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¡Dios mío! ¿Cómo crío a mis hijos?, Parte IV

¡Dios mío! ¿Cómo crío a mis hijos?, Parte IV

por Wayne Mack

Para muchos matrimonios el área de mayor conflicto son los hijos. Cuando en algunos los hijos son el factor unificador en otros son el elemento que provoca mayores desacuerdos. Esta serie trata las áreas importantes donde la unidad puede ser afianzada u obstaculizada. El tema se ha diviso en cinco artículos, en este cuarto artículo se presenta la estrategia de Pablo en Efesios 6.4 para alcanzar la meta de ver a nuestros hijos dependiendo de Cristo y su Palabra.

Una sola estrategia



Nuestra meta como padres es ver a nuestros hijos seriamente dependiendo de Cristo y su Palabra, para la cual debemos esforzarnos pero ¿cómo la llevaremos a cabo? ¿Qué estrategia o métodos debemos utilizar para tratar de llevar a nuestros hijos hacia esa meta? En Efesios 6.4 encontramos una triple respuesta a esta pregunta. Una parte de la respuesta está formulada en forma negativa cuando Dios nos dice lo que debemos evitar en la crianza de nuestros hijos. Las otras dos partes están presentadas en forma positiva donde Dios nos dice lo que sí debemos hacer.



Primera estrategia: No provocarlos a ira


En cuanto a lo negativo, Dios nos dice que debemos evitar provocar a nuestros hijos a ira. Aquí tenemos que explicar el significado de las palabras «provocar» e «ira», para evitar dar un sentido erróneo a la enseñanza de esta frase. No provocar la ira de nuestros hijos no significa que jamás haremos actos que podrían molestar, desagradar o hacer que se enojen. No significa que nunca debemos negarles cosas o dejar de darles algo que desean ansiosamente.

Significa que nunca debemos tratarlos de tal modo que sus pasiones sean innecesariamente excitadas. Quiere decir que no debemos tratarlos de tal manera que sean incitados a un estilo de vida iracundo y lleguen a ser hombres y mujeres irascibles. La Biblia al Día nos ofrece una paráfrasis de este versículo que señala claramente su significado. Dice: «Y en cuanto a ustedes, padres, no estén siempre regañando y castigando a sus hijos, con lo cual pueden provocar en ellos ira y resentimientos». Observemos la palabra resentimientos. Lo que debemos evitar es exasperar a nuestros hijos al punto de producir en ellos un resentimiento profundo y duradero.

En Colosenses 3.21 encontramos una referencia brillante con respecto a esa frase. La Biblia Amplificada (traducción libre) dice: «Padres, no provoquen ni irriten ni molesten a sus hijos, no sean duros con ellos ni los hostiguen, no sea que se desanimen o pongan groseros y de mal humor, y se sientan inferiores o frustrados; o se vuelvan infelices».

El mismo versículo en la Nueva Biblia Española dice así: «Padres, no exasperen a sus hijos, para que no se depriman», y la versión Dios Habla Hoy lo traduce: «para que no se desanimen». En el griego la palabra que se traduce «depriman», «desanimen», o «vuelvan infelices» significa literalmente: «dejar de soplar el viento sobre las velas de un barco». Dios está diciendo: «No formen a sus hijos de tal modo que les quiten toda fuerza o iniciativa. No los críen de tal manera que se tornen totalmente frustrados, decaídos, amargados, hostiles, holgazanes, pesimistas, negativos, temerosos, miedosos, inseguros, rebeldes, resentidos, impíos y descarriados».

«Por todos los medios», dice Dios, «eviten provocar a sus hijos a la ira». ¿Pero cómo podremos obedecer este mandato? ¿Cómo evitamos irritar a nuestros hijos a la ira? Ofrezco a continuación algunas sugerencias como respuestas parciales a esa pregunta. Para evitar provocar a ira a nuestros hijos:



