Elección de Josué Josué 1:1–2a

“¡Mi siervo Moisés ha muerto!” dijo el Señor en Josué 1:2. A pesar de esa nota funesta y sombría con que principia, el tono del libro de Josué no se caracteriza por ese triste recordatorio.

Esta obra lleva el nombre de su probable autor, que es el héroe que domina sus páginas de principio a fin. Ese apelativo hebreo quiere decir “Jehová salva”, mismo que corresponde a “Jesús” en el Nuevo Testamento.

En el canon de los judíos (los libros oficialmente aceptados por ellos) Josué es el primero que aparece en la sección de los profetas, sin duda debido al carácter y ministerio de ese gran líder. Su contenido es una joya histórica que traza la crónica de un pueblo que estaba tratando de obtener la tierra que su Dios le había prometido. Por supuesto que el libro no es sólo producto de un historiador humano, sino que el Espíritu Santo (2 Pedro 1:21) también intervino, y como viene de Dios, la historia es verídica. En ella, el lector puede estudiar los éxitos y fracasos del pueblo de Israel, y conocer la razón de ellos.

ANTECEDENTES HISTÓRICOS

No cabe duda que la muerte de Moisés tuvo un impacto adverso en el pueblo de Israel. Humanamente hablando, aquel gran hombre fue el que hizo que el pueblo llegara hasta ese punto de su historia y estuviera en el umbral de la tierra prometida.

¡Moisés fue único! Aparte de él, en la Biblia no dice que otro líder hablara cara a cara con Jehová (Éxodo 33:11; Deuteronomio 34:10. Bajo su liderazgo, el pueblo fue liberado de la esclavitud de Egipto. Personalmente, él recibió la ley de Dios en el monte Sinaí, así como las instrucciones para construir el tabernáculo y los reglamentos para regular el sacerdocio (Éxodo 20–40). Además, Dios le comunicó ciertos detalles relacionados con la conquista que se avecinaba (Josué 1:2–3). No obstante, Moisés murió antes de llegar a la tierra.

Sin duda, esto debe haber preocupado sobremánera al pueblo de Israel. Tal vez se preguntaban unos a otros: “y ahora, ¿qué?” o: “ahora, ¿quién?”.

Por otra parte, la muerte del gran Moisés no fue un accidente inesperado para Dios, ni un suceso que haya frustrado sus planes. ¡De ninguna manera! Como parte de su plan eterno, esa consecuencia fatal quedó sellada aquel día en que Moisés golpeó la roca en Cades y Dios tuvo que decirle a él y a su hermano Aarón: “Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado” (Números 20:12).

Gracias a él, el pueblo había quedado libre de la esclavitud de Egipto, y poseía la gran revelación del carácter de Dios entregada en Sinaí. Además, ya había terminado su larga peregrinación por el desierto durante la cual experimentó la mano poderosa y milagrosa de su Dios manifestándose en todo el camino. Finalmente, se encontraba ya frente a la tierra prometida.

Otro factor positivo e importantísimo (aunque no totalmente reconocido por el pueblo de Israel) era la situación internacional prevalente en aquel entonces. De acuerdo con el plan y control de Dios, ninguna de las naciones que habían tenido prominencia hasta aquella fecha, ni de las que posteriormente la tuvieron, estaba en condiciones de resistir el avance del pueblo de Israel. Aquel fue un tiempo único e ideal en la historia, lo cual no debe sorprendernos, ya que fue arreglado por el Dios que tiene el control de todo el mundo (Proverbios 8:15; 21:1; Romanos 13:1).

FECHA

Los acontecimientos descritos en el libro abarcan un período de más o menos 25 años, que fue el tiempo comprendido entre la muerte de Moisés y la de Josué, mismos que se llevaron a cabo alrededor de 1400 a.C.

AUTOR

Aunque no se sabe con certeza, se acepta que la mayoría del libro fue escrito por Josué (vea Josué 1:1; 3:7; 4:1, 2; etc.), porque es obvio que el autor fue testigo ocular de los sucesos que narra (Josué 5:1; 7:7; 8:5, 6 etc.). Naturalmente que la porción relacionada con la muerte de Josué (24:29–33) fue escrita por otro autor.

