En un trabajo de tiempo completo
por Dorotea H. Pentecost
El casarse con un aspirante a pastor no es todo romanticismo…
Una breve mirada a los problemas que enfrenta la esposa de pastor de una iglesia mediana nos muestra que una muchacha debería sentir algo más que amor humano en su llamamiento a unirse en matrimonio con un pastor.
En una iglesia promedio (que ha alcanzado o sobrepasado el nivel de 100 miembros) donde el pastor es el único trabajador pago, la esposa tiene un trabajo tiempo completo que, en la mayoría de los casos, la gente no percibe. Un grupo de esposas de pastores hicieron un estudio referente al tiempo que ellas se veían involucradas en tareas que, de una u otra forma, estaban relacionadas a la iglesia o a la posición del marido. Casi todas descubrieron que el total semanal sobrepasaba las 40 horas (Las horas semanales de un trabajo secular de 8 hs., más medio día del sábado suman 44). Esto estaba diseminado en 7 días, de manera que la esposa no tenía tiempo que ella pudiera llamar «propio». Aun cuando ella no estaba realmente haciendo algo para la iglesia, debía estar «alerta» en caso de emergencia. No existía eso de dejar el trabajo y volver a casa, porque la mayor parte de su trabajo se concentraba alrededor de su casa. En cierta forma, toda la familia de un pastor está en el ministerio. ¿En qué otro lugar un empleador puede encontrar un hombre que trabaje siete días por semana, la mayoría de las noches, y haga trabajar a su esposa 40 horas por semana sin paga o beneficios adicionales? Estos hechos pueden llegar a ser una revelación chocante para muchas congregaciones. Todo lo que yo hago como esposa de pastor es obvio para el grupo: Pararme en la puerta a saludar a la gente, recibirlos en la casa pastoral, dar devocionales en las reuniones femeninas, concurrir a todas las reuniones, orar por los miembros diariamente y tomar un profundo interés en el trabajo de mi esposo. No soy una parte oficial de ninguna comisión y ni una maestra estable en la clase de Escuela Dominical.
Si esto es verdad en mi iglesia, donde nuestra gente demanda poco de mí y tratan de evitarme toda inconveniencia y trabajo posible, ¿qué será de aquellas pobres esposas que son acosadas por la gente, constantemente demandadas en sus servicios?
La activa esposa del ministro rápidamente se encuentra enredada en actividades de su iglesia que consumen todo su tiempo. Si uno suma las reuniones, los servicios de diferentes tipos, la preparación y presentación de los mensajes, la enseñanza de la Escuela Dominical (casi todas las esposas de los pastores dijeron que esto se esperaba «automáticamente» de ellas), el tiempo ocupado en llevar y traer gente a las distintas actividades (en caso de que conduzcamos algún vehículo), tiempo ocupado en preparar y ayudar a servir cenas, tés, cafés, etc., recibiendo gente en la casa pastoral, aconsejando a aquellos que necesitan ayuda, visitando a medida que el tiempo lo permite, escribiendo notas y mandando cartas a los enfermos y desposeídos, compartiendo el cuidado y disciplina de los chicos, esperando con la comida a un esposo retrasado, interminables y repetidas llamadas telefónicas, entonces la verdadera dimensión de las demandas comienzan a verse en su totalidad. Muchas esposas cuentan que ellas tienen que hacer todo el trabajo de oficina, incluyendo las cartas de sus esposos y los boletines de la iglesia.
