“Huyó, pues, David, y escapó, y vino a Samuel en Ramá, y le dijo todo lo que Saúl había hecho con él. Y él y Samuel se fueron y moraron en Naiot. Y fue dado aviso a Saúl, diciendo: He aquí que David está en Naiot en Ramá. Entonces Saúl envió mensajeros para que trajeran a David, los cuales vieron una compañía de profetas que profetizaban, y a Samuel que estaba allí y los presidía. Y vino el Espíritu de Dios sobre los mensajeros de Saúl, y ellos también profetizaron. Cuando lo supo Saúl envió otros mensajeros, los cuales también profetizaron. Y Saúl volvió a enviar mensajeros por tercera vez, y ellos también profetizaron. Entonces él mismo fue a Ramá; y llegando al gran pozo que está en Secú, preguntó diciendo: ¿Dónde están Samuel y David? Y uno respondió: He aquí están en Naiot en Ramá. Y fue a Naiot en Ramá y también vino sobre él el Espíritu de Dios, y siguió andando y profetizando hasta que llegó a Naiot en Ramá; Y él también se despojó de sus vestidos, y profetizó igualmente delante de Samuel, y estuvo desnudo todo aquel día y toda aquella noche. De aquí se dijo: ¿También Saúl entre los profetas?” (1 S. 19:18–24).
Introducción
Mical la esposa de David lo ayudó a escapar por una ventana, “y él se fue y huyó, y escapó” (1 S. 19:12). Para disimular, Mical puso una estatua vestida en su cama y dijo que estaba enfermo (1 S. 19:12–13). Cuando esto se le comunicó al no ungido Saúl por parte de sus mensajeros, mandó a que lo trajeran en la cama, y los mensajeros descubrieron que todo era un engaño (1 S. 19:14–16).
Saúl le dijo a ella: “¿Por qué me has engañado así, y has dejado escapar a mi enemigo?” Mical le respondió: “Porque él me dijo: Déjame ir; si no, yo te mataré” (1 S. 19:17). Ella no necesitaba mentir por el ungido, pero lo hizo conociendo el temperamento explosivo, enojado y rencilloso de su padre Saúl.
Lo positivo de ella fue que ayudó al ungido a escapar del plan de muerte premeditada del no ungido. Aunque para muchos la sangre pesa más que el agua, no así con Mical.
- Un encuentro
“Huyó, pues, David, y escapó, y vino a Samuel en Ramá, y le dijo todo lo que Saúl había hecho con él. Y él y Samuel se fueron y moraron en Naiot” (19:18).
El ungido cuando se separa de un no espiritual busca la protección en un espiritual. El mentor espiritual de David era Samuel. Los ungidos deben tener una cobertura espiritual, es decir, autoridades espirituales a las cuales responder y darles cuenta en lo que dicen y en lo que hacen, en su ministerio y en su conducta.
Los que andan por la libre, con una mentalidad independiente, que a nadie quieren dar cuentas de sus acciones, tarde o temprano se verán en serios aprietos. Su trayectoria ministerial será de corto plazo. Mientras no fallen todo aparentará estar bien, pero el día que den un traspiés, todo su edificio se desplomará.
David supo huir y escapar. Muchos huyen sin motivos. Se meten ellos mismos en problemas y huyen. Le temen a la confrontación y huyen. Son fieles a una autoridad espiritual y a una estructura organizacional hasta que se les presenta la resistencia y la oposición, luego huyen.
David no huyó de un ungido, sino de un no ungido. Pero hoy día hay muchos huyendo de los ungidos y de participar de ministerios prósperos. Por esto están sin ministerios. No le han dado a Dios el tiempo necesario para que Él trabajé en sus vidas. El tiempo que han andado huyendo les ha restado la capacidad de aprender, superarse y tomar experiencia. El ungido tiene que crecer donde Dios lo ha plantado.
Los ungidos se calientan en el horno de la paciencia de Dios y no se queman en el microondas de la impaciencia. Las unciones de Dios son múltiples. A cada uno el Espíritu Santo nos da una unción diferente. Cuando se mezclan las unciones, Dios hace maravillas. Hay que trabajar como un solo cuerpo, no individualmente. Trabajemos para que el cuerpo, la iglesia, esté sanó y fuerte.
En el Salmo 133:2 se nos habla de la unción corporativa: “Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras”. Una iglesia unida es una iglesia ungida.
El profeta Samuel se encontraba en Ramá. Era una de las ciudades de la tribu de Benjamín (Jos. 18:25). Estaba próxima a las ciudades de Gabaa, Geba y Bet-el (Jue. 4:5; 19:13–14; Is. 10:29). El nombre “Ramá” en hebreo significa “altura”.
