por Apuntes Pastorales
Las demandas del ministerio pueden desencadenar serios síntomas de agotamiento
Las demandas del ministerio pueden desencadenar serios síntomas de agotamiento
Todas las profesiones poseen desafíos que son propios del oficio. Aun aquellas carreras que se considerarían más nobles por el servicio que brindan a la humanidad, tales como la medicina, la enfermería o la psicología, no están exentas de riesgos. De hecho, en las profesiones que se concentran en servir a personas se registran los índices más preocupantes de desgaste físico, mental y emocional.
Es importante saber que el peligro del agotamiento es también una realidad que afecta a quienes trabajan en el ministerio. Un número importante de pastores y líderes claudican, cada año, porque han arribado a un estado de extenuación extrema. Otros, no abandonan el ministerio pero trabajan con una sensación de fatiga continua. El cansancio ha llevado a que su servicio consista, mayormente, en «tapar agujeros» y mantener medianamente aceitados los mecanismos de la institución en la que sirven.
El agotamiento, sin embargo, no es el final inevitable de toda persona que sirve en un ministerio. Se pueden tomar algunos pasos para anticiparse a los efectos nocivos del degaste, antes de que se conviertan en crónicos.
Conozca su vocación
Muchos líderes sienten que trabajan para Dios, del mismo modo que un empleado puede trabajar para el dueño de una empresa. Esa perspectiva inevitablemente produce presión, porque la excelencia del desempeño del empleado será la que determine si permanece o no en la empresa. Del mismo modo, muchos pastores y líderes sienten que sirven a un Dios que no deja de poner interminables exigencias sobre sus vidas, las que conducen a una insoportable carga.
El llamado en el ministerio, sin embargo, es a trabajar con el Señor, no para él. Pablo señala que nuestra vocación es caminar en «las obras que él preparó de antemano para que anduviéramos en ellas» (Ef 2.10). El Padre es claramente el generador principal de las oportunidades para servir a los demás. Cuando Cristo llamó a los Doce a que hicieran discípulos de todas las naciones, les recordó que él estaría con ellos todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28.20).
Saber que la carga principal de la obra descansa sobre los hombros de Dios debe traer alivio y conducir hacia un estilo de ministerio más pausado. No es nuestro desesperado esfuerzo el que hace avanzar el Reino, sino nuestra disposición a crear los espacios necesarios para que Dios encuentre libertad de moverse entre nosotros.
Planifique tiempos de descanso
Uno de los errores más comunes en el ministerio es esperar que los tiempos de descanso y renovación aparezcan solos. Los espacios libres en el calendario, sin embargo, parecieran poseer vida propia, pues indefectiblemente se van llenando de actividades a medida que se acercan las fechas.
Es necesario tomar control del calendario con anticipación y fechar en él los momentos destinados al descanso y la renovación. Las actividades que producen este efecto en la vida son aquellas que con más facilidad se consigue dejar de lado: leer un buen libro, pasar tiempo con la familia, juntarse con un colega, asistir a un encuentro para recibir ministración o practicar algún pasatiempo simplemente por el placer que produce.
No debemos cometer el error de considerar como «poco espirituales» estas actividades. El espíritu se alimenta, precisamente, de aquellas inversiones que por lo general no asociamos con una vida productiva. No obstante, con el pasar del tiempo, percibimos que estas son las actividades que mayor riqueza siembran en nuestras relaciones.
Comparta la carga
Dios no nos diseñó para que llevemos solos las cargas de la vida. Cuando Jesús escogió formar a los Doce en el marco de un grupo y los envió de dos en dos, dejó un importante modelo para el ministerio. No obstante, muchos pastores y líderes escogen vivir en soledad, convencidos de que no cuentan con nadie con quien compartir. En muchos casos, sin embargo, el aislamiento es autoimpuesto.
Las relaciones de confianza e intimidad no surgen al azar. Requieren un esfuerzo disciplinado y, sobre todo, la disposición de tomar la iniciativa en acercarse a otros. Quizás la amistad y el compañerismo se cultiven con otro colega. En muchos casos ha resultado de bendición entablar una relación con un mentor, una persona más experimentada en la que se pueda buscar sabiduría y orientación. En ocasiones, un líder ha sabido buscar dentro del marco de su propia congregación la relación que necesita para no caminar solo. Sea quien sea la persona que lo acompañe, no deje de darle prioridad a esta relación.
Cultive las disciplinas espirituales
Los evangelios revelan que Jesús se apartaba con frecuencia a lugares solitarios para orar (Lc 5. 16). Demostraba un asombroso conocimiento de las Escrituras el cual, sin duda, era fruto de un profundo amor por la Palabra de Dios. Una de las ironías del ministerio, no obstante, es que tiende a robarle al líder el tiempo que necesita para cultivar las disciplinas que fortalecen su espíritu. Comienza a sentir que el servicio a Dios garantiza la intimidad con el Señor, cuando en realidad el ministerio produce una constante fuga de recursos espirituales. Si estos no se renuevan en el marco del «cuarto interior», el líder acabará descubriendo que ya no posee nada más que dar.
El apóstol Pablo exhortó a Timoteo a que guardara, mediante el Espíritu Santo, el tesoro que se le había encomendado (2Ti 1.14). Entendía que es fácil comenzar bien la carrera, con pasión y entusiasmo por el Señor, pero que es mucho más difícil terminar bien. El líder que no mantiene fresca su relación con el Señor acabará claudicando ante el cinismo, la amargura y el resentimiento, pues son muchas las situaciones en las que las personas lo usarán para su propio beneficio.
Bendiga a los que lo critican
Las críticas y las acusaciones injustas son una de las experiencias más difíciles de procesar en el ministerio. La frágil autoestima de muchos líderes no les permite responder adecuadamente a las situaciones adversas que inevitablemente se presentan. La sensación de cosechar ingratitud y desprecio cuando se ha intentado sembrar con sacrificio y desinterés puede generar resentimiento y amargura en el corazón.
Jesús advirtió a sus discípulos no escaparían de los cuestionamientos y las incomprensiones que acompañaron su propia vida. No obstante, su confianza absoluta en la ayuda de Dios lo llevó a declarar que no sería avergonzado, ni que tampoco hallaría motivos de arrepentirse por el camino que había escogido (Is 50.7–8).
Una de las prácticas más efectivas de restarle fuerza al impacto que pudieran producir las críticas es orar por la vida de quienes nos critican, pidiendo al Señor que nos enseñe a amarlos como él los ama. Medite en las críticas que le dirigen y deje pasar un tiempo antes de ofrecer una respuesta, para que responda con mansedumbre. El apuro a defenderse muchas veces abre las puertas para que se pronuncien palabras que lastiman y agravan la situación.
Conclusión
El agotamiento es fruto de un proceso que se da a lo largo del tiempo. Su avance es, muchas veces, imperceptible y lento. Esta característica lo torna particularmente peligroso, pero también ofrece excelentes oportunidades para implementar cambios que reviertan el proceso. La intervención oportuna y el ejercicio de disciplinas adecuadas lograrán que la efectividad en el ministerio se extienda a lo largo de toda una vida. Son las pequeñas decisiones diarias las que marcarán la diferencia a largo plazo.