El Dolor de Abortar
por Evelyn Pfeiffer Espinosa
Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en América Latina y el Caribe se practican 4,2 millones de abortos anuales, y la cifra continúa aumentando. Como iglesia no solo debemos defender con celo la vida del bebé, sino que también hemos de estar preparados para dar el apoyo necesario que requiere la madre que ha tomado tan fatal decisión.
«Soy una mujer casada, con cuatro hijos. Cuando mi marido supo que estaba embarazada por quinta vez se enfureció. Ambos estábamos cesantes y la situación económica era pésima. Mi esposo se descontroló y después de culparme comenzó a decir que ese bebé no podía nacer. Quería que abortara. Fueron muchas las discusiones y grande el llanto, pero finalmente decidí que era la mejor opción. No quería problemas con mi marido y obviamente no teníamos dinero para alimentar a otra boca.
»Creía que había sido la mejor decisión, hasta que vi a mi bebé muerto dentro de un frasco. Mi corazón se estremeció y por años he sufrido del síndrome post aborto. La situación con mi marido empeoró mucho más, porque nos culpamos el uno al otro. Nunca lo he perdonado y mucho menos, me he perdonado a mí misma.»
«Cuando conocí a Cristo sentí un gran alivio en mi corazón. Mi vida comenzó a renacer y a tener sentido. Sin embargo, el dolor por el hijo que maté, sigue firme en mi corazón. Una vez traté de buscar ayuda en la iglesia y me acerqué a una señora espiritualmente mayor que yo. No fue eficaz. Cuando le estaba relatando lo espantoso que fue ver a mi hijo muerto, esta señora me exigió que me callara. Me dijo que no soportaba más escuchar una barbaridad de ese tipo y que nunca había imaginado que yo fuera capaz de un acto así.
»Jamás me había sentido tan humillada y mi dolor sigue. Me cuestiono todos los días: si una hermana de la iglesia no quiso ayudarme, ¿quién lo hará?».
Este testimonio deja al descubierto el corazón de dos mujeres después de haber matado a su hijo antes de que naciera y nos revelan la realidad de la urgencia de un acompañamiento pastoral específico, a fin de que otras mujeres en la misma circunstancia, descubran y gocen el perdón de Dios en Cristo y la restauración total de su vida.
Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en América Latina y el Caribe se practican 4,2 millones de abortos anuales, y la cifra continúa aumentando. Como iglesia no solo debemos defender con celo la vida del bebé, sino que también hemos de estar preparados para dar el apoyo necesario que requiere la madre que ha tomado tan fatal decisión.
El interés de este artículo no es defender una posición antiabortista, sino animar a preparar una pastoral para las mujeres que han optado por el aborto.
Evitar el dolor mayor
Muchas veces los cristianos hacemos una férrea defensa del bebé, pero en muy pocas ocasiones mostramos preocupación por la problemática que vive la madre. Nos olvidamos que esa mujer, en la mayoría de los casos, tiene una «razón de peso» para abortar a su propio hijo.
Los motivos pueden ser varios: no se siente preparada para criarlo, es soltera, su novio la abandonó, tiene una fuerte presión de sus padres, aumentarán sus problemas económicos, su esposo no quiere más hijos, su embarazo es producto de una violación o incesto, entre otras.
«Si la mujer busca el aborto por cualquiera de estas causas debemos ayudarla a ver otras alternativas aparte del aborto, como la crianza, matrimonio o la adopción. Ya le basta la carga emocional de tener un embarazo no deseado, es por eso que debemos procurar mantener la calma, no culparla, ni censurarla. Lo que pasó, pasó. Ahora debemos hacerle ver que en el cielo comenzó a contarse una historia sobre su hijo. La forma de ayudar es decirle «no te vamos a condenar». En esto la familia es fundamental, pero cuando no existe el apoyo de los padres, entonces la iglesia debe ser familia», afirma (en una entrevista que se le hizo), Sixto Porras pastor y director del Ministerio Enfoque a la Familia para Latinoamérica.