  • No debemos esperar de ellos más de lo que son capaces de dar o hacer (Pr 22.6; 1 Co 13.11; Gn 33.12–14). No subestimen pero tampoco sobrestimen sus capacidades (Ro 12.3).
  • Debemos tener cuidado de qué forma los reprendemos o corregimos. Proverbios 15.1; Efesios 4.31; Mateo 18.15; 1 Timoteo 5.1, 2 describen la forma respetuosa y cortés en que debemos tratar a los niños y también a los adultos. Un hombre me contó que cuando era niño su padre tenía la costumbre de decirle «tonto» o «estúpido». Hasta el día de hoy, aunque es un hombre muy inteligente con un puesto de mucha responsabilidad se sigue considerando tonto o estúpido. Cuando les hablamos a nuestros hijos evitemos el uso de palabras como: «¿Cuándo llegará el día…?» «Si tu cabeza no estuviera adherida al cuerpo la perderías». «Siempre…». «Nunca…». «Tonto». «Qué torpe…». «¡Estúpido!» «Cabeza hueca!». Palabras como estas pueden ser armas mortales, que dejan cicatrices en los hijos. Si tenían la costumbre de hablarle a sí a sus hijos, pídanles perdón, y procuren asegurarles que en verdad los aman y respetan.
  • Debemos poner en práctica lo que predicamos. Debemos evitar la dualidad (Fil 4.9; 1 Co 11.1; Mt 23.1–4; Dt 6.4–9). Los niños detectan enseguida la falta de sinceridad y la hipocresía, y les afecta profundamente.
  • Debemos impregnar las mentes de nuestros hijos con valores y normas correctas por medio de preceptos y del ejemplo personal. Nuestra sociedad ha hecho ídolos del poder, la fuerza, la belleza, la riqueza, la inteligencia y la capacidad atlética. Esto es lo que la gente valora. En nuestra sociedad, una persona exitosa es alguien que posee por lo menos una de estas virtudes. Un fracasado es aquel que no tiene ninguna. Según la Biblia, esta forma de medir el valor y el éxito no es correcta porque Dios no valora esto. Por tanto, debemos esforzarnos por inculcarles a nuestros hijos el hecho de que no los valoramos en base a estas cualidades externas y superficiales (1 Sa 16.7; 1 Pe 3.3–4). El niño que no es tan inteligente o bien parecido, o no tan buen atleta debe saber que le amamos y valoramos tanto como aquel que posee estas cualidades (1 Co 12.23 contiene un importante principio sobre este tema).
  • Debemos buscar tener muchos momentos gratos con nuestros hijos. Almacenar en la memoria experiencias agradables engendrará una buena actitud hacia usted y proveerá el necesario fundamento en su relación cuando tenga que corregir, reprender o castigar a sus hijos. En muchas ocasiones el recuerdo de momentos gratos que han compartido les ayudará a comprender que usted no es un ogro ni un aguafiestas que disfruta ser molesto y malo (Sal 128; Pr 5.15–18; Ecl 3.4; Lc 15.17–24; Pr 15.13; 17.22).
  • Debemos libremente comunicarles nuestro amor y aprecio (1 Co 13.1–8; 16.14; Jn 13.34, 35; 1 Ts 2.7–8). Hágase el hábito de manifestar su amor y aprecio por sus hijos en forma tangible. Hágalo de muchas maneras: con un abrazo, un beso, una palmada en la espalda, con palabras, por notas escritas, con un regalo, al jugar con ellos, al escucharles, y al respetar sus opiniones.
  • Debemos permitir que tengan faltas, que cometan errores, que fallen sin acosarlos ni darles la impresión que no serán aceptados a menos que sean perfectos (Ef 4.1–2; Col 3.12–14; 1 Pe 4.8; 2 Ti 2.24–25). El hogar, para el niño, debe ser un lugar seguro; un lugar donde será comprendido y ayudado, donde nadie se burlará de él ni se reirá de sus fallas y debilidades. Un lugar donde las personas quizá no estén de acuerdo con él pero que igualmente lo aceptarán y respetarán, un lugar donde será alentado y se le curarán sus heridas, un lugar donde la gente realmente se preocupa por él.
  • Debemos hacerles conocer nuestras expectativas, reglas y reglamentos. Dios deja bien en claro sus expectativas en su Palabra. No es necesario desconocer o tener dudas acerca lo que él desea de nosotros.Del mismo modo debemos tratar a nuestros hijos. Ignorar lo que sus padres esperan de ellos puede ser una experiencia alarmante y frustrante para ellos. Cuando esto ocurre, nunca están seguros de que están haciendo lo que debieran hacer. Ni tampoco pueden estar seguros de que no recibirán castigo por no hacer algo que no sabían. Los hijos no pueden leer nuestras mentes. Los límites y las expectativas deben estar claramente delineados, pues estos le proporcionarán seguridad y una estructura. La ausencia de los mismos promueve la inseguridad, la frustración, la hostilidad y el resentimiento. (Estudie el libro de Proverbios donde un padre le hace conocer a sus hijos sus consejos y expectativas).
  • Debemos reconocer nuestros errores, pedirles perdón cuando les hemos fallado, y procurar una reconciliación (Stg 5.16; Mt 5.23–24; Pr 16.2, 21.2).
  • Debemos facilitarles el acercamiento cuando tengan problemas, dificultades y preocupaciones. Aprenda a escuchar a sus hijos cuando deseen hablar. En lo posible esté a su disposición. Déles su total atención a menos que esto sea imposible. Evite adivinar lo que piensan, o interrumpirles o criticarles. Trate de interesarse de verdad en lo que a ellos les gusta. Ellos se dan cuenta si usted realmente los escucha o no. Si no les da su total atención o si a menudo los ignora cuando desean hablarle pronto dejarán de intentarlo. Ellos interpretarán que usted no tiene interés en ellos. Esto es devastador para su relación con sus hijos, pero lo más serio es que esta situación le impedirá cumplir las metas que Dios le ha dado como padre.