TEMA E IMPORTANCIA DEL LIBRO

Como ya se ha dicho, el de Josué es un libro histórico que narra todo lo que tuvo que suceder para que el pueblo de Israel se apropiara de lo que Dios le había prometido. Según 1 Corintios 10:11 y 2 Timoteo 3:16, el estudiante bíblico está obligado a aprender todo lo que Dios ha dicho en las Escrituras, no puede hacer a un lado el Antiguo Testamento. Pero tiene que ejercer bastante cuidado, y apegarse a los principios correctos de interpretación bíblica (hermenéutica).

Por ejemplo, es difícil afirmar que el cruce del río Jordán en seco representara la entrada de un creyente al cielo. ¿Por qué? Porque después de cruzar el Jordán, los hijos de Israel tuvieron que pelear, batallar, conquistar y hasta destruir a los idólatras. No tiene absolutamente ningún parecido con la entrada al cielo del creyente, ni es el propósito de ese pasaje enseñar semejante lección. Es obvio que los hijos de Israel tenían derecho a la tierra, pero el libro de Josué dice que aun después de haber recibido el título de propiedad, tuvieron que librar una gran lucha para poder disfrutar de esa bendición. El libro de Josué ejemplifica lo que dijo el apóstol Pablo en su carta a los efesios relativo a la recomendación de vestirse con toda la armadura de Dios antes de iniciar el combate espiritual (Efesios 6:11).

BOSQUEJO DEL LIBRO

  1. Introducción 1:1–2:24
  2. Reconocimiento del nuevo líder 1:1–18
  3. Comisión de Josué 1:1–9
  4. Josué es animado 1:10–18
  5. Reconocimiento de la nueva tierra 2:1–24
  6. Reevaluación de la situación 2:1
  7. Rahab 2:2–21
  8. Regreso de los espías 2:22–24
  9. Entrada en la tierra prometida 3:1–5:15
  10. El milagro del cruce del Jordán en seco 3:1–17
  11. El memorial del milagro 4:1–24
  12. Reinstalación del memorial del pacto con Abraham 5:1–10
  13. El maná termina 5:11–12
  14. El Capitán supremo 5:13–15

III.     Conquista de la tierra prometida 6:1–12:24

  1. Compaña del centro 6:1–9:27
  2. ¡Victoria! Jericó 6:1–27
  3. ¡Derrota! El pecado de Acán 7:1–26
  4. ¡Victoria! Hai 8:1–35
  5. ¡Derrota! Alianza con los gabaonitas 9:1–27
  6. Compaña del sur 10:1–43
  7. Contra la confederación de reyes 10:1–14
  8. Control completo del sur 10:15–43
  9. Campaña del norte 11:1–15
  10. Resumen de la conquista 11:16–12:24
  11. División de la tierra prometida 13:1–22:34
  12. Antes de cruzar el Jordán 13:1–33
  13. Instrucciones 13:1–7
  14. División al oriente del Jordán 13:8–33
  15. Petición y herencia de Caleb 14:1–15
  16. Territorio de Judá 15:1–63
  17. Territorio de Efraín 16:1–10
  18. Territorio de Manasés 17:1–18
  19. Territorios de las demás tribus 18:1–19:51
  20. Ciudades de refugio 20:1–9
  21. Ciudades de los levitas 21:1–45
  22. Regreso de las tribus al oriente del Jordán 22:1–34
  23. Conclusión 23:1–24:33
  24. Primer mensaje de despedida 23:1–16
  25. Repaso de la bondad de Dios 23:1–10
  26. Amonestaciones contra la desobediencia y apostasía 23:11–16
  27. Segundo mensaje de despedida 24:1–28
  28. Repaso de la forma en que Dios les había tratado 24:1–15
  29. El pueblo reconoce la bondad de Dios 24:16–18
  30. Diálogo entre Josué y el pueblo 24:19–28
  31. Muerte de Josué 24:29–33

