¡Quién sabe cómo estaría el ánimo de los descendientes de Rubén al reflexionar sobre lo que había pasado a su antepasado! Su mismo padre Jacob lo había descrito diciendo que era “impetuoso como las aguas” (Génesis 49:4), empleando una metáfora muy vívida en hebreo que quería decir “hirviendo hasta rebosar”. Usó también un juego de palabras al decir que Rubén era “principal en dignidad, principal en poder”, pero que no sería “principal” (Génesis 49:3–4).
En efecto, le fue quitada su primogenitura, y fue dada a judá. También fue privado de su bendición, la cual se dio a José. A través de la historia de los rubenitas no surgió ningún líder de distinción; no hubo profetas, ni jueces, ni héroes. Génesis 35:22 nos informa que todo eso fue debido a su pecado.
Entonces, ¿cómo se sentirían sus descendientes? ¿Defraudados? ¿Soberbios? ¿Enojados? Tenemos que hacer a un lado esa especulación porque en realidad el libro de Josué no adjudica a los rubenitas ninguna de esas características. Seguía en pie la pérdida de su primogenitura y bendición, pero en el libro de Josué se cuenta que los rubenitas por lo general se portaron a la altura de las circunstancias.
PALABRAS DE ENCOMIO
Josué 22:1–3
Trasfondo: La porción que quedó al lado oriental del Jordán Números 32:1–42
Los hijos de Rubén y los de Gad tenían “una muy inmensa muchedumbre de ganado” (Números 32:1), y vieron que el terreno oriental del valle del Jordán les era muy propicio para sus rebaños. Así que pidieron a Moisés que les asignara sus tierras de ese lado. La petición no estaba tan fuera de orden, porque Dios no había considerado que el río Jordán fuera la frontera de la tierra prometida.
Sin embargo, a Moisés no le gustó mucho la idea, porque pensó que una vez establecidos donde el pueblo entero había logrado victorias tan significativas, no estarían dispuestos a ayudar a sus hermanos a realizar la tarea mayor de conquistar el resto de la tierra. Moisés no quería que el pueblo se desanimara; así que presentó sus argumentos en forma de breve lección histórica mencionando a quienes lo habían defraudado en otro tiempo.
Pero los interesados lograron convencer a Moisés haciendo una noble promesa. (1) “Edificaremos aquí majadas para nuestro ganado, y ciudades para nuestros niños”; (2) “Nosotros nos armaremos, e iremos con diligencia delante de los hijos de Israel, hasta que los metamos en su lugar”; (3) “No volveremos a nuestras casas hasta que los hijos de Israel posean cada uno su heredad”; y (4) “No tomaremos heredad con ellos al otro lado del Jordán” (Números 32:16–19). Aceptada su palabra como juramento, Moisés consintió y les fueron asignadas las tierras que pidieron.
Cumplimiento de la promesa 22:2–3
El encomio bien merecido que se les dio constaba de una lista de las promesas que Moisés había trasformado en órdenes (Números 32:29): “Habéis guardado todo lo que Moisés… os mandó” (Josué 22:2b). Es evidente que los rubenitas entendieron la importancia de ser fieles a su palabra de promesa. Después de la muerte de Moisés, pudieron haber dicho que el arreglo se hizo con el ya difunto y que no tenía validez, pero no lo hicieron así. Es más, obedecieron a Josué, el que reemplazó a Moisés como nuevo líder y comandante del ejército. Ese mismo Josué se expresó agradeciendo la manera en que se sometieron a su gobierno.
Finalmente, Josué les felicitó por no haber abandonado a sus hermanos. Al hacer su promesa, los rubenitas dijeron que estarían dispuestos a ponerse delante de ellos (Números 32:17), lo que da a entender que no solamente tenían la buena motivación de acompañar a sus hermanos, sino de estar en la primera fila de la batalla.
