por Enrique Zapata
El de irse por la tangente y perder el equilibrio es uno de los problemas más frecuentes y difíciles que enfrenta el líder cristiano, tanto en su propia vida como en su congregación. El autor nos señala cómo podemos guardar el equilibrio y cómo reconocer factores que nos pueden llevar por las tangentes.
Imagínese que sobre su cabeza tiene un lápiz parado y sobre él sostiene en equilibrio un plato. Sí, un plazo de loza, del que usa para comer. Aunque ello solo se ve en los circos, imagínese que usted mismo lo está haciendo. ¿Qué pasaría si viniera su esposa por detrás y, a manera de tangente, colocara otro lápiz sobre uno de los bordes del plato? Si en el piso hay alfombra acolchada el problema no sería muy grande, pero si no Sí, perdería el equilibrio. Así es, las tangentes tienden a hacernos perder el equilibrio, y ese problema (el de «irse» por la tangente y perder el equilibrio) es uno de los más frecuentes y difíciles que enfrenta el líder cristiano, tanto en su propia vida como en su congregación.
Recuerdo cuando, a los 18 años, descubrí que había sido justificado por fe. En Cristo, yo había sido declarado perfecto, todos mis pecados habían sido perdonados, tanto los pasados como los presentes y futuros. Cómo me glorié en esa verdad, qué gozo me produjo. En todos lados proclamaba la gloria de la justificación. Qué liberado me sentía al no tener que esforzarme constantemente por ser perfecto sin lograrlo jamás, al poder descansar en la obra perfecta de Cristo. Cómo alababa a Dios por la obra de Cristo en la cruz.
Pero pasaron los meses y descubrí que aunque mi posición era perfecta en Cristo, en mí mismo, en mi carne, seguía presente la ley del pecado y de la muerte. Sí, en Cristo me había hecho perfecto en Él, pero en la práctica ¡como luchaba! y parecía que siempre fracasaba. Mientras más me esforzaba por ser como el Cristo que hizo tanto por mí, más lejos me sentía de agradarle.
Una noche, mientras leía el librito del Dr. Bright, «Cómo ser lleno del Espíritu», pensé «¡Al fin entiendo cómo vivir no en mi carne sino en el poder del Espíritu Santo!». Empecé a descubrir la grandeza del don de Dios para con nosotros en su Espíritu. Cómo disfruté de la nueva fuerza y poder espiritual que es nuestra en el Espíritu. Empecé a tener mucho más fruto cuando testificaba y en todo mi ministerio.
Volvía a mi casa y le pregunté a mamá,»¿Por qué en nuestra iglesia nunca me enseñaron a ser lleno del Espíritu?». Me contestó que lo habían hecho muchas veces pero que tal vez el problema había sido que yo no había escuchado; o quizás no me había llegado el momento antes porque Dios necesitaba enseñarme otras verdades primero. Eso me hizo pensar mucho.
En los meses y años que siguieron fui aprendiendo otras grandes verdades de la vida Cristiana, y cada una hacía que me maravillara más por la gracia y el amor de nuestro Dios. Esto me llevó a aprender una lección fundamental de la vida Cristiana: la vida Cristiana se compone de muchas verdades, cada una de las cuales es fundamental para mantener el equilibrio o la salud espiritual y emocional. Es semejante a lo que ocurre con el cuerpo humano. ¿Cuál es la parte más importante del cuerpo? Algunos dicen que es el corazón, pero otros preguntan ¿qué haríamos sin la cabeza? Hay quienes creen que la cabeza es la más importante, pero ¿cómo podíamos vivir sin los pulmones, que proveen el oxígeno para la mente y el resto del cuerpo?
Tener equilibrio es reconocer que hay muchas verdades, y que cada una de ellas es fundamental a la vida espiritual.
La obra de Cristo es perfecta y completa (multifacética), hecha para tocar y remediar todos los efectos del pecado y el maligno. Por un lado Cristo murió por nuestros pecados, pero también resucitó para ganar la victoria sobre todas las cosas. Pero eso no es todo, también mandó su Espíritu para que podamos vivir con su ayuda y, como si eso fuera poco, El mismo está en el cielo intercediendo por nosotros. Podríamos seguir con docenas de otras verdades fundamentales a la vida espiritual. Sólo el necio o el ciego se queda en una de las verdades y no reconoce la grandeza de todo lo que Dios es, ha hecho y hará. ¡Alabado sea Su nombre!.
Tener equilibrio es reconocer la centralidad de Cristo.
