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Glorias, tragedias y victorias de la iglesia de Jesucristo a través de los siglos – Parte 3

Glorias, tragedias y victorias de la iglesia de Jesucristo a través de los siglos – Parte 3

por Bruce L. Shelley

Parte III: Los Papas (590 – 1517 d. C.)

Seis Capítulos de la historia de la iglesia

Parte III: Los Papas (590 – 1517 d. C.)

La a violencia que existe en la Tierra Santa por causa de diferencias religiosas no es un hecho nuevo. En el año 1095, el Papa Urbano II viajó a través de los Alpes, en Francia, y le predicó a una multitud que había ido a escucharlo a Clermont. Les dijo que tenía noticias de que los musulmanes cometían atrocidades contra los cristianos, en Palestina. Los discípulos de Mahoma habían capturado el Santo Sepulcro, tumba de Cristo, y que Jerusalén clamaba por ayuda.

Urbano, papa de origen francés, sabía cómo manejar las emociones de los campesinos. Llevó su excitación hasta un límite extremo.

-¿Sobre quién recaerá la tarea de la venganza sino sobre ustedes que ya ganaron gloria en el combate? ¡Vayan adelante en la defensa de Cristo!-, dijo a la multitud.

-!Dios lo quiere!-, fue la respuesta de la turba.

-Entonces, pónganse en marcha hacia el Santo Sepulcro-, dijo Urbano. -¡Vayan adelante, sin temer a nada. Yo veo ante ustedes, guiándolos a la guerra, al invisible porta estandarte: el Señor Jesucristo mismo!-.

El movimiento se organizó rápidamente. Hombres a caballo galopaban de ciudad en ciudad, usando cruces rojas para hacer conocer el llamado del papa de liberar la Tierra Santa. Los heraldos prometían que aquellos que murieran en el conflicto podrían estar seguros de entrar en el cielo. Por lo tanto en 1096 una multitud de guerreros, usando una cruz en su pecho, emprendieron la primera Cruzada.

Por 200 años este extraño celo religioso condujo a los cristianos occidentales a distintas batallas, ya fuera con árabes, turcos o judíos, o con cristianos herejes, ¡y siempre en el nombre de Cristo!

Cuando pensamos en las Cruzadas, recordamos que tuvieron lugar en la Edad Media, muchas veces tildada como la «Edad Oscura», llena de siglos de barbarismo y superstición. Pero no debemos olvidar, a su vez, que el período medieval que se extiende por mil años también hizo una enorme contribución a nuestra herencia cristiana.

A pesar de la ignorancia y la violencia, no podemos olvidar que de la Edad media provinieron las catedrales góticas, La divina comedia, las universidades, la Carta Magna, Tomás de Aquino y una multitud de dones que enriquecieron la cultura occidental y la fe cristiana.

Solemos burlamos de esa gente «ignorante» porque ellos son diferentes a nosotros. Los evangélicos pensamos en la fe cristiana como algo profundamente personal, pero los cristianos de la Edad Media creían que el cristianismo debía ser la base de toda vida pública; debía inspirar las expresiones de arte, justificar el ir a la guerra, proveer una filosofía de la educación y determinar políticas del estado. En síntesis, la Edad Media nos dio una cultura única, más manifiesta» mente cristiana que ninguna otra.

Para trazar sus comienzos, debemos retroceder hasta el siglo cinco, cuando una gran nube de polvo se levantó sobre los sureños llanos rusos. La gente huía despavorida. ¿Por el viento? No, eran los polvorientos cascos de caballos conducidos por hombres casi sin pelo, amarillos, armados con arcos y flechas. ¡ Habían llegado los Hunos!

Luego siguieron las matanzas y carnicerías. De la misma forma repentina en que habían venido, se fueron hacia otras aldeas en el oeste. Habiendo sido en otro tiempo la maldición de China, ahora se convertían en los azotadores de Europa.

Mientras las tribus germanas que estaban en los límites del Imperio Romano eran llevadas a través del río Danubio, la parte occidental del Imperio comenzaba a desintegrarse. En el ano 410, Roma misma, la Ciudad Eterna, centro del mundo conocido, cayó en manos de esa gente incivilizada. Hacia la mitad del siglo Roma fue saqueada por segunda vez, y en el ano 476 el último emperador romano en el occidente se entregó a la autoridad civil de un jefe bárbaro. El Imperio Romano había caído.

Lo que nosotros ahora llamamos Europa surgió como el ave fénix de las ardientes ruinas de este desbastado imperio. Y más que ninguna otra fuerza, fue el cristianismo el que trajo vida y orden de en medio de ese caos.