Quizás la tarea más consumidora de tiempo, que nadie parece darse cuenta, es aquélla de responder el teléfono. Esas llamadas que no van directamente al pastor o a la oficina de la iglesia. El trabajo de mi casa estaba siendo desatendido, de modo que empecé a chequear el tiempo consumido en atención de llamadas telefónicas. Usaba para este propósito de tres a cuatro horas por día. Siempre hay familias que están mal y necesitan consuelo; también tenemos muchos llamados de gente que no tiene conexión con nuestra iglesia o que no han encontrado la respuesta a sus problemas en sus propias congregaciones. Puede ser que las dos semanas que estuve chequeando el tiempo que pasaba en el teléfono hayan sido un poco fuera de lo común, sin embargo, llamaron quince veces el último sábado a la mañana mientras estaba tratando de limpiar. Fueron cortas y metódicas, pero llevaron mucho tiempo. Ayer tuve diez llamadas telefónicas. Queremos que la gente nos llame cuándo necesitan ayuda, pero algunas personas, sin pensar, pueden hacer mucho para estorbar nuestro trabajo con cosas que bien podrían obviarse. Cuando la iglesia se prepara para un servicio fuera de lo común, o un picnic, una cena, etc., a cada uno en nuestra familia se le da la información concerniente al asunto de manera que cualquiera que contesta el teléfono pueda dar esa información. Nuestras hijas toman nuestras llamadas cuando están en casa, ya pueden clasificar los avisos, pedidos y hasta los números equivocados. Un ejemplo: Mi esposo estaba ocupado alistando las cosas para un campamento de jóvenes cuando alguien llamó, preguntando por él. La persona deseaba «hablar con el pastor». A mi marido le llevó tanto tiempo venir desde el garaje y lavarse las manos que debí tomar de nuevo el teléfono para explicar la demora. Cuando mi esposo llegó, la persona, miembro de nuestra iglesia, sólo quería saber el horario de las reuniones. ¡Cualquiera en la casa le podría haber dado esa información! Por otra parte, todas nuestras reuniones de la iglesia se anuncian en el periódico y en los boletines de la iglesia, de manera que una llamada de esa naturaleza no debería ser necesaria de todos modos.
Muchos llamados son para preguntar el número de teléfono o dirección de un miembro de la iglesia. Parece no haber excusa para eso tampoco, ya que cada miembro de nuestra iglesia posee una guía de la iglesia con sus direcciones y teléfonos. Aun si el número no estuviera en la guía, sería igual de fácil llamar a Información en la empresa telefónica, así como llaman a la casa pastoral.
No es mucho el tiempo que transcurre antes que una chica se dé cuenta de que no se casó con un hombre. ¡Se casó con un MINISTRO! Y entre lo uno y lo otro hay un abismo difícil de atravesar.
DEL GOZO AL OLVIDO
En los primeros años, mientras las larcas del esposo no son demasiado pesadas, hay generalmente felicidad al trabajar y viajar con él, vivir en la gloria y el honor que vienen por ser «su esposa». El entusiasmo que una joven mujer siente le permitirá no decaer ante aquellos que se les oponen, como la condición de la casa pastoral, el bajo salario o cualesquiera otros pequeños problemas que puedan surgir. Teniendo buena salud, con el solo cuidado de su marido tiene ya mucho tiempo para su trabajo en la iglesia.
Gradualmente, y en especial cuando los hijos comienzan a llegar al mundo, ella se va dando cuenta de su verdadera posición. De pronto, se encuentra alejada de aquellas actividades en las que participaba en forma tan entusiasta como los viajes y el disfrutar de la gloria reflejada por el éxito de su marido. Ahora, sus días incluyen largas horas de cuidado infantil, quedarse en casa sola mientras su marido cuida el trabajo de la iglesia, etc. Antes era casi una «Prima Donna», ahora lava colas infantiles. Muchas veces comienza a deslizarse un resentimiento hacia sus chicos, su marido y la iglesia. Es humana, como cualquier otra mujer. A menudo se ve tentada a pensar que su marido pertenece a cualquier miembro de la iglesia antes que a ella. Los deseos de ellos entran, inevitablemente, en conflicto con los de ella y su marido parece darle su tiempo a ellos primero. Esto se agrava por el hecho de que en toda iglesia hay unos pocos que demandan una atención que realmente no necesitan, cuando, a menudo, la esposa sí necesita su ayuda en casa. Para empeorar las cosas, hay también unos pocos que, deliberadamente, tratan de atraer la atención del ministro cubriendo sus verdaderos motivos con muchas excusas superficiales para pedir su consejo. Una joven esposa de ministro hizo una observación muy cierta mientras trataba de evitar el llanto: «Me sorprende que las iglesias no demanden que los votos en el casamiento del ministro sean diferentes. Es increíble que no le hagan prometer a la novia a amar, honrar y obedecer a cada miembro en los pastorados de su esposo, porque eso es lo que realmente están requiriendo ahora. ¡Yo no me casé con un esposo; me casé con una iglesia!»
