El «evangelio» de la conveniencia
por Christopher Shaw
Nuestro compromiso con Dios nunca puede ser tal que termine dañando a otros.
Versículo: Mateo 5:1-20
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5:1 Cuando vio a las multitudes, subió a la ladera de una montaña y se sentó. Sus discípulos se le acercaron, 5:2 y tomando él la palabra, comenzó a enseñarles diciendo:5:3 «*Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece.5:4 Dichosos los que lloran, porque serán consolados.5:5 Dichosos los humildes, porque recibirán la tierra como herencia.5:6 Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.5:7 Dichosos los compasivos, porque serán tratados con compasión.5:8 Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios.5:9 Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.5:10 Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque el reino de los cielos les pertenece.5:11 »Dichosos serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante contra ustedes toda clase de calumnias. 5:12 Alégrense y llénense de júbilo, porque les espera una gran recompensa en el cielo. Así también persiguieron a los profetas que los precedieron a ustedes. 5:13 »Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee.5:14 »Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. 5:15 Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone en la repisa para que alumbre a todos los que están en la casa. 5:16 Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo. 5:17 »No piensen que he venido a anular la ley o los profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento. 5:18 Les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, ni una letra ni una tilde de la ley desaparecerán hasta que todo se haya cumplido. 5:19 Todo el que infrinja uno solo de estos mandamientos, por pequeño que sea, y enseñe a otros a hacer lo mismo, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos; pero el que los practique y enseñe será considerado grande en el reino de los cielos. 5:20 Porque les digo a ustedes, que no van a entrar en el reino de los cielos a menos que su justicia supere a la de los fariseos y de los *maestros de la ley.
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Siempre debe ser motivo de preocupación para nosotros que nuestra principal actividad sea censurar a quienes no se comportan conforme a los criterios que consideramos apropiados para la vida. Aunque la Palabra claramente condena a quienes llaman bueno lo malo y malo lo bueno, evidentemente algo no funciona en la persona cuya preocupación principal es hacer las veces de «policía» espiritual, mirando siempre con aire de sospecha a los demás. La actitud revela la existencia de un corazón legalista y amargado, en el cual el gozo de vivir no es tan fuerte como la indignación contra otros.El hecho es que nuestro compromiso con Dios nunca puede ser tal que termine dañando a quienes tenemos más cerca de nosotros. Seguramente algo de esto preocupaba a Cristo. No perdió tiempo en discutir sobre el comportamiento de sus discípulos sino que confrontó directamente la vida de quienes formularon las acusaciones. Uno de los problemas comunes de aquellos que están acostumbrados a condenar a los demás es dejar de mirar su propia vida,, de tal manera que pierden la consciencia de su condición de fragilidad e imperfección. En este caso, la indignación de los fariseos se originaba en una actividad que ellos mismos nunca hubieran practicado. No obstante, al concentrarse en los hechos del momento, olvidaron el principio general que aparentemente intentaban defender, que era el compromiso absoluto con la obediencia a la Palabra de Dios. Con unas pocas frases Jesús señaló la forma puntual en que ellos cometían el mismo pecado. La práctica a la que se refiere Cristo era la consagración de las pertenencias o el dinero por medio de un juramento. El compromiso que implicaba este juramento significaba que aquello que había sido apartado estaba reservado exclusivamente para los asuntos de Dios. De esta manera, ejecutando el pacto, muchos aseguraban la exclusión de la familia de sus bienes. Esta práctica era muy común con respecto a los padres, pues libraba a los hijos de la responsabilidad de cuidarlos en su vejez. Cristo señala la contradicción de la práctica porque el aparente compromiso con Dios les libraba del compromiso de cumplir con la Palabra de Dios. Un ejemplo contemporáneo podría ser el de la mujer que se convierte y, por su nueva devoción a Dios, pasa todo el día en reuniones, y así roba el tiempo que debe invertir para atender las necesidades de su familia. El hecho es que nuestro compromiso con Dios nunca puede ser tal que termine dañando a quienes tenemos más cerca de nosotros. Siempre resulta fácil para nosotros condenar algunos pecados que son, convenientemente, prácticas que nosotros no tenemos. Condenamos con vehemencia a quienes fuman, por ejemplo, porque la mayoría de nosotros no fuma. Pero el principio detrás de nuestra condenación el cuerpo es el templo del Espíritu Santo no es la que rige nuestra vida, pues comemos mucho más de la cuenta, no hacemos ejercicio y dormimos mucho menos de lo indicado. De este modo nuestra aparente «espiritualidad» se convierte en una burla, pues resulta claro que nuestro compromiso no es serio. Observe el texto de Isaías que el Mesías escogió para describir el corazón de los fariseos. ¿Qué significa «honrar de labios» a Dios? ¿Por qué los acusó de enseñar como doctrina los mandamientos de hombres? ¿Cómo podemos diferenciar entre uno y otro?
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