por Pablo D. Robbins
Ante todo, estoy aprendiendo que la oración es mucho más que hablar con Dios. Para mi, la dimensión más importante en la oración ha llegado a ser la de estar con Dios. Desde mi niñez sentí su presencia conmigo, pero sólo hace un tiempo, en oración, aprendí cómo estar con El y disfrutar de su presencia.
Con motivo de la celebración del Día Nacional de Oración que celebramos el año pasado en mi país, los EE.UU., me pidieron que dirigiera la palabra al equipo de la oficina central de nuestra misión, para alentarlos a participar.Los convocatoria para orar por motivos especiales una vez al año es una de las cosas positivas que están sucediendo aquí y en otros países de toda América, por eso, en mi opinión, merece el apoyo de todos. Fue por esa convicción que acepté con entusiasmo.
Por lo general no tengo mayor dificultad en encontrar algo para decir, pero en esta ocasión, cuando se aproximaba ese día me di cuenta que estaba luchando con el tema de la oración más concretamente, estaba librando la batalla de toda baila vida por dominar las disciplinas personales de la oración. Debí admitir que la distancia entre mi comprensión acerca de la oración y mi experiencia personal de oración era demasiado grande como para llevar nada más que palabras triviales, aburridas.
Por fin, decidí ser franco, confesar mis luchas y compartir lo que estoy aprendiendo actualmente acerca de la oración y de su hermosa esencia, conceptos que debía haber incorporado a mi caminar varios años atrás. Si lo hubiera hecho, mi vida habría estado menos expuesta a las tensiones y hubiera sido más productiva.
Ante todo, estoy aprendiendo que la oración es mucho más que hablar con Dios. Para mi, la dimensión más importante en la oración ha llegado a ser la de estar con Dios. Desde mi niñez sentí su presencia conmigo, pero sólo hace un tiempo, en oración, aprendí cómo estar con El y disfrutar de su presencia.
Por años mi tiempo personal de oración estuvo ocupado con cosas que ahora parecen compulsivas: un incesante balbuceo, confesiones apresuradas de transgresiones, palabras obligadas de alabanza y apreciación, y una lista ajada de pedidos entremezclados con súplicas por liberación y alivio.
Ahora he comprendido que estar con Dios es compartir el silencio con él, deleitarse en su compañía y a la vez sentirse incómodo y afectado. La orden del día eran oraciones cortas (las de treinta minutos eran muy largas). Con frecuencia eran también el esquema de toda la semana.
El momento decisivo en que se produjo en mí el cambio entre hablar con Dios y estar con El, fue después de leer un sermón de Hel-mut Thielicke. El cuenta sobre una niña pequeña, que sabe que su papá llegará del trabajo en algún momento después de las cinco. Con mucha anticipación se ubica en su posición diaria junto a la puerta del frente, presiona firmemente su nariz contra el vidrio y mira cada vehículo que pasa. Finalmente, tiene ante su vista un gran autobús y su corazón palpita mientras lo ve detenerse lentamente, y los pasajeros descienden. Mientras su papá se separa de los demás, cruza el parque y termina su caminata Siente a su casa, ella no se puede contener más. Abre la puerta de golpe, corre de prisa hasta la vereda, y se lanza hacia su papito con los brazos abiertos, justo cuando sus pies alcanzan el umbral. Se abrazan, él la estrecha contra su pecho mientras ella se aferra a su cuello con toda su fuerza, y saborean mutuamente el amor y el afecto que los une. Una vez más, ella está con su padre y él está con ella. Las palabras son incidentales e irrelevantes en relación con lo que pasa entre ellos.
Leí esta anécdota cuando Mary y yo festejábamos nuestro veinticinco aniversario de casados. Estábamos de acuerdo en que los momentos más significativos que habíamos vivido juntos no se habían caracterizado por la profusión de las palabras. Había sido suficiente con estar juntos.
«Ama a Dios por lo que El es, no por lo que El hace», es una amonestación que he predicado docenas de veces. Pero nunca lo había entendido completamente (y menos aun el cómo aplicarlo a mi vida) hasta que aprendí a cómo estar con El en oración.
La segunda lección que estoy aprendiendo es que el trabajo del día, la labor realmente significativa, puede ser complementada con la oración. Es hablando con Dios como aprendo a hacer mejores preguntas, buscar mejores respuestas y persistir en encontrar cómo convertir los eventos y los encuentros del día en actividades más valiosas y productivas.
Aprender a trabajar simultáneo a la oración ha aumentado mi conocimiento de cuan totalmente comprometido está Dios en ayudarme a encontrar las perspectivas más claras, las propuestas más creativas y las soluciones más factibles. Y esto es duro. La oración verdadera es un trabajo difícil, duro.
Esta verdad fue afirmada recientemente por mi amigo Haddon Robinson, presidente del Seminario Bautista Conservador de Denver. En un tema reciente de la publicación Focal Poini, él hizo algunas observaciones sobre el ministerio y la labor de la oración.
- En la vida de Jesús, la oración era el trabajo y el ministerio era el precio. Para mí, la oración es la preparación para la batalla, pero para Jesús era la batalla misma. Habiendo orado, El fue a su ministerio como debería ir un estudiante honrado a recibir la nota de su examen, o como un atleta, habiendo corrido la carrera, puede aceptar la medalla de oro.
- ¿Donde fue que Jesús sudó grandes gotas de sangre? No fue en el Patio de Pilato, ni en su camino al Gólgota. No fue frente al Sanedrín sino frente a su Padre. Fue en el jardín del Getsemaní. Allí ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte (He. 5.7). Si yo hubiera estado allí, como testigo de esa batalla, me hubiera preocupado por el futuro. Si estando tan quebrantado, todo lo que él hace es orar, (podría haber dicho yo), ¿qué será cuando enfrente una crisis real? ¿Por qué no puede acercarse a esta experiencia penosa con la calma y confianza con que lo hacen sus tres amigos que están durmiendo? Pero, cuando vino la prueba. Jesús caminó hacia la cruz con valor, mientras que sus tres amigos se desmoronaron y se debilitaron.»
Sé que mi amigo Haddon estará de acuerdo en que el ministerio de Cristo fue construido sobre la base de Lucas 5.16: «Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba.» Para El, no había nada más importante que estar con y hablar con su Padre.
Apuntes Pastorales, Volumen VII número 3