Espada de dos filos
por Christopher Shaw
La Palabra puede sacar a luz realidades que no podemos descubrir por ningún otro camino
Versículo: Hebreos 4:12
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4:12 Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón.
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Es posible que el aparente cambio de tema en el versículo de hoy nos produzca cierto desconcierto. Creo que esto se debe a la costumbre de citar este pasaje aisladamente. Esto nos ha llevado a perder de vista que es la culminación del argumento que el autor ha desarrollado durante los primeros cuatro capítulos. El tema que ha abordado en este segmento es el endurecimiento del corazón. En el capítulo tres nos advirtió que esa dureza es facilitada por el engaño del pecado. No tenemos conciencia de que las conclusiones a las que arribamos son erradas. La lógica que hemos empleado es tan prolija y los argumentos son tan convincentes, que no podemos admitir que exista algún margen de error en nuestros planteos. Esa confianza ciega en la lectura que realizamos de la vida es la principal responsable de la incredulidad. Este contexto, entonces, es el más adecuado para describir los efectos de la Palabra sobre ese manto de engaño que nos envuelve. El autor elige emplear una de esas analogías geniales que solemos encontrar en las epístolas del Nuevo Testamento. Se vale de la imagen de una de las armas más letales que portaba el soldado romano, el gladius, una espada de dos filos. En situaciones de combate, el soldado empleaba jabalinas y flechas en sus primeros intentos por debilitar al enemigo. Eventualmente, llegaba el momento en que era necesaria la lucha cuerpo a cuerpo, y entonces empuñaba el gladius. Si lograba una sola estocada contra el enemigo, probablemente produciría una herida de muerte, pues el doble filo aseguraba que el arma penetrara, de manera eficaz, el cuerpo de la persona atacada. Si consideramos cuán persuasivos son nuestros argumentos para justificar la desobediencia, y si tomamos en cuenta la vertiginosa velocidad con la que se produce la decisión de desatender las instrucciones del Señor, comenzaremos a entender por qué es necesaria un arma de esta naturaleza. Solamente la Palabra puede penetrar rápidamente las capas de argumentos y razonamientos necios, para exponer los verdaderos motivos de nuestra resistencia a lo que Dios quiere hacer en nosotros. Examinaremos con cuidado los detalles que contiene esta genial imagen. Hoy, sin embargo, es apropiado que demos gracias a Dios por esta maravillosa herramienta, que nos libra de nuestro propio engaño. ¡Cuán perdidos estaríamos si él no hubiera elegido hablarnos! Al igual que el salmista, podemos regocijarnos que aún cuando la Palabra produzca «cortes» significativos en nuestro ser, estos no son para muerte sino para vida, y vida en plenitud. Podemos declarar, confiados: «Señor, sé que tus ordenanzas son justas; me disciplinaste porque lo necesitaba» (Sal 119:75 – NTV)
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