En los tres siglos siguientes, un grupo de monjes consagrados actuó a modo de milicia espiritual para ganar a los bárbaros para la fe cristiana. La Iglesia puso su atención en el obispo de Roma, por ser el heredero de la tradición romana más influyente que todavía quedaba, a fin de que proveyera un esquema estable para un nuevo estilo de vida. Los ideales de la teología cristiana sirvieron así para mantener una estructura con contenido espiritual.

Cuando los germanos, por ejemplo, se precipitaron a través de las fronteras del Imperio Romano, la tribu conocida como los Francos se estableció en la mitad Norte de Galia. Clodoveo (481-511), fundador del reino de los Francos, fue el primero de los jefes bárbaros que se convirtió al Cristianismo ortodoxo.

La esposa de Clodoveo, una princesa Burgundia, profesó a Cristo como su Salvador. Con frecuencia, Clotilde le hablaba a Clodoveo del Dios que creó el cielo y la tierra de la nada y formó al hombre a su propia semejanza. Clodoveo insistía que eso no tenía sentido.

Cuando nació su primer hijo, éste murió en su bautismo. Clodoveo culpó de esta muerte a la práctica ritual. Clotilde, sin embargo, persistió en sus oraciones y testimonio.

Con posterioridad a este incidente, Clodoveo sostuvo una batalla con una tribu vecina, encontrándose al borde de una derrota total.

-Jesucristo-, gritó- Clotilde dice que tú eres el Hijo del Dios Viviente, y que tú puedes dar victoria a aquellos que esperan en Ti. Dame la victoria… he probado mis dioses y me han decepcionado. Clamo a ti. Sólo pido que me salves-.

A poco de haber orado, Clodoveo vio caer a su rival en la batalla y a sus enemigos huyendo.

Cuando regresó a su casa, le dijo a Clotilde lo que había pasado. Luego se bautizó y guió a su pueblo a renunciar a sus dioses germanos en favor de Cristo, el poderoso Vencedor. Historias similares marcan la conversión de los godos, anglosajones, burgundios y otras tribus germanas.

Pero más que reyes, sabios y otras poderosas figuras, estaban los papas que dominaban el arte de civilizar esos pueblos ingobernables. A través de los siglos, ellos ayudaron a crear una cultura distintiva, que reflejaba la fe cristiana. Desde esos comienzos surgió lo que nosotros llamamos la Iglesia Católica Romana.

¿Qué es el catolicismo romano? Algunos dicen que es la iglesia y la fe de los apóstoles. Esto contiene un elemento de verdad, ya que tiene raíces apostólicas. Después de todo, hay una carta a los Romanos en el Nuevo Testamento. Pero el catolicismo romano va más allá del cristianismo del Nuevo Testamento o de la iglesia primitiva. Se levantó como la religión predominante de la Edad Media. Podemos ver esto claramente si lo contrastamos con su versión oriental-ortodoxa.

El Imperio Romano, que adoptó oficialmente la fe cristiana en el siglo cuatro, fue dividido en los orientales de habla griega y los occidentales de habla latina. La línea que separaba el Este del Oeste es la que pasa por lo que hoy es Yugoeslava a través del Mediterráneo, y por Libia. Pero en el trasfondo de esta diferencia lingüística yacían diferencias culturales que se hicieron más notorias cuando el imperio del occidente sufrió un colapso. Sin contar con un liderazgo político suficiente, el obispo de Roma, heredero de la mente legal de Roma. dio un paso para cubrir esa brecha. Al desvanecerse las esperanzas de restauración del imperio en el Oeste, la gente miró más y más a los papas para que ejercieran el liderazgo.

Por el 590, cuando Gregorio el Grande asumió la autoridad papal, el pueblo de Italia esperaba que el «Santo Padre» vigilara sobre sus vidas temporales (impuestos, bienestar, defensa militar) así como sobre sus vidas espirituales. Por la mitad del siglo ocho el papa gobernó un territorio temporal, extendiéndose a través de la Italia central.

En el Oriente, en cambio, la iglesia asumió un rol diferente. Enorgulleciéndose por su carácter cristiano, trató de trabajar en armonía con la estructura política. El emperador era responsable ante Dios del bienestar terrenal de su pueblo, mientras que la Iglesia cuidaba de sus almas a través de la adoración y la oración. Los patriarcas del Oriente no reclamaron para sí el gobierno soberano.

Bajo estas diferentes condiciones, las dos iglesias se fueron separando lentamente y pasaron a ser conocidas como las iglesias Católica Romana y Ortodoxa Oriental.