Efesios 6.4 dice que la meta de los padres debe ser criar a sus hijos en el Señor. También indica que para hacer esto debemos evitar provocarlos a ira. Esa es la primera parte de la estrategia de Dios para una crianza eficaz de los hijos.



Segunda estrategia: En disciplina


La segunda parte de la estrategia de Dios se encuentra en las palabras «en disciplina y amonestación del Señor». La palabra griega traducida como «disciplina» significa literalmente «inculcar en la mente». Para criar a sus hijos Los padres deben inculcar algo en sus mentes. ¿Qué es lo que deben inculcar? Pues, la instrucción, el consejo o la amonestación del Señor que se encuentra en la Palabra de Dios.

Jay Adams ha dicho que esto significa que el niño «debe ser alcanzado en su corazón con la Palabra de Dios. El mensaje que habla de un Dios de amor que vino y se dio a sí mismo por su pueblo debe llegar en primer lugar al corazón de nuestros hijos, llevándolos al arrepentimiento y a la fe. Los padres deben guiarlos al arrepentimiento, a la convicción de pecado, al Salvador. Y luego deben continuar mostrándoles lo que Él desea y motivarles…» (Vida cristiana en el hogar, p. 122).

Dios tiene algo que decir acerca de todas las verdades y declaraciones de vida que se encuentran en su Palabra. En la Biblia, Dios hace importantes declaraciones acerca de Dios y el hombre, del pecado y la salvación, de la persona y la obra de Jesucristo, de la persona y la obra del Espíritu Santo. También habla del cielo y del infierno, de la creación y la providencia, de los ángeles y los demonios, del pasado, presente y futuro, de la regeneración, elección, redención, salvación, arrepentimiento y fe, de la santificación, y una gran cantidad de otras doctrinas teológicas. Nuestros hijos deben conocer estas doctrinas, y es nuestro privilegio y responsabilidad como padres exponer estas doctrinas según nuestro entendimiento y su capacidad de recibirlas.

Sin embargo, en la Biblia Dios también da instrucción y principios para guiarnos en todas las áreas de la vida. En su Palabra, Dios nos da principios para ayudarnos a saber cómo relacionarnos con otras personas, cómo controlar y utilizar nuestras emociones, cómo utilizar nuestro tiempo y dinero, cómo enfrentar y resolver problemas. También nos ayuda a saber cómo tomar decisiones, cómo vencer a la ira pecaminosa y el resentimiento, cómo tener un buen matrimonio, cómo hacer amigos, y cómo responder cuando somos maltratados. Asimismo, nos provee las herramientas para saber cómo trabajar, cómo llegar a ser comunicadores eficaces, cómo vestirnos, cómo ser buenos padres, cómo establecer valores y normas correctas, cómo orar, cómo estudiar la Biblia y mucho más. La Biblia es el libro más práctico del mundo, y es nuestro privilegio y responsabilidad criar a nuestros hijos inculcando en sus mentes estas verdades.

Con esto no quiero decir que personalmente debamos dar toda la enseñanza. En verdad, podemos y debemos utilizar todos los recursos de la iglesia y aun recurrir a hermanos cristianos para que nos ayuden en esta tarea. Podemos y debemos poner en las manos de nuestros hijos buena literatura cristiana. Podemos enviar a nuestros hijos a una escuela cristiana donde la enseñanza bíblica sea diariamente impartida.

Pero aunque utilicemos todos estos recursos debemos comprender que, en última instancia, la responsabilidad de criar a nuestros hijos para que conozcan las Escrituras no es de la iglesia o la escuela. Es nuestra como padres y recae especialmente sobre el padre como cabeza del hogar.

