El amor es vida
por José Belaunde M.
El amor, es decir, la capacidad que una persona tiene de dar y recibir amor se desarrolla recibiendo y dando amor desde su nacimiento e infancia. De todas las facultades que Dios ha puesto en nosotros la más maravillosa es el amor. «Dios es amor», dicen las Escrituras (1 Jn 4.8). El amor es, por así decirlo, la materia prima de la que Dios está hecho.
Si a alguien mientras duerme le hicieran cirugía plástica y le cambiaran los rasgos de su cara, la forma de su nariz, de su boca, el color de su piel, y luego se levantara y se mirara en el espejo, se asustaría increíblemente y gritaría: ¡Hey! ¡Ese no soy yo! No se reconocería porque se identifica a sí mismo con su cara, con su cuerpo. Pero nosotros no somos nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo es sólo el vestido de nuestro verdadero yo, una casa temporal en la cual habitamos durante un tiempo. Cuando muere el cuerpo seguimos viviendo, porque nuestro verdadero yo es inmortal.
Decimos que una persona muere cuando el cuerpo que le servía de instrumento para actuar en el mundo físico, deja de funcionar. Es como el buzo que desciende al fondo del océano en una escafandra. Sin la escafandra el peso del agua lo aplastaría , no podría respirar, moriría. Pero él no es la escafandra, él está dentro de la escafandra y al volver a la superficie se la quita. Así nosotros estamos en nuestro cuerpo, pero no somos nuestro cuerpo. Y un día nos lo quitamos.
Cuando nuestro cuerpo empieza a envejecer, cuando pierde su agilidad, su belleza, su fuerza y nuestro cerebro ya no funciona con la misma agilidad de antes, nos entristecemos y decimos que estamos envejeciendo. Pero nosotros no envejecemos, sólo nuestro vestido corporal envejece.
En la primera epístola a los Tesalonicenses Pablo escribe: «Todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo…» (1 Ts 5.23). Somos espíritu, tenemos un alma y vivimos en un cuerpo. Nuestro espíritu es la esencia, el núcleo de nuestro yo. Es aquella parte de nuestro ser que puede estar en contacto íntimo con Dios (1).
En nuestra alma residen las facultades que Dios nos ha dado: mente, inteligencia, memoria, emociones, sentimientos, imaginación, voluntad, etc. Nuestra alma contiene todo un tesoro de facultades y posibilidades inimaginables para la mayoría de la gente, generalmente porque las ignoran, no afloran a su conciencia, no han tenido oportunidad de desarrollarlas o las han reprimido desde temprana edad.
Muchas personas al mirarse en el espejo se sienten descontentas con lo que ven. Se consideran feas, o poco inteligentes, o torpes, o antipáticas. Desde la infancia han tenido experiencias tristes y humillantes y se han endurecido; les han quitado toda esperanza, amor propio y toda estima por los demás.
Pero nosotros hemos sido creados a la imagen y semejanza de Dios. Dios es espíritu y nosotros somos un espíritu, al que Dios ha dado un alma y ha vestido con un cuerpo. Nos ha creado tripartitos a su imagen y semejanza. Ha impreso su estampa en nosotros. Somos un reflejo de lo que Él es. En nuestro ser primigenio somos bellos y perfectos como Él lo es.
¿Por qué entonces nos vemos tan alejados de la perfección que es Dios, tan limitados, tan indignos? A causa del pecado. El pecado ha deformado la imagen y semejanza de Dios en nosotros, la ha oscurecido y ocultado.
¿Qué pecado? En primer lugar el pecado de nuestros primeros padres que corrompió nuestra naturaleza y entregó a la raza humana al dominio de las fuerzas oscuras (Gn 3). Ese pecado es el origen de todos los pecados subsiguientes, comenzando por el asesinato de Abel por Caín (Gn 4.18). En segundo lugar nuestros pecados, que cada uno sabe cuál es. Pero también el pecado de las personas con las que hemos vivido y que ha afectado nuestra vida, así como nuestro pecado afecta la vida de los demás.
