El mensaje que hemos oído de Él

1 Juan 1:5-7

INTRODUCCIÓN:

Los medios de comunicación han hecho de este mundo una “casa pequeña”. ¿Puede imaginarse cuánto duraba una noticia para ser conocida hace unos siglos atrás? Cuan distintas son las noticias ahora. La televisión y los periódicos son abanderados en esa difusión. Sin embargo, los adelantos tecnológicos parecen haber entrado en una carrera donde se compite para saber quién nos dará la información más rápida. Las nuevas aplicaciones que se bajan en los llamados teléfonos inteligentes nos ponen al instante en contacto con lo que está pasando en cualquier lugar del mundo. Mientras estoy escribiendo este mensaje, me entró una mala noticia del asesinato del hermano de un apreciado hermano en la fe y un amigo de infancia y de campamento de algunos de mis colegas pastores. Y esto forma parte de nuestra cotidianidad.

Las noticias de lo que pasa en el medio oriente, y sus números de muertos todos los días por atentados, o los que mueren por esas guerras religiosas, donde se quieren imponer un sistema de gobierno mundial, ya son tan comunes que parece no causar ninguna sensibilidad ante tales atrocidades. Qué decir de las noticias de violencias con los que los periódicos encabezan sus titulares matutinos. Qué decir de los terremotos, huracanes, tsunamis, y las noticias de las continuas muertes que se suscitan en un país como el de Estados Unidos, donde cualquier enfermo mental llega a una escuela y mata a una cantidad de niños inocentes, simplemente porque son cristianos.

En fin, las noticias que oímos, las cuales se constituyen en los mensajes que tenemos que digerir, están saturadas de contenidos tóxicos, por lo que requerimos escuchar y dar a conocer las buenas noticias que salen del cielo y que nos han sido dejadas en la palabra santa. De eso se trata nuestro mensaje ahora. Juan nos ha dejado esta frase: “Este es el mensaje que hemos oído de él…”. ¿Cuál mensaje? ¿Por qué Juan quiso anunciarlo? ¿De que se trata?

I. EL MENSAJE QUE HEMOS OÍDO DE ÉL NOS REVELA EL CARÁCTER DEL DIOS QUE ADORAMOS

1. Dios es luz en su revelación a si mismo v. 5b.

Los estudios del comportamiento humano han señalado que el carácter de una persona pudiera estar determinado por el dios ante el cual se ha inclinado para seguirlo o rendirle alguna devoción. Esto explica el fanatismo en el que algunos pudieran incurrir por defender a su dios. Juan nos revela el carácter del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo a quien el creyente adora. Lo primero que dice es que “Dios es luz”. Esta definición nos habla de esplendor y gloria. Decir que Dios es luz es afirmar que a él nadie lo ha mostrado, que él mismo se nos ha revelado. ¿Qué significa que Dios sea Luz? Por un lado, que no hay nada escondido en él. Que su luz hace correr las tinieblas, pero a su vez que él quiere ser visto de todos los hombres. La naturaleza de Dios como luz quedo revelada en la persona de su Hijo Cristo. Cuando él se manifestó al mundo, dijo: “Yo soy la luz del mundo…”. Dios a través de Cristo alumbra el camino y guía el camino. Ahora nosotros somos “luz” a través de quien Dios quiere seguir revelándose.

2. Dios es luz a través de su santidad.

Por supuesto que cuando hablamos de Dios como Luz, estamos manifestando que él posee una santidad prístina y diáfana. Que la pureza sin mezcla de nada que tenga que ver con el mal forma parte de su carácter. Un puritano puso en contexto este atributo divino, quien al referirse a la santidad de Dios como el verdadero reflejo de su resplandor glorioso, ha dicho: “El poder de Dios esta en su mano o brazo, su omnisciencia es su ojo, su misericordia en sus entrañas, la eternidad en su duración, pero su santidad es su belleza”. Creo pensar que estamos de acuerdo con esta definición. Si la santidad de Dios es lo que define su carácter y su naturaleza. Cuando Juan nos dice que “Dios es luz” está yendo más allá de definir un concepto, pues a Dios no podemos definirlo. Su propósito es dejarle saber a sus lectores que no hay nada ni nadie que sea comparado con Dios, pero a su vez advertirnos cómo debiera ser también nuestra naturaleza. La santidad de Dios es el espejo que nos muestra lo que somos.