David huyó y escapó a Ramá, a la “altura” donde ya se encontraba Samuel. La razón por la cual Samuel estaba allí era porque sus padres eran de allí (1 S. 1:19; 2:11); y él había nacido y residido en dicha ciudad (1 S. 7:17; 8:4; 15:34). Cuando el ungido se encuentra perseguido debe huir a la “altura”.
Cuando el ungido se encontró con su mentor y con su consejero espiritual, le abrió todo el corazón. Con Samuel se desahogó, “y le dijo todo lo que Saúl había hecho con él”. Se sometió a una higiene mental. La mente del ungido tiene que vaciarse de aquellas cosas, experiencias, situaciones y conversaciones que le ocupan un espacio innecesario. Mentalmente tiene que estar libre para ministrar a otros.
Samuel era un tremendo consejero, de esos que saben escuchar y dicen poco o nada. El ungido no necesitaba alguien que le hablara o sermoneara, necesitaba unos oídos abiertos y atentos a su necesidad. Los buenos consejeros escuchan, no son “sabelotodo”.
Luego se nos dice: “Y él y Samuel se fueron y moraron en Naiot”. Naiot era un barrio de Ramá. Allí había una escuela de profetas y se vivía en comunidad. Si algo necesitaba el ungido en esta crisis personal era buena compañía. Una persona que estuviera a su lado para apoyarlo, animarlo y estimularlo. En crisis no se puede estar solo. Hay que buscar a alguien con quien hablar, compartir y relacionarse. Personas solas son más propensas a desequilibrios emocionales y mentales.
Dios nos creó como seres con instinto gregario. Para convivir unos con otros. El ser humano necesita estar rodeado de obras personas. Si algún problema tuvo Adán, a pesar de todo lo que Dios le había dado, era que estaba “solo”. Leemos: “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Gn. 2:18).
La soledad es una de las mayores enfermedades psicosociológica cuyos efectos se perciben en todo recoveco de nuestra acelerada sociedad. Muchas personas se sienten solas. Están desesperados porque alguien les de compañía. Podemos tener un matrimonio, tener una familia, ser parte de alguna organización, trabajar rodeados de compañeros, atender a mucho público, asistir a una congregación y participar de sus programas y sentirnos miserablemente solos.
Los ministerios para matrimonios, jóvenes, solteros, ancianos, las células de alcancé y discipulado, han surgido en diferentes congregaciones para crear nexos amistosos, de compañerismo y atención para contrarrestar el mal psicológico de la soledad.
- Unos mensajeros
“Entonces Saúl envió mensajeros para que trajeran a David, los cuales vieron una compañía de profetas que profetizaban, y a Samuel que estaba allí y los presidía. Y vino el Espíritu de Dios sobre los mensajeros de Saúl, y ellos también profetizaron” (19:20).
Alguien le informó a Saúl del lugar donde estaba David (19:19). Los no ungidos siempre tienen su red de espionaje contra los ungidos. El ungido no puede descuidarse con el no ungido. Aunque se le escape, este sabrá dónde está metido.
Saúl supo que David estaba en Naiot en Ramá. El no ungido entonces envía mensajeros. Se convirtió en una compañía de correos y envió sus “carteros” para que le trajeran a David (19:20). Hay que cuidarse de los mensajeros de Saúl, tienen doble lengua y con su zalamería engañan a cualquiera.
De camino a su comisión vieron una compañía de profetas que ejercían su don de profecía. Eran alumnos de la escuela de profetas dirigida por Samuel. Con su maestro aprendían cuándo, cómo y dónde profetizar. Tenían que aprender cómo discernir la voluntad de Dios y cómo conocer la mente y el propósito de Dios.
No eran profetas locos, disparatados, emocionales, que jugaban espiritualmente con su profetismo. Eran dirigidos por una autoridad espiritual. Leemos: “y a Samuel que estaba allí y los presidía”.
No eran profetas rebeldes que transfieren rebeldía. No eran profetas disolutos que transfieren disolución. No eran profetas desequilibrados que transfieren desequilibrio. No eran profetas ignorantes que transfieren ignorancia. No eran profetas voluntariosos que transfieren voluntariedad.
Ellos eran supervisados y dirigidos espiritualmente por Samuel, al cual Dios les había puesto como su autoridad espiritual. Eran personas sumisas y espirituales. Sabían esperar turnos para profetizar y cuando lo hacían profetizaban con inteligencia. En el ejercicio de los dones se tiene que usar la inteligencia (1 Co. 14:15).
