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Entender a América Latina en el nuevo milenio

Entender a América Latina en el nuevo milenio

por Samuel Escobar

Las circunstancias sociales, políticas y económicas ayudan a comprender la forma en que el dinamismo espiritual interior de la Iglesia, se manifiesta en su presencia y acción. En el presente artículo concentraremos nuestro enfoque en tres áreas. Primero, la situación social y política presente; segundo, la situación religiosa general y su relación con la cultura posmoderna; tercero, la situación evangélica y los desafíos que enfrentan las iglesias.

Debemos tener presente que la vida de las iglesias y su acción misionera se dan siempre en determinadas situaciones históricas y dentro de cierto marco cultural, social y político. La acción misionera es facilitada o dificultada por ese contexto y a su vez influye en la transformación o la persistencia del mismo. La iglesia tiene su propio dinamismo espiritual por la acción del Espíritu Santo en su seno, y su mensaje distintivo centrado en el Evangelio de Jesucristo. Sin embargo, las circunstancias sociales, políticas y económicas ayudan a comprender la forma en que ese dinamismo interior de la Iglesia se manifiesta en su presencia y acción.


En el presente artículo concentraremos nuestro enfoque en tres áreas. Primero, la situación social y política presente y las tendencias que pueden ser importantes para la misión cristiana en la década siguiente. Segundo, la situación religiosa general y en especial su relación con la cultura posmoderna adveniente. Tercero, la situación evangélica en particular y los desafíos que enfrentan las iglesias en la actual situación misionera.



I. La nueva situación social y política



Han quedado atrás los sueños de grandiosas revoluciones que iban a dar lugar a utopías sociales. Ha caducado el discurso de aquellos intelectuales que creían tener una clave para entender la historia y que estaban tan seguros de que las leyes de la dialéctica nos llevaban inevitablemente hacia un paraíso socialista. La retórica libertaria de los diversos movimientos de liberación y de las teologías conectadas con ellos se ha quedado vacía. En lugar de abogados e intelectuales capaces de improvisar discursos floridos sobre cualquier cosa, ahora son economistas pragmáticos e ingenieros los que presiden muchos de los países y tratan de conducirlos por el duro camino de la adaptación que les permita sobrevivir dentro de las limitaciones de las economías de mercado globales, en un mundo unipolar.


Las dictaduras militares y la inflación de cuatro dígitos que eran características de la región han sido sustituidas por gobiernos elegidos, con diferentes grados de práctica democrática y por medidas económicas tendientes a estabilizar la economía reduciendo la participación estatal. Los procesos de privatización han contribuido a aumentar el desempleo y en otros casos al surgimiento de formas diversas de pequeña y mediana empresa.


El proceso de urbanización ha seguido agudizándose y en muchas grandes capitales el tránsito de vehículos ha adquirido proporciones caóticas. Uno de los fenómenos más graves en la selva urbana es la condición precaria de la niñez y adolescencia abandonadas, víctimas de la desintegración familiar, las drogas y la violencia, semilleros de delincuencia. En algunos países el terror ideológico de las guerrillas y las fuerzas armadas ha sido reemplazado por la cotidiana sobredosis de violencia de la televisión norteamericana vía cable y la violencia real de los narcotraficantes y de los criminales comunes.



La ambigua globalización


Aunque muchas veces usamos el término América Latina como si hiciese referencia a una región con una cultura uniforme u homogénea, en realidad la forman sociedades de gran diversidad. Sólo podemos empezar a entenderla si procuramos unir datos de la geografía, la realidad étnica y la historia de sus habitantes, agrupando los diversos países en subregiones con cierta afinidad.


Sobre el trasfondo de estas peculiaridades regionales destaca hoy en primer plano un proceso uniformador que se describe como la globalización.


Para entender el impacto de la globalización sobre las iglesias es importante entender el «espíritu de la época», es decir, los valores modernos de «innovación, eficiencia y racionalidad técnica» que mueven los sistemas globales.


Sin embargo, la cultura de la globalización crea actitudes y una disposición mental que pueden ser lo opuesto de lo que el Evangelio enseña acerca de la vida humana bajo el designio divino.


