El gran desastre evangélico

por Melinda D.

Francis Schaeffer proclamó la verdad de la Biblia por casi tres décadas. Antes de su muerte, ocurrida el 15 de mayo de 1984, terminó su libro “The great evangelical disaster” (“El gran desastre evangélico”). En un seminario reciente en Lynchburg, Virginia, Melinda Delahoyde conversó con Schaeffer sobre su mensaje a la iglesia evangélica. Por concesión especial de Moody Monthly, Apuntes Pastorales ofrece esta entrevista exclusiva.

Ultimo reportaje a Francis Schaeffer en vida




¿Cuál es “el gran desastre evangélico”?



Una gran porción de la comunidad evangélica se ha ido conformando de manera creciente al espíritu del mundo de hoy en lugar de usar la Biblia para juzgarlo. El espíritu de nuestra era exige autonomía: ser libre de toda ley, de todo principio; una autonomía que hasta va en contra de la naturaleza humana. En esta clase de mundo no existen principios morales: cada uno hace y dice lo que quiere.


Cuando los evangélicos se conforman a este tipo de pensamiento que comenzó con el Iluminismo, terminan torciendo las Escrituras hacia los cambiantes vientos de nuestra cultura, en lugar de juzgar dicha cultura por los principios de las Escrituras,


Cuando los cristianos ceden al espíritu del mundo que demanda la autonomía haciendo sólo lo que resulta agradable y personalizando todo lo espiritual, entonces hay que decirles: ¡Despiértense! ¡Han sido infiltrados por el espíritu del mundo! ¡Ustedes son mundanos!


Tal conformación del pensamiento ha sido aplicado a la misma Biblia. Existe un gran número de profesores de seminario y de universidad que adaptan su idea de la Biblia a la idea teológica que les rodea. Esto es simplemente una neo-ortodoxia con el nombre de evangelismo.



¿Puede dar otros ejemplos de cómo los evangélicos comprometen la fe?



La comunidad evangélica se ha conformado al mundo en cada punto crucial de nuestra cultura. Mencioné la distorsión de las Escrituras. También hemos confundido el Reino de Dios con programas socialistas. Las estructuras sociales injustas o el capitalismo no son la causa del mal en el mundo. Cambiar las estructuras económicas –establecer algún tipo de sistema de redistribución– no va a detener el mal. Este tipo de pensamiento es marxista. Para los evangélicos, adoptar tal línea de pensamiento es pura conformación al mundo. Otro ejemplo es el feminismo extremo que determina tantas actitudes en nuestra sociedad. Dios creó al hombre y a la mujer iguales, pero iguales en la diferencia: los dos se complementan mutuamente. Sin embargo, muchos en nuestra cultura, incluso evangélicos, están tratando de borrar esa maravillosa diferencia. Algunos tuercen la Biblia para aceptar el divorcio fácil, la homosexualidad y la total igualdad entre el hombre y la mujer.


El aborto es el ejemplo más obvio de tal compromiso de la fe. Los evangélicos hemos sido lentos en entrar a esta batalla debido a que no queremos legislar la moralidad o porque, honestamente, no estamos convencidos que la vida humana comience en la concepción. Toda opinión del mundo que no permita promover la moralidad bíblica, está conformada al mito secular de la neutralidad.


Nadie es neutral en cuanto al aborto: todos legislan moralidad sobre el tema. Pero para el cristiano existe sólo una posición bíblica: la vida humana comienza en la concepción. A menos que mantengamos la santidad de la vida humana antes de nacer, estamos negando la verdad de las Escrituras en la práctica.



A menudo utiliza usted la frase: “La verdad trae confrontación”. ¿Qué significa esto para el cristiano creyente de la Biblia?