3. Dios es luz y no hay tinieblas en él v. 5c.

Las tinieblas siempre han sido un sinónimo de todo aquello que se opone a la vida cristiana. Por lo tanto también representa una vida sin Cristo, aquella en quien no ha resplandecido la luz del evangelio. Cuando Juan nos habla que la naturaleza divina no admite ningún tipo de tinieblas, nos abre dos posibles interpretaciones. La una tiene que ver con la hostilidad que son las tinieblas para Dios. De hecho la Biblia nos dice que “la luz en las tinieblas resplandece”. No en vano lo primero que hizo Dios fue la luz para separar las tinieblas del caos en la que estaba la tierra al principio. De esta manera vemos que las tinieblas no son parte de Dios, pero sin son parte del hombre que no le conoce. No es de extrañarnos, pues, que las tinieblas representen la ignorancia de una vida sin Cristo (Jn. 12:35). Pero además las tinieblas representan el caos, todo lo contrario a una vida moral y sin frutos. La luz y las tinieblas representan un estado de resplandor glorioso, revelado en el cielo prometido; pero también el lugar de castigo eterno, donde los hombres vivirán separados de esa luz. Por lo tanto, no puede una vida o un lugar lleno de tinieblas permanecer delante de él.

II. EL MENSAJE QUE HEMOS OÍDO DE ÉL NOS REVELA SI ESTAMOS CAMINANDO EN LA LUZ

1. Decir que tenemos comunión con él, pero andar en tinieblas v. 6.

La primera carta que Juan escribió fue para revelar la actitud de unos falsos maestros que aseguraban que andaban en la luz y comunión con Dios, pero simultáneamente vivían en tinieblas, por lo tanto esa dualidad de vida los descalificaba para la salvación. Así que este texto es una advertencia para que revisemos el tipo de vida que llevamos. Porque siguiendo el tema de la santidad de Dios, que es la belleza de su luz, nadie puede decir que está en comunión con él y a su vez vivir en tinieblas. La verdad es otra. Es una contradicción hablar intimidad con Dios e intimidad con las tinieblas. Eso no es compatible. El “si” con el que Juan comienza este versículo es condicional y plantea una respuesta acorde a esa afirmación. Pero el hecho que Juan nos hable de una conducta cristiana que mezcla la comunión con Dios y un andar en las tinieblas, hace mentiroso al que tal cosa hace. No hay en la vida cristiana términos medios. No puede haber comunión entre la luz y las tinieblas ha dicho también el apóstol Pablo. La comunión con Dios rechaza las tinieblas.

2. La autentica comunión con Dios nos previene del error v. 6b.

El apóstol Juan ha venido relacionando la comunión del Padre y del Hijo como la garantía de ser hijos de Dios. Su énfasis tiene que ver con la naturaleza que ahora tenemos. Un aspecto de esa nueva naturaleza es que hemos conocido la verdad. Y por la verdad entendemos no solo un montón de conocimientos, como si fuéramos filósofos investigadores, sino el conocer la verdad moral, la cual tiene una gran demanda para cumplirla. Por ejemplo, se nos invita a obedecer la verdad (Ro. 2:8). También se nos exhorta a seguir la verdad (3 Jn. 4). Tan importante es este asunto de la verdad que Pablo nos habla de aquellos que oponen a la verdad y los que se extravían de la verdad (2 Tim. 3:8; Stg. 5:9). Cuando pretendemos vivir en comunión con Dios y a su vez andamos en comunión con las tinieblas, no practicamos la verdad. Porque la verdad nos ha sido dada precisamente para mantener esa comunión. Cuando practicamos la verdad, el resultado será la unidad en la lugar de la división, la transparencia en lugar de ser llamados mentirosos.