En tensión con este proceso globalizador tenemos el surgimiento y expansión de un movimiento que busca afirmar las culturas locales en su lucha por autonomía y plena expresión. Este puede describirse como un movimiento de contextualización y la misión cristiana ha jugado un papel muy importante en el mismo. Por medio de la traducción bíblica las misiones protestantes han contribuido a que se reconozcan, preserven y valoricen las lenguas y culturas nativas. La traducción bíblica a las lenguas vernáculas ha sido un factor decisivo para fortalecer el sentido de identidad y dignidad de pueblos y naciones, preparándolos para la lucha contra el colonialismo.


En este punto el gran desafío a la misión cristiana es que los misioneros y pastores sean mensajeros de Jesucristo y no la avanzada del actual proceso de globalización. La perspectiva bíblica de la misión tiene una visión y un componente global que vienen de la fe en Dios el Creador y su intención revelada de bendecir a toda la humanidad por medio de instrumentos humanos que Él escoge. En consecuencia, el proceso contemporáneo de globalización tiene que ser evaluado desde esa perspectiva bíblica.


Sin embargo, los misioneros, pastores y evangelistas se verán presos de la tensión entre globalización y contextualización. Tendrán que evitar aparecer como propagandistas de la globalización, pero también rechazar una actitud provincialista que exagere la contextualización en detrimento de una globalidad bíblica. Por otra parte, hay todavía regiones del mundo donde la misión cristiana tiene que ayudar a pueblos que viven en la era pre-moderna a enfrentar la transición hacia la modernidad impuesta por la migración, la urbanización, los desastres, o la necesidad de supervivencia.



Creciente pobreza y desigualdad


El aspecto económico del proceso de globalización ha acentuado las disparidades en el mundo. Por una parte ha generado nueva riqueza y comodidades sin precedentes, poniendo las tecnologías más sofisticadas al alcance del ciudadano promedio en las naciones ricas y de las elites pudientes en las naciones pobres. Por otra parte, no ha podido cambiar las viejas estructuras de desigualdad ni modernizar las actitudes más profundas de las clases dirigentes, de manera que la desigualdad se ha acrecentado. Este proceso ha traído inseguridad, sufrimiento y decadencia en la calidad de vida especialmente para aquellas personas cuyo bienestar depende de instituciones públicas, tales como los ancianos o jubilados, los niños y los estudiantes pobres.


Por otra parte, desde la perspectiva de la misión, particularmente en el mundo evangélico, hemos observado la multiplicación de proyectos de misión integral en los cuales el componente social resulta indispensable. Esto es fruto de una respuesta urgente e inevitable al deterioro creciente de las condiciones sociales y la multiplicación de víctimas, que constituye un nuevo desafío a la compasión cristiana.


Por su capacidad de movilizar voluntarios las iglesias evangélicas tienen la posibilidad de contribuir a la lucha contra la pobreza mediante organizaciones no gubernamentales (ONGs). Ha sido notable el papel de las ONGs en la atención a las necesidades urgentes. Sin embargo, es evidente también que hay que ir más allá, hacia la generación de programas de apoyo al desarrollo, que no se limiten a socorrer a las víctimas sino a fomentar la iniciativa y el dinamismo que los mismos pobres tienen para llevar adelante un desarrollo sostenible.


En el próximo siglo, la solidaridad humana y la compasión cristiana serán la única esperanza para las víctimas de la globalización económica.


El desafío para pastores, misioneros y creyentes consistirá en cómo evitar caer en las trampas del paternalismo misionero, por un lado, y de los fracasados sistemas de seguridad social estatal por el otro. Sólo el poder redentor del Evangelio transforma a las personas y las capacita para vencer las terribles consecuencias de la pobreza. Así como en la época del Nuevo Testamento, hoy en día aun entre los más pobres el Evangelio trae una cierta medida de prosperidad. Esta prosperidad es totalmente diferente del tipo de consumismo (adicción al consumo) conocido como «teología de la prosperidad», ideología pseudo-cristiana que se propaga desde Estados Unidos, Alemania y Sudáfrica.


