“Entonces dijo Jonatán a David: ¡Jehová Dios de Israel, sea testigo! Cuando le haya preguntado a mi padre mañana a esta hora, o el día tercero, si resultare bien para con David, entonces enviaré a ti para hacértelo saber. Pero si mi padre intentare hacerte mal, Jehová haga así a Jonatán, y aun le añada, si no te lo hiciere saber y te enviare para que te vayas en paz. Y esté Jehová contigo, como estuvo con mi padre. Y si yo viviere, harás conmigo misericordia de Jehová, para que no muera, y no apartarás tu misericordia de mi casa para siempre. Cuando Jehová haya cortado uno por uno los enemigos de David de la tierra, no dejes que el nombre de Jonatán sea quitado de la casa de David. Así hizo Jonatán pacto con la casa de David, diciendo: Requiéralo Jehová de la mano de los enemigos de David. Y Jonatán hizo jurar a David otra vez, porque le amaba, pues le amaba como a sí mismo” (1 S. 20:12–17).
Introducción
El ungido es una persona que aprende a discutir los problemas. Todo problema, grande o pequeño, difícil o complejo, hablando matemáticamente tiene que tener su solución. Y cuando no se le encuentra una solución, se debe aceptar como tal o olvidarse del mismo.
Los problemas no se maximizan con un lenguaje negativo y un espíritu pesimista, por el contrario se minimizan con un lenguaje positivo, de fe y un espíritu optimista.
En el mundo existen dos clases de individuos, los que complican las cosas con su actitud derrotista y los que simplifican las cosas con su actitud triunfalista.
Los ungidos son unos “resuelve problemas” y no unos “mantienen problemas”. Jonatán le había expresado al ungido David su buen deseo de ayudarlo: “Lo que deseare tu alma, haré por ti” (20:4).
Esto me recuerda de lo dicho por el Señor Jesucristo: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Jn. 14:13–14). Toda oración que se haga en el nombre de Jesús está respaldada por su promesa y se sostiene en la autoridad de su nombre.
Al Jonatán ofrecerle ayuda al ungido, este la aprovecho inmediatamente. Era costumbre de David sentarse a cenar con Saúl en el comedor del palacio y el próximo día de luna nueva le tocaba hacerlo, pero se escondería por tres días (20:5) y dejaría de participar.
El ungido se invento la excusa de que si Saúl preguntaba por él, se le dijera que estaba en Belén sacrificando con su familia (20:7). Si la respuesta de Saúl era positiva, el ungido sabía que no corría peligro de muerte. Si la respuesta era negativa, las intenciones malas de Saúl eran reveladas (20:7).
Los ungidos siempre prueban los corazones de los no ungidos. Estos disciernen cuando se quiere mal contra ellos. Por eso no se dejan engañar por las invitaciones de los no ungidos. Los velan y se cuidan de estos. Mantenerse lejos de los no ungidos, es una medida de seguridad espiritual.
Los ungidos son humildes, se someten a la autoridad espiritual, son de un corazón de siervo, les encanta la adoración, son buenos guerreros espirituales, pero no son tontos. Son mansos, pero no mensos. Saben emplear su inteligencia.
- La solicitud del ungido
“Harás, pues, misericordia con tu siervo, ya que has hecho entrar a tu siervo en pacto de Jehová contigo: y si hay maldad en mi, mátame tu, pues no hay necesidad de llevarme hasta tu padre” (20:8).
Primero, el ungido reconoce la importancia de la misericordia. La misericordia implica que no se nos da lo que merecemos. David le dice a Jonatán: “Harás, pues, misericordia con tu siervo”.
La misericordia no es algo que se siente, es algo que se hace. Es llevar a la práctica lo que sabemos que es el deber. El ungido le pide al príncipe Jonatán que hiciera misericordia con él. Notemos su actitud de humildad al referirse así mismo con estas palabras: “con tu siervo”. Él no se veía como uno que tenía que ser servido, sino como uno que tenía que servir.
Los ungidos primero son llamados a ser servidores y luego a ser líderes. Un líder que no ha sido siervo y que no es siervo, no sirve para nada. El secreto para un liderazgo eficaz, prospero, que toque y marque vidas, es mantenerse siempre en la plataforma del servicio.
Segundo, el ungido le recuerda a Jonatán de su iniciativa: “ya que haz hecho entrar a tu siervo en pacto de Jehová contigo”. Los ungidos siempre son gente de pacto. Noé hizo pacto con Dios. Abraham hizo pacto con Dios. Isaac hizo pacto con Dios. Jacob hizo pacto con Dios. Moisés hizo pacto con Dios. Josué hizo pacto con Dios. Elías hizo pacto con Dios… la Iglesia ha hecho pacto con Dios en la persona de Jesucristo.
