Biblia

En la Cruz… Lecciones que podemos aprender de la sumisión de Jesús

En la Cruz… Lecciones que podemos aprender de la sumisión de Jesús

por Jane Rubietta

Dios es aún Dios, a pesar de nuestros sentimientos y caídas, todavía él conserva un plan. Y ese plan es bueno y siempre incluye una cruz.

 Rodeados de las penumbras de la noche, Jesús y sus discípulos se dirigen hacia el Huerto de Getsemaní. Por un momento, el Maestro se detiene porque ya puede sentir el peso de su futura cruz presionando contra sus hombros y hasta la tristeza se le escurre por los poros. Las Escrituras nos dicen que: «Yendo un poco más allá, se postró sobre su rostro y oró: “Padre mío, si es posible, no me hagas beber este trago amargo. Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”» (Mateo 26.39-nvi).

 

Al amanecer

 

Antes de que el sol saliera y aún en el Huerto de Getsemaní, Jesús acordó con su Padre derrotar a la serpiente y para ello se sometería a la Cruz (Génesis 3.15).

 

De esta forma, Cristo lograría experimentar el gozo al someterse a la perfecta voluntad de Dios, lo cual, al final, nos daría la salvación (Hebreos 12.2). Somos parte de ese gozo experimentado por Jesús. Él soportó la Cruz porque sabía que era el único camino para reconectarnos al Padre. «La maravillosa cruz», como la llamó el famoso compositor de himnos Isaac Watts, se convirtió en un lugar de renuncia, alivio y relación.

 

Renuncia

 

La obediencia de Jesús en la Cruz significó renunciar a mucho. Él renunció al cielo para venir a la tierra y, al mismo tiempo, renunció a la tierra para llevarnos al cielo. Renunció también a su deidad y se despojó de sí mismo para tomar forma en un cuerpo infantil y venir a este mundo a experimentar un dolor tan profundo que nunca  entenderemos. Luego, en un acto único en la historia de la eternidad, renunció a su voluntad. Bebió de la copa y dejó todo por nuestro propio bien.

 

En nuestro caso, renunciar significa dejar nuestra voluntad y nuestro pecado. Por ejemplo, la semana pasada yo quería pronunciar la última palabra en un enfrentamiento con mi esposo y, después de vociferar una última frase hiriente, cerré de golpe la puerta y me fui a la cama… sola. Quería sentirme mejor conmigo misma y quería que mi esposo se sintiera la persona más miserable sobre la faz de la tierra.

 

Esa noche, rendirse a la cruz significaba que debía renunciar a mi deseo de estar en lo correcto y confesarle a Dios y a mi esposo mi horrible actitud. Definitivamente desprenderse de un hábito pecaminoso es bochornoso.

 

En la Cruz, renunciamos a través de la confesión todo aquello que se entromete en nuestra relación con Dios. Cuando dejamos de bloquear con nuestro pecado el trabajo de Dios, Su poder se libera en nosotros y en nuestras relaciones, y lo imposible puede ocurrir, en mi caso, sanar y restaurar la relación con mi esposo.

 

La renuncia y su fiel compañero, el arrepentimiento, siempre serán la clave para vivir en el lugar seguro de la sumisión a la Cruz.

 

Alivio

 

Según Kati Macias, autora y maestra de Biblia, la sumisión significa «resguardarse en un lugar seguro». Cristo se sometió a la Cruz porque, al conocer a Dios por siempre, sabía que el lugar más seguro en la tierra se encontraba bajo la voluntad de su Padre.

 

En este lugar de descanso y alivio, encontramos aquella ayuda superior que necesitamos y eso definitivamente es nuestra decisión más acertada. Allí, nos liberamos de la tonta idea de que el destino de nuestros seres queridos y de nuestra vida depende de nosotros.

 

Kati Macias se sentía desconsolada al descubrir que su hijo Cris usaba y vendía drogas. Después de derramar su corazón en oración, supo que no podía permitirle a su hijo seguir viviendo en su casa sin demostrar una pizca de arrepentimiento. Ella afirma: «Escogí creer y mantenerme en la seguridad de la sumisión, le entregué, le rendí mi hijo a Dios».

