Biblia

Glorias, tragedias y victorias de la iglesia de Jesucristo a través de los siglos – Parte 5

Glorias, tragedias y victorias de la iglesia de Jesucristo a través de los siglos – Parte 5

por Bruce L. Shelley

Parte V: La época de la alta critica (1789-1914)

Parte V: La época de la alta critica (1789-1914)

Durante la campaña presidencial estadounidense de 1976, la fe evangélica de Jimmy Cárter planteó una cuestión esencial. Con el recuerdo todavía fresco del escándalo de Watergate, muchos americanos sintieron que la moralidad en el gobierno sería de suprema importancia. Otros, sin embargo, advirtieron que la religión podría dividir la nación ya que en general no tenía cabida en la política americana.

Arthur M. Schlesinger (h), comentó al expresidente Lyndon B. Johnson, diciéndole con franqueza: «No creo que Cárter debiera hacer referencia a su intimidad con Dios… Si él siente eso, mejor para él, pero es totalmente irrelevante para la campana!».

En la actualidad la gente está propensa a relegar al cristianismo a la privacidad del hogar y del corazón. Los vientos de cambio no han hecho más que disipar de la vista pública la religión tradicional de la civilización occidental. Nada ha ocupado ese lugar.

No se usa más la Biblia en las escuelas públicas. Ya no existe «discriminación» contra el estilo de vida homosexual. No se hace más oposición «puritana» a las exhibiciones sexuales en las revistas. Casi diariamente se oye decir a alguien: separen la religión de la política, de las escuelas, de los entretenimientos….

A esto llamamos «la sociedad «secular»: una vida desprovista de referencias públicas a la ley de Dios y la vida venidera. Pero, ¿cómo llegamos a esta situación? ¿Cuándo cambió el ambiente?

La crítica pública del cristianismo surgió en tiempos recientes, con la edad de la razón (1648-1789). Estos críticos «esclarecidos» eran teóricos sociales en Inglaterra, Francia y en colonias de Norteamérica; líderes del siglo de las luces. Entre ellos estaban John Locke de Inglaterra, Voltaire de Francia, Thomas Paine de Estados Unidos, y una multitud de discípulos.

Impulsada por la tormenta de protestas de estos líderes, la edad de la razón se desarrolló dentro de un huracán intelectual y espiritual; una nueva manera de arreglar cuentas con Dios en el mundo y con uno mismo. Esto marcó el nacimiento del secularismo.

La Edad Media y la Reforma fueron años de fe, cuando la razón servía a ésta y la mente obedecía la autoridad. En el catolicismo esa autoridad era La Iglesia; para el protestantismo, la Biblia. Pero en ambos casos la Palabra de Dios vino primero y no el pensamiento humano. La gente consideraba que esta vida era una preparación para la próxima.

La edad de la razón rechazó esto. En lugar de la fe se exaltó la razón. En lugar del cielo se volvió a la tierra. La mente del hombre, en lugar de la fe religiosa, se constituyó en la guía hacia la felicidad.

Por supuesto, no todos los herreros y caldereros asumieron rápidamente los aires de un intelectual. Muchos cristianos vivieron y murieron por la fe de sus padres. Pero la perspectiva y la dirección del cristianismo europeo cambió. Un vocero de la escuela racional. Barón von Holbach, escribió: «Esforcémonos por dispersar las nubes de ignorancia que estorban al hombre en su camino. Tratemos de inspirarle respeto por su propia razón, de modo que pueda aprender a conocerse a sí mismo y no sea más engañado por una imaginación que ha sido descarriada por la autoridad.»

El espíritu del siglo de las luces fue generado, en parte, por una reacción violenta a un largo tiempo de espantosos conflictos religiosos (1550-1650); la Guerra Civil Inglesa, la matanza de los protestantes franceses, los treinta años de guerra en Alemania mostraron lo absurdo de muchos comportamientos «de fe». La decencia pública gritaba en contra del poder del fanatismo del clero. Para un creciente número de personas, el fanatismo religioso parecía más peligroso para la sociedad que el ateísmo.

