por Samuel O. Libert
Algunas corrientes contemporáneas pueden hacer valiosos aportes a la iglesia local. Recientes tendencias en la evangelización, la misiología, la educación cristiana, la eclesiología y otras, que no se alejan de las enseñanzas neotestamentarias, ayudan a ampliar la visión y presentan nuevas perspectivas para el crecimiento de la iglesia. El pastor debe estar abierto a esa posibilidad.
Introducción
La expresión «corrientes contemporáneas» abarca un amplio espectro y alude a un panorama confuso, porque una corriente contemporánea puede ser tanto el «rock» cristiano como una tesis de Moltmann, el movimiento neopentecostal o alguna tendencia política revolucionaria. Hay nuevas corrientes filosóficas, ideológicas, sicológicas, teológicas, eclesiológicas y otras que no podrían resumirse aquí, sin olvidar que en cada país hay matices vernáculos de las escuelas de pensamiento y expresiones puramente nacionales, que van desde la moda hasta las teorías económicas. Por eso es importante preguntar previamente: ¿qué corrientes contemporáneas influyen o podrían influir en la vida de una iglesia local concreta? Las respuestas serían múltiples, porque dependen del nivel cultural de la congregación, de su información, de su receptividad y de otros factores propios del contexto. Presuntamente, por ejemplo, una iglesia rural (fuera de las áreas de guerrilla) estaría menos expuesta a las influencias ideológicas que una iglesia urbana en las inmediaciones de una Universidad. Pero sería imposible generalizar y proponer un «rol de orientación» que funcione como instrumento idóneo para todo tipo de iglesias. Hay que evaluar cada caso y considerar sus circunstancias particulares, que es la mejor forma de elaborar estrategias razonables.
Este breve trabajo se reduce, pues, a sugerir algunas ideas, cuya validez está condicionada al análisis de la realidad contextual y a las características de cada iglesia. Es obvio que deben interesarnos específicamente las corrientes contemporáneas que puedan tener algún papel, positivo o negativo, en el crecimiento de la iglesia. También hay otras nuevas tendencias en el arte, la biología, la medicina, etc., cuya influencia en este proceso es relativa, pues afectan principalmente al reducido número de cristianos que cumplen funciones protagónicas en esos campos. En tales casos, el debate tendría matices que demandarían la intervención de agencias especializadas.
Sería inútil intentar un simple detalle de las principales corrientes contemporáneas. Nos limitaremos, entonces, a exponer modalidades para el llamado «rol de orientación de la iglesia», sin la pretensión de ofrecer fórmulas incuestionables.
1. Informarse y asesorarse
Se supone que el pastor debe ser un hombre actualizado, al tanto de las corrientes contemporáneas. Pero esto no es fácil. Muchos pastores carecen de recursos suficientes para adquirir los libros pertinentes y, en general, viven lejos de bibliotecas que provean adecuados textos de consulta. En nuestros días hay movimientos y líneas de reflexión que surgen como novedades o aparecen como fruto de la evolución de otras escuelas de pensamiento, pero la literatura que trata esos temas suele tener un precio prohibitivo.
En ese terreno, el asesoramiento para nuestros pastores debería ser responsabilidad de organismos denominacionales o, en algún caso, de otras agencias de servicio altamente especializadas. Lamentablemente, tales organismos, nacionales o internacionales, no siempre poseen la idoneidad y los medios para hacerlo con eficacia; pero será casi imposible tener éxito en la orientación de una iglesia si el pastor no dispone de la información indispensable (desde luego, también sería deseable un apropiado nivel de formación). Miles de jóvenes creyentes están bajo las presiones ideológicas de los ambientes universitarios o de algunos sindicatos politizados. Otros ceden ante los argumentos de la «nueva moral» y las técnicas de manipulación subliminal. Las teorías sicológicas cuestionan las definiciones de Dios, del pecado y de la culpabilidad. Grupos ultracarismáticos llevan a cabo vigorosos programas proselitistas, dando origen a dudas y polémicas. Etcétera. El pastor necesita respuestas porque debe dar respuestas.
