Dragones que bendicen

por Marshall Shelley

Pídale a un amigo que le señale sus errores, o mejor aún, reciba
a un enemigo que lo observe con una mirada penetrante y lo
irrite ferozmente. ¡Qué bendición resulta para el hombre sabio
una crítica irritante, pero qué molestia tan intolerable resulta
para un insensato!
Charles Spurgeon

A nadie le gusta la crítica, sobre todo si proviene de los dragones. Sus «observaciones constructivas» a menudo nos impactan como una bola de demolición; tal vez rinda su beneficio a largo plazo, pero el efecto inmediato implica ruido, escombros, y un gran hueco en nuestra autoestima.

Sin embargo, incluso los dragones, a veces, pueden estar en lo cierto, y casi todos los pastores quieren aprovechar la crítica si es válida. Como enseña Proverbios 17.10: «Es más efectivo un solo regaño al que tiene entendimiento que cien latigazos en la espalda del necio».

El problema está en decidir cuáles críticas son válidas y cuáles son injustificadas. Para eso necesitamos una piel resistente y un corazón sensible; y algún criterio específico no estaría de más. En este artículo observaremos algunas pruebas que varios pastores han identificado para lograr distinguir los ataques justos de los injustos.

Considere la fuente

La primera prueba es la motivación de los críticos. ¿Realmente los mueven sanas intenciones? ¿Están comprometidos con el ministerio? ¿Quieren lo mejor para la iglesia? ¿Son personas íntegras? ¿Pueden entender el problema y aceptar su parte de responsabilidad o culpa?

Salmos 141.5 expresa: «¡Deja que los justos me golpeen! ¡Será un acto de bondad! Si me corrigen, es un remedio calmante; no permitas que lo rechace». Los justos, los íntegros, que son espiritualmente maduros, deben tomarse con más seriedad que los dragones impulsivos.

El número de personas que realiza la misma crítica también es revelador. Los dragones de la iglesia afirman con frecuencia: «No soy solo yo, un montón de gente también se siente de esta manera». A menos que esa otra gente dé un paso al frente, podemos darnos el lujo de ser escépticos. Los pastores podemos aplicar 1 Timoteo 5.19, incluso cuando los cargos van en nuestra contra: «No escuches ninguna acusación contra un anciano, a menos que haya dos o tres testigos que la confirmen».

Los disparos aislados deben ignorarse, pero cuando provienen de varias direcciones, es tiempo de prestar atención. Como alguien señaló una vez: «Si uno te llama burro, ignóralo. Si dos te llaman burro, comprueba si has dejado huellas de pezuñas. Si tres te llaman burro, consigue una silla de montar».

Considere el espíritu con el que se ofrece la crítica

Es importante evaluar el clima emocional. ¿Esta crítica particular proviene de una reflexión racional o del fervor emocional; de semanas de observación o de horas de disgusto? La crítica justa, como el fertilizante, debe aplicarse con la suficiente suavidad como para nutrir el crecimiento de una persona sin destruir las raíces.

A veces la crítica es la única manera que una persona conoce para iniciar una conversación. Es una forma de llamar la atención antes de abordar el tema que realmente quiere debatir. Sin embargo, si una persona se toma el tiempo para hablar en privado, en persona, si nos muestra su amor y lealtad antes de ofrecernos su crítica, y se le ve dispuesta a ayudar con un aporte a la solución, la probabilidad de que su crítica sea justa es muy alta. Por lo menos, lo ha pensado y se ha comprometido a resolver el problema.

James D. Glasse describió la diferencia de esta manera: «Prefiero estar en desacuerdo con alguien que me entiende que estar de acuerdo con alguien que no me entiende». Es más probable que recibamos críticas injustas por teléfono, al pasar por el pasillo del santuario después del culto, o indirectamente a través de una tercera persona que murmura: «La señora Cáceres está molesta con los nuevos himnos que cantamos últimamente».

Otro factor por determinar es si la persona genuinamente quiere ayudar o simplemente le gusta quejarse. Un diácono en cierta iglesia acostumbra llamar al pastor cada domingo por la tarde y «evaluar» el culto de la mañana. «Le expliqué que el domingo por la tarde era un mal momento para mí —recuerda el pastor— que me sentía exhausto por la predicación y que tenía que prepararme para el culto de la tarde, y que si realmente quería ayudar, debería venir a verme durante la semana». Los llamados del domingo por la tarde continuaron. «No tomo en serio ese tipo de críticas —confiesa el pastor—. Ahora leo el periódico mientras me habla por teléfono».

Considere que un enojo desenfrenado es una señal de que algo más existe allí

A veces, un dragón está tan enojado que nos paraliza su explosión. «Si hubiera atacado a su esposa delante de la congregación, podría esperar un enojo semejante —afirma un pastor que todavía sigue perplejo—. Pero todo lo que dije fue…». La reacción natural es tratar, a toda costa, de pacificar al acusador que se encuentra enfadado. El silencio, sin embargo, suele ser la mejor defensa.

