El trabajo de cada día
por Pablo Robbins
Para la mayoría de cristianos la relación entre lo que entiende de la oración y su experiencia de ella tiene una marcada disonancia. El autor del artículo nos comparte sus reflexiones sobre esta disciplina en conceptos básicos. Él afirma que de haberlos incorporado hace mucho tiempo, su vida hubiera sido menos estresante y más productiva.
En cierta oportunidad me pidieron que dirigiera unas palabras al personal de las oficinas centrales de la Misión Alianza Evangélica. La invitación formaba parte de un programa con el cual se celebraba un día nacional de oración. Este llamado anual a la oración es uno de los eventos positivos que ocurren en nuestro país y, en mi opinión, merece el apoyo de todos. Por mi parte, acepté con entusiasmo la invitación. Normalmente no me cuesta encontrar las palabras para compartir en un evento.
En este caso, sin embargo, descubrí que en la medida en que se acercaba la fecha de la actividad, aumentaba en mí una lucha sobre el tema de la oración. Para ser más preciso, sentía más intensamente la batalla de toda una vida por conquistar la disciplina de la oración. Reconocí, entonces, que la disonancia entre lo que entendía de la oración y mi experiencia de ella era muy marcada. Esta realidad no me dejaba compartir sobre el tema más que una serie de frases trilladas y tediosas.
Finalmente opté por ser honesto y compartir mis luchas y lo que estoy aprendiendo en la actualidad sobre la oración. Se trata de conceptos bien básicos, los cuales debería haber incorporado a mi vida hace mucho tiempo. Es más, de haberlo hecho, mi vida hubiera sido menos estresante y más productiva.
En primer lugar, estoy aprendiendo que la oración es mucho más que hablarle a Dios. Para mí, la dimensión más importante de la oración ha pasado a ser el estar con Dios. Desde la niñez he percibido su presencia conmigo, pero solamente ahora he aprendido a estar con él y disfrutar de su presencia por medio de la oración.
Durante años, mis tiempos de oración estuvieron repletos de lo que hoy considero un incesante y compulsivo parloteo: atolondradas confesiones de pecado, forzadas frases de alabanza y gratitud y una larga lista de pedidos, entremezcladas con súplicas de liberación y alivio. El estar con Dios es decir, compartir el silencio con él y deleitarme en su presencia era algo artificial y torpe. Las oraciones cortas (treinta minutos me parecía mucho tiempo) estaban a la orden del día y a menudo estaban a la orden de la semana.
El momento de cambio, en el que pasé de hablar a Dios a estar con él, ocurrió después de leer un sermón de Helmut Thielecke. El relato trataba de una pequeña niña de unos cinco años. Ella sabía que alrededor de las cinco de la tarde su papi regresaría del trabajo al hogar y mucho antes de esa hora, ella se ubicaba cerca de la puerta de entrada, con la nariz apretada contra el vidrio, escudriñando cuidadosamente cada vehículo que pasaba. Finalmente, cuando se aproximaba un gran autobús de pasajeros, su corazón comenzaba a latir más rápido, mientras observaba cómo se detenía y descendían los pasajeros. Cuando su papi se desprendía de la multitud, cruzaba la calle y comenzaba a acercarse a la casa, no podía aguantar ni un instante más. Abría la puerta de un tirón, cruzaba corriendo el portal y se lanzaba de un salto hacia sus brazos extendidos, en el mismo instante en que él ponía un pie sobre el primer escalón de la casa. Se abrazaban y él la apretaba contra su pecho mientras ella se colgaba fuerte de su cuello, saboreando los dos el afecto y el amor que los unía. Una vez más, ella estaba con su papi y él con ella. Las palabras son innecesarias e irrelevantes para describir lo que pasaba entre ellos.
Yo leí esta historia en un tiempo cercano al que mi esposa y yo celebrábamos nuestros 25 años de casados, y concordamos en que los mejores momentos que hemos vivido juntos no pueden ser contenidos por las palabras. Alcanzaba con simplemente estar juntos. Una exhortación sobre la cual he predicado en decenas de ocasiones es «ama a Dios por lo que es, no por lo que hace». No obstante, nunca llegué a entenderlo ni a saber cómo practicarlo en mi vida hasta que aprendí a estar con él en la oración.
La segunda lección que estoy aprendiendo es que el trabajo de cada día, la labor que realmente importa, puede lograrse por medio de la oración. Cuando hablo con Dios puedo aprender cómo realizar mejores preguntas, procurar mejores respuestas y descubrir cómo convertir los eventos y encuentros del día en actividades más productivas y valiosas.
El hecho de aprender cómo trabajar por medio de la oración me ha permitido comprender con mayor claridad cuán profundamente comprometido está el Señor en ayudarme a encontrar mejores perspectivas, enfoques más creativos y soluciones más prácticas para todos los asuntos. Pero cuesta trabajo, pues el «trabajo» de la oración requiere de un intenso esfuerzo.
Esta verdad la escuché confirmada, hace poco, por mi amigo Haddon Robinson, presidente del seminario Bautista de Denver, EE.UU. En una reciente publicación de Focal Point (Punto de Enfoque) compartió algunas observaciones sobre el ministerio y el trabajo de la oración:
- En la vida de Jesús, el trabajo era la oración y el premio era el ministerio. En mi caso, la oración sirve para prepararme para la batalla. Para Jesús, sin embargo, ¡la oración era la batalla! Habiendo orado, tomaba posesión del ministerio como lo puede hacer un eximio estudiante que se presenta para recibir un premio, o un corredor de maratones concluida la carrera para recibir su medalla dorada.
- ¿Dónde fue que Jesús sudó grandes gotas de sangre? No fue en el palacio de Pilato ni en el camino al Gólgota. Fue en el jardín de Getsemaní. Allí «ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que lo podía librar de la muerte» (He 5.7). Si yo hubiera estado presente para ver esta lucha, me hubiera preocupado por el futuro. «Si se muestra tan quebrado cuando lo único que está haciendo es orar», hubiera pensado, «¿qué hará cuando se enfrente a una crisis de verdad? ¿Por qué no puede hacerle frente a esta prueba con la reposada confianza de sus tres amigos que duermen?» Sin embargo, cuando vino la prueba, Jesús se encaminó hacia la cruz con valentía, mientras que sus tres amigos se desmoronaron y huyeron.
Yo sé que Haddon estaría de acuerdo conmigo al afirmar que el ministerio de Jesucristo se construyó sobre la afirmación de Lucas 6.15: «y él con frecuencia se apartaba a lugares solitarios para orar». Para él, nada era tan importante como estar con y hablar con su Padre.
Tomado de Leadership©, Vol. VIII, N° 3. Usado con permiso. Apuntes Pastorales. Volumen 21 Número 3