Los pactos con Dios no se pueden violar, romper, olvidar o ignorarlos. Dios llama a cuentas a los que han hecho pacto con Él. La profesión de fe es un pacto que se hace con Dios. El matrimonio es un pacto que se hace con Dios. La dedicación de niños es un pacto que se hace con Dios. El dar el diezmo es un pacto que se hace con Dios. El servirle a Dios y a la iglesia es un pacto que se hace con Dios. El aceptar un ministerio es un pacto que se hace con Dios.
Más que la iniciativa propia de Jonatán en hacer pacto con el ungido, era Dios quien se lo había puesto en el corazón que lo hiciera. Este “pacto de Jehová” entre un príncipe y un futuro rey, conlleva una gran enseñanza. Es el pacto con el ungido. Y con los ungidos hay que hacer pacto. Este pacto no se hace de labios, se hace con el corazón. Dios mismo se le tiene que revelar a las personas para que estos puedan hacer pacto con los ungidos.
Jonatán era un creyente serio, que ante Dios mantenía su palabra. Era un hombre de palabra. Hombres y mujeres de palabra son las que el Espíritu Santo está levantando y las está trayendo a los ungidos. Este príncipe al hacer pacto con el ungido puso a Dios por testigo y juez del mismo.
Jesús de Nazaret es nuestro Jonatán que nos ha hecho entrar en pacto con el Padre celestial. Al participar de la copa del Señor en la Cena Pascual, sus discípulos entraron con Él en un pacto: “Porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mt. 26:28).
La Cena del Señor le recuerda a la Iglesia que entre esta y Cristo hay un pacto de sangre. Al participar de los elementos el pan y el vino se recuerda de su muerte redentora y de su parusía (1 Co. 11:23–26).
Este nuevo pacto se había profetizado en Jeremías 31:31–33, donde leemos: “He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”.
Así como Jonatán tomó la iniciativa en el “pacto de Jehová” con David, Jesús de Nazaret, que es nuestro Jonatán, nos ha hecho entrar en pacto con el Padre celestial.
Los ungidos son personas de pacto. El pacto de Jesús habla de fe, de gracia, de amor, de bendiciones y de posición celestial. Ese pacto nos da derechos espirituales. Lamentablemente muchos creyentes aunque tienen la garantía de un pacto de gracia, viven esclavizados a incisos anexados de obras y cargas religiosas. Están trabajando ante el Padre por algo que ya el Hijo trabajo por ellos.
Tercero, el ungido es integro al decir: “y si hay maldad en mi, mátame tú, pues, no hay necesidad de llevarme hasta tu padre”. En los ungidos no puede haber maldad. Están limpios por fuera y por dentro. En sus armarios no hay esqueletos escondidos, ni tampoco se esconden en estos. Su vida es un libro abierto que puede ser revisado por cualquiera.
No temen de que lo sorprendan haciendo algo indebido. En ellos no hay dobleces espirituales. Desde cualquier ángulo que se les observe se ven los mismos.
- La confianza del ungido
“Y Jonatán le dijo: Nunca tal te suceda; antes bien, si yo supiere que mi padre ha determinado maldad contra ti, ¿no te lo avisaría yo?” (20:9).
El príncipe Jonatán deseaba lo mejor para el ungido. No deseaba que nada malo le sucediera. Los ungidos necesitan rodearse de personas que los cubran con su buena voluntad. Para el ungido no se puede desear ningún mal. En la aflicción Jonatán era un bálsamo para David.
Jonatán sería los ojos y los oídos para el ungido. Los ungidos necesitan personas de confianza que los cuiden y que les cubran bien las espaldas. Un verdadero Jonatán siempre velará por la seguridad de un David. Los que tienen el espíritu de Jonatán protegen a los ungidos. Con esto el ungido no tiene que preocuparse mucho de los enemigos.
“Ven salgamos al campo”, invitó Jonatán a David, “y salieron ambos al campo” (20:11). esta es una invitación para que el ungido se renueve, se refresque y reflexione. Es invitar al ungido a separarse momentáneamente de sus problemas inmediatos. El ungido tiene que ser invitado a salir, invitado a caminar, invitado a conversar. Necesita compañía y hay que brindársela.
En el campo Jonatán se compromete con David: “¡Jehová Dios de Israel, sea testigo! Cuando le haya preguntado a mi padre mañana a esta hora, o el día tercero, si resultare bien para con David, entonces enviaré a ti para hacértelo saber. Pero si mi padre inventare hacerte mal, Jehová haga así a Jonatán, y aun le añada, si no te lo hiciere saber y te enviare para que te vayas en paz. Y esté Jehová contigo, como estuvo con mi padre” (20:12–13).
Lo que está haciendo Jonatán es demasiado serio. Voluntariamente está abdicando como príncipe a su derecho a ser rey. A pesar de tener a un padre tan carnal, Jonatán fue un hijo espiritual.