Toda la vida tiene su comienzo y realización en Cristo, en lo que El es, ha hecho, y hará. El es el eje, la sustancia y la esencia de la vida. Cuando dejo de centrarme en Aquel de quien procede toda la vida, me estoy yendo por una tangente. Pablo podía decir «pues nada me propuse saber entre vosotros, excepto a Jesucristo, y a éste crucificado». Me molesta ver títulos como «El Poder de la Alabanza» o «Todavía Hay Poder en la Oración», etc. ¿Realmente hay poder en la alabanza, o es que a través del la alabanza yo estoy enfocando mis ojos y mi fe en El que tiene poder? ¿Todavía hay poder en la oración? ¡No, todavía hay poder en Aquel que escucha nuestras oraciones! Si, yo sé que es una forma de decir las cosas, pero no es correcta. Démosle a El el lugar que le corresponde. «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien «nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo de reunir todas las cosas en Cristo, tanto las que están en el cielo, como las que están en la tierra; en El » (Ef. 1:3-14; Col. 1:15-20).
Por esa razón el Nuevo Testamento habla constantemente del concepto de estar en Cristo (164 veces) y Cristo en nosotros «las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria» (Col. 1:27). Cualquier énfasis que no esté centrado en Cristo es una tangente que resulta en el desequilibrio de la vida espiritual, y en menor honra y gloria para nuestro Señor Jesucristo.
El descuido de cualquier faceta de Cristo o su obra resultará en desequilibrio.
El desequilibrio es devastador para la práctica de la vida espiritual. Dios proveyó en Cristo una salvación completa que responde a todas las necesidades humanas. Descuidar alguna faceta de esa salvación perfecta y completa lógicamente producirá alguna deficiencia en la vida de la persona. Si algún elemento no fuera necesario, Dios no lo hubiera provisto. El descuido de la doctrina de la justificación ha llevado a muchos a no tener seguridad en su relación con Cristo. El descuido de la santificación ha resultado en poca santidad. El descuido del ministerio del Espíritu Santo ha producido muchas obras hechas en la carne y frustración. El descuido de la doctrina de la resurrección y el juicio puede llevar a una concentración en el presente y no en la eternidad, etc. «Y como nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas Pues no rehuí declarar a vosotros todo el consejo de Dios». (Hch. 20:20-27).
Poner énfasis en un área tiende al descuido de otras.
Enfatizar lo místico puede oscurecer la práctica de la vida espiritual. Enfatizar la responsabilidad del hombre puede llevar a la ansiedad y el fracaso, por no reconocer la gracia y obra de Dios a pesar de nosotros. Enfatizar la soberanía de Dios puede hacer que las personas descuiden sus responsabilidades y no sean diligentes. Enfatizar la sanidad puede llevar a las personas a no ocuparse en el propósito del sufrimiento y el dolor. La libertad tiende a rendirse al libertinaje. La concentración en la sana doctrina ha llevado al descuido del amor, etc. el descuido de algunas enseñanzas bíblicas por enfatizar otras doctrinas dará como resultado una vida cristiana desequilibrada.
Las herejías generalmente han comenzado como énfasis en ciertas verdades que llevaron al descuido de otras.
El grupo Los niños de Dios comenzó como un grupo de jóvenes de una buena iglesia evangélica. Enfatizaban el discipulado radical y total (que era necesario dejar todo para seguir a Cristo), pero por descuidar la obediencia a los padres y la necesidad bíblica de trabajar, llevaron a cientos de jóvenes a dejar sus familias para «seguir a Cristo». Viven en comunidades en las que es común el sexo libre y donde su «trabajo» es buscar donaciones y vender sus materiales. En este momento, uno de sus métodos de evangelismo consiste en la seducción sexual para ganar gente para la comunidad, todo en nombre del amor y la entrega total de la vida en sacrificio por la causa. Esta es una ilustración moderna de lo que ha pasado cientos de veces en la historia. Cualquier énfasis grande en un área resulta en desequilibrio y herejía cuando no está contrarrestado con las otras doctrinas de las Escrituras.
Las herejía y los extremos brotan del descuido de doctrinas básicas.
Cuando una iglesia descuida alguna doctrina genera un vacío o necesidad en la vida de los creyentes. En cierto momento surge una persona que redescubre esa verdad olvidada y empieza a enseñarla como la gran solución. Muchos responden con alegría y entusiasmo, porque viene a llenar una necesidad real en su experiencia. Pero la tendencia pude ser que él u otros se vayan al extremo de que toda la vida cristiana pase por esa verdad y se olviden de otras verdades, sin las cuales surgirán nuevas carencias.
