Judá le habló claro. “No puedes continuar demorando y negando la situación. Yo me responsabilizaré por la vida de Benjamín. Si algo le sucede a él, cargaré con las consecuencias el resto de mi vida. Vamos, papá, coopera. Si no nos hubiéramos demorado tanto, ya habríamos vuelto dos veces con comida.”
Judá se ofreció a tomar la culpa, pues responsabilizar a los demás es un ejercicio infructuoso. Gritarle a la oscuridad no hace que esta se convierta en luz. Pero nos gusta culpar a otros. “Papá”, dijo Judá, “si quieres culpar a alguien, échame la culpa a mí. Pero deja ir a Benjamín. ¡Hombre, aquí nos estamos muriendo de hambre!”
El viejo Jacob accedió de muy mala gana. Reaccionó con lo que yo llamaría tolerancia y dudas. Primero se negó y le dio largas al asunto. Después vinieron la culpa y la falta de sinceridad. Y ahora, por último, la tolerancia y las dudas. ¡El hombre era un hueso duro de roer!
Quizás su respuesta fue más o menos así: “Bueno, está bien. Si tienen que hacerlo, entonces este es el procedimiento que quiero que sigan.” ¿Ve su actitud? Y luego vuelve a otra vieja costumbre. Les ordena que lleven regalos, cosas que se producían en Canaán. Si Jacob hubiera vivido en los tiempos de Salomón, hubiera podido reivindicar para sí Proverbios 21:14 que dice: “El regalo en secreto calma la ira; y el obsequio a escondidas, el fuerte furor.”
Años antes, él había hecho lo mismo con su hermano, Esaú, y le había funcionado, y era posible que funcionara también ahora con el primer ministro de Egipto.
Jacob era capaz de maquinar toda clase de planes, pero todavía se negaba a ver la mano de Dios actuando. No fue capaz de decir: “Oigan, muchachos, no sabemos lo que significa todo esto, pero lo que sí sabemos es que estamos desconcertados y que necesitamos de la ayuda de Dios. Confiemos en que Él nos protegerá y nos hará entender esto. Pidámosle dirección en cuanto a qué debemos hacer.”
Padres, este el momento apropiado para instarlos a reunirse con sus hijos para orar. “Oigan, chicos, vamos a orar por esto antes de que nos levantemos de la mesa.” O, “Vamos a dedicar un tiempo este sábado en la mañana para pedirle a Dios que nos dé su dirección en esta situación, porque no sabemos qué hacer.” Quizá un hijo o una hija suya están a punto de convertirse en unos rebeldes. Escúchelos. Escúchelos por más tiempo del que acostumbra. Haga el mayor esfuerzo por no interrumpir. Reconozca cuando no tiene la seguridad de cómo debe responder. Después de esto, siéntense y oren juntos, pidiendo la dirección de Dios.
Tomado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmundohispano.org). Copyright © 2016 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.