Primero, Jonatán pone a Dios delante: “¡Jehová Dios de Israel sea testigo!”. Los Jonatanes son personas espirituales que en todo y para todo ponen a Dios por delante. Todo plan está incompleto y toda agenda vacía si a Dios no se le da su parte. Muchos fracasos son el resultado de que a Dios se le excluyó y que su opinión no se le pidió.
Los que quieren ayudar al ungido para que el propósito de Dios se cumpla en este, son personas que primero se dejan ayudar por Dios, para luego ayudar a otros. Con Dios todo se puede y sin Dios nada se puede. Ponga a Dios por delante en todo y las cosas mi hermano y mi amigo le saldrán bien.
Dios debe ser “testigo” de todas nuestras acciones y compromisos. Que Dios vea, que Dios escuche y que Dios apruebe, es necesario e importante.
Segundo, Jonatán velaría por David: “Cuando le haya preguntado a mi padre mañana a esta hora, o el día tercero, si resultare bien, para con David, entonces enviare a ti para hacértelo saber”.
En Jonatán había esperanza de que Saúl su padre cambiaría. Ese deseo de ver a nuestros familiares cambiados, debe estar siempre con nosotros. Los Jonatanes no ven a las personas como en realidad son, sino como pueden llegar a ser con la ayuda de Dios. Que tremenda confesión!
Tercero, Jonatán también le haría saber cualquier cosa mala: “Pero si mi padre intentare hacerte mal, Jehová haga así a Jonatán, y aun le añada, si no te lo hiciere saber y te enviare para que te vayas en paz”.
Con Dios no se juega. Los que se atreven a jugar con Él siempre salen perdiendo. Jonatán sabía que ante Dios él asumía una tremenda responsabilidad con el ungido. No le escondería nada ni le ocultaría ningún peligro. Por encima de su relación congénita con Saúl su padre, pondría su relación espiritual con el ungido.
Cuarto, Jonatán tiene buena voluntad para con David: “Y esté Jehová contigo, como estuvo con mi padre”. A los ungidos tenemos que bendecirlos y orar por ellos, para que la presencia de Dios siempre los acompañe. Sin Dios los ungidos son nadie.
III. El compromiso del ungido
“Y si yo viviere, harás conmigo misericordia de Jehová, para que no muera, y no apartarás tu misericordia de mi casa para siempre. Cuando Jehová haya cortado uno por uno los enemigos de David dé la tierra, no dejes que el nombre de Jonatán sea quitado de la casa de David” (20:15).
El que se pega a los ungidos será bendecido. Jonatán había tenido en su espíritu una revelación del éxito y la victoria que David el ungido tendría.
Los Jonatanes ven en su óptica espiritual lo que el futuro hará con los ungidos. Hay que orarle a Dios y pedirle que el Espíritu Santo nos muestre aunque sea ligeramente o de refilón la visión de los ungidos.
Un día todos los enemigos de David serían cortados por Dios, incluyendo a Saúl y aun los que de la misma casa de David se levantarían contra él. Jonatán era un hombre espiritualmente inteligente, pidiendo misericordia para él si estaba vivo o para su familia. Un día su hijo lisiado Mefi-boset se sentaría a la mesa del rey David y comería todos los días con él, por causa de la promesa hecha por David a su padre Jonatán (2 S. 4:4; 9:1–13).
Mientras los ungidos se mantengan haciendo la voluntad de Dios y sometidos a su Palabra, Dios honrará sus pasos y sus palabras. Los ungidos siempre comienzan sin nada, pero llegan a tener mucho. No parecen que llegarán a algún sitio, pero Dios los llevará bien lejos. Para muchos son unos flojos, pero Dios los hará bien fuertes.
En 1 Samuel 20:17 leemos: “Y Jonatán hizo jurar a David otra vez, porque le amaba, pues le amaba como a sí mismo”. Lo que debe unir a uno a los ungidos debe ser el amor espiritual. Este era un amor sincero y motivado por Dios mismo. Al ungido hay que amarlo y demostrárselo.
En los versículos 18 al 22 Jonatán le da instrucciones a David de cómo se harían las cosas. En el versículo 23 leemos: “En cuánto al asunto de que tu y yo hemos hablado, este Jehová entre nosotros dos para siempre”. Este era un pacto de por vida. Jonatán nunca dejaría a David y David nunca dejaría a Jonatán. Ante Dios se habían dado la palabra el uno al otro y la cumplirían siempre.
Conclusión
(1) Dios honrará al ungido que cumple con la parte de su pacto delante de Él. (2) Los que tienen el espíritu de Jonatán cuidan bien del ungido. (3) El compromiso con el ungido traerá bendición futura y si nosotros no nos beneficiamos, nuestros hijos se beneficiarán.
Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (101). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.