Una de las principales diferencias es que la prosperidad cristiana es resultado del trabajo, de las virtudes bíblicas y de la vida disciplinada, no de una especie de lotería milagrosa. Además, es prosperidad que siempre va de la mano con la solidaridad: «El que robaba que no robe más, sino que trabaje honradamente con las manos para tener qué compartir con los necesitados» (Ef. 4:28, NVI).



II. La situación religiosa

En medio del progreso de transformación social y política existe una explosión de actividad religiosa que ha tomado por sorpresa a los científicos sociales, líderes cristianos y teólogos. Parte del cuadro lo determina el largo encuentro entre el Catolicismo ibérico y el Protestantismo anglosajón. Sin embargo, otra pieza del mismo es la llegada de un pluralismo religioso al que no estábamos acostumbrados. Hay fundaciones académicas que patrocinan el avivamiento de la brujería pre-hispánica y tanto católicos como evangélicos tienen que competir con espiritistas afro-brasileños y militantes de la Nueva Era para tener un espacio en la televisión. Las categorías teológicas desarrolladas por los teólogos de la Liberación y los misiólogos evangélicos rápidamente van quedando obsoletas y caducas, y resultan inútiles para aquellos que están buscando discernimiento pastoral a fin de poder entender lo que está pasando.



Cambios en el Catolicismo

Hemos comenzado a notar en toda América Latina que sacerdotes y laicos católicos están imitando muchos de los métodos pastorales y de evangelización que han sido creados y usados por los protestantes.


Así, por ejemplo, gran cantidad de programas de televisión católicos tienen la misma estructura que los programas evangélicos, la himnología popular de la década de los años 70 y 80 ha sido incorporada a los cancioneros católicos, y se usan tanto el estudio bíblico en pequeños grupos como las reuniones en casas con su tiempo de testimonio, meditación bíblica y oración. En algunos casos estos métodos se han modificado y adaptado, pero en otros es difícil distinguir entre lo católico y lo evangélico.


Los cambios en el Catolicismo constituyen un desafío a la identidad de los evangélicos y a su creatividad. Nos hacen pensar en muchos aspectos de la vida práctica de las iglesias en los que puede haber también un aprendizaje de lo que este despertar católico está creando. Hoy en día, las librerías católicas tienen material sobre estudio bíblico, dinámica de grupos, trabajo con gente joven y adolescentes, uso del arte para la enseñanza cristiana, videos sobre temas cristianos y bíblicos, –producido originalmente en castellano o traducido– mucho más abundante y variado que las librerías evangélicas.


Sin embargo, más allá de las cuestiones metodológicas, los cambios en el Catolicismo nos obligan a definir cuáles son los distintivos de nuestra fe evangélica. Si hay una iglesia que imita nuestros métodos en forma exitosa, cabe preguntarse: ¿en qué nos distinguimos de ella? ¿por qué seguimos existiendo como iglesias diferentes? Esto nos plantea el problema teológico de los fundamentos de la fe evangélica. Como veremos en la sección siguiente las cuestiones teológicas son importantes, aunque aparentemente la actitud posmoderna ante la fe hace que éstas pasen a un segundo plano.


Por otra parte, con el proceso de modernización se han dado las condiciones para que las sociedades latinoamericanas vayan aceptando el hecho inevitable del pluralismo cultural y religioso. La industrialización, la urbanización, la difusión amplia de la escolaridad, el contacto con la llamada «cultura adveniente» global son factores que han contribuido a los cambios. Se ha dado una cierta medida de secularización, resultado en parte de la presencia protestante que buscaba espacio para su propia presencia propugnando el laicismo en la educación y en la política. Sin embargo, esto no es lo mismo que el secularismo, que no reconoce vigencia a los valores cristianos ni los respeta.



El hecho religioso a finales del siglo

Las ideologías de la modernidad, tanto en su versión liberal como en la marxista, funcionaban con la presuposición «ilustrada» de que la religión estaba en camino a desaparecer. Sin embargo, en este final de siglo las ideologías han perdido vigencia y nos encontramos con un mundo más religioso. Esta tendencia comenzó en la década del sesenta y sorprendió a los predicadores y misioneros que la detectaron, especialmente en las universidades.


