¿Dónde están los líderes?
por Diana González
No pasa semana sin que alguien me pregunte si conozco a un buen pastor que pueda recomendarle. Gracias a Dios hay buenos pastores, pero son pocos en comparación con la necesidad existente. ¿Por qué? ¿Acaso Dios ha fallado en formar hombres fieles? ¿Hemos descuidado la tarea?
Necesitamos plantearnos seriamente esta pregunta. Es notable que buscamos y formamos a personas para casi todos los ministerios de la iglesia, excepto el pastoral. Cuando necesitamos más maestros de Escuela Dominical, oramos por ellos, los reclutamos y les damos cursos para llenar la necesidad. Si necesitamos a alguien para «hacer música», salimos a buscar a una persona que tenga talentos naturales y comenzamos a enseñarle «nuestra música».
Sin embargo, cuando se trata de las responsabilidades más altas de la iglesia, espiritualizamos el asunto y esperamos que Dios llame, prepare y «nos envíe» a sus siervos. Lamentablemente, en numerosas ocasiones los que «sienten el llamado» son personas con problemas, que idealizan el ministerio y, en más de un caso, buscan escapar del arduo trajín con el que hay que ganarse el pan. Otras veces son emocionalmente inmaduros, espiritualmente místicos y humanamente poco preparados para estar al frente de otros. Estas personas piden a sus ancianos la oportunidad de estudiar y prepararse para el ministerio. Entonces, la iglesia los recomienda y marchan al seminario. Al cabo de varios años, supuestamente están ya formados y son destinados. Pronto la iglesia descubre que el ministro necesita ser ministrado, y eleva una queja al seminario diciendo que no lo preparó adecuadamente. A lo cual, el seminario responde que no ha podido hacer más, debido a la calidad de persona que enviaron o al poco apoyo que le fue brindado. Sin embargo, no siempre fue así; ni antes de Jesús, ni con Él, ni en el inicio de la Iglesia. Jesús escogió a los hombres que Él quiso formar. A quienes querían seguirlo generalmente los mandó de regreso a casa. Antes de escoger a sus discípulos pasó la noche orando. Samuel escogió a Saúl y a David; Elías a Eliseo. Ni Saúl, ni David, ni Eliseo fueron en busca del «llamado», sino que Dios los escogió y obró a través de agentes humanos para llamarlos y prepararIos.
En el Nuevo Testamento Dios llamó a Pablo directamente; sin embargo, él era un líder ya formado. Entonces, Bernabé encaminó a Pablo. Éste, a su vez, llamó a Timoteo y a otros, en quienes vio potencial para el futuro. Instruyó a Timoteo en cuanto a que debía escoger «hombres fieles e idóneos que puedan enseñar también a otros» (2 Ti. 2:2). Nosotros buscamos hombres dispuestos, pero el pasaje sigue hablando de hombres fieles e idóneos, y entre estos dos conceptos hay una gran diferencia.
¿No deben las ovejas reproducir ovejas y los pastores, pastores? Decimos que sí; sin embargo, en la práctica, rara vez lo hacemos. Los pastores están demasiado ocupados con las ovejas o reproduciendo ovejas como para dedicarse a reproducir lo suyo propio.
La mayoría de los que sienten «el llamado» al ministerio son jóvenes, a pesar de que en las Escrituras muchos no lo eran. A través de la historia los jóvenes han cumplido una parte importante en la iglesia. Muchos de los grandes líderes comenzaron allí: Samuel, David, Timoteo, Billy Graham. Sin embargo, se requiere cierta madurez y experiencia para el pastorado y el liderazgo responsable. Por alguna razón, la ley de Moisés no permitía que alguien antes de los treinta años cumpliera el rol sacerdotal. Podía ayudar, pero no presidir. Jesús, el hombre perfecto, recién con treinta años de edad comenzó su ministerio. Pablo llama a Timoteo a establecer ancianos en la enseñanza y el gobierno de la iglesia.
La verdad es que hay pocos hombres menores de treinta años que tengan el mínimo requerido de experiencia y madurez para ocuparse de una obra tan complicada y delicada como la de apacentar personas. La experiencia y la madurez requieren tiempo; los jóvenes pueden y tienen que servir al Señor, pero deben estar ocupando lugares bajo la dirección de otros que, con más experiencia, puedan formarlos.
Por otra parte, la iglesia necesita hacer cambios en su valoración de la obra pastoral, dando la debida importancia a la inversión que significan la preparación y el sostén de buenos obreros. Muchos en las iglesias se quejan del bajo nivel de liderazgo; sin embargo, no destinan ni un centavo a cambiar la realidad, por lo cual reciben lo que merecen. Si bien es mucho más «barato» sostener la vida de un soltero de dieciocho o veinte años, el riesgo de que la inversión no sea productiva es mayor. ¡Qué diferente resulta invertir en un hombre que tiene un hogar bien constituido y que ha demostrado fidelidad y confiabilidad en la obra! Ese hombre no es llevado por impulsos ni se desanima ante cualquier problemita. Claro, es más caro sostenerlo y prepararlo, sus exigencias son mayores por tener familia, pero cuán sabio es tomarlo en cuenta. Ciertamente, las probabilidades de éxito son mucho más altas.
¡Roguemos al Señor de la mies que envíe obreros! y ¡hagamos nuestra parte!
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