LOS HUOS Y LA CASA
También, con la venida de los hijos, se agregan las cargas financieras. La esposa de un ministro descubrirá que ahora deberá vivir sin los pequeños «lujos» que ella solía disfrutar porque el dinero debe estirarse para cubrir los nuevos gastos. Muchas veces no hay aumentos de salarios y la pareja experimenta privaciones reales. Muchos misioneros reciben más salario por cada nuevo bebé, pero no ocurre lo mismo con miles de pastores nacionales.
Otro problema viene con los chicos. Después del primer brillo de admiración y visitas al recién llegado, la rutina de la iglesia se fija en el mismo surco y la mujer del ministro descubrirá que las mujeres esperan tanto de ella como lo hacían antes de que los niños llegaran. De alguna forma milagrosa se supone que ella puede deshacerse de los pequeños mientras continúa en sus «tareas normales» en la iglesia. Generalmente, ella sufre muchísimo cuando ve tal falta de comprensión. La esposa de un pastor, desilusionada y llorando, dijo: «Se supone que la mujer de ningún ministro debe tener hijos, menos aun tenerlos enfermos. Se supone que ella no tiene trabajo en la casa, ni ideas propias, nunca debe estar cansada, nunca debe aflorar vacaciones o tiempo para ella misma». Dijo mucho más, pero para entender con eso basta. Esto muestra el corazón sobrecargado de una mujer que está dando cada gramo de fuerza para el trabajo del Señor y que es empujada, más allá de lo que puede soportar, por los irreflexivos miembros de la iglesia. Probablemente no haya habido nunca una esposa de un pastor que no se haya puesto a llorar alguna vez y haya dicho: «Señor, ya no puedo soportar más esto».
En el trabajo hogareño debe ser una buena madre que los educa sin tiempo y fuerzas suficientes (y a veces sin el dinero necesario para cubrir sus necesidades básicas), bajo los ojos vigilantes de los miembros de la iglesia, quienes pueden tener ideas muy diferentes de cómo los hijos de los ministros deberían ser educados,
Debe ser buena ama de casa. Las familias de los ministros, a menudo, viven en casas que son viejas e inapropiadas; casas que las construyó, generalmente, alguien que no viviría en ella; casas a las que se les han ido agregando piezas nuevas, sin tener en cuenta un diseño general. Sin embargo debe estar en orden, sin mancha y lista para la inspección de los miembros de la iglesia o de la comunidad. Debe ser una buena auxiliar para su marido, haciendo las cosas en la iglesia que la congregación cree que son sus deberes debido a su posición (¡o debido a su salario!). Debería ser obvio para todos que ningún ser humano es adecuado para tal programa.
Quizás el sueldo del ministro pueda parecer algo alto a algunos de los miembros más pobres de la iglesia, pero los gastos del ministro deben tomarse en consideración. Muchos ministros gastan tanto dinero en nafta en el trabajo pastoral como lo hacen para la comida semanal, y sólo unas pocas iglesias dan dinero para el automóvil. Se necesita otro presupuesto para la comida de una semana para invitar a los miembros del consejo de la iglesia y a sus esposas a cenar, y más para tener una casa abierta, aun cuando toda la cocina y el trabajo lo haga la esposa. El pastor y su esposa generalmente deben (¡y quieren!) invitar a oradores y misioneros que vienen de visita, al tiempo que deben mantener un nivel más alto de vestimenta y casas más atractivas que el miembro de la iglesia promedio. Constantemente los llaman para hacer contribuciones a organizaciones de caridad y les piden dinero. Muchos necesitados llegan al pastor. A una joven mujer, que moría de una enfermedad incurable y de quien me hice amiga por carta, le mandé dinero y regalos. Días después decidió que yo la cuidaría y pagaría sus cuentas por el resto de su vida. Estaba a 2000 kilómetros de distancia y no me lo consultó. El Señor puso su mano y sólo le permitió viajar los primeros 500 kilómetros. De manera que no ha llegado aquí (¡aún!). Estos son casos poco comunes, pero hay muchos donde sí nos sentimos obligados a ayudar financieramente.
