Evangelización por otro camino
por Howard Andruejol
Los jóvenes tienen a su alcance fantásticas posibilidades para compartir su fe.
Estoy convencido de que todos los líderes juveniles reconocemos el desafío a la evangelización y, de una u otra forma, intentamos actuar al respecto. Con mucha persistencia o quizás solo con el mínimo esfuerzo, corremos en búsqueda de novedosas oportunidades, de ideas creativas, de gestiones estratégicas, de… quizás algún milagro que finalmente nos funcione. Hacemos y hacemos, pero escaso fruto recogemos.
W. Edwards Deming, reconocido líder de la revolución de la calidad, solía advertir: «no es suficiente hacer tu mejor esfuerzo; debes saber qué hacer, y luego hacer tu mejor esfuerzo».
Replanteo
Al observar los resultados de nuestros programas evangelísticos, me doy cuenta de que necesitamos plantearnos de nuevo algunas preguntas fundamentales, como: ¿qué es la evangelización? y luego: ¿cómo debería llevarse a cabo en el ministerio juvenil? Me parece que no estamos alcanzando los resultados deseados.
Cuando piensas en evangelización, ¿qué es lo primero que asoma a tu mente? Es posible que tu respuesta gire alrededor de algún tipo de evento preparado especialmente para que los jóvenes de tu grupo inviten a sus amigos. Estos eventos por lo general (no siempre, solo la mayoría de veces) provocan una gran cantidad de tensión. Nos consume muchísima energía el diseño del evento perfecto: necesitamos las invitaciones perfectas, los colores perfectos, la música perfecta, la sonrisa perfecta, las palabras perfectas, y el texto bíblico perfecto. ¡Todo está implacablemente planificado para ser perfecto!
Aunque en la realidad, no sucede así. Los jóvenes no invitan a sus amigos; los amigos invitados no asisten a tu actividad; los que asisten no responden positivamente (de hecho, ni siquiera se impresionan con tu evento). Las canciones perfectas no sonaron tan bien, y el predicador invitado no fue tan ameno como esperabas. (Bueno, ya no seguiré describiendo la escena; creo que mi descripción pesimista queda clara). Tanta tensión, para ser inefectivos.
Resultados que no avalan
En el mejor de los casos, algunos jóvenes toman la decisión de entregar su vida a Jesucristo, y luego viene el gran apuro del seguimiento. ¿Qué haremos para que asistan con regularidad al grupo de jóvenes? ¿Cómo vamos a incorporarlos en un grupo pequeño? Y sobre todo… ¿quién será responsable de su crecimiento espiritual? Y la verdad es esta: muy pocos nuevos creyentes permanecen en nuestras iglesias y quizás en la fe. Tanta tensión, para ser inefectivos.
La pregunta pues es si esto (que frecuentemente vemos en los ministerios juveniles en América Latina) es lo que Dios espera de nosotros.
De hecho, agrego con mucho respeto, que incluso los eventos evangelísticos que funcionan bien y provocan resultados entran en la misma categoría. Creo que cualquier evento, programa, actividad con el calificativo de «evangelístico» es la razón número uno por la que nuestros jóvenes no están compartiendo su fe. Por un lado, si los eventos «perfectos» en realidad son eventos «espantajóvenes» yo tampoco quisiera invitar a mis amigos. Pero, por el otro, evangelización nunca significó «invitar amigos a un evento». ¡Eso no es la gran comisión! Y sin embargo, hemos domesticado a nuestros jóvenes a esa clase de testimonio (por lo que, cuando no se planifica un evento evangelístico en el calendario del grupo de jóvenes, no existe entonces ningún tipo de «evangelización»).
Aprovechar las relaciones
Nuestros eventos son muy impersonales, ya que se centran casi exclusivamente en lo que sucede al frente. No obstante la evangelización es totalmente relacional (2Co 5.18–19).
Cuando recordamos que evangelizar es llevar a los jóvenes a establecer una relación con el Dios de amor, y a cultivar una relación de amor con la familia de Dios, entonces, nuestros intentos estratégicos se proyectan a una dimensión diferente. ¿Qué pasaría si en lugar de eventos evangelísticos, capacitáramos a nuestros jóvenes para que compartan su fe a sus amigos (de manera relacional)? ¿Qué ocurriría si fueran ellos mismos quienes le presentaran «el llamado» a sus familiares, vecinos, compañeros o a cualquiera con quien se relacionen? ¿Por qué, en lugar de traerlos a un evento evangelístico, no los invitan a su grupo pequeño (célula, o sus derivados) donde conseguirán establecer amistad (relaciones) con otros creyentes y donde, de hecho, serán tomados en cuenta? ¿No sería más estratégico (y al mismo tiempo emocionante) que los mismos jóvenes fueran capaces de discipular a sus amigos? ¿No se alcanzaría un resultado más duradero el que ellos aprendieran a cuidarse unos a otros en su vida espiritual?
Al pensar en estas preguntas, ¡me emociono al soñar con jóvenes que son testigos con poder! Ellos son los que hacen realidad el sueño de Jesús (Hch 1.8). Ya no soy yo ni mis eventos. Mi nueva función es ser su asesor e instructor espiritual (en lugar de «organizador desorganizado de eventos medio buenos») y los nuevos eventos para invitados pueden ser más bien facilitadores para desarrollar relaciones o desarrollar sensibilidad a la necesidad espiritual.
¡Es tiempo de bajarle volumen a nuestros eventos evangelísticos y subirle volumen al testimonio de cada uno de nuestros jóvenes!
Preguntas para estudiar el texto en grupo:1. ¿Cuál es la pregunta básica que todo ministerio juvenil debe replantearse?2. ¿Cómo definen tú y tu equipo la evangelización? ¿Cómo la visualizan?3. Desde la perspectiva del autor del artículo, define en una sola palabra cómo llevar a cabo la evangelización.4. ¿Por cuáles características deberían destacarse los eventos que estimulan el desarrollo de relaciones?
El autor (http://www.elbunker.net/) es ingeniero, pastor en la Iglesia El mensaje de vida, en la ciudad de Guatemala, Guatemala, profesor de Teología en SETECA, Director de Especialidades Juveniles en Guatemala y Editor de la revista Líder Juvenil. Está casado con Heidi, con quien tiene una hija.
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