Desde la perspectiva de la misión cristiana, el regreso de una apertura a lo sagrado y al misterio parecía a primera vista una señal de que las cosas mejoraban. Pronto, sin embargo, se hizo evidente que los cristianos estaban siendo confrontados por un desafío nuevo y más sutil. Nuestra apologética necesitaba un replanteamiento serio y la plausibilidad, autenticidad y calidad de nuestra fe estaban siendo cuestionadas ahora desde un ángulo diferente.


La nueva actitud hacia la religión y la profileración de prácticas religiosas tienen que entenderse como parte de la revuelta contra la modernidad. Las ideologías «modernas» de progreso indefinido y utopía social eran mitos que atraían y movilizaban a las masas para la acción. Su fracaso y su caída han traído una toma de conciencia del vacío y la desilusión respecto a la capacidad de la razón humana para darle sentido a la vida y proveer respuestas a profundas cuestiones existenciales.


Es útil recordar que en la época del Nuevo Testamento el mensaje de Jesucristo confrontó los desafíos de la filosofía griega y de la política romana, pero también las cuestiones que provenían de las religiones de misterios (o mistéricas) que predominaban especialmente en las prácticas e ideas de la cultura popular. Las mismas prometían ayudar a los seres humanos con sus problemas cotidianos y les ofrecían la inmortalidad; prometían la purificación para enfrentar el problema de la culpa, seguridad para enfrentar el temor al mal, poder sobre el destino, y unión con los dioses por medio del éxtasis orgiástico. La manera en la cual se desarrollaron el mensaje y la práctica de los apóstoles en el Nuevo Testamento fue una respuesta a las necesidades del corazón humano que brotó del hecho básico de Cristo Jesús.


Hoy en día los misioneros y evangelistas están obligados a reconsiderar la enseñanza del Nuevo Testamento acerca de la religiosidad y también de la presencia y el poder del Espíritu Santo. La tecnología y las técnicas de comunicaciones, así como una fe intelectualmente razonable no son suficientes. El poder espiritual, y disciplinas tales como la oración, la meditación bíblica y el ayuno son necesarios para el cruce misionero de las nuevas fronteras religiosas. Las iglesias evangélicas tradicionales tienen que aprender que hay que tener apertura al ministerio de personas que tienen dones en estas áreas. Por otra parte, el apóstol Pablo escribiendo a los corintios reconocía también que podía haber mundanalidad, abusos y manipulación aun dentro del contexto de los dones espirituales. Con mucha razón el teólogo Peter Kuzmic ha dicho que «el carisma sin carácter conduce a la catástrofe».



Una cultura posmoderna

Hay grandes variantes en cuanto a la forma en que la posmodernidad afecta a las diferentes sociedades. Dentro de un mismo país latinoamericano nos encontramos con personas que viven en áreas rurales o remotas en una condición pre-moderna, marcada por el animismo y el temor constante a los espíritus que habitan los cerros o lagunas y causan las enfermedades, a los cuales hay que apaciguar con ofrendas y rituales. Hay también personas que están pasando por un proceso de modernización mediante la escuela primaria, los centros de salud y las comunicaciones masivas. Y hay por fin juventudes urbanas que muestran ya las marcas de la posmodernidad. Los horóscopos, la adopción curiosa o supersticiosa de elementos de la religiosidad prehispánica o de cultos orientalistas han sustituido al entusiasmo por las ideologías y a la militancia política.


Un aspecto importante de la posmodernidad es la glorificación del cuerpo. Hay productos, métodos y estímulos para intensificar el placer físico en todas sus formas. Esta búsqueda de placer ha llegado a ser la marca de la vida contemporánea, la cual con la pérdida de esperanza determinada por la caída de las ideologías se convierte en un puro y simple hedonismo.


