El pastor subversivo (Primera parte)
por Eugene Peterson
Como pastor no me gusta que me vean como una buena persona, alguien con un trabajo inofensivo…
Me molesta cuando algún empresario, al escuchar mi prédica, me comenta: «Pastor, está todo muy lindo, pero esas verdades no se pueden vivir en el mundo real».Creo que el reino de este mundo se convertirá en el reino de Dios y de Cristo. Es más; creo que ese Reino ya se ha manifestado en medio de nosotros. Supongo que mi fastidio tiene que ver con el hecho de que siempre he pensado que nosotros, los pastores, pertenecemos al mundo real. Es un mundo en el que la gracia, que pretendemos ministrar por medio de la cruz de Cristo, transforma la vida de aquellos que viven día a día en medio de las tinieblas. No obstante, el comentario del empresario me golpea fuerte. Él no me considera real. Para él, hacer negocios es más importante que adorar a Dios. La oración no es una de sus prioridades. Ir a la iglesia es su actividad de los fines de semana, ¡cuando se aísla del mundo real!
El reino que viene
Brota en mi interior el deseo de demostrarle que soy valioso. Quiero llevarlo a entender que soy un integrante clave en el proyecto de Dios, que tengo más peso de lo que este empresario percibe. Pero en ese momento recuerdo que soy un subversivo. Mi efectividad, a largo plazo, descansa en que no me reconozcan por lo que soy. Si este hombre se enterara de que realmente creo que este presente siglo será destruido, para ser reemplazado por otro reino que se está montado en secreto, no me escucharía nunca más. Si él entendiera lo que realmente estoy haciendo y el verdadero impacto que tiene mi vida, ¡me echaría!
¡Así es! Creo que el reino de este mundo se convertirá en el reino de Dios y de Cristo. Es más; creo que ese Reino ya se ha manifestado en medio de nosotros. Precisamente por eso soy pastor, porque mi vocación es presentar el Reino a las personas y ayudarlas a vivir en el mundo real, que es el mundo que viene. Lo métodos que sirven para fortalecer los sistemas y las instituciones de este mundo no sirven para edificar el reino de los cielos. Debemos aprender un nuevo método, un camino que es distinto a los caminos que han ganado popularidad entre los hombres.
No obstante, estos caminos populares son los que atesoran la mayoría de las personas de mi congregación. Muchos de ellos creen que los valores de Dios y los valores de la cultura son muy similares. En esto consiste, precisamente, la institución de la religión, la más antigua sobre la faz de la tierra. Ha sido edificada sobre la convicción de que los deseos de Dios y los nuestros son prácticamente iguales.
Como pastor, no estoy dispuesto a apoyar estas convicciones. El Señor tiene algo enteramente diferente en mente para nuestra vida. Para ayudar a las personas a convertirse al reino de Dios utilizo el método de la subversión.
Extraña vocación
Los pastores ocupamos un lugar atípico en la vida de las personas. Las comunidades de fe esperan de nosotros que los convoquemos a reuniones, les enseñemos y prediquemos, proveyendo la dirección y el ánimo en los desafíos de la vida espiritual. Dentro del ámbito de nuestras propias congregaciones gozamos de un modesto reconocimiento. Ocasionalmente algunos alcanzan reconocimiento regional o nacional, pero la mayoría de nosotros somos conocidos solamente en el ámbito de nuestras propias congregaciones.
Aparecemos fugazmente en la vida de otros en ceremonias de casamientos, bautismos y funerales. Por lo general la gente nos trata con respeto, pero no nos considera importantes en el sentido social, cultural o económico del país. Los más bondadosos nos ven como inofensivos. Los más ácidos nos ven como parásitos.
¿Pastorado inofensivo?
Pero no es esto lo que teníamos en mente cuando asentimos al llamado de desempeñar la función de pastores. No imaginábamos estar ocupados en algo tan benigno, ni tampoco tan periférico a la existencia de la gente. Las figuras que nos inspiraron eran mucho más radicales: Moisés, que denuncia al faraón; Elías, que hace caer fuego del cielo; Pedro, que sana al paralítico; o Pablo, que se lleva por delante el Imperio Romano. Durante los años de nuestra formación se nos habló que el reino de Dios era revolucionario, desestabilizante, amenazante a los principados y a las potestades del aire.Los que se descuidan encontrarán que el ejercicio de la imaginación se convierte en ejercicio de la fe. El vocabulario que aprendimos, en anticipación a nuestra tarea, era de batalla («no peleamos contra sangre ni carne»), de riesgo («vuestro adversario, el diablo, anda como león rugiente buscando a quien devorar») y de austeridad («toma tu cruz y sígueme»). Pero cuando llegamos al pastorado nos encontramos con pocas oportunidades de usar los términos que habíamos aprendido y rápidamente estos conceptos cayeron en desuso.
Todos son cordiales con nosotros, pero nadie nos toma en serio. Cuando anunciamos que el Reino ha llegado, nadie se pone nervioso. Cuando pronunciamos los mismos conceptos radicales que Cristo predicó acerca del amor, la fe, la paz y el pecado, la gente simplemente nos escucha con cortesía, aunque en otros tiempos estos principios desataron la pasión y el martirio. Descubrimos que es difícil trabajar como revolucionarios cuando todos lo tratan a uno con la misma afabilidad que a un cajero del supermercado.