3. Andar en la luz es tener comunión unos con otros v. 7a.

Lo expresado en los primeros versículos es una clara referencia a la incompatibilidad que hay entre la luz y las tinieblas. Pablo lo expreso claramente cuando hizo referencia al llamado yugo desigual con los incrédulos, al decirnos que no hay “compañerismo entre la luz y las tinieblas”, ni “Cristo con Belial”. El mundo que vive en tinieblas no puede tener comunión entre ellos mismos. Las religiones que pregonan un sectarismo a ultranza no pueden tener comunión entre ellos mismos. La iglesia que se interesa más en los números y en mantener un control sobre sus miembros, no puede vivir en comunión los unos con los otros. Sin embargo, si “andamos en luz como el esta en luz, tenemos comunión los unos con los otros”. El caminar del creyente está determinado por la luz que hay en él. El resultado no podía ser más visible. ¿Puede imaginarse a una iglesia donde todos los hermanos anden en la luz? ¿Cree que habrá indiferencia, falta de amor, rencor, divisiones u odio hace otros hermanos? Por supuesto que no. Andar en luz es andar en comunión.

III. EL MENSAJE QUE HEMOS OÍDO DE ÉL NOS REVELA EL ALTÍSIMO PRECIO PAGADO POR NUESTROS PECADOS

1. El alto precio: la sangre de Cristo v. 7c.

Desde mucho tiempo atrás los pueblos antiguos creían en el sacrificio de sangre como una manera para apaciguar la ira de sus dioses. Se sabe de comunidades enteras que ofrecían sacrificios humanos y de animales como una practica común entre sus creencias. Por supuesto que Dios prohibió los sacrificios humanos como parte de su adoración. Sin bien es cierto que le pidió a Abraham que le sacrificara a su hijo, al final le contuvo de hacer un acto contrario a su palabra (Dt. 18:10). Pero Dios si aceptó un sacrificio de sangre. Lo insólito es que este sacrificio no fue de cualquier humano, pues nadie en la tierra satisfizo su justicia por ser todos provenientes de Adán, sino el de su propio Hijo. Los sacrificios que Dios mismo le ordeno a Moisés practicar para perdón de los pecados de su pueblo, eran una sombra de lo que vendría después. Anticipadamente Dios había dicho que Cristo era el Cordero de Dios antes que el mundo fuese. ¿Se imagina usted este precio eterno? Así que fue a través de esta ofrenda perfecta que Dios hizo perfectos para siempre a los santificados (He. 10:14). No hay otra sangre como la de Cristo para aplacar la ira de Dios contra el pecado.

2. La razón del precio: nuestros pecados v. 7.

La sangre de los sacrificios hechos en el tabernáculo y en el templo que incluían ovejas, machos cabríos o palominos, perdonaban temporalmente los pecados, pero no los lavaban. El sacerdote tenía que hacer esto una y otra vez. Así que la primera cosa que hizo efectiva la sangre de Cristo fue la de limpiarnos (lavarnos) de todo pecado, de una vez y para siempre. Los escritores del Nuevo Testamento se encargaron de ponderar la obra de la sangre sobre nuestros pecados y calificar tal sacrificio como la obra más excelsa y de mayor valor que exista en toda la Biblia. Cuando Pedro habla de que el Señor hizo con nuestros pecados, lo hace en términos de un rescate, poniendo la sangre de Cristo como más preciosa que el oro y la plata (1 Pe. 1:18-19). Cuando Juan ve al creyente en el cielo, en un estado de victoria sobre Satanás el acusador de sus pecados delante de Dios, declara que ellos le han vencido por el poder de la sangre del Cordero (Apc. 12:10-11). Nada puede igualar la experiencia de sentir que todos los pecados han sido lavados. ¿Puede pensar en un mensaje que contenga una mejor noticia que esta? Bendita sea la obra del calvario.

CONCLUSIÓN:

Las noticias que recibimos tienen el propósito de dar a conocer lo que ha sucedido en algún lugar del mundo, sea malo o sea bueno. El texto del que estamos hablando no tiene malas noticias, pues Juan nos dice “el mensaje que hemos oído de él”. ¿Puede usted pensar en algo malo proveniente del cielo? Así que lo primero que nos dice Juan es que “Dios es luz”. La luz es todo lo contrario a las tinieblas. La mayoría de las noticias que vemos y escuchamos nos vienen de la actividad de Satanás, el padre de las tinieblas. Pero el hijo de Dios fue sacado del reino de las tinieblas y trasladado el reino del amado Hijo. Por lo tanto ahora vivimos en esa luz y el resultado de vivir en la luz es que tenemos comunión los unos con los otros. No podía ser de otra manera.