Si la ira no corresponde al tipo de cuestiones planteadas, es probable que el verdadero problema no haya surgido aún. Lo único que conviene es escuchar a la persona por completo. A veces, la catarsis exponen los temas que han permanecido ocultos.

«Fue uno de esos raros momentos profesionales— sostiene un rector episcopal—. Ni reaccioné ni me enojé. Solo lo escuché mientras habló durante veinte minutos; su voz era fuerte y estridente. Su lista de agravios parecía no tener fin: esto estaba mal con el programa de educación cristiana, lo otro estaba mal con el mantenimiento. Me tenía en el centro de todas las acusaciones. De pronto, casi en medio de una frase, soltó: “ella dice que solo me interesa el sexo”. Durante la siguiente hora, hablamos de su matrimonio. Las “cuestiones” anteriores desaparecieron de la charla».

Si los problemas de fondo no emergen, es el momento de utilizar a los ancianos de confianza o a otros líderes para que ayuden al dragón a expresar sus sentimientos. Es probable que tengamos que entrenarlos sobre cómo abordar al dragón. Por ejemplo, veamos una táctica que puede intentar el mediador: «Hank, somos amigos desde hace mucho tiempo. Me preocupo por ti, y lamento que estés tan enojado. Todos saben que nuestro pastor no es perfecto, pero tu ira no corresponde con la situación. ¿Existe algo más aparte de lo que has manifestado?»

Problemas en el trabajo, heridas emocionales, problemas financieros, o una pérdida reciente pueden producir un enojo sin resolver que el dragón no sabe cómo enfrentar; son emociones que ni siquiera es capaz de admitirse a sí mismo. Por lo tanto, se descarga con el pastor porque los pastores no suelen defenderse. Ayudar al dragón a darse cuenta de que existe algo además de la cuestión superficial ofrecerá la oportunidad de crecimiento.

Otro enfoque sería preguntarle a la persona enfurecida: «Examinemos esta cuestión durante un minuto y veamos cuáles son las consecuencias probables. ¿Qué es lo peor que la posición del pastor podría provocar? ¿El resto de la iglesia permitiría que eso suceda?» Expresar en palabras la cadena probable de acontecimientos de una forma pacífica a veces lleva al dragón a darse cuenta de que la eternidad no se encuentra en juego.

Si la crítica pasa las pruebas espirituales y del origen de la misma, entonces considerémosla en oración. En 2 Reyes 19, Ezequías nos ofrece un buen modelo. Cuando Jerusalén fue sitiada por las huestes asirias, Senaquerib, un dragón no tan bien intencionado, le envió una carta crítica y burlona al rey de Judá. Ezequías tomó la carta; la leyó, se acercó al templo, «y la presentó delante del Señor».

Cuando nos enfrentamos a las críticas de un dragón, también debemos presentarlas delante del Señor, pidiéndole que nos muestre cuánto de verdad contiene. Si son válidas, el Señor nos ayudará a sacarles provecho. Si son injustificadas, podemos afirmar: «Los insultos que han caído sobre mí, Señor, han caído sobre ti».

Considere las críticas concretas con más seriedad

Las quejas que son vagas y generales, tales como «no me están nutriendo» o «no estoy creciendo», suelen hablar más acerca de los quejumbrosos que de la iglesia. De hecho, pueden estar muy bien nutridos pero sin nada de ejercicio. Los que verdaderamente necesitan menos leche y más carne probablemente serán capaces de ser más específicos en sus peticiones y ofrecer sus propias ideas útiles.

Del mismo modo, si la gente critica aquello que no nos es posible cambiar (nuestra edad, por ejemplo), o asuntos que sabían y aceptaron cuando fuimos llamados (el estilo de predicación), las críticas son probablemente injustas. «Algunas personas demandan “mensajes evangelísticos”, pero lo que realmente pretenden decir es que esperan una invitación después de cada sermón» —comenta un pastor—. Otros quieren oír ciertas palabras conocidas en cada sermón o esperan un estilo en particular.

Por otro lado, aceptemos las críticas de los sermones con seriedad. Si la gente se queja sobre el lenguaje teológico, palabras complejas, o la extensión de los sermones, resulta obvio que le urge encontrar la manera más acertada de transmitir el contendio de los sermones; el propósito de un sermón es exponer la Palabra de Dios en un lenguaje que la gente alcance entender.

Un predicador fue criticado por su mala gramática por un exprofesor de español. Después de su tercera corrección, en lugar de reaccionar defensivamente, el pastor admitió que su formación adacémica había resultado débil en esa área y le preguntó dónde podía inscribirse para asistir a una clase nocturna. Estudió durante un cuatrimestre, y a pesar de sus errores gramaticales posteriores, el exprofesor se convirtió en uno de sus más firmes partidarios.

Considere la crítica con calma

Un pastor veterano usa una respuesta estándar para cada crítica: «Puede que tengas razón».

«Al afirmar esto, no recozco nada —explica—. Me da tiempo para reflexionar sobre ello, le demuestra al crítico que tomo en serio su observación, pero no me compromete a dar una respuesta en particular».