De todas las facultades que Dios ha puesto en nosotros la más maravillosa es el amor. «Dios es amor», dicen las Escrituras (1 Jn 4.8). El amor es, por así decirlo, la materia prima de la que Dios está hecho. Así como podemos decir que la materia prima de un vaso es el vidrio, y la de una mesa es la madera, la materia prima de Dios es el amor.
Y así como el agua todo lo moja con tan sólo tocarlo porque es agua, Dios ama necesariamente todo lo que ha creado porque es amor. Para Él es imposible dejar de amar porque su naturaleza lo impele a ello (2).
Y como Él es amor, ha derramado su amor a su alrededor, en toda la creación. Ha vertido su amor en nosotros y nos ha dado la capacidad de amar. Amamos aun sin querer porque hemos sido hechos a su imagen y semejanza. Pero con frecuencia esa capacidad de amar está frustrada en muchas personas porque en lugar de recibir amor en su infancia, cuando más lo necesitaban, recibieron desamor y maltratos.
Si se golpea repetidas veces y con fuerza el brazo de un pequeño, quedará deformado, no crecerá bien ni tendrá vigor. De igual manera si la capacidad de recibir y dar amor de una criatura es golpeada o herida cuando más necesita ser amada, su capacidad de amar no se desarrollará, sino quedará lisiada, maltrecha.
El amor, es decir, la capacidad que una persona tiene de dar y recibir amor se desarrolla recibiendo y dando amor desde su nacimiento e infancia. El amor se aprende en la cuna. El recién nacido tiene tanta necesidad de ser amado como de ser amamantado. En verdad, Dios, que es tan sabio, hizo que el hombre al nacer recibiera el alimento del pecho de su madre para que junto con la leche recibiera amor. Además, inventó esta manera de nutrir para que, dependiendo de su madre, la criatura viviera en comunión con ella. Sólo una mujer sin corazón no ama al niño que amamanta. Lamentablemente algunos nunca fueron amamantados o cuando los destetaron ya no recibieron más amor, sino sólo indiferencia.
Es cierto también que la lactancia materna no es la única manera como el niño puede recibir amor. Hay muchas otras que forman parte de la vida diaria; por ejemplo, jugar con ellos, acariciarlos, cuidarlos, etc. Todas esas son expresiones de amor importantes para el niño pequeño porque tiene necesidad de amor, de ser amado y de amar. El niño bebe el amor como la leche del pecho y ama espontáneamente. Pero si en lugar de amarlo, lo maltratan con desamor, dureza, crueldad, o indiferencia, su capacidad de amar se malogra, se marchita, queda como inválido. En consecuencia el niño se torna triste, hosco, desconfiado, temeroso. ¡Con cuántas caras se cruza uno que llevan la marca de no haber sido amadas en la infancia!
El amor es vida para el ser humano, como el agua para las plantas. Si vierte agua a una planta reseca, verá como reverdece. Igual pasa con el hombre, sin amor su vida caduca, perece, se seca. Pero si damos un poco de amor a un ser sin esperanza, verá como le vuelven a brillar los ojos.
Todos los seres humanos buscamos amor. Aun los seres más golpeados por la vida, los más desilusionados, como los niños abandonados, se unen a pandillas, se rodean de amigos de la calle para ayudarse y protegerse mutuamente. La amistad es una forma de amor. No obstante, como la capacidad de amar de estos niños ha sido golpeada cuando eran pequeños, su amor es a veces cruel.
Cuando crece, el joven busca también amor. Lo busca ya no sólo en su padres y en sus amigos sino también en una pareja.
Pero, si un muchacho por ejemplo, ha sido criado por una extraña, o quizá una pariente para quien era una carga o lo maltrataba, es posible que no tenga una buena imagen de la mujer. La mujer con la que tratamos en la primera infancia es la que determina la imagen que más tarde tendremos del resto de las mujeres. Por esa razón es que muchas personas tratan muy mal a las mujeres y a las personas en general.