La luz rechaza toda falta de amor y nos previene del rechazo hacia otro. Cuando esto hacemos tenemos la más complete garantía pues si vivimos en comunión Dios como la luz de nuestras vidas lo cual nos lleva a una comunión con nuestros hermanos, la sangre de Cristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Aquí hay seguridad de nuestra salvación y victoria cotidiana sobre nuestros pecados. ¿Ha aceptado usted el mensaje que nos ha venido del cielo? ¿Han sido sus pecados lavados por la sangre de Cristo?

1. “Y José lloro mientras hablaban” v. 17c.

Cuan diferente son los pensamientos y el carácter de un hombre bueno que esta gobernado por el Espíritu de Dios. El tal tiene un corazón ausente de rencor y de odio. Por supuesto que en esa galería aparece la nobleza de José. No hay muchos hombres que pueden llorar cuando están en presencia de alguien que ha hecho lo malo, aunque escuchen la confesión del ofensor. La dureza con la que muchas veces se actúa desdice mucho de un corazón realmente cristiano. Pero vea como reacciona José frente aquel que le ha hecho daño. La confesión de sus hermanos conmueve sus entrañas y sin vergüenza alguna prorrumpe en llanto que no solo presagia un perdón completo sino que delante de ellos haría una de las más grandes revelaciones que se conozcan en las Escrituras. José calma la angustia de sus hermanos al decirles: “ No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios?”. En efecto, José sabe que el único que puede hacer justicia delante de ellos es Dios. Los hombres auténticamente cristianos dejan que sea Dios que juzgue la ofensa. Nadie puede ocupar el lugar del Espíritu Santo.

2. Palabras de consuelo para corazones duros v. 21.

Hay tres cosas que se ponen de manifiesto en este consolador texto. Lo primero que José dice a sus hermanos es que no tengan miedo. Ellos vieron el poderío de su hermano menor. Están consiente que ahora están en las manos de José y el podía hacer con ellos lo que quisiera. Nada produce mas estrés que el ser invadidos por los temores. Pero estos hombres en lugar de escuchar una palabra de reproche sienten que sus temores son disipados. José calmo su angustia. Esto debiera ser lo que busca un corazón que sabe que ha ofendido. Nada trae más paz y gozo que escuchar de parte de Dios decirnos “no temas”. El otro asunto que trajo tranquilidad a sus perturbadas vidas es oír a su hermano decir: “… yo os sustentare a vosotros y a vuestros hijos”. Para nadie es un secreto la angustia que trae una situación económica. El hambre ya estaba haciendo su estrago en las familias, pero la familia de Jacob puede estar segura. El penúltimo hijo de Jacob fue escogido por Dios para suplir todo lo a ellos les hizo falta, pues el estaba allí para sostenerle. El texto también nos dice que José les consoló. Solo un hombre de Dios llena de bienes a quien le ha hecho mal. Esto es maravilloso.

3. “Vosotros pensasteis mal contra mi…” v. 22ª.

José no pone a un lado la responsabilidad de sus hermanos. Los tiempos que vivió con los mercaderes que le compraron como esclavo. El tiempo que vivió con Potifar y la tentación que soportó por parte de su esposa para pasar después casi tres años preso injustamente, le recordaban a José que en efecto ellos pensaron y actuaron con maldad en su vida. Pero ahora el los trae a una realidad que tuvo que conmoverlos, pues resulto al final que ellos fueron instrumentos usados por Dios para lograr el eterno plan de Dios de donde vendría el pueblo de Israel y con ello el pueblo de Dios. Nada escapa al control de Dios. Cuando José dice que “Dios lo encamino a bien” estaba poniendo todas las cosas en el lugar que le corresponden. Los pensamientos de un hombre bueno atribuye todo lo que le pasa a él, y a los demás, como parte de un orden divino. El final de la historia de José es que el reconoce como Dios estuvo detrás de su historia para bien de la familia. Fue el mismo Dios que dijo que mis pensamientos no son vuestros pensamientos. Dios es el único ser que puede transformar lo malo en bueno, sobre todo cuando cuenta con un hombre bueno para ese fin.