Es por medio de las Escrituras que los hombres son hechos sabios para la salvación por medio de Jesucristo (2 Ti 3.15). «La fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios» (Ro 10.17). Es por medio de las Escrituras que los hombres son enseñados, reprendidos, corregidos, son instruidos en rectitud, son hechos maduros, y totalmente capacitados para toda buena obra (2 Ti 3.16, 17).

El medio que utiliza Dios para salvar a las personas y transformarlas a la semejanza de Jesucristo (madurar) es la amonestación e instrucción en la Palabra de Dios. Por lo tanto, si como padres honestamente deseamos criar a nuestros hijos, guiándolos hacia la madurez espiritual, debemos vigilar que la verdad de la Palabra de Dios sea inculcada en sus mentes. De ser posible, debemos procurar darles a nuestros hijos una buena educación académica, pero es más importante instruirlos en el consejo y amonestación de la Palabra de Dios. Debemos instruirlos por medio de la enseñanza formal e informal, por preceptos, principios, e ilustraciones, pero en especial por nuestro ejemplo práctico, consecuente, piadoso. Esta es la segunda parte de la estrategia de Dios en la crianza de los hijos. Si la ignoramos, le causaremos daño a nuestros hijos.



Tercera estrategia: En amonestación


Una tercera parte en la estrategia en la crianza de los hijos se encuentra en las palabras «en la amonestación del Señor». Contrariamente a lo que muchos piensan, mayormente para los que no tienen hijos propios o no se ocupan mucho de ellos, los niños no son angelitos. Como señalamos anteriormente, las Escrituras afirman que «el muchacho consentido avergonzará a su madre» (Pr 29.15). Esto ocurre porque «la necedad está ligada en el corazón del muchacho» (Pr 22.15). Son «por naturaleza, hijos de ira» (Ef 2.3). Se han apartado (de Dios y del camino de rectitud) «desde la matriz» (Sal 58.3; 51.5).

Los niños no hacen lo correcto por naturaleza, ni tampoco están impacientes por escoger lo bueno y santo. De hecho, es todo lo contrario. En consecuencia, Dios dice que necesitamos disciplinarlos para ayudarlos a escoger correctamente y para que aprendan a hacer lo bueno y vivir rectamente. La disciplina se refiere a la enseñanza obligada, o con estructura, o bien enseñanza que se grabe en sus mentes.

Dios dice: «Si quieren que sus hijos crezcan bien, tendrán que lograr que obedezcan. Habrá ocasiones cuando se opondrán a las cosas que son para su bien. En esos casos tendrán que utilizar la disciplina para motivarlos a hacer lo correcto».

Es importante notar que hay solo una clase de disciplina que debemos utilizar en la crianza de nuestros hijos. Debemos criarlos «en la disciplina del Señor». La disciplina del Señor es la que enseña la Biblia y una lectura cuidadosa del libro de Proverbios revela que está repleto de instrucciones prácticas sobre este asunto. De modo que la disciplina del Señor sería la que se manda en el libro de Proverbios. Ese gran libro no solo contiene algunas de las ideas del hombre acerca de la disciplina, sino la verdad de Dios en cuando a la verdadera disciplina.

Además, la disciplina del Señor se refiere a la clase de disciplina que Dios utiliza para con sus hijos. Hebreos 12 indica que Dios disciplina a todos los que en verdad son sus hijos por la fe en Jesucristo.

Si tenemos en cuenta estos dos pensamientos, llegamos a la conclusión que criar a nuestros hijos en la disciplina del Señor significa que les aplicamos la clase de disciplina que Dios aplica a los cristianos, o bien la que él manda en su Palabra.

Debido a la abundancia de material bíblico sobre el tema de la disciplina, no podemos tratarlo de manera exhaustiva en este artículo. A continuación damos una lista de algunos principios que creo están involucrados en el ejercicio de la disciplina según Dios.



