Quizá este sería un buen momento para detenerse y conversar sobre su matrimonio a la luz de este principio. ¿Cuáles son las implicaciones para el marido? ¿Hay que hacer algunos cambios? ¿Cuáles son la implicaciones para la esposa? ¿Hay que hacer algunos cambios?).

Consulte los artículos de la serie:


  • Parte I: Pongámonos de acuerdo
  • Parte III: Una tarea con una meta
  • Parte IV: Una sola estrategia
  • Parte V: ¡Manos a la obra!

Tomado y adaptado del libro Fortaleciendo el matrimonio, Wayne Mack, Ediciones Hebrón – Desarrollo Cristiano.