En busca del consejo

por James Berkley

Todo hombre puede equivocarse, pero una vez cometido el error,
no es tan tonto ni desafortunado, como para renunciar a su dureza
y resolver el problema en el que ha caído.
La terquedad y la estupidez son hermanos.
Sófocles

 

Son pocos los pastores que caen en errores por
sí mismos, pero son aún menos los que se recuperan
de estos en soledad. De los recursos para
la recuperación, las personas representan el más
valioso.

Gordon Weekley se metió en serios problemas
cuando dejó de lado la ayuda de sus amigos.
Cuando la droga quemó su cerebro y la humillación
vació su espíritu, Gordon comenzó a deambular
de ciudad en ciudad.

La gente de su iglesia todavía lo amaba. Algunos
incluso lo buscaron en los barrios bajos, en
otras comunidades y en los rincones más oscuros
de su ciudad. Le ofrecieron amor, consejo, trabajo
y esperanza. Pero Gordon no quiso saber nada
al respecto. Su gran apego a las drogas parecía
empujarlo inevitablemente a despreciar una
serie de oportunidades.

«Me alejé fuera del alcance de los rescatistas
—recuerda Gordon—. Me quería esconder. A pesar
de que oraban por mí e incluso, en ocasiones
me encontraron, frustré sus esfuerzos».

Sin embargo, el comportamiento de Gordon
no puede clasificarse como extraño. ¿Cuántos de
nosotros hemos huido de aquello que nos podía
ayudar? Algunos rasgos humanos perversos
conducen al solitario hacia la soledad y al que
tropieza hacia la autosuficiencia. En medio de un
fracaso, el próximo error es no darnos cuenta de
que necesitamos ayuda.

Cuanto antes, mejor

«Una de las acciones más sencillas para mí, es
convencerme a mí mismo de que tengo razón
—comenta Dick Lincoln, pastor de una Iglesia
Bautista en Columbia, Carolina del Sur—. Me
ciego con facilidad frente a los problemas reales,
porque empiezan poco a poco. Soy muy bueno
para razonar los errores. Es por eso que trato de
ver si estoy repitiendo un error. Entonces me fijo
como objetivo ese error y busco un consejo sabio
para resolverlo».

Cuando lo alcanzamos a tiempo, es más probable
que detengamos el problema antes de que sea
demasiado grande. Preste atención a las pequeñas
pistas, los repetidos tropiezos: ¿Con frecuencia falto
a mis citas? ¿Tiendo a malinterpretar las inten-
ciones de los demás? ¿Repetidas veces siento que
voy a explotar? Si es así, necesito ayuda ahora.

Alan Taylor podría haber aprovechado los
consejos antes de que se trasladara a Seattle.

«Debería haber investigado un poco fuera
del comité de Broadmoor —confiesa—. Una lista
de preguntas para los pastores o para el equipo
denominacional me podría haber salvado de la
ceguera con la que me mantuve en la primera
sesión de la reunión. Sabía el tipo de liderazgo
que yo podía ofrecer. Incluso una mirada superficial
me hubiera alertado de las expectativas
incompatibles. Simplemente asumí que el comité
entendía a la iglesia y sus necesidades. Me
equivoqué. Me llevé más sorpresas en los primeros
tres meses en Broadmoor que en años de un
ministerio previo».

Cuando Alan empezó a preguntarse si debía
dejar Broadmoor, necesitaba ayuda para ordenar
sus pensamientos. El trauma de su primera equivocación
lo volvió más sabio. Buscó ayuda. Más
bien se sorprendió ante la cantidad de llamadas
a sus amigos del ministerio, pero encontró la
ayuda que buscaba.

Alan eligió buscar el consejo de aquellos que
se encontraban fuera de su ciudad. «Quería una
crítica imparcial —explica—. Las personas a las
que llamé no eran amigos que hubieran preferido
que me quedara, ni competidores que querían mi
puesto. Confirmaron mi llamado y mis dones, y
cuando fue necesario, no les costó exponer mis
verdaderas intenciones. Necesitaba un consejo
agudo y directo, no solo que personas me dijeran:
«¡No está mal!»»

Al transmitir sus sentimientos a una comunidad
correctiva, Alan recibió la sabiduría que su
espíritu perturbado no le podía proporcionar.

«¿Dónde está mi punto ciego? —Preguntó
Alan—. ¿Qué es lo que no estoy comprendiendo?»
Las respuestas colectivas le ayudaron a
encontrar el camino más sabio.

Con la perspectiva de observadores externos
los pastores logran descubrir que el problema no
es de ellos, o pueden descubrir en ellos mismos
una particular debilidad que les genera problemas
constantes. Y los consejeros pueden mostrarles
una solución que nunca pensarían que
existe.

A quién pedirle ayuda

La ayuda esencial de Alan Taylor fueron sus amigos
confiables, pero que estaban a la distancia.
¿Son la mejor opción? ¿Qué tal los líderes locales
o profesionales? ¿Otros miembros del equipo?
¿O incluso los hermanos de la iglesia? Los pastores
difieren cuando piensan en qué grupo les
provee la mejor ayuda, y a veces la respuesta
varía según el problema.