Espías encubiertos
¿Será que tienen razón estas personas? ¿Es que no representamos ninguna amenaza al estilo de vida que las personas han escogido? Muchos pastores, dándose cuenta de que en realidad no impactan a otros como desean, acaban adaptándose al rol y asumiendo la tarea de ser capellanes de la cultura. Los que no se amoldan, sin embargo, descubren que pueden ser subversivos.
Estos, mientras desarrollan las aparentes inofensivas tareas pastorales, están permanentemente al acecho del verdadero enemigo, el reino del ego. Este reino está ferozmente defendido, escondido detrás de fachadas que intentan impresionar con un seudo-cristianismo, pero que no admite, bajo ningún concepto, ceder terreno ante el reino de los cielos. El pastor subversivo continuamente busca señales en la gente que delaten la existencia de una pequeña fisura que permita acceder a las intimidades del corazón. Mientras predica, enseña o conversa, examina, en lo secreto, a las personas en busca de un ojo que se empañe, una mirada que se desvíe, un suspiro, un cambio en el tono de voz que revele apertura a lo espiritual. Tratar de discernir la realidad oculta detrás de las fachadas demanda concentración y perseverancia.
El reino del ego no cederá sin dar batalla. El pecado no es un significante tropezón moral, sino una actitud de rebeldía directa a la soberanía de Dios. Los asaltos directos contra este reino son insospechablemente ineficaces. Pegarle de frente al pecado es como golpear un clavo con un martillo: cuanto más uno le pega más adentro se mete. En ocasiones el ataque frontal da resultados, pero el camino indirecto es el que más a menudo escoge el Señor.
Jesús subversivo
Jesús es el gran maestro de la subversión. Hasta el último momento, todos, incluyendo a sus discípulos, lo llamaban Rabí. Los rabinos eran importantes, pero no eran agentes de cambio. Cuando ocasionalmente las personas comenzaban a sospechar que Jesús era algo más que esto, él buscaba la forma de mantener el hecho en secreto: «No digan nada a nadie».Prácticamente no existe algún detalle en la historia del evangelio que no fuera, en algún momento, descartado por ser improbable, ignorado por ser demasiado obvio, o rechazado por ser ilegal. Una simple historia
La parábola, uno de los géneros preferidos por Cristo, es subversiva. Las parábolas parecen absolutamente ordinarias, historias comunes de semillas, tierra, monedas, bandidos y ovejas. Son, también, enteramente seculares. De las cuarenta parábolas en los evangelios, solamente una ocurre en un contexto religioso, y apenas un puñado mencionan el nombre de Dios.
Cuando la gente escuchaba estas historias veían inmediatamente que no se relacionaban para nada con Dios y por eso no se sentían amenazadas por ellas. Relajaban su postura defensiva. Se retiraban perplejos, tratando de entender el significado de historias que, sin darse cuenta, se habían alojado en sus mentes. Y luego, como una bomba de tiempo, inesperadamente explotaban en sus corazones desprotegidos. Un abismo se abría ante ellos. Jesús sí había estado hablando de Dios, y ellos, ahora, habían sido ¡invadidos por esa palabra!
Jesús continuamente arrojaba extrañas historias a los pies de gente ordinaria y luego se retiraba, sin hacer un llamado ni explicar el significado de las mismas. Luego, los que las habían oído comenzaban a ver las conexiones: se vinculaban con Dios, con la vida y con la eternidad. El mismo hecho de que eran tan obvias no advertía a los oyentes del impacto que podrían ejercer sobre sus vidas. No era la parábola la que trabajaba en ellos, sino la imaginación que estimulaba la historia de la parábola. Este género literario no es una historia que simplifica verdades, sino un cuento que las complica, pues se requiere valerse de la imaginación para entenderla. Los que se descuidan encontrarán que el ejercicio de la imaginación se convierte en ejercicio de la fe.
Defensas vulneradas
Las parábolas logran penetrar, subversivamente, las defensas contra nuestra fe. Una vez alojadas en el fortín de nuestro ego podríamos esperar un cambio de estrategia, una repentina aparición de espadas que perpetúe un golpe de estado. Nada de esto sucede, sin embargo. Nuestra integridad se mantiene intacta. Dios no impone su realidad desde afuera, sino que cultiva flores y frutas desde adentro. La verdad del Señor no es una invasión extraterrestre, sino una seductora relación de amor en la que los detalles de nuestra vida cotidiana son valorados como semillas que germinarán para el reino de los cielos. Las parábolas confían en nuestra imaginación, es decir en nuestra fe. No nos conducen, de manera paternalista, hacia un aula donde se nos explican y diagraman las verdades de la vida. No nos obligan a enrolarnos en regimientos donde marchamos todos a un paso moralmente aprobado.
Prácticamente no existe algún detalle en la historia del evangelio que no fuera, en algún momento, descartado por ser improbable, ignorado por ser demasiado obvio, o rechazado por ser ilegal. Detrás de la fachada de lo convencional y lo ordinario, cada detalle efectivamente señalaba la llegada del Reino: concepción (tal como se la consideraba) ilegal, nacimiento en establo, silencio en Nazaret, secularismo en Galilea, sanidades sabáticas, oraciones en Getsemaní, muerte criminal, agua de bautismo, pan y vino de Eucaristía… todo era subversivo…
Se tomó y adaptó de Christianity Today, © 1989. Se usa con permiso. Apuntes Pastorales, Volumen II – Número 5, edición de noviembre y diciembre de 2009. Todos los derechos reservados.