Allí comienza la división: algunos mantienen su posición tradicional y rechazan «la verdad» del otro grupo, cuando en realidad están rechazando el extremo. El grupo tradicional se queda entonces con el vacío, lo cual lleva a que se repita el mismo problema en el futuro. Los redescubridores de «la verdad» son rechazados y en muchas ocasiones, por haber sido rechazados, rechazan los «fundamentos» del grupo tradicional, que son los factores equilibrantes que necesitan para no caer del lado opuesto.
Alguien ha comentado que el diablo mantiene el péndulo fuera del centro mientras que puede, pero que cuando una persona se da cuenta del desequilibrio y lo empieza a mover hacia el centro, el diablo se le pone detrás y le ayuda con toda su fuerza para que se pase al otro lado. Finalmente el péndulo queda en el otro extremo. Está tan lejos del centro como antes pero del otro lado, mas la persona siente que ha logrado un cambio fundamental.
Hay que mantener el énfasis en lo que Dios enfatiza.
En las Escrituras hay algunas verdades que son más enfatizadas que otras, hay algunos mandamientos más importantes que otros. Tenemos que aprender a poner el énfasis donde lo pone Dios, y a la vez no descuidar las otras verdades. «Cada cosa en su lugar». Por ejemplo, todos nosotros decimos que predicamos a Cristo, pero para uno es su experiencia, para otro su sanidad, para otro su doctrina, o su denominación, o sus prácticas, pero ¿realmente predicamos a Cristo, y a El crucificado?
Los dones y verdades son para la edificación del cuerpo y para acercarnos a Dios.
Me preocupa ver que, en muchas ocasiones, somos como el chico que después de haber recibido un lindo regalo de sus padres se olvida de ellos porque está fascinado por el regalo. Lo que le importa al niño es el regalo. Pero el adulto aprende que el regalo sólo es una expresión de la persona y que la persona es lo importante. El propósito del regalo justamente es unir a las personas. Cuán grande es la paciencia de nuestro Dios para con nosotros cuando nos perdemos en sus regalos y lo dejamos a El de lado. Y que grande debe ser su tristeza cuando nos encuentra peleando por las grandes verdades de Su obra para con nosotros, los dones que El concedió a Su iglesia, etc.
Los dones y gracias que Dios ha destinado a ser el adorno de la comunidad Cristiana pueden dejar de ser su adorno, y convertirse en su trampa. «Si yo hablase lenguas humanas y angélicas», eso es religión como un éxtasis emocional. «Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia», eso es religión como gnosis, intelectualismo, especulación. «Si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes», eso es religión como una energía en funcionamiento. «Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres». Eso es religión como humanitarismo. «Si entregase mi cuerpo para ser quemado», eso es religión como ascetismo. Pablo repudia expresamente todas estas representaciones unilaterales y obviamente inadecuadas del Evangelio.» (Extraído del libro A man in Christ, de James S. Stewart).
La predicación de toda la Biblia tiende a protegernos del desequilibrio.
Cuando el pastor expone las Escrituras constantemente, capítulo por capítulo, versículo por versículo, se asegura de que va a estar enseñando todo el consejo de Dios. Pero cuando sólo predica temáticamente tendrá la tendencia de enseñar y enfatizar los conceptos que más le gustan y mejor conoce, resultando en el descuido de otros temas que son fundamentales. Justo el hecho de que hay ciertas doctrinas que nos cuesta más enseñar muestra que son áreas de debilidad en nuestra vida y ministerio que necesitamos comprender y dominar. Predicar versículo por versículo con honestidad requiere que uno encare todos los temas de la Palabra de Dios.
En conclusión
Me preocupa cuando me encuentro con mis hermanos y el énfasis de sus vidas, conversaciones, mensajes, etc., no demuestra por sobre todas las cosas una fascinación por Cristo, un enamoramiento con El, una exaltación de El y una sumisión a Su santidad y voluntad.
Qué poco lo conocemos a El y qué poco lo hemos experimentado a El, que no respondemos a la mención del nombre de Cristo con una doxología, como lo hacían los apóstoles. Pablo explotaba en alabanza al reconocer al Dios que nos amó tanto que envió a Cristo, y al reconocer todo lo que Cristo es.
Tendríamos que estar buscándolo a El y a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, para llegar a ser varones perfectos, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquier por todo viento de doctrina. Así resultaremos en alabanza y gloria para nuestro Dios.
© Apuntes Pastorales
Octubre Noviembre / 1985
Vol. III, número 3