Biblia

El síndrome del pronombre

El síndrome del pronombre

por Miguel Angel de Marco

La manera en que nos referimos a los grupos a los cuales pertenecemos revela mucho acerca del estado en que están nuestras relaciones.

Cierta noche, hace unos cuantos años, recibí el llamado telefónico de un amigo. Los dos éramos miembros de la junta directiva de una entidad de comunicaciones cristianas. Mi amigo estaba desanimado por el proceder de los ejecutivos de esa entidad, y las decisiones inconsultas que estaban tomando.


«No sé para qué nos convocan a reuniones cada tres meses, si al final van a manejar las cosas como a ellos se les antoja. Inclusive, hace un tiempo me ofrecí para ayudar un día a la semana en la oficina, ¡y aún estoy esperando que me digan cómo!» —se quejó frustrado.


Hablamos alrededor de media hora por teléfono y, un par de días después, café de por medio, tratamos de esbozar un plan de acción para subsanar la situación. Obviamente, era necesario considerar varios factores en la dinámica de la relación entre el personal y los miembros de la junta, pero también, cabe señalar, existía otro problema en la actitud de mi amigo.


Este era un caso típico del síndrome del pronombre en tercera persona, denominado así por Esteban Brown, consultor empresarial: «Ellos manejan las cosas como les parece… nos convocan a reuniones y luego hacen lo que a ellos se les antoja».


Por su parte, los empleados también se referían a nosotros como «ellos, los de la junta». Nos había atacado el «virus» del ellos, y contábamos con varios «agentes transmisores».


¿Qué clase de institución se desarrolla cuando una parte llama a la otra ellos? Brown afirma: «Cuando analizo una organización presto especial atención al uso de los pronombres, porque usted debe usar solamente un pronombre cuando se refiere a cualquier parte de su institución: nosotros».


En la Biblia hay un caso magistral que ilustra este asunto. Luego de haber escuchado acerca de la desobediencia de los israelitas —que no se habían mantenido separados de los pueblos que Dios les había ordenado abstenerse— Esdras, el escriba, se rasgó sus vestiduras, se arrancó mechones de pelo de su cabeza y barba, y confesó: «Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar mi rostro … porque nuestras iniquidades se han multiplicado … y nuestros delitos han crecido hasta el cielo» (Esd 9). Permítame destacar que este hombre, Esdras, no había cometido ninguno de los pecados que confesó. Sin embargo, optó por la actitud de nosotros, y decidió «ser parte» de todos, aun en las situaciones vergonzosas. Para Esdras, esos eran «nuestros» pecados.


Otro amigo mío se me acercó cuando vio que la misión, en la cual yo ministraba en ese tiempo, comenzaba a padecer el síndrome del pronombre, y me aconsejó: «cuiden la unidad, Miguel Ángel. Si alguien quiere que su institución tenga futuro, una de las metas que debe alcanzar es la cohesión interna. Un equipo debe estar unido, y cada miembro debe tomar la decisión de ser parte responsable. De otra manera, el camino por delante no es de buen augurio». Un consejo muy sabio. Lastimosamente ese mismo amigo no lo practicó, y su organización se dividió hace un par de años.


El carácter de una institución debe ser defendido «a capa y espada» por cada uno de sus miembros. Cuando las personas se refieren a la organización donde trabajan como ellos, las personas de afuera perciben inmediatamente la presencia de problemas internos. Entonces la institución pierde fuerza en su impacto y testimonio. Consecuentemente, con el tiempo, las ofrendas y el respeto disminuyen, y el panorama por delante es más de supervivencia que de avance.


Si usted se oye a sí mismo —u a otros— referirse a su organización de esa forma, las alarmas deben encenderse… y debe cambiar sus actitudes y decisiones. Allí es cuando se prueba la lealtad a la misión, a la causa, al grupo. De otra manera, comenzará a ganar terreno el «espíritu del asalariado»; es decir, la actitud de permanecer mientras el ambiente es confortable y redituable.


En el Reino no estamos para permanecer solamente cuando el ambiente es confortable, sino para compartir una visión y cumplir una misión juntos. Las circunstancias, emociones, actitudes y sensaciones pueden sufrir sus altibajos, pero mientras compartamos el objetivo, debemos ser «nosotros», todos, ejercitados en la unidad, para que en el exterior se palpe la cohesión y responda consecuentemente. Si descubrimos que el virus del pronombre ha penetrado entre nosotros, será cuestión de analizar con quién debo mejorar mi relación personal y con quién trabajar en la confrontación de un problema específico para ganarle de mano al verdadero destructor.


Tal vez convenga echar una mirada a la autoestima, o sencillamente analizar cómo se sienten nuestros compañeros con nuestra conducta. Y así como aceptamos el color de los ojos, el tamaño de la nariz o la estatura que Dios nos dio, de igual forma debemos aprender a recibir con los brazos abiertos al equipo que el Señor ha provisto, sean ellos autoridades, pares o subalternos. Si alguien no está dispuesto a ser parte de «nosotros», pues entonces deberá buscar adónde está la voluntad de Dios para su vida, porque, seguramente, Dios no quiere equipos divididos. Es el principio de Juan 17.21; un genial invento del Maestro.


El autor es argentino y ha servido en el ministerio cristiano por más de veinticinco años, durante los cuales ha participado en el pastorado y en la gerencia de varios ministerios latinoamericanos. Actualmente funge como Vicepresidente de Ministerios de la Misión Latinoamericana (LAM). Vive en Miami, E.U.A., con su esposa Liliana, con quien comparte tres hijos. ©Apuntes Pastorales, todos los derechos reservados.