Estas cosas comienzan con actitudes. John Wesley tenía una frase muy útil: cuando su gente se entusiasmaba con algo, hablaba de “entusiasmo impío”. Esto ha sido de gran ayuda en mi vida. Cuando me veo envuelto en polémicas, me pregunto: “Esto que siento, ¿es lealtad a Dios, a Cristo y a las Escrituras o se trata de un entusiasmo egoísta, impío?”. ¿Hago de los cristianos del otro bando mis enemigos o estoy dispuesto a ayudar en la situación? Debo ser tan inflexible como sea necesario, pero al mismo tiempo debo estar dispuesto a invitar a esta gente a mi casa para conversar. Al decir esto debo agregar que donde existe la verdad, lo opuesto es la no-verdad. No podemos decir simplemente: “Creo en la verdad de la Palabra de Dios” y descansar mientras otros creen lo que quieren. Nuestra lealtad va más allá de decir que creemos en ciertas cosas. Nuestra lealtad es hacia Cristo y el Dios viviente. Esto significa que cuando se enseña una mentira, la debemos señalar como mentira. La verdad trae confrontación. Si no nos damos cuenta de que debemos hablar con amor y claridad en contra de lo que la Biblia condena, ya sea en doctrina o en moral. ¿Podemos realmente creer que amamos a Dios? Recitamos credos y cantamos en las reuniones de culto, pero a veces me vienen escalofríos al pensar quién, dentro de la estructura evangélica, cree qué.



Hay muchas cosas en las que, como evangélicos, podemos estar en desacuerdo, pero ¿cuáles son los puntos fundamentales en los cuales debemos coincidir?



Aunque toda verdad es importante, no todas las cosas están al mismo nivel en la jerarquía de verdad. Distintos tipos de cristianos creyentes de la Biblia van a ubicarse en diferentes puntos del espectro. Cosas en las que estamos de acuerdo que no son esenciales aparecerán en el medio y habrá áreas donde los creyentes estarán en desacuerdo.


Tomando un ejemplo práctico: ¿Asistimos a una iglesia creyente de la Biblia para después hacer de nuestras diferencias denominacionales un tema de discusión?


Debemos separar con nitidez las iglesias que creen en la Biblia y las que no. Creer en toda la verdad de la Palabra de Dios es algo fundamental. No debemos poner los límites en nuestra creencia de la Biblia entre el bautismo de infantes y el de creyentes; o entre la comunión semanal y la mensual; tantas buenas iglesias cometen el error de limitar su utilidad a hacer de las diferencias denominacionales el tema principal de discusión.



¿Qué consejo y estímulo tiene para los creyentes que quieren estar totalmente de parte de la verdad de Dios en la iglesia?



Primero, deben tener una relación profunda con Cristo –esto es lo que debemos edificar en cada uno–. Una relación profunda no es estática, podemos tenerla y luego perderla.


Segundo, deben darse cuenta de que lo que enseñamos es la verdad. No se trata simplemente de experiencias religiosas sino de verdades objetivas. Lo que está ocurriendo en EE.UU. con la legalización del aborto y tantas otras decisiones de la Corte es más que algo distinto de la posición bíblica: es lo opuesto.


Debemos entender al enemigo y a nuestro llamamiento. Dios nos ha llamado para exhibir su amor y sanidad. Debemos pedirle a Cristo que nos capacite cada día a través del Espíritu Santo para mostrar la existencia y el carácter de Dios en contraste con el espíritu del mundo que nos rodea. Tenemos que enfrentar a una sólida visión del mundo, contraria a lo que enseña la Biblia y que ha traído consigo la destrucción de nuestra era.


Proclamamos a este Dios no sólo porque El es la verdad sino porque en El podemos realizarnos como seres humanos. Si Dios existe y nos ha hecho a Su imagen, entonces, cuando vamos en contra de Su Palabra, no sólo pecamos sino que vamos en contra de nuestro bien supremo. No estamos luchando solamente por una verdad teológica abstracta sino por nuestra humanidad. Una vez que esto nos penetre hasta los huesos, entonces podremos funcionar, entonces podremos estar totalmente de parte de la verdad.



¿Pueden los creyentes realmente cambiar el curso de esta batalla?



Sólo Dios lo sabe. Nuestra tarea no consiste en saber si vamos a ganar, nuestra tarea consiste en ser fieles. La iglesia ha atravesado muchos períodos en que pareció estar al borde del precipicio, los que eran fieles al Señor Jesús y a las Escrituras trabajaron para encontrar una solución. Debemos confiar en que Cristo y el Espíritu Santo la proveerán.