El apóstol Pablo dice: “Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas; pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz. Como en todas las iglesias de los santos” (1 Co. 14:32–33).
Cuando las profecías traen confusión en las congregaciones, es porque el profeta está confundido. Dios no confunde a nadie. Hay que defender a Dios de esas confusiones y pantomimas proféticas. La carne y el diablo son los que confunden, no Dios. No se deje manipular por ningún profeta. Pero si la palabra es de Dios, y nadie mejor que usted para saberlo, recíbala y haga lo que Él le dice.
En esta reunión de unción y de manifestación profética, la unción profética se transfirió y nada menos que a los mensajeros de Saúl. Leemos: “Y vino el Espíritu de Dios sobre los mensajeros de Saúl, y ellos también profetizaron”. Cuando la unción de Dios se manifiesta puede suceder cualquier plan y cumplirse cualquier propósito de Él.
La unción de Dios contagia. Por eso cuando la unción se manifiesta tenemos que meternos en el río de su poder hasta que el agua nos tape de la cabeza a los pies. Muchos no saben apreciar las visitaciones de Dios. Se quedan en la orilla del río cuando Dios los llama a meterse adentro. Se mojan los pies cuando Dios quiere que naden y se sumerjan dentro de su gloria y presencia (Ez. 47:2–5).
Saúl luego envió otros dos grupos de mensajeros, y ambos “también profetizaron” (19:20). Allí en Naiot de Ramá el Espíritu de Dios estaba presidiendo mediante Samuel. Cuando la unción de Dios descansa sobre un grupo de creyentes, cualquiera que entre en contacto con ellos será participante de la misma. Esa era una unción corporativa y no individual.
III. Un resultado
“y fue a Naiot en Ramá; y también vino sobre él el Espíritu de Dios, y siguió andando y profetizando hasta que llegó a Naiot en Ramá” (19:23).
Después de Saúl saber lo que pasó con sus tres grupos de mensajeros —que fueron enviados a buscar al ungido y regresaron con la unción, ya que donde está el ungido cualquiera que se acerque experimentará la unción que lo rodea—, el no ungido decidió hacer el mismo lo que había delegado.
Los mensajeros de Saúl fueron sin unción y regresaron ungidos. Salieron sin dones y regresaron con ellos. Partieron en la carne y retornaron en el Espíritu. Saúl salió y al llegar a un pozo grande localizado en un lugar llamado Secú, cerca de Ramá, preguntó: “¿Dónde están Samuel y David?” (19:22). “Secú” significa “perspectiva” y allí la perspectiva de Saúl sería afectada positivamente.
Notemos que Saúl menciona primero a Samuel y luego a David, dando a entender que reconocía la autoridad espiritual del primero. Además, sobreentendía que estarían juntos. Los ungidos andan con los ungidos.
Sin rodeos le dijeron: “He aquí están en Naiot en Ramá” (19:22). Sin demora Saúl se dirigió al lugar, pero lo inesperado ocurrió. No estaba buscando una bendición, ni un toque especial de Dios, pero lo recibió.
Leemos: “Y fue a Naiot en Ramá; y también vino sobre él el Espíritu de Dios, y siguió andando y profetizando hasta que llegó a Naiot en Ramá” (19:23). El no ungido, que había perdido la presencia de Dios en su vida, es receptor de una manifestación espontánea del Espíritu Santo en su vida.
Primero, “siguió andando” en el Espíritu. Dios le permite saborear algo de lo mucho que Saúl ya había perdido. La presencia de Dios le permitió andar en el Espíritu.
Segundo, “y profetizando” en el Espíritu. Dios le dio el privilegio de hacerlo su profeta. Pero esto era algo que él no sabría aprovechar. Esta experiencia no afectaría su vida.
Tercero, “hasta que llegó a Naiot en Ramá” en el Espíritu. La presencia del Todopoderoso lo acompañó todo el camino. Dios lo mantuvo activó con Él. Pero esto tampoco sería tan importante para Saúl, lo cual sería comprobado en el futuro.
Es interesante que la Biblia de Jerusalén traduce el pasaje bajo consideración de la manera siguiente: “Se fue de allí a las celdas de Ramá y vino también sobre el Espíritu de Dios e iba caminando en trance hasta que llegó a las celdas de Ramá”.
En esa bendición Saúl “se quitó sus vestidos” (Biblia de Jerusalén) y ante la presencia de Samuel profetizó (19:24). Desprovisto de sus vestidos se pasó todo el día en retiro y toda la noche vigilando.