¡PENSEMOS! |
La Biblia presenta a los personajes de su historia con toda franqueza y honestidad. Aun sus héroes se pintan con sus características exactas, dejándonos ver lo bueno y lo malo; lo fuerte y lo débil; lo hermoso y lo feo; sus éxitos y fracasos. ¡Qué gozo trae leer acerca del éxito, de la obediencia a la voluntad de Dios y to que produce en la vida espiritual! “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”, escribió el apóstol Pablo (2 Timoteo 4:7). Y ¡qué triste cuando se lee en el mismo capítulo: “Demas me ha desamparado, amando este mundo” (4:10). Pero los rubenitas fueron fieles a su juramento y al Señor. |
PALABRAS DE EXHORTACIÓN
Josué 22:4–8
Puesto en pie de paz 22:4
Josué les dijo: “Volved, regresad a vuestras tiendas, a la tierra de vuestras posesiones”. Obviamente los rubenitas se quedaron hasta el último momento de la batalla final y se quedaron hasta que el general les dijo que ya no se les necesitaba. Había sido un trayecto largo (“este largo tiempo”, v. 3; ¡en realidad fueron cerca de siete años!), pero se quedaron hasta que fueron dados de baja.
“Con diligencia cuidéis de cumplir” 22:5
Josué los exhortó a que vivieran de acuerdo a una norma sumamente alta, la que Dios había entregado a Moisés. El resumen de sus responsabilidades constaba de 5 puntos: (1) amar a Jehová su Dios; (2) andar en todos sus caminos; (3) guardar sus mandamientos, (4) seguirle a él, (5) servirle de corazón y con toda el alma. ¡Qué tarea! La disciplina requerida para un soldado en la guerra de conquiesta era dura y demandaba mucho, pero al fin y al cabo, la guerra duró relativamente poco tiempo. La norma impuesta en Josué 22:5 era para toda la vida.
Es interesante que los consejos que les dio Josué no tuvieran nada que ver con lo político, ni el cuidado de su ganado o sus intereses comerciales, ni siquiera con la vida familiar o las relaciones interpersonales, temas que forman parte de la urdimbre de la vida del ser humano desde que nuestros primeros padres salieron del Edén. Pero Josué sólo les habló de lo espiritual.
EL GRAN ALTAR JUNTO AL JORDÁN
Josué 22:10–34
La crisis 22:10–12
En los “límites del Jordán que está en la tierra de Canaán, los hijos de Rubén y los hijos de Gad y la media tribu de Manasés edificaron allí un altar …de grande apariencia” (Josué 22:10). En cuanto a su tamaño, el altar era lo suficientemente alto como para verlo de lejos. De mucho interés es que el lugar en donde lo construyeron fue cerca del río, pero “ en tierra de Canaán”. Esto quiere decir que estaba del otro lado del río con sus parcelas.
Sin embargo, a las demás tribus no les importó dónde lo edificaron. El solo hecho de que lo hubieran construido les causó una gran reacción. Pensaron que sus hermanos del oriente del Jordán habían cometido una tremenda herejía. Se alarmaron tanto, que el pueblo se juntó para pelear contra ellos. Su preocupación por la pureza del culto fue admirable, como también lo fue lo que hicieron enseguida.
La confrontación 22:13–20
Sabiamente, las tribus ofendidas obedecieron un principio que Dios había expuesto en Deuteronomio 13:14–15a. Los detalles son otros, pero el principio tiene valor en todo tiempo. “Tu inquirirás, y buscarás y preguntarás con diligencia; y si pareciere verdad, cosa cierta, que tal abominación se hizo en medio de ti, irremisiblemente herirás a filo de espada a los moradores de aquella ciudad”. A continuación mandaron una comisión para averiguar lo que sucedía, formada por el sacerdote Finees y diez príncipes.