Una de las situaciones más traumáticas que puede enfrentar una mujer es el abuso sexual. Es bajo el porcentaje de mujeres que resultan embarazadas producto de una violación o de incesto, pero aunque sean pocos los casos, debemos poner especial énfasis en ellos.
Por ejemplo, en Costa Rica una pequeña niña de nueve años resultó embarazada producto de una violación. Hubo mucha controversia sobre el caso. Los médicos costarricenses declararon que la pequeña no tenía ningún riego físico y que no era aconsejable un aborto terapéutico. Sin embargo, fue llevada a su país de origen y los médicos de ese lugar le practicaron un aborto. Finalmente el peligro inminente de salud con el que fundamentaron el aborto, resultó ser psicológico.
Si analizamos este caso, como cristianos deberíamos defender la vida de ese bebé. ¿Por qué? Porque es un ser independiente de la madre y de la situación en que fue gestado. «Uno no conoce cuál es la historia de un niño que está por nacer. Es una historia propia e independiente», comenta Porras.
Pero no solo debemos preocuparnos de la defensa del niño. Tampoco podemos olvidar que esa vida se estaba gestando en el vientre de una niña de nueve años, quien fue violentada sexualmente; por ende, cualquiera sea la decisión que se tome con respecto al bebé, ella tendrá profundas heridas por sanar.
«Cuando se produce un embarazo como consecuencia de una violación tenemos que acompañar a la mujer. Se le debe guiar con amor, paciencia, asesoría psicológica y consejería espiritual. Ayudarla a entender la independencia que hay entre el niño y la situación, y que el aborto es un segundo crimen. Primero fue violentada y ahora es inducida a cometer un asesinato. El hecho de que se dé un aborto como excusa de una violación, no quita la herida emocional que ella tiene. La sanidad es completamente independiente del niño que va a nacer. Pero, si el trauma es tan profundo mi recomendación es que lo dé en adopción» afirma Porras.
Sanando el dolor: después del aborto
La mayoría de las mujeres que opta por un aborto lo hace en contra de sus propios valores y creencias, cuestión que les produce fuertes sentimientos de culpa y vergüenza. Estos sentimientos las llevan a no hablar de ello y a no buscar la ayuda espiritual y emocional que necesitan.
La mujer se realiza un aborto para poner fin a una situación crítica en su vida. Sin embargo, en gran parte de los casos, en lugar de mejorar su situación comienzan a experimentar el síndrome post aborto, que se caracteriza por sentimientos de culpa, angustia, ansiedad, depresión, baja autoestima, insomnio, diversos tipos de neurosis y de enfermedades psicopáticas, tendencia al suicidio, pesadillas en las que aparecen los restos del bebé abortado, recuerdos dolorosos en la fecha en que hubiera nacido, etcétera.
Uno de los mayores problemas que vive la mujer además, es que no puede pasar por el proceso de duelo, es decir, llorar la pérdida de su bebé. Esto ocurre por varias razones:
Generalmente no se siente con el derecho de llorar por una pérdida que ella misma provocó.
Nunca hubo un servicio religioso para conmemorar la vida de su hijo.
No existen evidencias externas de que su bebé existió, como por ejemplo fotografías.
Los sistemas de apoyo para pastorear a una mujer con esta problemática son muy escasos.
Si confiesan su situación, lo más probable es que sean rechazadas o criticadas.
Según la publicación Sanidad después del aborto del Ministerio Enfoque a la Familia, la mujer, al no poder enfrentar este proceso de pérdida, reprime su dolor, pero este puede aparecer cuando sufra otro tipo de pérdida significativa o si vuelve a quedar embarazada. Por lo tanto, la mujer que se realizó un aborto requiere un proceso de sanidad.
Los métodos para curar las heridas de las mujeres que han vivido esta experiencia son diferentes, según el caso tratado. Hay algunos pasos que deben seguirse, como los presentados en la siguiente secuencia, pero estos no pueden considerarse como una receta fija.