El sufrimiento más grande de la consagrada esposa de un ministro viene de los sentimientos dentro suyo, que no puede hablarlo con nadie aparte de su esposo. Muchas esposas de pastores deben sonreír amablemente en la congregación en las reuniones mientras tienen un corazón dolorido. A pesar de dar todo por el trabajo, ella se da cuenta penosamente del hecho de que no está poniéndose a la altura de lo que de ella se espera. Cuando complace a un grupo, desconsidera a otro. Lo que agrada a una mujer, muchas veces es considerado mal por otra. No existe eso de satisfacer a todos los miembros por igual. La mayoría de nosotras no podemos entender por qué, cuando hacemos lo mejor posible, todavía muchos de los miembros nos siguen considerando tan poco. Algunas esposas me cuentan que nunca se sienten completamente relajadas porque tienen la sensación de estar caminando en puntas de pie entre huevos colocados muy cerca uno del otro, siempre con miedo de pisar alguno. Si se rompe uno, el resultado es: problemas.
Siendo humanas, queremos elogios y apreciación por nuestro trabajo como muchos otros, sin embargo la mayoría de las esposas de los ministros que he contactado dijeron que muy poco se había hecho por ellas, en forma personal. A menudo, a un pastor se le da una fiesta de cumpleaños o una cena especial en su honor por una razón u otra; siempre se lo recibe en una nueva iglesia con una recepción; otra se le da en el momento de partida. Ninguna de las esposas que conozco había sido honrada por años de servicio fiel y silencioso. Nunca una cena, una fiesta en su honor, para mostrar que es apreciada. Sólo unas pocas han recibido tarjetas, notas de agradecimiento o flores para ocasiones especiales, ya sea en la iglesia o en su vida personal. ¿Sorprende entonces que a veces la esposa de un pastor sienta que todo lo que hace es en vano?
Otro sentimiento que viene desde adentro de la mujer es el dolor en su corazón que experimenta porque, generalmente, se la coloca en segundo lugar en la vida de su esposo. Los votos hacia el Señor y la iglesia deben venir primero y muchos miembros de la iglesia aprovechan esto, haciendo fácil el camino para que ella se sienta una esposa abandonada. Cuando esto se prolonga por unos pocos años, ella comienza a pensar que no es adecuada, que es inferior y no es tan atractiva para su esposo como lo era alguna vez. Es allí cuando ella permite que las dudas se deslicen en cuanto a que el afecto de él haya cambiado, o si encuentra más felicidad en el trabajo de la iglesia y en esa gente que la que encuentra con ella. Tales pensamientos causan uno de los problemas maritales más serios en la casa pastoral; a menudo llevan a la autocompasión y al sentimiento de que ella siempre estará casada con un hombre que tiene dos amores ¡y ella está segunda en la lista! Este sentimiento es, muchas veces, la base del resentimiento de las esposas hacia los miembros de la iglesia y que tan frecuentemente no puede ser entendido por la congregación. Esto es natural, ya que la esposa no puede andar exhortando a la gente por demandar tiempo de su esposo que ella siente que debería ser suyo.
El Dr. Blanton, siquiatra de una iglesia en Nueva York, presenta el mecanismo subyacente que empuja a la gente a demandar que la esposa de su pastor sea perfecta. El lo explica de esta forma: «Al ministro se le da el respeto y amor de sus feligreses (que llamaremos transferencia emocional), un factor poderoso en su trabajo. Extrañamente, la esposa generalmente recibe lo que llamamos transferencia negativa. Cuanto más quieran los feligreses a su ministro, más críticos serán con su esposa. Odian a cualquiera que los aleje de su ministro». Se dan cuenta que, por derecho, su esposa demanda más su atención que ellos y lo resienten tan amargamente que, aunque sea inconscientemente, se enfrentan con ella.