Si bien una característica importante de la modernidad era que sus mitos proveían esperanza y un sentido de dirección a las masas, en la posmodernidad se da precisamente la pérdida de esos grandes sueños. Nadie pretende tener hoy en día una clave sobre la dirección hacia la cual marcha la historia, y parece que eso ya no le importa a nadie. Para las generaciones de estudiantes posmodernos la filosofía de vida está contenida en esas palabras que San Pablo cita del profeta Isaías para describir el materialismo de su propia época: «Comamos y bebamos que mañana moriremos» (1 Co. 15:32).


Es el materialismo el que subyace tras la actitud que hace del consumo el factor determinante de la vida del ciudadano promedio en el mundo desarrollado. De este modo la pasión por comprar y usar, la ideología del consumismo, se lanza a la consecución de esa increíble abundancia de bienes de consumo generados por la economía moderna.


En consecuencia, se hace necesario reconsiderar el estilo de vida de Jesús. Tal vez nuestras imágenes de él y de lo que es la vida cristiana han estado demasiado condicionadas por el racionalismo de la modernidad. Lo hemos hecho parecer más como un sombrío y serio profesor de teología que como un narrador de historias y maestro popular dedicado a hacer la voluntad de su Padre, pero que también tenía tiempo de disfrutar de la creación, la amistad humana, buenas comidas y juegos con niños.


Hoy, en medio de universidades presas en las tinieblas de la deconstrucción y la desesperanza, es imprescindible contar con grupos cristianos que sean comunidades de fe, amor y esperanza, capaces de expresar sin inhibiciones el gozo de la salvación y la nueva vida. Es común que quienes van a trabajar como misioneros entre los pobres confiesen que muchas veces ellos reciben de vuelta el don de la alegría que aquellos parecen tener en abundancia, aun en medio de la pobreza y la persecución.



III. La situación evangélica

El crecimiento del Protestantismo

En las tres décadas más recientes hemos visto el desarrollo de movimientos y tendencias significativas en el campo evangélico latinoamericano. Por un lado se ha tomado conciencia del crecimiento espectacular de las iglesias evangélicas, especialmente de las pentecostales. El Protestantismo evangélico ha adquirido una presencia decisiva en la sociedad debido a su inevitable protagonismo político, determinado precisamente por la toma de conciencia de su peso numérico. Por otra parte, los trabajos críticos, análisis históricos y sociológicos de este Protestantismo, nos permiten interpretarlo mejor desde el punto de vista de la misión cristiana y sacar algunas conclusiones orientadoras para el futuro. Un tercer fenómeno digno de estudio son los esfuerzos de unión y coordinación para esa amplia gama de iglesias y movimientos que caen bajo el común denominador de evangélicos o protestantes. Finalmente, los evangélicos latinoamericanos han entrado activamente a participar en la misión de la Iglesia en otras partes del mundo.



Factores sociológicos



Un factor crucial para el análisis es el de los efectos de la urbanización. En las grandes acumulaciones urbanas de América Latina se vive dramáticamente el problema de la anomia. En la gran ciudad la persona migrante se siente un «don nadie», y esta sensación de anonimato y de falta de pertenencia a una comunidad puede fácilmente llevarla al alcoholismo, la droga o la violencia. Los sociólogos observan que las iglesias populares les dan a estas personas anómicas una experiencia de dignidad personal. Cuando entran se les ofrece la bienvenida, un abrazo o un apretón de manos. Por otro lado, pueden participar en la alabanza, levantar las manos, orar y gritar sin necesidad de tener estudios teológicos, ni siquiera de saber leer. Desde el punto de vista misiológico podemos decir que en este ambiente de libertad y participación escuchan el Evangelio presentado en forma popular y llegan a una experiencia de lo divino, del poder de Dios del cual habla el predicador. Los efectos de tales experiencias sobre estas personas son transformadores.


Los sociólogos se han dado cuenta también de que las iglesias más antiguas y establecidas, que tienen una agenda social, muchas veces a pesar de sus buenas intenciones no han conseguido mucho en términos de una transformación de las personas. A veces inclusive hacen obra social de una manera muy paternalista y crean dependencia. En cambio, las iglesias que no tienen agenda social y que se mueven en el nivel popular tienen un efecto social transformador sobre sus fieles. Precisamente por proveer un nuevo sentido de dignidad y pertenencia contribuyen a una reorganización de la vida.