III. DIOS ENCAMINA TODO PARA BIEN PARA QUE AL FINAL SEPAMOS CUÁN SEGURAS SON TODAS SUS PROMESAS

1. Largura de días y felicidad familiar vv. 22, 23.

La vida de los patriarcas se consideraba feliz si había una prolongación en sus años y si podían ver las generaciones de sus hijos. José fue uno de ellos. Así, pues, después de una larga, productiva y feliz vida, el tiempo de José llego a su final. Ninguno como él para ver el fiel cumplimiento de las promesas divinas. El texto nos dice que José habitó en Egipto con toda su familia. Ninguno de ellos pereció de hambre, ni murió a temprana edad. Toda aquella familia fue preservada, pues la promesa que Dios hizo a Abraham seguía su fiel cumplimiento. Los años de sufrimiento de José fueron más de cuarenta, pero si comparamos que el vivió ciento diez, entonces los años de felicidad fueron mayores que los de su sufrimientos. Ese gozo fue mayor porque estuvo rodeado de su ya extensa familia, que incluía a sus nietos a quienes vio “hasta la tercera generación; también los hijos de Maquir hijo de Manases fueron criados sobre las rodillas de José” v. 23. Con esto afirmamos que ningún gozo será mayor para alguien que ha pasado por el crisol de las pruebas como el de llegar a una vejez feliz, pero sobre todo rodeado del amor familiar. Dios es fiel a sus promesas hasta el final de nuestros días. La demanda para todos nosotros es que seamos fiel al dador de esas promesas.

2. Yo voy a morir; mas Dios ciertamente os visitara v. 24.

Este es el punto central de toda esta historia. Con la muerte de José no se acaba todo. José escucho seguramente la promesa que Dios le dio a su padre acerca de la gran nación que saldría de sus lomos. Ahora es el gran momento de recordarle a sus demás hermanos cuán cierta seguía siendo esa promesa. Hasta ahora Dios ha encaminado todo para bien pues esta será la más notable promesa que ellos deberían recordar. Muchos años atrás se le dijo Abraham que saliera de su tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición (Gn. 12.1, 2). La visitación que Dios haría con su pueblo incluía cuatrocientos años de vida en Egipto, pero después de eso, y ya siendo una gran nación, saldrían a la tierra prometida a Abraham muchos años atrás. Dios no cambia en lo absoluto sus promesas. Esto es una de las garantías que más debiera dominar nuestra mente y corazón cuando pasamos esos momentos de incertidumbre. José fue un instrumento de la gracia, misericordia, pero sobre todo, fue un instrumento por medio de quien él cumplió su promesa. Vale la pena vivir para el Señor pues sus promesas no han dejado de cumplirse. Su promesa de perdón y salvación es segura. Él sigue trabajando para que al final todo resulte para bien. Amén.

CONCLUSIÓN.

No todos los sueños se cumplen. Un hombre le contaba a su amigo lo que le había sucedido el día anterior. “Me desperté”, le dijo, “a las cinco de la mañana con el recuerdo fresco de un sueño en la mente. El sueño había sido muy sencillo: consistía en un enorme número 5, hecho de oro y diamantes. Me levanté de inmediato. Me tomé una ducha de cinco minutos, y me puse el quinto traje que encontré en el armario. Tomé el autobús número 5 para ir al hipódromo y aposté $555 al quinto caballo que corría en la quinta carrera. Con ansias, me quedé esperando el final de la carrera.” “¿Qué pasó?” le preguntó su amigo. “¿Ganó tu caballo?” “no”, le respondió el primero, “quedó en quinto lugar”. Bueno, así son los sueños de los hombres, pero los sueños de José sí se cumplieron, pues no estaban basados en las adivinaciones humanas, sino en el producto de los designios divinos. Amados, lo que nunca debiera ponerse en duda en la vida cristiana es saber que el Señor trabaja con la finalidad que todo resulte para bien de nosotros cuando no le encontramos sentido a las cosas. Por lo tanto no dejemos que se apaguen nuestros sueños hasta ver su feliz cumplimiento. Amén.

Fuente: www.centraldesermones.com