por Ricardo Gondim
El misterio que representa el amor se descifra con la experiencia, a lo largo de la vida
¿Qué se puede decir del amor? Ineptos, dubitativos, imperfectos, los hombres y las mujeres logran frágiles intuiciones sobre el amor. Hemos de concordar con Miguel de Unamuno: «El amor es de lo más trágico en el mundo y en la vida; el amor es hijo de la ilusión y padre de la desilusión; el amor es la consolación en medio de la desolación, el único remedio para la muerte, del cual es hermano».
Amamos mucho antes de que sepamos explicar cómo funciona el amor. No existe teoría que alcance para dilucidar el cuadro de la madre inclinada sobre la cuna, de los amigos separados hace mucho tiempo por la guerra, del lamento del hijo ante la tumba de la madre. Las cartas ridículas de los enamorados valen por cualquier tratado sobre el amor.
No obstante, me atrevo a garabatear algunas ideas (incipientes y precarias, claro) sobre el amor. Parten de tres conceptos: Libertad, excelencia y personificación.
Libertad
Andrés Comte-Sponville sostiene que el amor «no es deber, sino virtud… (ya que) el deber es coerción y la virtud es libertad». Nietzsche afirma, con acierto: «Lo que hacemos por amor siempre se lleva a cabo más allá del bien o del mal». No existe ley para el amor. Siempre que el amor nace en la obligación se agota en el rechazo. El adolescente, obligado por los padres a relacionarse con un ser supremo, desentraña su honesta rebelión: «Odio tener que amar a Dios».
No existe el amor sin la libertad. Agustín lo resumió bien: «Ama y haz lo que quieras». Si el rey mantiene un harem, lo hace solamente a efectos de su satisfacción sexual. En el día que necesite afecto, por más déspota que sea, deberá cautivar. Para ser correspondido en el amor, jamás podrá imponer. Y el rey se vuelve tan frágil como cualquier enamorado mientras espera que su amada responda a sus gestos o quedará solo.
Excelencia
El amor se desdobla como excelencia. El padre Antonio Vieira narró una parábola algo parecido a esto: «Cierto hombre salió para cazar antes del amanecer. A lo largo del día intentó atrapar varios animales. Erró todos los tiros. De mala puntería, le fue imposible cazar un bicho para alimentar a su familia. Triste, volvió para su casa al atardecer. A pocos metros de la puerta de su rancho, se encontró con una escena desesperante. Una víbora se enroscaba en el cuello de su hijo. Sin dudar, el cazador tensó el arco y alistó la flecha. La cabeza de la serpiente estaba peligrosamente cercana a la de su hijo. Esta vez, acertó de lleno. Y salvó la vida de su hijo. ¿Cómo consiguió el padre darle en la cabeza a la serpiente, siendo pésimo cazador con muy mala puntería? ¿Cómo logró este hombre volverse eximio con el arco y la flecha?» El propio jesuita respondió: «El amor». La vida de su hijo corría riesgo.
El amor cría especialistas. La excelencia nace del afecto. Las personas se vuelven juiciosas por causa de sus amados. Quien ama no acepta la lógica de «cualquier cosa va» —es más, detesta esa postura—. Ser meticuloso es producto del cariño. El apego pule las actitudes. Los amantes no tienen problemas de caminar millas extras. Quien ama transforma decisiones banales en imperativos. El esmero y el amor se hermanan.
Personalización
El amor descarta idealizaciones. No está contento con vivir en el mundo de las ideas. El amor necesita encarnarse. Las pasiones platónicas o virtuales se extinguen, mueren de inanición. Unamuno observó que el amor en la relación con Dios sale del mundo de la perfección para expresarse en el real:
El amor personaliza todo aquello que ama. Solamente logramos enamorarnos de una idea si la personificamos. Y cuando el amor es tan grande y vivo, tan fuerte y tan abarcador que todo lo ama, entonces todo lo personaliza, y descubre el todo absoluto, que el Universo es también persona que tiene conciencia. Conciencia que, por su condición, sufre, se compadece y ama, como si fuera – conciencia. Y esta conciencia del Universo, que el amor descubre personificando todo aquello que ama, es lo que nosotros llamamos Dios. De esta manera, el alma se compadece de Dios, y siente que también él se compadece, ama y se siente amado por él, escondiendo su miseria en el seno de la miseria eterna e infinita, que es, por su condición eterna e infinita, la suprema felicidad.
Dios es, pues, la personificación de Todo, y la Conciencia eterna e infinita del Universo, Conciencia presa de la materia y esforzándose para librarse de ella. Personalizamos el Todo para salvarnos de la nada […]
«Porque fuerte como la muerte es el amor, inexorables como el Seol, los celos; sus destellos, destellos de fuego, la llama misma del Señor. Las muchas aguas no podrán extinguir el amor, ni los ríos lo apagarán. Si el hombre diera todos los bienes de su casa por amor, sólo lograría desprecio».
Cantares 8.6–7
Soli Deo Gloria
El autor es pastor de la Iglesia Betesda en San Pablo, Brasil. Es autor de varios libros —aún no disponibles en español— y un reconocido conferenciante. Está casado con Silvia. Dios los ha bendecido con tres hijos y tres nietos.
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