Consejeros alejados

Alan apreció la perspectiva que le podían ofrecer
los consejeros ajenos a la situación. Ellos mismos
no estaban involucrados en el problema. No perderían
ni ganarían nada a partir de los consejos
que le iban a dar. Mirándolo de lejos, los consejeros
de Alan alcanzaban a ver el bosque, y no solo
los árboles.

La distancia también puede significar encontrar consejeros que no «piensan como pastores».
Un pastor confiesa: «Cuando necesito un consejo, no se lo pido a otros pastores. Busco gente de
negocios en cuyo juicio confío. Suelen ser más
inflexibles que mis amigos pastores. Si les pido
que me señalen mi punto ciego, no dudarán en
hacerlo. No se preocupan demasiado por saber lo
que quiero escuchar sino por expresarme lo que
necesito escuchar. Aprecio su franqueza».

Los consejeros a la distancia también nos
dan la expectativa de mayor confidencialidad. Un
pastor que luchaba con problemas en su matrimonio
me confesó, totalmente desapasionado:
«No quiero dejar a mi esposa. Pero necesito
ayuda, y no me siento listo todavía para que la
congregación sepa de nuestro problema. Creo
que aún podemos lograr que funcione, y si lo
hacemos, sería mejor que nunca lo supieran. Así
que no puedo comentarlo. Ni siquiera quiero
buscar consejos de los pastores locales. Vivimos
en una ciudad pequeña, así que lo más probable
es que todos se enteren. Incluso acercarme a los
líderes del distrito me parece una mala opción,
ya que me verían desde otra perspeciva la próxima
vez que necesite una recomendación. Entonces,
¿dónde busco ayuda?»

Su mejor opción, si está decidido a mantener
el problema en silencio, es alguien de otra comunidad.
En ese consejero, encontrará ayuda sin
comentarle el problema a su comunidad.

Consejeros profesionales

Con toda la consejería que ofrecemos, los pastores
a veces somos reacios a aprovechar la ayuda
de consejeros profesionales. El agotado pastor
Richard Kew decidió finalmente que lo que
necesitaba era ayuda profesional. «Debí haber
buscado dirección espiritual y consejería hace
mucho tiempo —escribió—, pero supongo que
era demasiado orgulloso para admitir mi necesidad.
Pero ahora, con mi vida fuera de control,
me dispongo a recibir consejería».

«Esa es una de las mejores decisiones que
tomé en mi vida. Horas de consejería intensa me
enfrentaron cara a cara con el lado más oscuro
de mi alma y con aspectos de mi personalidad
que mantenía enterrados durante años. De a
poco, los estoy sacando a la luz y examinándolos
para poder descubrir quién soy y cuál será el
próximo paso en mi vida. Es probable que siga
en el proceso algunos meses todavía. Aunque
es doloroso, me regocijo por la riqueza que he
descubierto en mí que antes desconocía. Algunas
personas me advierten que luego de una «muerte»
como la mía viene la resurrección, y quizás la
clave para esa resurrección que deseo es el proceso
de consejería por el que ahora atravieso».

Consejeros de pares

Los pastores de la misma comunidad han demostrado
ser excelentes fuentes de consejo para
muchos pastores, al menos aquellos a los que
no los impulsa la competencia. Un pastor que
recién había sido llamado para cubrir un cargo
difícil se adaptó con rapidez a los otros pastores
en el ministerio local. Quizás fue el carácter de
los otros ministros, pero lo más probable es que
haya sido por su creciente conciencia de peligro.
En los seis años previos, otros tres pastores
habían venido a su iglesia y se habían marchado
con heridas. Entendía que él podría ser el cuarto.

Entre café y rosquillas en la próxima reunión
ministerial, contó su historia: «Mi iglesia
siempre había contado con un sólido programa
de música, pero se fue debilitando. Ahora apenas
unos cuantos cantan en el coro, y solíamos
llenar las gradas. Cuando me entrevistaron,
comenté en la iglesia que el espacio para el coro
era inadecuado. El piano estaba totalmente
desafinado. Las sillas plegables estaban dobladas y estropeadas. No había ninguna plataforma
que permitiera que todos vieran al director, y la
acústica hacía que sonara como si estuviéramos
dentro del caño de una alcantarilla. Y me pareció
que estaban de acuerdo».

«Así que una vez que me convocaron, propuse
derribar una pared que daba a un aula de
la clase dominical de adultos y tomar prestada
una fracción de ese espacio. De esa manera
podríamos instalar plataformas permanentes en
el área del coro, reconstruir las paredes y el piso
para amortiguar el eco, y conseguir un nuevo
piano y sillas. Necesitábamos esto si queríamos
que el coro funcionara bien otra vez. Pensé que
si obteníamos ayuda en la obra de parte de la
iglesia, podríamos lograrlo con menos de diez
mil dólares».

«¿Qué creen que ocurrió con mi propuesta?
La destrozaron. Cualquiera pensaría que sugerí
incendiar la iglesia».

