por Junior Zapata
Un exceso de eventos ha llevado a que, en ocasiones, se fragüen los valores del Reino en el afán de servir al pueblo de Dios.
¡He estado involucrado en la organización de eventos cristianos desde antes de nacer!
Permíteme explicar lo absurdo de mi declaración: Soy hijo de un líder cristiano que organizaba eventos antes de que los eventos cristianos fueran cobrados y se convirtieran en una moda popular de la fe cristiana. Mi padre «producía» eventos para bendición de nuestro pueblo, antes de que existiera la profesión de «productor de eventos». Desde campañas con Billy Graham o Luis Palau hasta esfuerzos masivos de evangelización personal y conciertos de música cristiana. No olvido la noche en que después de un concierto de música «escandalosa» en el gimnasio nacional de deportes, mis ojos de niño vieron cómo miles de jóvenes pasaban al frente a entregar su vida a Jesús. Ahí, esos músicos melenudos, que habían interpretado música «mundana», bajaban del escenario para orar por los jóvenes (¡uy!, bajaban del escenario para tocar a la gente, ¡hoy ya no se ve eso!).
Escribo este artículo desde la plataforma de un productor de eventos, porque ha sido una de mis tareas por más de treinta años. Además, reflexiono desde el escenario de conferencista invitado, en donde amigos maravillosos, productores y organizadores de eventos han agregado valor a mi vida.
Creo que cualquier tipo de evento cristiano cumple un propósito muy especial dentro de todo lo que Dios procura para su Reino. Sin embargo, opino que la industria cristiana de eventos a veces utiliza procedimientos ajenos a los valores de ese Reino.
Resulta crucial responder a la pregunta «¿por qué organizamos este evento?» y empeñarnos a contestarla con honestidad.
La transparencia, ante todo
Muchos organizan eventos cristianos con el único objetivo de generar dinero y, por razones que no consigo entender, encubren su objetivo detrás de un discurso engañoso y digno de las alcantarillas del mercadeo que no es cristiano. Todos gozan del derecho a generar las ganancias económicas que quieran, pero no del de mentirle al pueblo. La Biblia nos habla de una buena remuneración para el que trabaja duro e invierte bastante; eso incluye al que organiza un evento para el mercado cristiano. Si usted decide organizar un evento cristiano con el objetivo de recaudar dinero, por favor, ¡sea honesto! A los artistas y conferencistas que invite confiéseles la verdad; no salga con el falso discurso: «todo lo que queremos es que la gente sea bendecida», cuando eso no es TODO lo que busca. Si eso es todo lo que pretende, ¡entonces organice eventos gratuitos! Los argumentos en los que ahora mismo piensa son: «bueno, es que se invierte dinero en la ejecución del evento»; o «la gente no aprecia el evento si se ofrece gratis». El primer argumento es verdad; exige mucho dinero producir un evento de calidad. Sin embargo, si su propósito es bendecir a la gente, debe conseguir otra fuente de ingresos, para que a las personas que asistan no les cueste dinero la gran bendición que usted quiere que reciban. ¿Cuánto cuesta la bendición de Dios? La segunda es totalmente falsa. ¿Aprecia su salvación? ¡Para usted fue gratis! Las personas van a apreciar mucho más un evento gratuito que uno para el cual deben pagar por oír lo que gratuitamente debería bendecir su vida. Desconcierta que organizadores y productores de eventos para el mercado cristiano engañen de manera constante a la audiencia mientras ofrecen una noche de bendición a cambio de un pago. No veo problema en el pago sino en proclamar como razón principal del evento bendecir a las personas cuando, de hecho, es generar recursos; encubrir así las motivaciones es deshonesto. También me molesta el hecho de aquellos organizadores que también tratan de engañar a los artistas o conferencistas invitados con el falso discurso de pietismo y austeridad, cuando, en realidad, su preocupación es cuánto se ahorran para atesorar mayores ganancias.
Con el riesgo de que me tilden de socialista o izquierdista, me atrevo a exhortar a que no nos preguntemos «¿cuánto es el máximo que podemos cobrar?», sino «¿cuánto es lo menos que podemos cobrar?» Sin embargo, si los eventos sirven exclusivamente para nuestro negocio, deberíamos buscar cobrar lo más posible. Me cuestiono, entonces, si los eventos cristianos deben vincularse con semejante objetivo. Pregunto: ¿Cuándo fue la última vez que se ofreció gratis un espectáculo con toda la pompa y elegancia de un evento cobrado, con el sencillo propósito de bendecir a las personas que normalmente no podrían pagarlo? Buscar el bien común Definir el propósito que perseguimos al organizar un evento es crucial. La amonestación para los que organizamos «eventos cristianos» es muy clara: «No hagan nada por rivalidad o por orgullo, sino con humildad, y que cada uno considere a los demás como mejores que él mismo» (Fil 2.3). ¡Qué increíble!, aún a estas alturas de la historia de la Iglesia existen personas que organizan un evento «para no quedarse atrás». Luchan por conseguir a tal artista o conferencista para ser «los primeros que lo trajeron». Varios organizadores cuando «negocian» con un artista o conferencista le exigen que no acepte ninguna otra invitación a la misma ciudad los meses anteriores.