¿Perdió Pablo la batalla porque fue decapitado? ¿Perdieron los primeros cristianos porque murieron en el circo? ¿Perdieron los reformadores porque los mataron? En absoluto. Nuestra tarea es ser coherentes delante del Señor y descansar en Sus manos.


No sé si esta nación será condenada o no; creo que estamos bajo el juicio de Dios por ignorar la luz que nos ha dado. Si un número suficiente de cristianos lucha y es fiel, quién sabe, puede que veamos cambiar no sólo la iglesia sino también a nuestra cultura. Debemos pagar el precio y estar dispuestos a ser minoría.


No sé dónde nos hallamos en la historia, ni tampoco importa. Si la iglesia va a ser salva o si ya se ha conformado demasiado al mundo no es el tema. De cualquier manera nuestra tarea sigue siendo la misma; amar al Señor Jesús, amar a las Escrituras, esperar que el Espíritu Santo obre en nuestras vidas, y luego avanzar. Creo, con fe y esperanza, que tememos una posibilidad de éxito verdadero.



Usted tiene un profundo amor a la verdad de Dios y Su Palabra, ¿podría compartir su experiencia personal?



Yo no amo a este libro porque tiene tapas de cuero y bordes dorados. No lo amo como “Libro Santo”. Lo amo porque es el libro de Dios. A través de él, el Creador de Universo nos ha dicho quién es y cómo llegar a El a través de Cristo, quiénes somos nosotros y cuál es la realidad. Sin la Biblia no tendríamos nada.


Puede sonar melodramático, pero a veces por la mañana tomo mi Biblia y la acaricio: estoy tan agradecido por ella. Si Dios hubiera creado el mundo y permanecido silencioso no sabríamos quién es El, pero la Biblia lo revela, por eso es que la amo. No amo la Biblia como libro, la amo por su contenido y por su autor. Lo siento así con más fuerza cada año que pasa.



Mirando atrás a sus 50 años de servicio a la iglesia, ¿qué palabras de conclusión tiene para los evangélicos?



He visto al mundo evangélico crecer más y más. Al establecerse como institución, los evangélicos se han conformado al mundo en casi todos los aspectos en lugar de hacer frente al mal. Si no trazamos los límites ahora, nunca se hará; así lo creo con todo mi ser.


En sus primeros años, la Universidad de Harvard creía tan firmemente en el bautismo de infantes que un presidente fue expulsado por no aceptar esta doctrina. Al mirar atrás nos preguntamos: “¿Era ése un tema tan polémico?”. Sin embargo, Harvard estaba posiblemente más comprometida con el evangelio que muchas de nuestras universidades evangélicas.


Lo que necesitamos son límites. Estarán aquellos que no se plegarán, pero debemos tener a otros que proclamen la verdad claramente. Este tiempo de división es tan importante como cualquier otro del pasado. Recuerdo muy bien cuando la Iglesia Presbiteriana se dividió en los años 30. La expulsión del Dr. Gresham Machen por oponerse al liberalismo teológico ha sido tal vez el suceso sociológico más importante de la primera mitad de siglo; fue una señal de que esta iglesia y otras habían sido invadidas por el liberalismo.


Ahora la iglesia evangélica está en el medio. Si puede hacérsela desaparecer a través de su conformación al mundo –diciendo lo mismo que él, confundiendo el Reino de Dios con programas socialistas, restándole importancia a problemas relacionados con la vida humana, o simplemente guardando silencio–, pienso que la última barrera contra el derrumbamiento sociológico habrá desaparecido.


El tema que estamos tocando es crucial para la causa de Cristo, la iglesia y la batalla en la sociedad. Si no confrontamos con coraje este espíritu de conformismo, si no trazamos límites con amor en nuestras iglesias y escuelas, muchas organizaciones evangélicas se habrán perdido para la causa de Cristo para siempre.



Apuntes Pastorales


Junio – Julio / 1985


Vol III, número 1