Desde luego un comentarista ha dicho lo siguiente sobre 1 Samuel 19:24, esto es: “Saúl muestra su verdadero carácter. Sus perturbaciones emocionales se manifiestan en los aspectos más ridículos, entremezclados con los dones del Espíritu. Esto evidencia su falta de control personal” (Biblia de Estudio Mundo Hispano).
Los extremos siempre son malos. Donde a veces termina el Espíritu muchas veces comienza la carne. Hay que saber discernir entre lo que hacemos en la carne y lo que hacemos en el Espíritu. Entre lo que es motivado por el Espíritu Santo y lo que es el efecto de nuestras emociones.
Se nos dice de Saúl, “y estuvo desnudo” (Reina-Valera); “y quedó desnudo” (Biblia de Jerusalén). ¿Por qué hizo esto? Quizá lo hizo para llamar la atención y para aparentar una espiritualidad que ya no tenía. La ausencia de espiritualidad conduce a muchos a la apariencia y al disimulo religiosos.
Los fariseos eran expertos llamando la atención hacia su religiosidad externa, ya que en su relación con Dios y con su prójimo carecían de espiritualidad (Mr. 2:16; Mt. 6:1–6, 16–18). Los que son verdaderamente espirituales y santos son creyentes “normales”, quienes con su vida traen luz a nuestra sociedad.
En Mateo 5:14–16 dice: “Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en lo alto de un cerro; ni se enciende una vela para meterla debajo de una olla, sino para ponerla en el candelero y que brille para todos los de la casa. Empiece así a brillar la luz de ustedes ante los hombres; que vean el bien que hacen ustedes y glorifiquen a su Padre del cielo” (Nueva Biblia Española).
En el capítulo 10 de 1 Samuel, donde se nos presenta el ungimiento de Saúl como rey de Israel, Samuel le reveló varias señales que le acontecerían en su camino: (1) Junto al sepulcro de Raquel se encontraría con dos hombres que le dirían que las asnas se encontraron y que su padre Cis estaba preocupado por él (10:2). (2) Luego en la encina de Tabor se encontraría con tres hombres que subirían a Bet-el con tres cabritos, tres tordas y una vasija de vino. Después del saludo, el que llevaba los tres panes le daría dos (10:3). (3) En el collado de los filisteos se encontraría con una compañía de profetas adorando a Dios y profetizando. (4) Luego el Espíritu de Dios vendría sobre él impartiéndole poder y profetizaría con ellos, experimentando una transformación de carácter (10:6).
Después de estas señales, le dijo Samuel: “haz lo que te viniere a la mano, porque Dios está contigo” (10:7). En un solo día se cumplieron todas estas señales (10:9; cp. 10:10).
Notemos que en 1 Samuel 10:11–13 se nos declara: “Y aconteció que cuando todos los que le conocían antes vieron que profetizaba con los profetas, el pueblo decía el uno al otro: ¿Qué le ha sucedido al hijo de Cis? ¿Saúl también entre los profetas? Y alguno de allí respondió diciendo: ¿Y quién es el padre de ellos? Por esta causa se hizo proverbio: ¿También Saúl entre los profetas? Y ceso de profetizar, y llegó al lugar alto”.
En 1 Samuel 19:24 se hace eco de la misma pregunta proverbial: “¿También Saúl entre los profetas?” Estuvo entre los profetas, habló como profeta, pero no vivió ni se comportó como un profeta. El profetizar con los profetas, reunirse con los profetas y andar con los profetas, no nos da el grado oficial de profetas. Saúl estaba entre ellos y sin embargo, no era de ellos.
Su carnalidad manifestada en celos y envidias contra el ungido le impediría mantener la unción que Dios le había dado. Saúl no estaba interesado en unción sino en posición, no le interesaba la revelación sino la aceptación, no quería relación sino exposición. Tener un don de Dios en su vida, no era lo más importante para él. Pronto olvidaría esta experiencia con Dios. La primera vez que profetizó con los profetas, él le permitió a Dios cambiarle el corazón, en esta segunda ocasión tuvo una experiencia con Dios similar a la primera, pero sin un corazón cambiado seguiremos siendo los mismos.
Conclusión
(1) Los ungidos como David deben elegir a un Samuel como mentor, alguien al cual puedan ir por consejo y dirección espiritual. (2) Cuando un grupo está ungido por Dios, los que entren en contacto con el mismo serán receptores de esa unción. (3) La manifestación del don sin un corazón no influye en el portador.
Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (89). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.