Contar su historia. Lo primero es desenterrar todo ese dolor que ha sido guardado desde el momento del aborto, pues nunca se procesaron ni el duelo, ni la ira ni la culpa que la mujer sintió. Además, es muy frecuente que la madre se haya sentido abandonada por sus seres queridos durante la experiencia del aborto.
Trabajar con la culpa y el perdón: Cuando la mujer es creyente, la sanidad se dará solo cuando se sienta reconciliada con Dios, pero lo más seguro es que ella se sentirá incapaz de recibir perdón de Él. Nosotros debemos hacerle ver que todos hemos pecado y por tanto, el perdón de Dios también está a su disposición. Durante este proceso, necesita que usted le hable a menudo de la misericordia y el amor de Dios.
Perdonarse a sí misma. El auto perdonarse consiste en dejar de enjuiciarse a sí misma y vivir libremente el perdón otorgado por Dios. Si ella es una víctima del abuso sexual, el auto perdonarse le será aun más difícil porque en la experiencia del aborto cambió de papeles: de víctima pasó a victimaria.
Identificar y liberar la ira. Muchas mujeres que se han practicado el aborto tienen una fuerte resistencia a expresar verbalmente su ira, porque piensan que las haría perder el control. Por esa razón, en la medida en que usted trabaje con la persona debe permitir también que explore su ira, pues ella no se siente con derecho a estar enojada. Si este paso no se cumple, difícilmente la persona podrá alcanzar la sanidad.
Expresar dolor por la pérdida. El proceso de vinculación ente la madre y el hijo comienza muy temprano. Cuando ese lazo se rompe, aunque haya sido la madre quien decidió terminarlo, hay un fuerte sentimiento de pérdida. Entonces, para que se cumpla el proceso de sanidad, la mujer debe expresar su dolor. Un primer paso es aprender a pensar en el niño como un ser individual. Además es recomendable darle un nombre, escribirle una carta pidiéndole perdón e incluso celebrar un pequeño servicio religioso para recordarlo. Estos detalles son importantes porque le permiten a la mujer poner fin a la relación con el niño o niños abortados.
Perdonar a otros. En la medida en que avanza en el proceso de curación, se le debe hacer comprender suavemente que ella necesita perdonar a los responsables del aborto y a quienes estuvieron involucrados en él, para que así ella se pueda liberar completamente. Esto es un acto de su voluntad. Ella necesita implorar esa gracia de Dios para darla a otros.
El proceso de sanidad restaurará en la mujer su corazón materno, el cual fue truncado en esta experiencia del aborto. La mujer debe saber además que, aún después de la curación, ella sentirá tristeza por su hijo, pero que este es un sentimiento normal. Esas lágrimas serán señal de que la curación se ha dado.
Sixto Porras también aconseja que se le brinde orientación profesional a la mujer y derivarla a un médico, pues el aborto puede traer muchas secuelas físicas: posibles perforaciones del útero, trastornos menstruales y hasta infecciones. Además aumenta el riesgo de esterilidad, la probabilidad de cáncer mamario y los abortos espontáneos.
Un lugar para sanar el dolor: la iglesia
La sociedad, nuestras iglesias y nuestras familias no reconocen que el aborto procurado constituye una verdadera pérdida para la mujer. Por eso, este artículo ha mostrado brevemente que el aborto no ha resuelto ningún problema, al contrario, su problemática se ha hecho más compleja. La iglesia entonces, debe ser una comunidad que ofrezca respuestas redentoras a estas mujeres. Para ello es importante recordar algunos principios fundamentales de una pastoral que busca corregir el pecado y restaurar al pecador: reconocer que esa tristeza puede producir arrepentimiento (2 Co 7.9), el acercamiento debe hacerse con mansedumbre y no con condenación (Gá 6.1), debe haber perdón y consuelo y confirmación del amor de la iglesia para con ellas (2 Co 2.7, 8 y 11). Por lo tanto, el liderazgo cumple un rol fundamental para que las iglesias puedan convertirse en una comunidad sanadora.
