¿Estás construyendo el reino de Dios o tu propio reino?

Roberto salió de la oficina del pastor con paso ligero. Ni siquiera volvió la mirada. El portazo se escuchó en todo el templo. Hacía decidido cerrar la puerta tras de si, ante la mirada atónita del pastor.

Y no era para menos. Acababa de confesarle su decisión de abrir otra denominación. “Acá ya no encuentro unción”, le dijo.

–Pero si siempre nos has acompañado. Es más, aquí te formaste como líder—le argumentó.

El joven rechazó todo diálogo y salió con rapidez. Era evidente que quería evitar una confrontación.

No se despidió de sus compañeros de congregación y del grupo de jóvenes. Una semana después se enteraron que había abierto un local, con varias sillas plásticas y un púlpito, y que se daba a la tarea de llamar a todos los miembros de la iglesia de la que había salido, profiriendo todo tipo de acusaciones contra el pastor al tiempo que les ofrecía espacio en la nueva congregación.

Una verdadera epidemia

Terminé de predicar en la iglesia de un ministro y un antiguo líder me mandó llamar. “El pastor Pedro lo espera afuera–me dijo un jovencito. —Desea saludarlo”.

¡Tremendo error! Ir a saludarlo se convirtió en el espacio propicio para que vertiera toda la hiel de amargura que invadía su corazón: “No entiendo por qué viniste a esta congregación Fernando, si sabes que acá no se mueve el Espíritu Santo. “ Entendí que sólo se había parado afuera, para seguir haciendo lo que por tanto tiempo, según me enteré después: Denigrar del pastor de aquella iglesia, procurando robarse las ovejas.

El Señor Jesucristo fue claro al advertirnos que estamos llamados a construir el reino de Dios: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. ”(Mateo 6:33) El centro del asunto no está en buscar ni la prosperidad, ni el reconocimiento o la fama, sino proclamar a Jesucristo y ayudar en la extensión de su reino. Lamentablemente se ha invertido el orden de las prioridades y hoy día, como una peligrosa epidemia, abundan quienes quieren “construir su propio Reini”. Dejan de lado a Jesucristo para proclamarse ellos mismos.

No somos el centro de la iglesia

Para tristeza, abundan quienes consideran que una congregación crece y es prospera, porque están ellos. Aun cuando proclaman creer en Jesucristo y servirle a Él, no hacen otra cosa que favorecer sus propios intereses. Consideran que son el centro del universo, y por supuesto, de la iglesia.

Si alguien está avanzando ministerialmente, lo desechan, ponen talanqueras en su camino o buscan denigrar de su ministerio. Les mueven los celos. ¿Qué nos dice la Biblia al respecto? Que usted y yo simplemente somos instrumentos en Su obra.

El apóstol Pablo hizo claridad sobre este asunto cuando escribió: “¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. ”(1 Corintios 3:5-7)

Tome nota de un aspecto trascendente: el centro de la Iglesia es Jesucristo y la fuente de todo poder es Dios. Usted y yo no somos más que servidores.

No es su denominación, es Cristo

¿A quién proclamamos, a Cristo Jesús o a nuestra denominación? He ahí la disyuntiva. Lo digo porque en cierta ocasión me propuso un líder de amplio reconocimiento en mi país: “Le propongo que trabaje con nuestra iglesia. Sabe que tiene la verdad bíblica. Las demás están viciadas”.

No pude menos que reconvenirle por su actitud. Nadie, ni usted ni yo tenemos autoridad para considerar que sólo nuestra denominación tiene la “verdad revelada”.

El centro de todo nuestro desenvolvimiento ministerial, debe ser la proclamación de Jesucristo. Cuando experimentaban persecución, los primeros cristianos no se apartaron de ese principio: “Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel. Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio. ”(Hechos 8:3-5) Si bien es cierto soy pastor oficial de una denominación de alcance mundial, generalmente no la menciono porque considero que lo fundamental de nuestro trabajo, el suyo y el mío, no es exaltar y proclamar a nuestra denominación, sino el Evangelio de Jesucristo.

El apóstol Pablo enfocaba todos sus esfuerzos a ese propósito: “…con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo. Y de esta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno, sino, como está escrito: Aquellos a quienes nunca les fue anunciado acerca de él, verán; Y los que nunca han oído de él, entenderán.”(Romanos 15:19-21) Este pasaje me sirve además de fundamento para enfatizar en algo más: las iglesias se edifican con gente que no conoce de Jesucristo. Robarle ovejas a otro pastor, obrero o líder, además de desleal, va en contravía de los propios postulados del Evangelio. ¿Quiere ver crecer su denominación? Gane almas en las calles, no en otras congregaciones.

Predicador por dinero o por vocación

¿Se ha preguntado alguna vez por qué muchos predicadores están más interesados en dar una conferencia en iglesias grandes a la espera de la ofrenda generosa antes que evangelizar en una congregación pequeña?¿Qué de aquellos pastores de oficina, que jamás salen de las cuatro paredes, se ganan un salario pero no visitan enfermos, familias en crisis o a los recién convertidos? Al amparo de delegar el trabajo, esperan que otros hagan su trabajo.

Aunque iniciaron su ministerio con el anhelo de servir a Jesucristo, muchos ministros se convierten en “predicadores profesionales”, preocupados más por el salario que por la misión a la que fueron llamados.

Llama poderosamente la atención que el apóstol Pablo escribiera: “Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y !!ay de mí si no anunciare el evangelio! ”(1 Corintios 9:16), y en el versículo 18 anota: “¿Cuál, pues, es mi galardón? Que predicando el evangelio, presente gratuitamente el evangelio de Cristo, para no abusar de mi derecho en el evangelio.”

No podemos dejar el asunto antes que comparta con usted una invitación para que, con la mano del corazón, haga una reflexión profunda y sincera: ¿Estoy construyendo mi reino o el reino de Dios, misión a la que fuimos llamados?

La envidia, el orgullo denominacional o la ambición antes, ni ahora ni nunca glorificarán al Señor Jesús. Lo que sinceramente lo exalta a Él es que prediquemos la Palabra de Dios a tiempo y a destiempo, sin ánimo de lucro y buscando que el mensaje del amado Hijo de Dios sea sembrado en todos los corazones. Sólo de esta manera estaremos construyendo el reino de Dios y no el nuestro.

Contacte al Autor: pastorfernandoalexis [arroba] gmail.com Ministerio: Alianza Cristiana y Misionera Colombiana

Fuente: www.centraldesermones.com