Biblia

El vacío del cristianismo sin Cristo

El vacío del cristianismo sin Cristo

por Enrique Zapata

Anoche me llamó un colega. Había visitado la iglesia de un pastor amigo suyo y mío y estaba preocupado. Lo había escuchado predicar y pasó lo mismo que otras veces: siendo un gran maestro de la Biblia, estaba retrocediendo en sus predicaciones; cada vez hablaba menos de Cristo y más de otras cosas. En el éxito del ministerio, había perdido el Agua de la Vida…

Una vez un amigo me comentó que estaba leyendo un libro de un renombrado pastor, sin embargo le pareció que este hombre estaba tan metido en la situación difícil en que vivía que había perdido de su vida la frescura del amor y la presencia del Señor.


Tal vez una de las luchas más grandes de la vida cristiana y del ministerio es el de mantener la relación personal con Cristo. La actividad, la presión, el trabajo y hasta el éxito atontan para dejamos «sin tiempo…», ese tiempo apartado para encontramos con nuestro Dios y su Hijo Jesucristo. Jesús mismo, el hombre perfecto, debió luchar para poder apartarse de las multitudes, pero parte del secreto de su vida y ministerio era su relación profunda con el Padre. Predicamos acerca de María y Marta, pero en nuestra experiencia vivimos más la experiencia de Marta que la de María.


Conocer verdaderamente a Dios y a su Hijo, Jesucristo y predicar verdaderamente a Ellos es la esencia de nuestra tarea. Hay una diferencia sutil pero grande entre predicar acerca de Cristo y predicar a Cristo. Podemos hablar acerca de las buenas noticias o hablar las buenas noticias. Podemos ser como los discípulos en el camino de Emaús que conocían las Escrituras, sin embargo no habían visto al Mesías en ellas. Jesús les llamo «insensatos y tardos de corazón» y debió ayudarles ver a El en todas las Escrituras «desde Moisés y siguiendo por lodos los profetas». Cuánto necesitamos que se nos enseñe a verlo a El. Verlo a El en la Biblia, caminar con El en la vida diaria, confiar en El en las tinieblas.


La religiosidad es tan peligrosa para el ministerio como la inmoralidad. Deja la conciencia tranquila y el corazón frío. Provee una respuesta apropiada y el Salvador apartado. La religiosidad no levanta el alma más alta que a sí mismo. Verdaderamente es el opio de los pueblos. Lo que el pueblo necesita y lo que yo necesito es unión con el Cristo vivo.


La mucha actividad, las presiones de trabajo, familia y ministerio nos facilitan la caída en la religiosidad y no en la relación de vitalidad con el Señor. Con mi esposa aprendimos una de las lecciones más sencillas y básicas de una relación: el pasado no es substituto del presente. Fue importante que en el pasado invirtiera tiempo con mi esposa, pero la intimidad depende de un pasado bueno y una vivencia presente.


Vayamos a Él, bebamos de El y conozcámoslo. Llevemos nuestra gente a El: «Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente de agua de vida» (Ap. 21.6b) El resultado será: «mas el pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará» (Dn. 11.32b).


Apuntes Pastorales


Volumen VI Número 1