La autora es chilena y es estudiante de periodismo de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Reside en la ciudad de Santiago, Chile. Trabaja con jóvenes en la iglesia Encuentro con Cristo.
¡ALERTA ROJA! Anticoncepción de emergencia
Según la definición de la OMS, la «anticoncepción de emergencia», es un método de prevención de embarazos dentro del plazo de varias horas o pocos días después de haber mantenido una relación sexual sin protección.
La anticoncepción de emergencia actúa después de que se produce la fecundación, impidiendo que el cigoto se anide. Por lo tanto, si hemos definido el comienzo de la vida desde el momento en que el espermatozoide atraviesa las paredes del óvulo, debemos considerar a la llamada «anticoncepción de emergencia» como abortiva.
Los tres métodos más utilizados de anticoncepción de emergencia son: las Píldoras de Anticoncepción de Emergencia (PAE), las minipíldoras que contienen progestina. y los dispositivos intrauterinos (por ejemplo la T de cobre).
Todos estos métodos son abortivos y se utilizan después de la relación sexual.
Tipos de aborto:
Muchas mujeres ignoran a los procesos que someten a sus propios hijos y a sí mismas con el aborto procurado. Por eso, aquí se indican cuáles son esos métodos, con el fin de mostrar su crueldad. Recuérdese que estos no solo matan al bebé, sino que pueden dañar severamente a la madre, espiritual, emocional y físicamente.
Por envenenamiento salino. Se extrae el líquido amniótico y se inyecta en su lugar una solución salina concentrada. El bebé ingiere esta solución la cual, doce horas más tarde, le producirá la muerte por envenenamiento, deshidratación, hemorragia del cerebro y de otros órganos. Esta solución salina produce además quemaduras graves en la piel del bebé. Unas horas más tarde, la madre comienza «el trabajo de parto» y «da a luz» un bebé muerto o moribundo, muchas veces en movimiento. Este método se utiliza después de las dieciséis semanas de embarazo.
Por succión. Se inserta en el útero un tubo hueco. Una fuerte succión (28 veces más fuerte que la de una aspiradora casera) despedaza el cuerpo del bebé que se está desarrollando junto con la placenta, y absorbe «el producto del embarazo». El abortista introduce luego una pinza para extraer el cráneo, pues no suele salir por el tubo de succión. Se utiliza durante el primer trimestre de embarazo.
Por dilatación y curetaje. En este método se utiliza un cuchillo provisto de una cucharilla filosa en la punta con la cual se va cortando al bebé en pedazos con el fin de facilitar su extracción por el cuello de la matriz. Durante el segundo y el tercer trimestre del embarazo el bebé es ya demasiado grande para extraerlo por succión, entonces se utiliza este método.
Por «D & X» a las 32 semanas o nacimiento parcial. Suele hacerse cuando el bebé se encuentra muy próximo a su nacimiento. El abortista introduce unas pinzas y extrae parcialmente el cuerpo del bebé, como si este fuera nacer, salvo que deja la cabeza dentro del útero. Como la cabeza es demasiado grande para ser extraída intacta, el abortista entierra unas tijeras en la base del cráneo del bebé que está vivo e inserta un catéter para extraer el cerebro mediante succión. A continuación extrae a la criatura y le corta la placenta.
Mediante prostaglandinas. Este fármaco provoca un parto prematuro durante cualquier etapa del embarazo. Se usa para llevar a cabo el aborto a la mitad del embarazo y en las últimas etapas de este. Su principal «complicación» es que el bebé a veces sale vivo. También puede causarle graves daños a la madre.
RU-486. Se trata de un fármaco abortivo empleado conjuntamente con una prostaglandina. Actúa matando de hambre al bebé, privándolo de la hormona progesterona. El aborto se produce luego de varios días de dolorosas contracciones. Se le emplea entre la primera y la tercera semana de embarazo.
© Apuntes Mujer Líder. Edición octubre diciembre de 2003, Volumen 1 Número 3