Otros pastores responden: «Hablemos de eso esta semana. ¿Me llamas por teléfono?» lo que genera que el crítico deba tomar la iniciativa y muestra qué tanto sufre el problema. Como la mayoría de los pastores recibe la mayor parte de la crítica el domingo, cuando están cansados y emocionalmente agotados, esta acción de postergar afrontar la crítica es muy útil.

«Nunca debemos lidiar con las crítica el mismo día que la recibimos —subraya el pastor veterano—. En especial si se ventila un domingo, por lo general no soy capaz de abordar el tema hasta el martes. Psicológica y físicamente, estoy agotado, acabo de gastar demasiada adrenalina».

Considere las críticas corporativamente

Amigos objetivos, el cónyuge o algún miembro del consejo pueden proporcionarnos una perspectiva útil. A veces veremos en ciertos comentarios críticas que no existen. «Una persona me mencionó: «Pasas mucho tiempo contando historias en los sermones» —comentó un—. No tuve tiempo de pedirle que me explicara a qué se refería, pero pensé que quiso decir que era simplista. Posteriormente, el maestro de escuela dominical de esta persona me comentó que le había comentado que por fin había encontrado una iglesia donde podía entender el sermón. Lo que yo había interpretado como una crítica en realidad era un cumplido».

Las críticas más serias deberían evaluarse con el consejo de la iglesia en su conjunto. Hablar de un dragón en el consejo, donde se puede discutir la cuestión y decidir colectivamente, no es pasar la pelota. Es buscar ayuda para evaluar la validez de las críticas recurrentes. Y, además, tienen que sancionar cualquier reacción que adopte el pastor.

A menudo, algunas personas concurren a una conferencia o escuchan a un orador en particular, y regresan convencidos de que la iglesia debería adaptarse a esa gran idea en su ministerio. No toman en cuenta cómo afectaría al programa de la iglesia o dónde debería encajar en la lista de prioridades. Estas cuestiones debe decidirlas el consejo; aquellos que están designados para darle dirección a la iglesia.

Por último, complete nuestra consideración

No podemos dejar críticas sin resolverlas indefinidamente. Por lo menos, mentalmente, es mejor decidir en pocos días si esa crítica merece resolverse o debemos olvidarla. Permanecer preocupado semana tras semana es la peor opción.

«Tengo un don espiritual maravilloso, el don de la amnesia —comenta un pastor—. Cuando vine a esta iglesia, le pedí al Señor dos capacidades: recordar nombres y biografías y olvidar situaciones desafortunadas. Me ocupo de olvidar los asuntos que he oído y con los que no puedo hacer nada al respecto, y el Señor ha honrado mi esfuerzo. Es algo maravilloso, realmente maravilloso. No es negación o un truco psicológico; simplemente es procesar la crítica y dejar de lado aquello que no soy capaz de lograr».

Muchos críticos son solo dragones de tiempo parcial. Pelean con poca frecuencia. Pueden resultar heridos, enfermarse, vivir emocionalmente atados a un asunto en particular, o quedar temporalmente desincronizados. El don de la amnesia me resulta más útil con ellos.

«La clave para un ministerio de discipulado y reconciliación es ver que la gente cambia — afirma el pastor anterior—. No debemos detenernos en lo que fueron, sino en lo que se están convirtiendo y en lo que pueden llegar a ser. Los pastores que conozco que sufren los mayores problemas son los que no consiguen dejar de lado las heridas del pasado. Transforman a los dragones de tiempo parcial en monstruos de tiempo completo».

La crítica no debe ignorarse, pero tampoco debemos permitir que marque la dirección de la iglesia. Todo pastor transita esa delicada línea entre dirigir a la congregación y dejarse dirigir por ella. A medida que miden la crítica, la mayoría de los pastores se preguntan de vez en cuando, ¿me siguen o persiguen?

La revista Leadership publicó una frase que muchas veces describe la situación del pastor: «Ahí va mi pueblo. Debo apresurarme. Yo soy su líder». Esta tensión no es del todo mala. Un líder que no toma las sugerencias de la gente se constituye en dictador; un líder que trata de satisfacer a todos los críticos no obtiene ni respeto ni eficacia. Ambos extremos sabotean el ministerio pastoral. El pastor no es un dictador que con arrogancia se siente por encima de la crítica, pero tampoco es un vertedero de basura que acepta con pasividad el abuso de los disconformes.

«Siempre he sentido que la autoridad bíblica del pastor es tan elevada que a veces da miedo —reconoce un experimentado pastor—. Pero el oficio pastoral funciona solo por gracia ya que es honrado y reconocido por el pueblo». De esta manera, el pastor se parece más a un presidente que a un dictador, que lidera, pero solo con el consentimiento de aquellos que se dejan liderar por él.

La autoridad de un pastor exige dos ingredientes: el llamado de Dios y el respeto del cuerpo por su liderazgo. La pérdida de cualquiera de estos dos lados de la ecuación le dará fin al ministerio eficaz. La sensibilidad a la crítica válida y la capacidad de obviar los comentarios injustos no servirán de nada si no tenemos el llamado divino, pero es probable que necesitemos recorrer un largo camino para producir el respeto requerido dentro del cuerpo.

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