Un pastor local había servido en esa iglesia
por bastante tiempo y había visto pasar por allí
a muchos pastores. Así que fue el primero que
habló: «¿Qué pensaba Barney Cook al respecto?
¿Le consultaste antes de presentarlo en el
consejo?»

«No, la construcción no es parte de su comisión».

«Creo que deberías haberle preguntado a
Barney». Barney era el alma de la iglesia. Había
donado (y algunos comentan que todavía
le pertenecía) la tierra en la que se construyó
la iglesia. Su gran familia componía el veinte
por ciento de la congregación. Y su opinión era
fundamental para que cualquier proyecto levantara
vuelo. Su veto vehemente no solo implicaba
el fin de un proyecto sino también el fin de la
efectividad de cualquier pastor nuevo. Ya había
ocurrido previamente, varias veces.

Los otros pastores se sumaron para asistir al
pastor. Como sabían algo acerca de los métodos
de la comunidad, la historia de la iglesia, y las
personalidades que involucraba, ayudaron a su
amigo a reflotar su idea. Así, primero le comentó la idea a Barney. Barney presentó algunas
inquietudes, pero en el debate se fusionaron
como «mejoras» para el plan del pastor. Luego,
con Barney al frente de la idea, fue aprobada sin
problemas en la siguiente reunión del consejo. Y
al final Barney donó el piano nuevo.

Barney nunca se transformó en alguien fácil
de tratar, pero el nuevo entendimiento del pastor
en cuanto al rol de Barney en la congregación
le permitió negociar un acuerdo pacífico en la
mayoría de las siguientes disputas de la iglesia.
En este caso, los colegas de la ciudad le facilitaron
la mejor ayuda a un pastor enredado.

Consejeros en el hogar

En una cultura donde la religión se ha privatizado,
a veces la iglesia es la última en conocer
un problema o error. «Pastor, me despidieron,
pero no lo comente en la iglesia» —confía un
miembro de la iglesia—. «Nuestro hijo está en
la droga, pero que no se enteren en la escuela
dominical».

Sin embargo, Santiago recomienda: «¡Cuéntalo
a la iglesia!» Solo cuando lo confesamos en
la iglesia el cuerpo puede hacer lo que manda
Pablo: «Llevad los unos las cargas de los otros, y
cumplid así la ley de Cristo» (Gá 6.2).

Lo que es bueno para los cristianos en general
se aplica a los pastores en particular. En
muchos casos el instinto de: «¡No puedo contarlo
en el consejo ministerial!» debe remplazarse
por: «debo hacerlo». Claro, cuando el problema
del pastor involucra a personas del consejo, un
tercero desinteresado brindará la mejor ayuda.
Pero los pastores son sabios como para desestimar
la ayuda disponible en su propia iglesia.

Un pastor armó un grupo cuyo único propósito
es proveerle de consejo. «Estos amigos y
líderes no los elige la iglesia» —comenta—. «No
ocupan un puesto oficial en el gobierno de la
iglesia. No tienen ningún peso, ni emiten ningún
voto. La única responsabilidad que han adquirido
es aconsejarme a mí. Son personas maravillosas.
Puedo presentarles cualquier asunto
y obtener su opinión. A través de ellos me di
cuenta de que no soy un torpe que busca un lugar
para autodestruirse. Me ayudan a descubrir
mis fortalezas y a encontrar mi propio valor, y a
la vez me advierten acerca de mis debilidades.
Me ayudan a ver las situaciones con claridad, en
general, antes de que caiga en un error.

Otro pastor señala que en la multitud de
consejeros se encuentra la mejor solución, y no
duda en buscar eso. Aconseja: «Escucha a los
mayores. Saben más de lo que creemos que saben».
Si los ancianos y los miembros del consejo
se eligen para la supervisión y liderazgo de la
iglesia, tiene sentido buscar la ayuda en ellos.
Dios puebla la iglesia con personas con dones,
que pueden rescatar a un pastor de su equivocación.

Los problemas al pedirle ayuda a los líderes
de la iglesia son obvios: confidencialidad, parcialidad, miedo a la vulnerabilidad. De hecho,
el consejo puede ser el problema. Aquí veremos
algunas razones por las que no debemos buscar
ayuda en las personas o grupos de la iglesia:

  • Son participantes sustanciales de mi error o
    los causantes del mismo.
  • Se convirtieron en mis adversarios.
  • Confiar en ellos dañaría la relación a largo
    plazo de pastor a miembro de la iglesia.
  • No puedo confiar en que ellos guarden un
    secreto.
  • Están tan involucrados en el asunto que un
    consejo imparcial no es una posibilidad.

Mientras que cualquiera de estas podrían ser
las razones para buscar ayuda fuera de la iglesia
local, muchas veces ninguno de estos obstáculos
aparece. A veces, de hecho, elaboramos
objeciones sin fundamento, por temor a reacciones
imaginadas. En ocasiones, el pastor acaba
luchando solo, durante años, con un problema
que sus líderes gustosamente le podrían ayudar
a solucionar. Esto no solamente es triste. Es innecesario,
porque acaba llevando una carga que
podría repartirse mejor entre varios.

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