La división formal se produjo en el siglo XI, cuando una serie de papas presionaron para que hubiera cambios. Defendieron con firmeza las prácticas occidentales, especialmente la introducción de la expresión «y el Hijo» en el Credo de Nicea. La Iglesia Ortodoxa consideró esto como una herejía. El endurecimiento de sus posiciones, condujo a excomuniones mutuas en 1054.

Sucesivos papas y patriarcas intentaron la reconciliación, pero el obispo de Roma insistió en mantener autoridad sobre toda la iglesia. Tal doctrina no fue aceptada en el Oriente Ortodoxo, de modo que los intentos de unificación no fueron duraderos.

Hoy en día, la Iglesia Católica Romana cuenta con 600 millones de miembros en el mundo, unidos por la llamada «fidelidad al papa». Por otro lado, la iglesia Ortodoxa del Este es una hermandad de 15 grupos de iglesias autónomas (Rusia, Grecia, Siria, etc.) unidas por una historia común y la autoridad de los primeros siete concilios generales de la iglesia.

La tradición romana ha vivido no sólo en la autoridad temporal del papa, sino también en la concepción católico-romana de la salvación. Los cristianos de todas las edades han sostenido que el hombre es un pecador con una necesidad de la gracia especial de Dios; Jesucristo, por su sacrificio, ha asegurado la reconciliación entre Dios y el hombre; todo el que recibe los beneficios de la obra de Cristo es librado del mal a los ojos de Dios.

Hasta aquí, todo está bien. ¿Pero cómo se aplican los beneficios de la obra de Cristo? En la Edad Media la Iglesia de Roma insistió en que Dios instituyó ceremonias especiales y hombres especiales para aplicar esos beneficios. Se enseñó a la gente que la fe en Cristo no es suficiente, que ellos necesitaban la constante infusión de la «gracia cooperadora» para estimular las virtudes cristianas, produciendo así las buenas obras que le agradan a Dios.

En el catolicismo romano, por lo tanto, la gracia salvadora se obtiene, básicamente, por medio de los sacramentos divinamente establecidos, los que son administrados por sacerdotes divinamente designados (siempre bajo los auspicios del papa). Ya que todos los hombres, incluso los gobernantes, necesitan salvación, la autoridad papal creció en proporciones enormes. Como custodios de la gracia de Dios, los papas podían formar o deshacer matrimonios, coronar o destronar a los gobernantes, hacer guerras o buscar gente para las cruzadas. Todos los aspectos de la vida (matrimonio, impuestos, educación, guerra, arte, comercio) fueron puestos bajo la autoridad del presunto representante de Dios en la tierra.

Quizás la cúspide de esta arrogancia surgió cuando el Papa Inocencio II (1198-1216) predicó: «El sucesor de Pedro es el Vicario de Cristo. El ha sido establecido como el mediador entre Dios y el hombre, debajo de Dios pero por encima del hombre; menos que Dios pero más que el hombre; quien juzgará a todos y no será juzgado por nadie.»

Luego de considerar tales pretensiones, el filósofo inglés Tomás Hobbes dijo: «El papado no es otra cosa que el fantasma del desaparecido Imperio Romano que se ha sentado con su corona sobre el sepulcro».

Por fortuna, no todos compartieron esa visión del poder. Como los papas se hicieron más mundanos, los clamores por un cambio se hicieron más frecuentes. Algunos críticos, como Dante, vieron que el defecto primario en el liderazgo del papa fue su pretensión del poder terrenal.

Consideremos, por ejemplo, una escena en el sudeste de Francia. Un hombre de negocios llamado Pedro Waldo escuchó un día a un trovador cantando las virtudes de la vida monástica. Quedó tan afectado por esto que se sintió obligado a seguir a Cristo en la pobreza. Luego de proveerle una adecuada renta a su esposa, puso a sus hijas en un claustro y repartió el resto de sus bienes.

Como lo hiciera su Salvador, comenzó a predicar en aldeas y mercados. Pronto tuvo seguidores que predicaban y enseñaban de dos en dos. Se llamaban a sí mismos los «Pobres en Espíritu». La historia los llama los Valdenses.

La predicación no autorizada que realizaban los valdenses provocó la persecución por parte de la autoridad papal y aún las ejecuciones. Estos se refugiaron en las montañas de Italia y Francia, constituyendo un mudo testimonio de que el Reino de Cristo no es de este mundo.

El poder papal continuó sin interrupciones significativas hasta el siglo XVI. La historia encontró, un punto de inflexión recién cuando un monje Agustiniano, en Sajonia (Lutero), se atrevió a cuestionar el control ejercido por Roma sobre la gracia de Dios, es decir, el fundamento mismo de la autoridad papal.

Apuntes Pastorales

Volumen V Número 3