  • Los límites para los hijos deben estar claramente establecidos (Pr 29.15; Ex 20.1–17).
  • Evite el peligro de reglas que no han sido anunciadas.
  • Asegúrese de que los hijos comprendan sus normas y reglamentos. Escriban las que sean permanentes y pídanle a los niños que expliquen cómo entienden estas normas.
  • No les den demasiados reglamentos (Ex 20.1–17; Mt 22.34–40).
  • Eviten dictar normas severas e inamovibles acerca de trivialidades.
  • No dicten normas que sus hijos no pueden cumplir.
  • Tengan cuidado de no estar constantemente moviendo los límites o de cambiar las normas y reglamentos. Si esto ocurre frecuentemente, su hijo se sentirá inseguro y comenzará a dudar de la validez de todos sus reglamentos. Dios es consecuente y nosotros también debemos serlo.
  • No formen el hábito de hacer reglamentos arbitrarios. En todo lo posible expliquen a sus hijos el motivo que les impulsa a imponer cada reglamento. (Por supuesto, que esto no se aplica a los niños muy pequeños). Dios no está obligado a dar razones por lo que él nos pide y, sin embargo, a menudo lo hace (ver Ef 6.1–2). No permitan que sus hijos discutan acerca de sus razones y les falten el respeto. Después de enunciar sus razones quizá ellos no estén de acuerdo, sin embargo, sabrán que ustedes no actúan arbitraria o caprichosamente.
  • Procuren establecer sus normas y reglamentos sobre principios bíblicos.
  • Recuerden que las normas y reglamentos son para el bien de sus hijos. Necesitan límites para darles seguridad, para ayudarles a aprender a distinguir entre lo bueno y lo malo. Jamás llegarán a ser personas disciplinadas, discípulos de Cristo, si no tienen estructuras en sus vidas.
  • No hagan reglamentos que no puedan imponer.
  • Toda vez que sea posible, díganles no solo lo que esperan de ellos sino demuéstrenselo.
  • Infundan la idea de que esperan una obediencia inmediata.
  • Cuando se violan las normas, administren el castigo necesario. Cuando los niños son pequeños, el principal modo de castigo (aunque no el único) será la vara literal (Pr 13.24; 22.15; 23.13, 14; 29.15). La vara es una forma misericordiosa de disciplina porque se administra rápidamente. La lección se aprende rápidamente, y de inmediato siguen los abrazos y los besos, y la reconciliación y restauración de las relaciones normales.

Hay, sin embargo, otras formas legítimas de disciplina. Dios no siempre nos castiga de la misma forma. Él acomoda el castigo a nuestra necesidad. El castigo debe administrarse con instrucción (Pr 29.15) y previo acuerdo de los padres. Los hijos deben saber que sus padres están de acuerdo. Si sienten que uno de los padres es «blando» y que el otro es «estricto» los resultados pueden ser desastrosos.

La disciplina debe administrarse en forma consecuente. Como padres no debemos castigar a los hijos por algo en una ocasión e ignorarlo cuando hacen lo mismo en otra circunstancia. La disciplina no producirá crecimiento ni corrección a menos que sea consecuente. Si una acción es considerada errónea una vez, lo será también, la segunda, la tercera y aun la décima vez, a no ser, por supuesto, que usted comprenda que su norma estaba equivocada.

El castigo debe administrarse con la suficiente fuerza como para desalentarlos a desobedecer nuevamente. La disciplina debe ser lo suficientemente severa como para recordarla pero no tanto como para dañar a los hijos (Pr 23.13–14).

La disciplina debe administrarse con un corazón de amor (Pr 13.24; 1 Co 16.14; Ap 3.19). A propósito, el amor y la ira no necesariamente son opuestos (ver Ef 4.26, 32). La ira pecaminosa, descontrolada y el amor en sí son incompatibles (Ef 4.31–32; 1 Co 13.4). Sin embargo, la ira controlada y el amor genuino pueden morar en el mismo corazón al mismo tiempo y estar dirigidos hacia la misma persona. Es legítimo enojarnos con nuestros hijos por desobediencia genuina. Al mismo tiempo, no debemos expresar ese enojo en maneras pecaminosas (con gritos, alaridos, con rencor, irritabilidad, etc.) sino siempre en forma cariñosa por el bien de nuestros hijos.

Recuerde lo que dice la Escritura: «El muchacho consentido avergonzará a su madre». Pero más que eso, el niño consentido, sin disciplina, no crecerá natural y automáticamente para llegar a ser como Jesucristo. «No, no, dice Dios». Para lograr eso debemos criar a los hijos en la disciplina del Señor.

Consulte los artículos de la serie:


  • Parte I: Pongámonos de acuerdo
  • Parte II: No es solo para uno, ¡es para los dos!
  • Parte III: Una tarea con una meta
  • Parte V: ¡Manos a la obra!

Tomado y adaptado del libro Fortaleciendo el matrimonio, Wayne Mack, Ediciones Hebrón – Desarrollo Cristiano.