JOSUÉ, EL LÍDER

Los primeros dos versículos del libro comentan la triste realidad de la muerte de Moisés. Esa enorme pérdida debe haber dejado al pueblo deprimido y preocupado. Durante cuarenta años, ese gran hombre de Dios había sido su líder y guía, pero lo que es más importante, era su contacto con Dios, el que fungía como comunicador e intercesor. Y ahora, había muerto el transmisor de los decretos del Omnipotente. Es posible que algunos pensaran que el plan divino y su promesa morirían con él. Sin duda, la pregunta: “¿Quién nos llevará a la tierra prometida?” estaba en la mente y en los labios de cada peregrino.

Pero los que han estudiado la Bibliá y conocen al Dios que la inspiró, tienen que responder a ese lamento lúgubre del pueblo, que la obra del Señor no se debilita por la muerte de alguno de sus siervos, sin importar cuán prominente sea. Además, él nunca se queda sin un instrumento, sin una persona preparada y dispuesta.

Pero surge otra pregunta: “¿Cómo prepara Dios a los que le sirven?” O, como en el caso que nos ocupa, “¿de dónde y de qué escuela de preparación venía Josué, que obviamente había sido designado por Dios para emprender una tarea tan importante?” (1:2b)

DIOS SÓLO USA PERSONAS PREPARADAS

Y ÉL SE DEDICA A PREPARARLAS.

Preparación de Josué

Antes de entrar de lleno a considerar el texto del libro de Josué, tenemos que detenernos para considerar la forma en que Dios lo preparó para que respondiera a las exigencias del liderato. Desde hacía mucho tiempo, Dios había empezado a formar el carácter y creencias de Josué. Lo hizo a través de una serie de escuelas, pero esas “aulas” no fueron como las de una escuela común, y sus lecciones no provenían de los libros. Jehová preparó una serie de sucesos y circunstancias (escuelas) que a lo largo de su vida fueron formando el carácter del siervo que Dios quería que guiara a su pueblo.

La escuela egipcia

Josué fue hijo de Nun (1:1), y de acuerdo con las listas genealógicas del Antiguo Testamento (1 Crónicas 7:27), probablemente su primogénito. Considerando que su edad era de 110 años cuando murió (24:29), menos los 40 años de peregrinación en el desierto y los 25 años que duraron los acontecimientos narrados en su libro, Josué tenía aproximadamente 45 años de edad cuando los hijos de Israel salieron de la esclavitud. Es obvio que ese líder nació en Egipto.

Si Josué fue uno de los primogénitos nacidos durante la esclavitud de Israel, ese hecho hace recordar al estudiante bíblico la última plaga. Aun antes de que se mencionara el nombre de Josué en la Biblia, Dios ya lo había sometido a una lección dura e importante.

El Señor había dicho que la única manera de evitar morir a manos del ángel de la muerte era untar correctamente la sangre del sacrificio en el portal de la casa. De otra manera, el primogénito de ese hogar moriría. Obviamente, su padre cumplió fielmente con el requisito de colocar la sangre, porque Josué no perdió la vida en aquella fatídica noche.

¿Cuál fue la lección importante que Josué nunca olvidó, y sin lo cual nadie puede servir a Dios? Que sencilla, pero majestuosamente, ¡Dios siempre cumple lo que dice! Él había dicho que aquella noche moriría el primogénito de los hogares donde la sangre no estuviera colocada conforme a las instrucciones divinas, y efectivamente, así sucedió (Éxodo 12:29).

¡PENSEMOS!
Dios ha hablado al hombre a través de la Biblia. En ella, ha dicho que hay un cielo y un infierno, y que hay vida y muerte. Además, que “el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4, 20); que “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27); que “el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3); y que “en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Lo que Dios dice se cumplirá al pie de la letra. Nadie puede servir al Altísimo si no reconoce esa importantísima verdad y aprende esa enseñanza. En otras palabras, si no asiste a esa “escuela”, y domina bien la materia que se enseña allí, es imposible servir a Dios.