Las iglesias toman diferentes actitudes sobre la familia ministerial y el tipo de persona que la esposa del pastor debe ser. A algunos, realmente, no les importa cómo es y la ignoran. Otros gustan de ella tal cómo es, y aun otros quieren cambiarla un poquito pero no se lo toman demasiado en serio. Porque la aman, están dispuestos a dejar pasar algunas de sus «faltas», pero siempre hay un grupo bastante numeroso de gente de la iglesia interesada, muy activos, que están decididos a cambiar a la esposa del pastor para conformarla a sus propias mentes. Lo complicado y triste es que los que dan consejos como una madre son generalmente las trabajadoras fieles, leales, las dulces que no matarían una mosca, pero son las que hacen el mayor problema. Debido a su posición (y porque no tienen percepción de lo que están haciendo y serían terriblemente heridas si se les dijera) es imposible explicarles esto. En realidad, son de mente cerrada, desconsideradas, rígidas, atadas a la tradición y están juzgando no por la Palabra de Dios. Aunque pueden no ser concientes de ello, se han propuesto firmemente «corregir las faltas de la señora de la casa pastoral», cueste lo que cueste. ¡Y cuánto cuesta! Cuando una mujer trata de mecerse en un molde que no se adecua a ella, seguro que habrá presión sicológica. Algo va a explotar. ¡Es la esposa del ministro la que explota! Los problemas a me nudo vienen gradualmente, de manera que no se reconocen hasta que se hacen agudos y difíciles de curar. Hay un sentimiento que lleva a la autocompasión; luego viene el resentimiento que conduce a la amargura. Las frustraciones (cualquiera) que no se resuelven llevan a la desesperación y a un sentimiento de depresión. Luego sigue alguna enfermedad que es a menudo mayormente sicosomática y, finalmente, sobrevienen los problemas nerviosos y emocionales que suelen culminar en un colapso completo.
Recientemente, un periodista escribió un artículo tan esclarecedor sobre este tema que es difícil creer que no fue escrito por la esposa de un ministro bajo un seudónimo. Sus conclusiones con respecto a las tristes relaciones entre las congregaciones y la esposa del ministro fueron refrendada por mis amigas. El escribió que los miembros de cada congregación tienen una imagen en sus mentes de lo que ellos esperan que sea la esposa del ministro. Si ella no cumple con todo eso (y en la mayoría de los casos es así, porque ella es un ser humano más), será el blanco de un programa sistemático para presionarla hacia el molde que ellos han predeterminado. Este periodista dice que, en la mayoría de los casos, la esposa del pastor es justamente lo que la iglesia ha hecho con ella. Puede ser fácilmente una amiga feliz, dispuesta a ayudar a todos, o una mujer resentida, recelosa, nerviosa y enferma. Desafortunadamente, él no pudo dar ninguna forma verdaderamente útil de sobreponerse a esta realidad excepto rogarle a la gente de la iglesia que «dejen a la esposa del pastor vivir su propia vida y ser feliz». El aconsejó más adelante: «Déjenla sola y trátenla como a cualquier otro miembro de la iglesia, esperando no más de ella que usted de sí mismo o de cualquier otro miembro. Recuerde que no es una sirvienta paga, quien debe saltar al deseo más pequeño de un miembro de la iglesia».
Muchas son las esposas de seminaristas y pastores se han preguntado cómo lograr una relación dulce y comprensiva entre la congregación y ellas mismas. No hay una respuesta apta para toda situación. Quisiera el Señor que la hubiera. Sólo tenemos que vivir muy cerca de Dios y dejamos llevar momentáneamente por el Espíritu Santo, haciendo lo que El muestra que está correcto y dejar los resultados a El. Si yo hiciera alguna sugerencia concreta, probablemente no funcionaría con su problema especial, porque hay diferencias en las iglesias, como las hay entre las personas nacidas en una misma familia. Mientras usted sepa que está haciendo la ventad del Señor, entonces no necesita sufrir remordimientos, porque usted sabe que ha complacido al Señor.
En «Corazones escondidos de la esposa del ministro» (Revista Coronel), Lucy Freeman resume el problema diciendo; «Se espera que la esposa del ministro practique más que lo que sus esposes predican; muchas deben hacer hogares perfectos, educar chicos perfectos, vivir vidas perfectas con menos dinero y a menudo sin el amor y entendimiento de la congregación.»
Apuntes Pastorales
Volumen V Número 4