 

Cris decidió irse a vivir a casas ajenas y hasta en la propia calle, pero la verdad era que él estaba más seguro en las manos de Dios que en las de Kati. Cris, con el tiempo, tocó fondo y se dio cuenta de que necesitaba a Cristo en su vida. Hoy, a sus treinta y dos años, ama a Dios y le da el crédito al duro amor de su madre por salvar su vida. Kati, por su parte, le da crédito al duro amor de Dios, que la forzó a confiar en Él en la oscura sombra de la Cruz, donde ella encontró seguridad y descanso. «Cuando Cris estaba en casa bajo mi supervisión, me sentía inquieta y trataba de arreglar las situaciones. Cuando estuvo lejos de casa, era más fácil dejarlo en las manos capaces de Dios».

 

Janet Holm McHenry, autora del libro Prayerstreaming (Ríos de oración), añade: «Cuando examino mis luchas a la luz del sufrimiento que Cristo experimentó en la Cruz, entonces soy capaz, como el Apóstol Pablo, de dar gracias por todo. El sufrimiento es nuestra oportunidad de identificarnos con nuestro Señor». Conforme uno se identifica con el sufrimiento de Cristo, puede someterse más fácilmente a su propio sufrimiento y sentir un alivio inesperado. El sufrimiento y la sumisión son el regalo que nunca hubiéramos esperado: una relación con Dios.

 

Relación

 

Al final, la sumisión a la Cruz significa entablar una relación. Pero, para Jesús, la sumisión significó primero abandono. Nuestro Dios Santo rompió su previa e intacta relación con Jesús cuando éste llevó sobre sus hombros nuestros pecados.

 

En la agonía de esa transición, la oscuridad cayó sobre toda la tierra. La separación entre Dios y su Hijo oscureció al sol. El dolor que experimentó tanto el Padre como el Hijo es inimaginable.

 

Luego Jesús clamó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27.46). Él soportó ese momento separado del Padre para que nosotros nunca más nos sintiéramos separados de Dios. En esta separación, Cristo nos aseguró el eterno e irrevocable amor de Dios. Hebreos 13.5 traducido literalmente se lee: «Nunca te dejaré; jamás te abandonaré». Esta es la única ocasión en que en la Biblia aparece semejante énfasis.

 

En la Cruz, podemos renunciar a nuestro pecado y egoísmo y así nos conectamos con el amor constante de Dios. Luego, al ya no estar separados, nos unimos en el poder de la Cruz.

 

Diana, entregada al cuidado de sus padres y una ferviente mujer de oración, me dijo una vez: «En tiempos de lucha, me doy cuenta de que nada por lo que esté pasando puede ser más difícil que morir en la cruz. En tiempos de gozo, me doy cuenta de que solo por la misericordia y la gracia expresada en la Cruz puedo experimentar esos momentos». Al buscar alivio en la Cruz, Diana puede sobrellevar el cuidado de sus padres y continuar amándolos y sirviéndoles con sacrificio. Esta sumisión a la Cruz fortalece la relación con su Padre.

 

Paso a paso con Jesús

 

Al igual que Diana, podemos experimentar este momento al analizar lo que Jesús vivió camino a la cruz.

 

Jesús reconoció el poder de Dios: «Padre mío si es posible». ¿Cómo podemos creer que Dios puede sacar algo bueno de nuestros momentos difíciles? Cuanto más nos conectemos a Dios a través de las Escrituras y la oración, podremos más fácilmente decir: «Todo es posible para ti».

 

Jesús reconoció sus anhelos: «No me hagas beber de este trago amargo». Jesús, al ver el trago amargo, clamó a su Padre. La honestidad con respecto a su anhelo nos permite serlo nosotros también. No podemos cantar aquel famoso himno «Estoy bien con mi Dios» si no reconocemos que caminar hacia la cruz impactará nuestro corazón y alma.

 

Jesús reconoció su decisión: «Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». Durante esta apasionada oración en el Getsemaní, Jesús al final verbalizó su sumisión al plan de Dios. Cualquier cosa que sea, problemas con alguna relación, dolor o enfermedad, nosotros también debemos decidir tomar nuestra cruz antes de que anochezca. Porque en la oscuridad, es muy fácil favorecer nuestra voluntad antes que la del Padre. Nuestra alma puede quedar ciega y nuestra fe menguar. Así que debemos someternos a nuestra cruz, tal y como lo hizo Jesús.

 

Dios es aún Dios, a pesar de nuestros sentimientos y caídas, todavía él conserva un plan. Y ese plan es bueno y siempre incluye una cruz.

 

Jane Urbieta es autora y colaboradora regular de la revista cristiana Today’s Christian Woman. Vive en Estados Unidos.

 

Traducido por Natalia Acuña

 

Se toma y usa con permiso de: Today’s Christian Woman, marzo-abril de 2008. ©Christianity Today.