La escuela amalecita

La primera mención bíblica que se hace de Josué se encuentra en Éxodo 17. En esa instancia, los hijos de Israel, recién salidos de la esclavitud de Egipto, se enfrentaron con los que llegaron a ser sus acérrimos enemigos, los amalecitas.

Hubo necesidad de librar una batalla y por eso tuvieron que nombrar a alguien para que se encargara del ejército israelita. Moisés nombró a Josué. No se debe pensar que Josué era experimentado en asuntos militares. Los egipcios nunca hubieran permitido que un esclavo adquiriera semejante conocimiento; sin embargo, se le asignó el puesto de capitán.

Recordemos que bajo la dirección de Josué, la batalla iba bien y luego iba mal, todo según lo que Moisés estuviera haciendo en el monte. Él había dicho que estaría “sobre la cumbre del collado, y la vara de Dios en mi mano” (Éxodo 17:9). Mientras que él mantenía la vara en alto, todo marchaba bien, pero cuando bajaba el brazo con la vara, los israelitas perdían.

Esto quiere decir que al fin y al cabo, el éxito de la batalla no dependía del talento, experiencia o conocimiento de Josué, sino de la vara de Dios. Debemos agregar que tampoco dependía de la postura de oración que Moisés adoptaba. No quiere decir que el líder del pueblo imploraba con los brazos extendidos al cielo, como hace un pordiosero, tal vez con lágrimas en los ojos, rogando a Dios que hiciera lo posible por librar a su pueblo. ¡No! Lo que hizo fue elevar sobre el campo de batalla el símbolo de autoridad de Dios. Así indicaba que reconocía que la obra (en este caso, la batalla) era de Dios.

Lo anterior nos hace pensar en lo que Dios dijo a Zorobabel:

“NO CON EJÉRCITO, NI CON FUERZA, SINO CON MI

ESPÍRITU, HA DICHO JEHOVÁ DE LOS EJÉRCITOS”

(ZACARÍAS 4:6).

¡Qué enseñanza! Sin el pleno reconocimiento de que la obra es de Dios y no del hombre, nadie puede servir a Dios, por muy talentoso o listo que sea. Por fuerza, Josué tenía que aprender ese lección. Es más, esa sección contiene la primera referencia a Josué por nombre y la primera referencia directa a algo escrito que después llegaría a formar parte del Antiguo Testamento. Jehová instruyó a Moisés de la siguiente manera: “Escribe esto para memoria en un libro, y dí a Josué que raeré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo” (Éxodo 17:14).

Lo anterior indica que ese escrito ayudaría a Josué a no olvidar esa lección, probablemente porque Dios conoce la tendencia tornadiza del corazón humano. El líder debía recordar que ninguna victoria estaba garantizada, a menos que contara con la autoridad y poder de Dios y siempre siguiera su plan.

¡PENSEMOS!
La obra no es de una sola persona, ni de un grupo pequeño, ni del pastor, ni de los ancianos, ni de una misión u otra organización. La obra es del Señor. Sólo cuando lo reconocemos, tenemos la posibilidad de servir a Dios.

DIOS QUIERE QUE DEPENDAMOS DE ÉL,

NO QUE SEAMOS INDEPENDIENTES.

La escuela ubicada al pie de la montaña

En Éxodo 24 encontramos a Josué en otra de las aulas de Dios. Moisés subió a la cumbre del monte Sinaí para encontrarse con Jehová mientras algunos ancianos del pueblo regresaban con la congregación. Aunque Josué no acompañó a Moisés a la cumbre, tampoco regresó con los demás ancianos (véase Éxodo 32:15–17). Parece que durante los cuarenta días en que Moisés disfrutó de la presencia de Jehová, Josué se quedó a solas al pie de la montaña.

En el lugar donde se quedó no había nada de gloria ni de compañerismo con Dios; permaneció en una vigilia solitaria. Su única tarea durante ese tiempo fue ¡aguardar! Pero, ¿qué? No hay indicaciones de que Dios le hubiera comunicado exactamente qué podía esperar. Parece que tampoco le dijo cuánto tiempo tendría que quedarse en ese lugar. Josué no tenía información en cuanto al porvenir, sencillamente tenía que esperar.