Unidad, cooperación y misión

La necesidad de diálogo y de acción inter-confesional va a ser más apremiante en los próximos años debido a la militancia de factores anti-cristianos, cuyo carácter nocivo y destructor empiezan a percibir por igual tanto católicos como evangélicos. El Documento de Santo Domingo señala que «el fenómeno de la no-creencia crece hoy en América Latina y el Caribe y preocupa a la Iglesia sobre todo por aquellos que viven como si no fueran bautizados». Según el Documento, el secularismo es una modalidad de no-creencia que «niega a Dios o porque sostiene que todas las realidades se explican por sí solas sin recurrir a Dios, o porque se considera a Dios enemigo, alienante del hombre». Este secularismo presenta un desafío pastoral porque «negando la dependencia del Creador, conduce a las idolatrías del tener, del poder y del placer, y hace perder el sentido de la vida reduciendo al ser humano a solo valor material».


El Documento describe el indiferentismo como la posición de «aquellos que o rechazan toda religión porque la consideran inútil o nociva para la vida humana y por eso no les interesa, o bien sostienen que todas las religiones son equivalentes y por tanto ninguna puede presentarse como única y verdadera». El desafío pastoral que presenta esta postura es que «suprime de raíz la relación de la criatura con Dios… o reduce la figura de Cristo a ser un maestro de moral o un fundador de religiones entre otras igualmente válidas, negándole el carácter de Salvador único, universal y definitivo de los hombres». Una consecuencia de estas posturas que señala el Documento es que «tanto el indeferentismo como el secularismo minan la moral porque dejan el comportamiento humano sin fundamento para su valor ético, y por eso fácilmente caen en el relativismo y el permisivismo que caracterizan a la sociedad de hoy». Yo agregaría que no es de extrañar entonces que el rechazo de la fe cristiana no lleve a una postura atea, sino más bien a la apertura a formas religiosas sustitutas que ya vemos ocupar espacio en los medios de comunicación y presentarse como fuente de dirección y consejo para las masas. Es lo que también señala el Documento: «Muchos movimientos pseudo-religiosos de carácter orientalista y aquellos de ocultismo, adivinación y espiritismo minan la fe y causan desconcierto en las mentes, dando soluciones falsas a los grandes interrogantes del hombre, su destino, su libertad y el sentido de la vida».


Por otra parte, el empobrecimiento y la agudización de las necesidades sociales podría también abrir nuevas perspectivas para el diálogo y la cooperación inter-confesional. Se ha dado una floración increíble de proyectos de servicio como comedores populares, ONGs dedicadas a trabajar con la niñez y luchar contra plagas modernas como el SIDA y la drogadicción. Pero no se trata únicamente de programas de asistencialismo sino que van surgiendo programas de desarrollo, de fomento a la pequeña empresa, de auspicio de formas de asociación recíproca para la ayuda mutua y el establecimiento de redes de apoyo, producción y comercialización. El prestigio y la eficiencia de esta vasta red de servicios ha llevado a algunos países ricos a utilizar redes de servicio cristianas en vez de organismos del Estado para asegurarse de que sus programas de ayuda exterior lleguen de veras a los más necesitados.



