Biblia

Escenas de la natividad: Bendición extendida

Escenas de la natividad: Bendición extendida

por Christopher Shaw

Cuando la iglesia escoge no guardarse lo que ha vivido en presencia del altísimo, no tarda en sentirse el impacto del evangelio en la sociedad.

Al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño. Todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían. Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Lucas 2.17–19
En una ocasión, durante la vida del profeta Eliseo, la ciudad de Samaria se encontraba completamente sitiada por un ejército enemigo. La desesperación por encontrar comida llevó a cuatro leprosos a caminar hasta el campo enemigo, donde descubrieron que había sido abandonado. Durante los primeros eufóricos minutos comieron todo lo que pudieron encontrar en las tiendas de los Asirios, pero eventualmente la conciencia los inquietó.Este es el deseo del Señor, que la bendición que extiende a algunos sea compartida con aquellos que no la han recibido. «Luego se dijeron unos a otros: —No estamos haciendo bien. Hoy es día de buenas noticias y nosotros callamos. Si esperamos hasta el amanecer, nos alcanzará nuestra maldad. Vamos pues, ahora, entremos y demos la noticia en la casa del rey» (2Re 7.9)
La historia posee el desenlace deseado de toda intervención divina, el cual vemos también en el relato de los pastores. El anuncio del ángel era que las buenas nuevas eran «para todo el pueblo» y no solo para una selecta minoría (Lc 2.10). Este es el deseo del Señor, que la bendición que extiende a algunos sea compartida con aquellos que no la han recibido. De hecho, la responsabilidad de no frenar con actitudes egoístas el obrar de Dios ha pesado sobre el pueblo escogido desde tiempos inmemoriales. A Abraham se le dijo que él debía ser bendición a todas las naciones (Gn 12.3). Del mismo modo al pueblo rescatado de Egipto el Señor le dijo: «Ahora, pues, si dais oído a mi voz y guardáis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra. Vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa» (Éx 19.5). Cristo mismo enviaría a sus discípulos con el mismo espíritu: «Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia» (Mt 10.8). Antes de su partida aclaró que la misma tarea pesaba sobre la iglesia naciente: «recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra» (Hc 1.8).
Este mismo peso también reposaba sobre los pastores. De hecho, no pudieron callar las noticias que habían oído y todos los que escuchaban se maravillaban. Así, dejaron un precedente para la extensión del reino, donde una multitud de testigos escogen no guardarse lo que han vivido en presencia del altísimo. Cuando la iglesia asume esta responsabilidad no tarda en sentirse el impacto del evangelio en la sociedad.
Lucas agrega un pequeño comentario a la escena que nos describe: María meditaba todo esto en su corazón. Claro, para nosotros, la historia está clara, porque ya conocemos el desenlace. Pero la actitud de María es digna de imitación, pues literalmente comparaba el testimonio de las palabras que había recibido con la de los pastores. Deseaba ella percibir el sentido más profundo de todo lo que estaban experimentando en estos días. Aunque no debe descartarse nunca la euforia que produce una visitación divina, también debemos recordar que la vida espiritual consiste, precisamente, en esa capacidad de ir más allá de los sentimientos, a los principios eternos que tienen validez para cada día.

©Copyright 2009, DesarrolloCristiano.com, todos los derechos reservados.