¡Qué difícil! Puede ser que algunas culturas acepten demoras parecidas con toda ecuanimidad, pero no la mía. Y en lo personal, no me gusta esperar, o pararme en una fila kilométrica que lleva horas de dilación, y menos, no tener la más remota idea de cuándo se va a mover.

¡Ah, pero un momento! conforme al plan de Dios, en el caso de Josué había una razón para que esperara, y también su espera tuvo un fin. Lo que Josué tenía que hacer al pie de aquella montaña era esperar que el plan de Dios se cumpliese, sin preguntar, sin vacilar. En el momento propicio y de acuerdo a la sabiduría divina, podría marcharse.

¡PENSEMOS!
¡Qué escuelas! En esa ocasión, Josué recibió una lección bien difícil, pero que fue de gran importancia por que más adelante, le serviría muy bien al futuro líder de los hijos de Israel. Siempre le toca al hijo de Dios esperar el tiempo que Dios indique. Es como en el caso del pueblo de Israel que anduvo por el desierto después de salir de Egipto. Iniciaba la marcha cuando la columna de nube o la columna de fuego se movía, pero ¡no antes!

La escuela de interpretación correcta

Otra lección importantísima que preparó a Josué para servir a Dios se llevó a cabo cuando bajó de la montaña junto con Moisés. Según Éxodo 32:15–17, Josué, que no estuvo en la cumbre, sí acompañó a Moisés desde donde había estado esperando hasta abajo. En eso, los dos hombres escucharon un fuerte sonido. Ambos reaccionaron, pero sus conclusiones fueron muy diferentes.

En primer lugar, debemos notar en Éxodo 32:17–18 que los dos oyeron el mismo ruido. Sin embargo, al oírlo, Josué lo comparó con lo que había experimentado. El resultado fue que según él, sonaba como el ruido de la batalla con los amalecitas. O sea, que con base en su experiencia verídica pero limitada, interpretó que el sonido era como de guerra.

Por su lado, Moisés, lo interpretó de otra manera; lo identificó con algo que Dios le había dicho en la cumbre: “Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido. Pronto se han apartado del camino que yo les mandé; se han hecho un becerro de fundición, y lo han adorado, y le han ofrecido sacrificios, y han dicho: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto” (Éxodo 32:7–8). Moisés contaba con la ventaja de poder interpretar lo que oía a la luz de lo que Dios le había dicho y no solamente con base en su experiencia.

El hombre, aun con toda su erudición, conocimiento y experiencia, no tiene suficiente de ninguna de esas tres cualidades como para poder interpretar la vida correctamente. Para entender sus circunstancias y lo que está a su alrededor, tiene que contemplarlo todo por medio de lo que Dios ha dicho. Solamente viendo la situación por medio de la lente de Dios puede uno interpretar bien los detalles de lo que nos rodea. Sólo por medio del filtro de lo que él ha dicho se puede interpretar el desorden que nos rodea. Es imposible que el hombre acumule suficiente sabiduría, experiencia o conocimiento, para entender lo que tiene alrededor, si no toma en cuenta a Dios. La lección que Josué aprendió en esa ocasión también le sirvió en su carrera de líder de los hijos de Israel.

En resumen, el siervo de Dios tiene que pasar por esas “escuelas”, y aprender muy bien sus lecciones básicas

  1. DIOS SIEMPRE CUMPLE SU PALABRA
  2. LA OBRA ES DE DIOS Y ÉL QUIERE QUE DEPENDAMOS DE ÉL
  3. UNO PROSPERA ESPERANDO QUE DIOS INDIQUE EL TIEMPO CORRECTO
  4. TODO DEBE INTERPRETARSE A LA LUZ DE LO QUE DIOS HA DICHO

De otra manera, nadie puede servir a Dios. Por esa razón, Josué tuvo éxito como líder.

Platt, A. T. (1999). Estudios Bı́blicos ELA: Promesas y proezas de Dios (Josué) (5). Puebla, Pue., México: Ediciones Las Américas, A. C.