2. Informar a la Iglesia
La iglesia local tendría que aprender a identificar las corrientes contemporáneas que, dentro de su propio contexto, la afectan o podrían hacerlo. No es bueno dejar que una congregación permanezca «con la guardia baja». Tanto el silencio como las prohibiciones son desaconsejables, porque sólo engendran mayor curiosidad. Los corrillos y los rumores son malos caminos, pues siempre proveen una información fragmentaria y distorsionada. La negación «a priori» de algunos fenómenos sorprendentes (por ejemplo, curaciones), sin un mínimo de investigación seria, puede deteriorar la imagen que la iglesia local tiene de sus líderes. Si el creyente descubre que en su propia iglesia hay un tema «tabú» (la justicia social, el bautismo del Espíritu, el don de lenguas, los milagros, entre otros), es fácil que vaya a buscar información en otras fuentes. Un pastor sabio debe transmitir sus conocimientos a su iglesia, en la medida en que ello contribuya a evitar las confusiones y las herejías. Son preferibles las aclaraciones doctrinales antes que los mecanismos de censura.
Estas previsiones son necesarias porque hay corrientes contemporáneas que, lejos de contribuir al crecimiento de una iglesia, pueden dividirla, hacerle perder su identidad o llevarla a la desaparición.
3. Elaborar una estrategia
Ante cada amenaza hay que elaborar una estrategia. Si una tendencia peligrosa procura establecer una «cabecera de puente» en la iglesia local, es de esperar que el pastor actúe sensatamente, asesorando a su congregación sobre los riesgos a que está expuesta. Se entiende que, como norma general, evitará toda reacción personal que cause escándalos, los que podrían hacer mayor daño. Conservar y educar a las ovejas es mucho mejor que expulsarlas del redil.
Por ejemplo, si viene un «sanador» con cuyos puntos de vista no estamos de acuerdo, es un error agredirlo verbalmente desde el púlpito; pero sería prudente recordar a la iglesia que nuestro cuerpo físico sigue siendo corruptible hasta que alcance la incorruptibilidad en la vida venidera (1 Co. 15:53-54) y que, en tanto tengamos esta naturaleza corruptible, estaremos expuestos a las enfermedades, aunque ocasionalmente Dios intervenga para sanar dolencias, etcétera.
«Declarar la guerra» a ocasionales adversarios es una pobre alternativa, si esa guerra produce en la iglesia una considerable pérdida de miembros. El corazón ardiente y la cabeza fría son buenos aliados de una estrategia hábil. Los pastores que se alarman ante la amenaza de una corriente peligrosa deben evitar que su alarma se transforme en desesperación. No es sano responder a una amenaza con otras amenazas. Es mejor considerar serenamente los hechos y estudiarlos juntamente con la congregación, o con sus líderes de mayor madurez espiritual, consultando eventualmente a otros siervos de Dios.
Algunas corrientes contemporáneas pueden hacer valiosos aportes a la iglesia local. Recientes tendencias en la evangelización, la misiología, la educación cristiana, la eclesiología y otras, que no se alejan de las enseñanzas neotestamentarias, ayudan a ampliar la visión y presentan nuevas perspectivas para el crecimiento de la iglesia. El pastor debe estar abierto a esa posibilidad.
La transformación del mundo en vísperas del siglo XXI plantea desafíos muy diferentes de los tradicionales. Somos testigos de una veloz revolución tecnológica. Un año de nuestros días produce mayores avances científicos que los ocurridos en varios siglos de la antigüedad. Las iglesias no pueden ser orientadas con manuales de antaño, ni con ópticas ya superadas, ni con enfoques paternalistas que el creyente de hoy identifica y rechaza rápidamente. Francis Schaeffer dijo que «la iglesia evangélica parece estar especializada en ir siempre a la zaga». Nosotros agregamos que, para evitarlo, muchas iglesias y sus líderes tendrían que atreverse a salir de la «burbuja aséptica» en que se aíslan y decidirse a investigar las corrientes contemporáneas, a fin de orientarse, crecer y cumplir con acierto su misión en la tierra, guiadas por el Espíritu Santo.