El Papa a la Gendarmería Vaticana
El combate entre el bien y el mal se libra cada día en nuestros corazones
Homilía del Papa Francisco en la fiesta de san Miguel arcángel, patrono del Cuerpo de la Gendarmería del Estado de la Ciudad del Vaticano (3-10-2015)
La Primera Lectura, tomada del Libro del Apocalipsis, empieza con una palabra fuerte: «Y hubo un combate en el cielo. Y después dice cómo era ese combate: es el combate final, el último combate, el combate del fin. Es el combate de los ángeles de Dios, bajo las órdenes de san Miguel, contra Satanás, la serpiente antigua, el diablo. Este es el último, y ahí termina todo: solo queda la paz eterna del Señor con todos sus hijos que fueron fieles. Pero durante toda la historia este combate se libra cada día, cada día: se libra en el corazón de hombres y mujeres, se libra en los corazones de los cristianos y de los no cristianos…
Hay un combate entre el bien y el mal en el que debemos escoger lo que queremos: el bien o el mal. Pero el método de combate, los métodos de combate de estos dos enemigos son totalmente opuestos. En la oración inicial, en la Colecta, pedimos la gracia de ser defendidos por el arcángel Miguel contra las «asechanzas» del demonio, del diablo. Y este es uno de los métodos del diablo: las asechanzas. Es un sembrador de asechanzas; jamás cae de sus manos una semilla de vida, una semilla de unidad: siempre asechanzas, asechanzas: es su método, sembrar asechanzas. Recemos al Señor para que nos proteja de ello. Después, otro método, otro modo de librar combate, lo hemos escuchado en la Primera Lectura: el Satanás que seduce. Es un seductor: uno que siembra asechanzas y un seductor, y seduce con su fascinación, con la fascinación demoníaca, haciendo que te lo creas todo. ¡Él sabe vender con esa fascinación, vende bien, pero al final paga mal! Es su método. Pensemos en la primera vez que este señor aparece en el Evangelio: se trata de un diálogo con Jesús. Jesús lleva cuarenta días rezando en el desierto, ayunando, y al final está algo cansado y tiene hambre. Y él acude, se mueve lentamente como la serpiente y hace esas tres propuestas a Jesús: «Si tú eres Dios, el Hijo de Dios, ahí hay unas piedras; tienes hambre: haz que se conviertan en pan»; «Si tú eres el Hijo de Dios, ¿a qué esforzarte tanto? Ven conmigo a la azotea del Templo y tírate: la gente verá ese milagro y serás reconocido sin esfuerzo como el Hijo de Dios». El diablo intenta seducirlo, y al final, como no lo ha logrado, llega la última: «Hablemos claro: yo te doy todo el poder del mundo, pero tú me adoras a mí. Hagamos un trato». Son los tres pasos del método de la serpiente antigua, del demonio. Primero: tener cosas; en este caso, el pan, las riquezas, las riquezas que te llevan lentamente a la corrupción —¡y esto de la corrupción no es un cuento, está por doquier!—.
Por doquier hay corrupción: por una miseria mucha gente vende su alma, vende su felicidad, vende su vida, lo vende todo. Es el primer paso: el dinero, las riquezas. Después, cuando las tienes, te sientes importante; segundo paso: la vanidad. Lo que decía el diablo a Jesús: «Vamos a la azotea del Templo: tírate, ¡da el gran espectáculo!». Vivir para la vanidad. El tercer paso: el poder, el orgullo, la soberbia: «Yo te doy todo el poder del mundo; tú serás quien mande». Esto nos pasa a nosotros también, siempre, en las pequeñas cosas: demasiado apegados a las riquezas, nos da gusto que nos alaben, como el pavo real. Y mucha gente se vuelve ridícula, mucha gente. La vanidad te vuelve ridículo. O, al final, cuando tienes poder, te sientes Dios, y ese es el gran pecado. Esta es nuestra lucha, y por eso hoy le pedimos al Señor que, por intercesión del arcángel Miguel, nos veamos defendidos contra las asechanzas, contra la fascinación, contra las seducciones de esa serpiente antigua que se llama Satanás. Vosotros —que trabajáis, que tenéis un trabajo algo difícil, donde siempre hay conflictos y debéis poner las cosas en su sitio y evitar muchas veces delitos y faltas—, rezad mucho para que el Señor, por intercesión de san Miguel arcángel, os defienda de toda tentación, de toda tentación de corrupción por dinero, por riquezas, de vanidad y de soberbia. Y cuanto más humilde —como Jesús—, cuanto más humilde sea vuestro servicio, más fecundo y más útil resultará para todos nosotros. ¡Esa humildad de Jesús! ¿Y en qué vemos la humildad de Jesús? —con esto acabo, para no alargarme demasiado—. ¿En qué vemos la humildad de Jesús? Si vamos al relato de la tentación de Jesús, no encontramos nunca ninguna palabra suya. Jesús no responde con palabras propias, sino con palabras de la Escritura, las tres veces. Y esto nos enseña que con el diablo no se puede dialogar, y esto ayuda mucho, cuando llega la tentación: contigo no hablo, solo la Palabra del Señor. Que el Señor nos ayude en esta lucha todos los días, pero no por nosotros: es una lucha por el servicio, porque vosotros sois hombres y mujeres de servicio; de servicio a la sociedad, de servicio a los demás, de servicio para que crezca la bondad en el mundo.
(Original italiano procedente del archivo informático de la Santa Sede; traducción de ECCLESIA)