Yo entiendo la situación pues he estado en ella. Requiere mucha inversión organizar un concierto de magnitud, como para que un artista llegue a la misma ciudad en las semanas previas a ofrecer otro concierto. Sin embargo, retomo la pregunta inicial; ¿estamos interesados en bendecir a nuestra ciudad, o solo a nuestra iglesia u organización? No existe cuestionamiento alguno al que desea ser organizador de eventos. Lo triste es organizar eventos con el fin de competir con los demás y demostrar que lo de uno es más grande, más importante, o de mejor calidad que el esfuerzo de los demás.
Honrar al pueblo
Me escandalizan los muchos eventos en que a las personas que pagan por su entrada al «evento cristiano» las tratan como non gratas. Causa tristeza ver a la gente que espera, sin necesidad, en largas filas para que, luego, cuando ingresan los obliguen a sentarse solo en ciertos lugares. Todos deberían recibir un trato de invitados de honor, pero la mejor atención se reserva para los artistas y conferencistas, quienes, por cierto, merecen también buena atención. Me alegra que en el cielo no habrá lugares VIP. El mismo significado de la sigla VIP es una bofetada a todo aquello que Jesús luchó por enseñarnos en el Sermón del Monte. En la economía social atrofiada del mundo en el que vivimos es natural que se consideren a algunas personas más importantes que a otras. Pero la misma iglesia, que critica lo que el «mundo» practica, abraza muchas veces los mismo conceptos, buscando la forma de «santificarlos» para el Reino. Pregunto: ¿Dónde se sentaría Jesús? ¿En los asientos «VIP» o con «el resto» de los que no pagaron la cuota de los lugares preferenciales? Mi cuestionamiento no es económico sino moral. Jesús vino para igualar todas las cosas, incluyendo los lugares preferenciales en un concierto. Compromisos confiables Me alegra saber que muchos artistas y conferencistas ya no llegan a un lugar solo por una invitación que les llegó por correo electrónico, sino que existe un contrato de por medio. La verdad, no tiene nada de discutible pedir que se firme un documento que exponga con claridad las obligaciones de ambas partes. Son muchas las situaciones en las que he visto la siguiente situación: «Hermano, cuando venga le damos lo de su pasaje», afirman por teléfono. El ingenuo del artista o conferencista compra su boleto y llega al país al que lo invitaron. Al finalizar el evento, el cuento es el mismo: «Hermano, qué bendición, gracias por venir. Déjenos un número de cuenta para depositarle en dólares (¡ahora en euros!)». El bonachón del artista o conferencista se regresa a su casa y años después aún no recibe la «ofrenda» del ladrón que lo invitó y que sigue «sirviendo» en la iglesia. Los organizadores de eventos debemos cumplir nuestra palabra y, si fuera posible, exceder las expectativas.
Buen testimonio
Bajo la excusa de «usar buena mayordomía», muchos organizadores de eventos buscan la forma de evadir las leyes fiscales para lograr mejores ahorros. Ingenuo no soy… tal vez ignorante; sé que las leyes en muchos países son tan ambiguas y tan represivas que si se siguieran al pie de la letra ningún negocio conseguiría subsistir.
Aun así, existen algunas «reglas» claras y obvias. Da tristeza que los oficiales impositivos sepan que algunos organizadores cristianos de eventos buscan con afán la forma de evadir los impuestos claramente detallados por la ley de espectáculo. Para evitar problemas, en lugar de cobrar una entrada, se pide una ofrenda, aunque la ofrenda no deja de ser el pago por un boleto. La deshonestidad detrás de dicha práctica termina socavando los valores espirituales que quisiéramos acompañen los eventos que organizamos.
Para terminar No cabe duda de que muchos eventos han sido de tremenda bendición para el pueblo de Dios. Gracias al Señor por el esfuerzo, la dedicación y la seriedad de quienes pudieron organizar estos eventos. Necesitamos imitar su ejemplo y asegurarnos de que, cuando a nosotros nos toque armar algo, lo desarrollemos con criterios y principios que realmente honren el nombre del Dios a quien servimos.
El autor es un pensador contemporáneo de la iglesia evangélica latinoamericana. En los últimos años Dios lo ha llamado a animar a pastores y líderes latinoamericanos para que piensen acerca del futuro de la Iglesia y su relación con la cultura. Su último libro, La generación emergente, Editorial Vida y Especialidades Juveniles, ©2005, está siendo una voz de alerta en cuanto a la relevancia de la Iglesia en la cultura. Cree apasionadamente en los jóvenes y está convencido de que son profetas en zapatillas, tenis y jeans.