Biblia

El silencio divino

El silencio divino

por Elva Calcada

Ante la continuidad de la cercanía de Dios, no advertimos la realidad de su presencia, o la minimizamos. Ante el acostumbramiento de sus cuidados, no advertimos la majestuosidad de su poder. Y ante la constante misericordia de Dios, no advertimos su salvación. Pero Él está allí; cerca, muy cerca de nosotros. Como afirmó el profeta: «…en medio de ti».

Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos. Sofonías 3:17

Hubo un período en mi vida en que experimenté tangiblemente esta verdad.


La presencia del Señor, su poder y su salvación fueron reales en mí. Lo habían sido toda mi vida, pero con frecuencia no somos conscientes de esa bendición. Ante la continuidad de su cercanía, no advertimos la realidad de su presencia, o la minimizamos. Ante el acostumbramiento de sus cuidados, no advertimos la majestuosidad de su poder. Y ante la constante misericordia de Dios, no advertimos su salvación. Pero Él está allí; cerca, muy cerca de nosotros. Como afirmó el profeta: «…en medio de ti».


Leticia, mi hija mayor, estaba con nosotros en Argentina esperando su visa de residencia para los Estados Unidos, en ese momento se hablaba de que podría salir en 30 días. Fue en ese tiempo que un pequeño lunar en mi antebrazo comenzó a «vivir». Color, forma y tamaño no se alteraron demasiado, pero sí lo suficiente para saber que tenía vida. De vez en cuando me producía algún escozor, pero no le di importancia, como tampoco se la dio un médico que me examinó. Yo me olvidé del lunar, aunque mi hija una y otra vez me recomendaba que hiciera otra consulta.


Pasó el tiempo, y los 30 días de la visa se hicieron 150. No había respuesta. Esto comenzó a traer inquietud y hasta desasosiego en la familia. ¡No nos gustan los silencios de Dios! Y en cuanto a la visa había silencio. Se había orado mucho para obtenerla. Era necesario que Leticia estuviera trabajando en el país del Norte. Mucho pueblo de Dios y muchos siervos de Dios estaban orando, pero sólo había trabas, demoras, negaciones. En eso parecía consistir toda la respuesta a tantas oraciones. ¡No nos gustan los silencios de Dios! Pasaron otros 60 días sin contestación del Señor.


Ante la obstinada insistencia de mi hija, consulté a un cirujano por otro problema ajeno al lunar, pero como también soy obstinada no le comenté sobre ese tema. Pasó otro mes con el continuado silencio por el tema «visa». Y a pesar de mi propio silencio en cuanto al lunar, el ojo avezado del médico lo descubre y decide extirparlo y hacerlo analizar pues lo inquieta. El informe del patólogo es terminante: es cáncer de piel (melanoma), y debe extirparse toda la zona aledaña al lunar pues el mal ha comenzado a profundizarse. Al cuarto día se hace la cirugía. A las cuatro semanas se extirpan también los ganglios axilares. No hay metástasis. La cirugía se había llevado a cabo a tiempo, y durante el aparente «silencio» de Dios en cuanto a mi hija, que había sido persistente hasta que por fin acudí al médico.


Allí comprendimos las palabras «callará de amor». Recién después de mi operación entendimos por qué la visa había demorado tanto, por qué Leticia no estaba aún en los Estados Unidos, por qué su insistencia para la consulta a «ese» cirujano. Allí, entonces, entendimos el silencio de Dios, el mismo silencio que tanto nos había disgustado y en momentos hasta desalentado.


Viví la experiencia del cáncer con una paz humanamente inexplicable. Eso sí, antes, durante y después de las operaciones hubo un pequeño pueblo que clamó a un gran Dios por mi salud. Hermanas y hermanos en Cristo, adultos y niños, clamaron a Dios, y esa vez no hubo silencio. Dios respondió. Diez años después me sigo gozando en ese silencio y esa respuesta de Dios.


A través del tiempo continué pensando en la promesa de Sofonías 3:17, y pude ver con claridad cómo Dios se había gozado sobre nosotros con alegría, viendo la paz que en su misericordia Él había puesto en mí y en los míos.


También pude comprender el regocijo de Dios viendo a tanto pueblo unido en oración, por una pequeña hermana que los necesitó para que Dios se regocijara sobre ella. También pude imaginar a los ángeles, elevando cánticos al Todopoderoso que a veces calla de amor.


Dios conoce los tiempos. La visa salió en el tiempo de Dios, cuando ya no era momento de silencio divino.

Los Temas de Apuntes Pastorales, volumen IV, número 4. Todos los derechos reservados