Sin embargo, Jesús es nos enseña cómo tratar a las personas sin tomar cuenta sus trasfondos. Jesús, por ejemplo, no despreció ni condenó a las prostitutas. Al contrario se acercó y se compadeció de ellas. No tuvo vergüenza de hacerlo, a pesar de las murmuraciones. Se acercó a ellas para escucharlas, hablarles, perdonarlas, transformarlas.
Es un hecho notable que, con excepción de su madre y de Marta, todas las mujeres a las que los Evangelios dedican cierto espacio hayan sido mujeres de mala vida, por ejemplo, Magdalena o la samaritana. Además, es muy singular que las palabras mas tiernas que Jesús dijera de una mujer fueran para una pecadora Lucas (7.4448), la mujer que derramó el perfume de nardo en sus pies.
Más sorprendente es aun que Jesús asumiera la defensa de una pecadora a quien sus indignados acusadores querían apedrear. En Juan leemos que un día le trajeron a Jesús a una mujer sorprendida con un hombre en adulterio. Los que la arrastraban le preguntaron: «La Ley manda apedrear a estas mujeres. Tú ¿qué dices?» (3). Jesús esperó un rato mirando al suelo y después levantó los ojos como si les dijera: Ustedes la acusan, pero son tan pecadores como ella. Entonces les dijo: «El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.» Pero no había entre ellos uno solo que fuera inocente, y por eso, avergonzados, se fueron retirando uno a uno.
Jesús preguntó a la mujer: «¿Donde están los que te acusaban? Todos se han ido. ¿Ninguno te condena? Ninguno Señor entonces, yo tampoco te condeno. Vete y no peques más» (Jn 8.111).
Jesús no la condenó ni le reprochó nada a pesar de lo que ella había sido. La perdona porque está arrepentida. Ella sin duda fue tocada por la compasión que emanaba de Él, por la actitud de Jesús. Ese hombre, que era un rabino, un maestro de la ley, no la juzgó, no la condenó, sino la trató con benevolencia. Algo en el interior de la mujer respondió al amor sobrenatural que la mirada de Jesús reflejaba y la cambió totalmente..
Pero ¿que habría sido si Jesús le hubiera echado en cara su conducta, si la hubiera condenado? Seguramente se habría sentido herida y endurecida, se habría mostrado altanera y despectiva. La severidad puede ser a veces necesaria, pero el amor que todo lo cree, que todo lo espera, que todo lo soporta (1 Co 13.7), obra maravillas en las almas. Puede también hacerlo en la tuya. Nunca lo olvides. Si tienes sed de amor recuerda que, por encima de los imperfectos amores humanos, hay un ser infinitamente grande y bueno que te ama con un amor perfecto y que dio su vida por ti. Acércate a Él. Está esperando que lo busques para mostrarte todo el tesoro de amor que guarda para ti; para perdonarte, si tienes mucho de qué acusarte; para consolarte, si tienes mucho que lamentar.
Notas
(1) Si nuestra parte espiritual, es decir nuestra alma y nuestro espíritu, se mantiene activa hasta la edad más avanzada, comunicarán su vigor al cuerpo.(2) Dios ama incluso a los condenados y ese amor al que voluntariamente renunciaron y ahora extrañan, es el que enciende las llamas del infierno.(3) Es curioso que no lo trajeran también a él quien era igualmente culpable, y según la ley, debía ser apedreado junto con ella.
Acerca del autor:José Belaunde nació en los Estados Unidos pero creció y se educó en el Perú donde ha vivido prácticamente toda su vida. Participa activamente en programas evangelísticos radiales, es maestro de cursos bíblicos es su iglesia en Perú y escribe en un semanario local abordando temas societarios desde un punto de vista cristiano. Desde 1999 publica el boletín semanal «La Vida y la Palabra», el cual es distribuido a miles de personas de forma gratuita en las iglesias de su país. Si desea recibir estos artículos por correo electrónico solicítelos a: jbelaun@lavidaylapalabra.com o a jbelaun@terra.com.pe. Página web: www.lavidaylapalabra.com