En la reunión se citaron tres clases de delito: (1) En el versículo 16 acusaron a sus hermanos de una transgresión (la misma palabra en hebreo que usó Josué para describir lo que hizo Acán en Josué 7:1, y que en español es “prevaricación”); (2) En el versículo 17 citaron la maldad de Peor, que esencialmente tenía que ver con la idolatría. Es comprensible que los ofendidos pensaran que para eso era el altar; (3) En el versículo 18, la maldad se describe como rebeldía, misma que podría perjudicar a toda la nación.
También abrieron la oportunidad para arrepentirse, sugiriendo que tal vez, por el carácter inmundo de la tierra en donde estaban, debían de pasar el Jordán para estar con el cuerpo principal de Israel (Josué 22:19).
“MIRAD, HERMANOS, QUE NO HAYA EN NINGUNO
DE VOSOTROS CORAZÓN MALO DE INCREDULIDAD
PARA APARTARSE DEL DIOS VIVO”
(Hebreos 3:12).
El por qué del altar 22:21–29
Al haber construido un altar así, no cabe duda que fueran sinceros pero no muy sabios. Más bien, fueron algo presuntuosos y desobedientes. Sin embargo, ofrecieron una explicación sencilla, y hasta cierto punto lógica, y bastante convincente.
Empezaron hablando con reverencia citando tres grandes nombres de Dios. Explicaron que el suyo era un altar de testimonio, un especie de monumento, y no un lugar para sacrificios. Esperaban que sería un factor unificador que testificaría a las tribus del occidente que las del oriente seguían rindiendo culto al mismo Dios. Terminaron con: “Nunca tal acontezca que nos rebelemos contra Jehová, o que nos apartemos hoy de seguir a Jehová, edificando altar para holocaustos, para ofrenda o para sacrificio, además del altar de Jehová nuestro Dios que está delante de su tabernáculo” (Josué 22:29).
Aclaración aceptada 22:30–34
Felices porque no tuvieron que derramar sangre judía en una guerra fratricida, regresaron el sacerdote Finees y los príncipes para informar al pueblo.
La complacencia del sacerdote se basaba en la actitud de las tribus de oriente y porque no fueron rebeldes, aunque no del todo inocentes. La nación se libró de recibir la ira de Dios por la apostasía.
Observaciones finales
- Las convicciones son las que proveen dirección y propósito a la vida. Observar que esas convicciones funcionan en la vida trae gran satisfacción. La autocomplacencia no debe ser nuestra meta, porque eso sería muy egoísta; las convicciones deben ser más nobles. No se puede tachar a los rubenitas de motivos espurios cuando ofrecieron estar en las primeras filas de la guerra para obtener la tierra de promisión. Eso lo hicieron a pesar de tener posesión de su propia tierra. Su decisión se tomó con base en la fe en lo que Dios había dicho y eso proveyó dirección a su vida, y les permitió ejercer la disciplina para permanecer fuera de su casa por siete años participando en la guerra de conquista. A esto se le podría llamar fe funcional. Al creyente nunca le falta dirección en la vida debido a sus convicciones derivadas de la palabra de Dios.
- El ser humano es propenso a inventar elementos que según su manera de pensar mejoran la religión. En momentos de emoción o de devoción tal vez se le ocurra una idea que podría incorporarse a su veneración. Así pasó al emocionado, devoto y listo apóstol Pedro en el monte de la transfiguración. Se le ocurrió una idea y la expresó así: “Hagamos tres enramadas, una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías” (Marcos 9:5). Pero eso no era lo que el Señor buscaba, y una enramada no lo hubiera glorificado en ese entonces. Lo que glorifica a Dios es que obedezcamos su palabra. Puede ser que el altar al otro lado del Jordán fuera una maravilla arquitectónica, con piedras lindísimas, con una simetría que inspiraba, y hecho con las mejores intenciones, pero lo que glorifica a Dios es nuestra conformidad con lo que él ha dicho, no lo que inventamos.
Platt, A. T. (1999). Estudios Bı́blicos ELA: Promesas y proezas de Dios (Josué) (99). Puebla, Pue., México: Ediciones Las Américas, A. C.