Autocrítica evangélica

La historia muestra que el movimiento misionero evangélico que vino a América Latina recibió fuerte influencia del pietismo. Podría decirse que las notas propias del pietismo se agudizaron en América Latina por la tendencia a establecer un contraste con la pastoral de cristiandad que practicaba la Iglesia Católica Romana. El lado positivo de la influencia del pietismo fue su fuerza renovadora en el seno de iglesias protestantes adormecidas en Europa y Norteamérica, y su capacidad para generar dinamismo misionero en muchos cristianos comunes y corrientes. Las iglesias que surgieron de este esfuerzo estaban compuestas por personas con un algo grado de lealtad y sentido de pertenencia al Señor que los llevaba a una vida disciplinada y sacrificada, en un ambiente hostil. Ello les ayudaba a vivir como minoría cuya conducta elevada en un nivel personal tenía posibilidades de transformación social. El lado negativo está en el problema que se deriva del excesivo individualismo de esta concepción y esta metodología misionera, porque las iglesias y comunidades locales que van surgiendo no alcanzan cohesión institucional, no tienen un sentido de lo que es la Iglesia como cuerpo con continuidad. El liderazgo caudillista provoca divisiones con facilidad, no se consigue contener las diferencias generacionales, ni se permite un pluralismo de opinión en cuanto a cosas secundarias. Las misiones no pudieron evitar un espíritu de competencia comercial, agudizado por la glorificación del crecimiento numérico como único criterio de acción misionera. Ello impide la cooperación entre evangélicos para la misión, y pese al crecimiento numérico las muchas iglesias que van surgiendo no pueden encontrar una voz común para dar testimonio ante los problemas sociales y políticos de cada nación. También esta falta de una eclesiología clara lleva a la actitud sectaria por la cual algunas iglesias tienden a considerarse como las únicas verdaderas.



Algunas conclusiones

Me he limitado apenas a bosquejar una línea de investigación y reflexión sobre un tema importante para el futuro de la misión en América Latina y desde ella. Saquemos ahora algunas conclusiones que son sólo tentativas, hasta tanto no se profundice en el trabajo histórico y misiológico. En primer lugar, hay una tarea teológica y pastoral muy importante en la corrección de los excesos del individualismo evangélico. La integralidad reconoce la necesidad de una experiencia personal de la gracia salvadora de Dios, pero al mismo tiempo recobra la visión bíblica del ser humano como ser social, cuya transformación se vive en primer lugar en el contexto de una comunidad que es en sí misma una expresión del Reino de Dios y un anuncio de la nueva creación.


En segundo lugar cabe preguntarse hasta dónde el crecimiento evangélico en América Latina se explica por las fallas de la pastoral y la metodología misionera católica, y no necesariamente porque los convertidos encuentren mayor verdad o superioridad en la doctrina evangélica.


Propongo aquí dos observaciones para la reflexión. En primer lugar, allí donde los sacerdotes y laicos católicos han empezado a imitar las metodologías pastorales y misioneras de los evangélicos, parece que las iglesias evangélicas no crecen al mismo ritmo que allí donde hay vacíos de presencia o de acción de parte católica. En segundo lugar, las iglesias evangélicas más antiguas están experimentando una problemática similar a la de los católicos. Nuevos movimientos de tipo carismático y nuevas iglesias independientes están creciendo en toda América Latina, a costa de las iglesias evangélicas más tradicionales. Atraen a muchos evangélicos desilusionados de sus iglesias por razones de orden pastoral, por cansancio con la rutina de la liturgia y predicación y la falta de pertinencia a la problemática práctica de todos los días, y a veces por los fracasos morales de los dirigentes evangélicos tradicionales.


Cuando los evangélicos latinoamericanos consideran su vocación y ministerio en el próximo siglo y su participación en la misión cristiana en otras partes del mundo, necesitan un examen de conciencia realista y humilde. Tienen que familiarizarse con la historia de las misiones, prestar atención a los análisis de otros que pueden ser un buen espejo para la autocrítica. Deben trabajar en la formulación de una teología que se nutre de la palabra de Dios y responde al contexto. Precisan trabajar en su propia institucionalización para tener iglesias fuertes y capaces de encarar las nuevas tareas que su crecimiento les impone. En todas estas tareas lo que estarán haciendo será preparándose para ser instrumentos útiles en las manos de Dios, Quien quiere que el Evangelio de Jesucristo se anuncie para salvación de todos los seres humanos, en el poder del Espíritu Santo.

Samuel Escobar, de nacionalidad peruana, es doctor en Teología y en Ciencias de la Educación. Es presidente honorario de la Fraternidad Teológica Latinoamericana y actualmente se desempeña como profesor en el Eastern Baptist Theological Seminary, EE.UU., y la Facultad de Teología «Orlando Costas» en Lima, Perú.

Apuntes Pastorales, Volumen XVII.