“Y Jonatán habló bien de David a Saúl su padre, y le dijo: No peque el rey contra su siervo David, porque ninguna cosa ha cometido contra ti, y porque sus obras han sido muy buenas para contigo; pues él tomó su vida en su mano, y mató al filisteo, y Jehová dio gran salvación a todo Israel. Tú lo viste, y te alegraste; ¿por qué, pues, pecarás contra la sangre inocente, matando a David sin causa? Y escuchó Saúl la voz de Jonatán, y juro Saúl: Vive Jehová, que no morirá” (1 S. 19:4–6).
Introducción
Los no ungidos harán todo lo posible por eliminar la presencia de los ungidos. Buscarán que personas que están cerca de ellos se presten como instrumentos de destrucción para acabar con los ungidos.
Jonatán su cuñado y Mical su esposa fueron fieles a David, no prestándose a ser usados por su padre Saúl contra el ungido; por el contrario, lo cuidaron y le avisaron del complot que Saúl había fraguado contra él.
En el ministerio se necesitan personas que sean fieles a los ungidos. Que se muevan a la vanguardia y a la retaguardia de ellos, avisándoles de los peligros, cuidándolos de la mala voluntad de otros y defendiendo el testimonio de ellos.
La familia debe ser la primera en dar testimonio de los ungidos. Nunca debe dejarse usar ni por la carne y menos por el diablo, para destruir el ministerio del ungido. Jonatán y Mical con facilidad pudieron contribuir a la muerte de David el ungido, pero como eran fieles y conocían el corazón del ungido no lo hicieron.
- El complot contra el ungido
“Habló Saúl a Jonatán su hijo, y a todos sus siervos, para que matasen a David; pero Jonatán hijo de Saúl amaba a David en gran manera, y dio aviso a David, diciendo: Saúl mi padre procura matarte; por tanto, cuídate hasta la mañana, y estate en lugar oculto y escóndete” (19:1–2).
En 1 Samuel 18:30 leemos: “Y salieron a campaña los príncipes de los filisteos; y cada vez que salían, David tenía más éxito que todos los siervos de Saúl, por lo cual se hizo de mucha estima su nombre”.
Los hombres y mujeres de Dios cuando son ungidos no tienen que buscar hacerse famosos porque Dios los hace famosos. David no buscaba el reconocimiento, pero Dios se lo daba. Sencillamente era fiel en lo que se le encomendaba y Dios lo ponía en alto.
La gracia de Dios manifestada en David lo hacia sobresalir sobre todos los siervos de Saúl. Los ungidos son levantados en el ascensor de la gracia divina. Dios siempre los hace sobresalir.
De David leemos: “por lo cual se hizo de mucha estima su nombre”. Era conocido porque Dios lo daba a conocer. No se hizo así mismo de un nombre, Dios lo hizo de un nombre. El nombre de Saúl perdió estima y el nombre de David ganó estima. Saúl, por ser carnal, no podía entender lo que estaba sucediendo entre él y el ungido.
Entonces emprendió una campaña difamatoria, sembrando cizañas en otros con la finalidad de que mataran al ungido. El que ya no tenía ministerio quería eliminar al que tenía ministerio. El carnal quería destruir al espiritual.
Dicen las Escrituras: “Habló Saúl a Jonatán su hijo, y a todos sus siervos, para que matasen a David” (19:1). Hay que tener mucho cuidado con lo que dice el no ungido. Su lenguaje es mortal. En lo que dice y cómo lo dice transmite un espíritu de muerte, de destrucción y de hacer daño al prójimo.
Los no ungidos tienen gente que piensan como ellos. Tienen oídos para ellos. Fácilmente se dejan influenciar por ellos. Pero también se encuentran con personas que no se dejan infectar por su espíritu malo, celoso, contencioso, envidioso y homicida.
Leemos: “pero Jonatán hijo de Saúl amaba a David en gran manera” (19:1). David había conquistado el corazón de Jonatán el príncipe. Los ungidos necesitan algún Jonatán que los amen y que en el momento de la dificultad se los demuestren.
Jonatán inmediatamente le avisó a David del complot de su padre Saúl y le aconsejó cuidarse y ocultarse (19:2). El verdadero Jonatán es el que cuida y protege al ungido. Lo mantiene siempre sobre aviso de cualquier peligro y de mal contra él.
- La intercesión por el ungido
“Y yo saldré y estaré junto a mi padre en el campo donde estés; y hablaré de ti a mi padre, y te haré saber lo que haya” (19:3).
Jonatán estaba dispuesto a interceder ante su padre Saúl por su amigo David. Un buen amigo es el que sale en defensa aunque le cueste ser malentendido o impopular. La verdadera amistad se demuestra en los momentos difíciles. Cuando todos se van, el amigo viene. Cuando todos nos abandonan, el amigo nos acompaña.
En los versículos 4 al 5 Jonatán hizo una tremenda defensa a favor de David ante Saúl, su acusador. Jesucristo ante el Padre celestial es nuestro mediador (2 Ti. 2:5); nuestro intercesor (Ro. 8:34) y nuestro abogado (1 Jn. 2:1).
