El amor todo lo cree
por Miguel Angel de Marco
Si nos esforzamos a creer lealmente cuando alguien abre su corazón, esa actitud tenderá lazos entre nosotros. Y no serán como los lazos que traban los pies sino lazos del corazón, amistad leal entre dos vidas. Entonces construiremos en nosotros un carácter más honesto y comprometeremos al prójimo a ser más veraz…
Hace algún tiempo escribí sobre la firmeza de la palabra personal y la reiterada costumbre -mala costumbre- de buscar «muletas» para tornar creíbles nuestras afirmaciones, En aquel entonces quedó pendiente -aunque no lo dijéramos- el otro lado de la moneda. Me pareció prudente esperar un tiempo antes de hacer mención a este otro aspecto, ya que de haberlo hecho junto a aquel nos hubiera privado, tal vez, de centralizar nuestra atención debidamente. «Más vale pájaro en mano que cien volando», dice el refrán.
Esa otra faceta de la medalla es la de «la mala correspondencia» a lo escuchado, la mala disposición a creer lo que alguien expresa desde su corazón. No solo la reiterada falla de veracidad, la exageración y el apresuramiento en «pasar información» no corroborada es dañino, sino también lo es el no amar al prójimo creyéndole, el no darle oportunidad para expresar la verdad.
Dios ha estructurado las relaciones entre sus hijos de tal forma que la credibilidad es parte esencial de esas interrelaciones. Y esa credibilidad se construye, por un lado, diciendo la verdad, pero por otro, por la lealtad en creer lo que el hermano dijo. ¡Qué tremenda frustración interior se experimenta cuando al tiempo comprobamos que no se nos creyó lo que sinceramente habíamos expresado! Ni qué hablar cuando nos enteramos que, lejos de creernos, peor aun, se torcieron nuestras palabras para hacernos decir cosas que jamás habíamos pensado. ¡Cuántas veces el legalismo semántico acusó insensiblemente a quien sólo usó mal un término!
«El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo», solemos decir para justificar la desconfianza. Cierto es que debemos ser astutos y precavidos con el mal y la carnalidad ajena. Muchas veces debemos usar esa astucia para evitar el ser usados en dimes y diretes que obedecen a maquinaciones no santas, pero también corremos el riesgo que de tanto desconfiar lleguemos a formar en nosotros un carácter desconfiado. Si nos ejercitamos en buscar el doble sentido o la motivación escondida en las palabras de nuestros interlocutores, al tiempo estaremos haciendo lo mismo con todos.
La ingenuidad ha llevado a muchos a la muerte, pero la deslealtad y la desconfianza han terminado entronando la muerte en la misma vida de quien no desarrollo un espíritu amoroso que, santamente, «todo lo cree».
«Muy bien, Miguel Ángel, pero ¿qué hago, entonces?», me dirá usted. En primer lugar, quisiera decirle que para este tema -como para unos quinientos más- me gustaría haber llegado ya, a tener los ochenta años de vida, con la lucidez necesaria como para contestarle con mayor apoyo pero aquí estamos. En segundo lugar, creo que algo muy provechoso es el desarrollar amistades y relaciones cercanas saludables, con quienes podamos comunicarnos y ejercer «el amor que todo lo cree» (1 Col 13.7). La amistad es un regalo de Dios, y es un regalo saludable también por este tema. A medida que desarrollemos este tipo de relaciones cercanas saludables -¡y las conservemos!- podremos perfeccionar nuestro carácter que cree. Por supuesto, esto potenciará también varias cosas en nuestra vida, porque el dar credibilidad facilita las relaciones, lo que permite el logro de muchos más objetivos.
En tercer lugar, debemos aprender a ser corteses con quienes no están hablando, aunque no los conozcamos suficientemente como para descansar en sus dichos; primero debemos dar la honra debida (Ro. 13.7,8). Sin embargo, también debemos aprender a no dar nada por sentado sin la debida comprobación. En los amigos hay una lealtad mutua que sirve de crédito. Si no tenemos ese crédito, antes de «asociarnos» a esas palabras debemos buscar comprobarlas. Si son intrascendentes, no darles más importancia que la del momento.
Pero si desconfío, lo primero que debo preguntarme es: ¿Por qué? ¿Qué despertó en mi esta rara duda? ¿Fue el pasado de la persona? En ese caso debo hacerme otra pregunta: ¿Es tiempo ya de perdonar?
¿Fue lo que escuché acerca de ella lo que me ha hecho dudar? Tal vez no estoy ante una mentira ahora, sino que hubo una mentira anterior, con la que otros ensuciaron el nombre de este hermano.
Sí, es difícil este discernimiento, y no tengo ninguna duda de que el Espíritu de Dios nos ayudará a manejarnos sabiamente si dependemos de El, pero tampoco tengo dudas de que, si nos esforzamos a creer lealmente cuando alguien abre su corazón, esa actitud tenderá lazos entre nosotros. Y no serán como los lazos que traban los pies sino lazos del corazón, amistad leal entre dos vidas. Entonces construiremos en nosotros un carácter más honesto y comprometeremos al prójimo a ser más veraz; profundizaremos nuestras relaciones en sinceridad, en lugar de multiplicar la desconfianza y la apatía.
©Apuntes Pastorales. Volumen VIII Número 2, todos los derechos reservados.