La defensa de Jonatán se presenta muy bien elaborada. Sus argumentos eran precisos.
Primero, “y Jonatán habló bien de David a Saúl su padre” (19:4). Si queremos ayudar a un ungido, hablemos bien de él ante los demás, y en especial ante sus enemigos. Si no vamos a decir algo bueno del ungido, mejor callémonos la boca.
Segundo, “no peque el rey contra su siervo David” (19:4). Los ungidos son siervos contra los cuales tenemos que cuidarnos de no pecar. Nadie llegará a ser un ungido sin antes no es reconocido como un siervo. Los ungidos son siempre servidores. El servicio es la plataforma sobre la cual se levantan los ungidos.
Tercero, “porque ninguna cosa ha cometido contra ti” (19:4). Verdaderamente Saúl no tenía un motivo justificado para eliminar a David. Los motivos de Saúl eran ficticios y creados en la fábrica del celo y de la envidia. Cuando un no ungido se levante contra un ungido, confrontemos al primero con la verdad.
Cuarto, “y porque sus obras han sido muy buenas para contigo” (19:4). En otras palabras: “Aquí el malo no es el ungido, sino tú que has dejado de ser el ungido. Al perder tu unción no ves las cosas buenas que él ha hecho contigo”.
Quinto, “pues él tomó su vida en su mano, y mató al filisteo” (19:5). Los no ungidos se olvidan pronto de lo que Dios ha hecho por medio de los ungidos. Hay que refrescarles la memoria.
Sexto, “y Jehová dio gran salvación a todo Israel” (19:5). Con estas palabras Jonatán lo lleva a pensar en el Dios que salvó a Israel mediante aquel humilde pastor de ovejas, que como un atrevido en la fe enfrentó al gigante filisteo.
Jonatán termina su argumento final con estas palabras: “Tú lo viste, y te alegraste; ¿por qué, pues, pecarás contra la sangre inocente, matando a David sin causa?” (19:5). ¡Que tremendo abogado fue Jonatán! Saúl había visto lo que Dios hizo por medio de David y se había alegrado. Él sabía bien que no tenía causa para sentenciarlo a muerte. Ante el jurado, David era un hombre inocente. Más bien merecía una disculpa formal de parte de Saúl.
III. La decisión del no ungido
“Y escuchó Saúl la voz de Jonatán, y juró Saúl: Vive Jehová, que no morirá” (19:6).
Leemos: “Y escuchó Saúl la voz de Jonatán”. Una cosa es poder escuchar la voz de algún Jonatán y otra es escuchar la voz de Dios. Saúl escuchó lo que dijo Jonatán, pero más adelante veremos que nunca escuchó lo que Dios decía.
La voz de Jonatán lo aguantaría por un tiempo, si hubiera escuchado la voz de Dios se hubiera frenado para siempre. Los oídos de los no ungidos se cierran a la voz de Dios.
Ante Jonatán el no ungido pretende hablar un lenguaje religioso: “Vive Jehová, que no morirá”. En lo que dice parece transpirar una espiritualidad que no tenía.
Por ahora a Saúl le convenía bajar la guardia. Jugar al “buena gente”. Todo esto era una fachada que estaba presentando. Los ungidos tienen que saber cómo juegan los no ungidos. No descuidarse porque siempre hacen trampas.
Dicen las Escrituras: “Y llamó Jonatán a David, y le declaró todas estas palabras; y él mismo trajo a David a Saúl, y estuvo delante de él como antes” (19:7).
La misión de Jonatán no estaría completa hasta que Saúl se reconciliara con David. Notemos la secuencia verbal: llamó, declaró y trajo. Saúl no vino a David, sino que David fue traído a Saúl. El ofendido es el que busca la reconciliación. El perseguido es el que busca la comunión. Los que tienen corazón de siervo se caracterizan por ser gente de paz, de armonía, de unidad, de perdón y de reconciliación.
Leemos: “y estuvo delante de él como antes” (19:7). El ungido nunca cambió. Regresó a Saúl y para él las cosas eran igual que cuando se había ido. Regresó con el mismo ánimo de trabajar. Los ungidos no se lamentan por el mal que les han hecho, se regocijan en el bien que Dios puede hacer a través de ellos.
David no regresó para sentarse y que le tomaran pena. Leemos: “Después hubo de nuevo guerra; y salió David y peleó contra los filisteos, y los hirió con gran estrago, y huyeron delante de él” (19:8).
El ungido regresó para pelear contra los filisteos. Mientras el ungido estaba fuera y lejos, nadie molestaba a los filisteos. Cuando llegó el ungido, los filisteos entraron de nuevo en guerra. Y el ungido peleó contra ellos, hiriéndolos y haciéndolos huir.
Conclusión
(1) En el ministerio de un ungido se necesita de un Jonatán que lo defienda cuando no puede defenderse. (2) Los amigos del ungido se demuestran ante la adversidad del ungido. (3) Aunque el ungido haya sido la parte ofendida, busca siempre la reconciliación.
Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (79). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.