La mayoría de la gente de nuestro tiempo no ha olvidado estas guerras religiosas, y no deberíamos olvidarlas nosotros en nuestra pasión evangélica por ver retomar el evangelio a la vida pública. El actual norte de Irlanda nos recuerda que la religión en la política puede ser fatal.

El espíritu de tolerancia del siglo XVIII se vio reforzado por el surgimiento de la ciencia moderna: Copérnico, Kepler, Galileo, Newton y otros pioneros, hicieron que hombres y mujeres pensaran acerca del universo de una manera diferente.

El repentino acceso a los misterios del cielo pareció magnificar el rol de la razón humana. Si el universo es una máquina que se desliza suavemente con todas sus partes coordinadas por un gran designio, entonces el hombre sólo debe pensar con claridad para encontrar el sentido de la vida y la verdadera felicidad.

Durante el siglo XVIII, hombres y mujeres iluminados desecharon el cristianismo con sus apelaciones a la autoridad divina y se convirtieron a una nueva religión llamada deísmo. Apenas disfrazado como un retomo al cristianismo primitivo, el deísmo probó ser un enemigo mortal al hecho de poner la fe en un Salvador sobrenatural. El deísmo propició una religión simple, «pura» basada en la razón humana y criticó las «supersticiones» del cristianismo ortodoxo.

De acuerdo con esta nueva «fe». Dios simplemente fue el diseñador del Universo que colocó al mundo en su curso, pero nunca interfirió con sus leyes inherentes para contestar las oraciones humanas o ejecutar milagros.

El siglo XIX vio cómo se expandió esta confianza en la razón humana y el rechazo del cristianismo sobrenatural entre la gente común. Hacia el final del siglo, aun los herreros habían oído acerca de la evolución.

La evolución sostiene que todas las cosas vivientes de estructura compleja se desarrollaron de formas simples a través de una selección natural.

El nombre de Carlos Darwin (1809-1882) se convirtió en sinónimo de evolución. Desde 1831 hasta 1836, él estudió especimenes en su expedición a lo largo de la costa de Sur América.

En 1859, Darwin publicó sus hallazgos científicos en El origen de las especies. Sostenía que «las especies habían sido modificadas durante un largo curso de descendencia hereditaria principalmente a través de la selección normal de numerosas y sucesivas, pequeñas y favorables variaciones.» Luego, 12 años después, La descendencia del hombre, de Darwin, aplicó la selección natural a los seres humanos y concluyó con que los ascendientes del hombre eran probablemente animales semejantes a monos.

Los trabajos de Darwin lanzaron una controversia feroz. En 1860, por ejemplo, la Asociación Británica convocó una reunión en Oxford para discutir la evolución. Allí estaba Thomas Huxley, discípulo de Darwin, representando su postura. El obispo Samuel Wilberforce estaba representando la postura tradicional de la creación. El obispo trató de desmerecer las nuevas ideas poniéndolas en ridículo. En un momento le preguntó a Huxley si él trazaba su descendencia desde la rama de su abuelo o de la de su abuela.

Huxley, por su parte, desempeñó el rol de un humilde científico que enfrentaba los hechos. Salió del debate convertido en el defensor más popular de la evolución y para darle a la nueva teoría la apariencia de ortodoxia científica.

Los católicos y los protestantes respondieron al «pensamiento moderno» en dos formas. Aquellos que dieron lugar a la ciencia y trataron de reconciliar el cristianismo con las nuevas ideas fueron llamados liberales. A los que consideraron las nuevas ideas como una amenaza a las verdades reveladas por el cristianismo se los llamó conservadores.

Los liberales sintieron que la idea de un Dios «en algún lugar superior al universo» era inaceptable para el hombre moderno. Por lo tanto tendieron a identificar lo sobrenatural con la conciencia humana, lo que les permitió considerar al hombre y a la naturaleza en una especie de armonía fundamental. Ellos llamaron «Dios» a la vida que se manifiesta entre la naturaleza y el hombre. Esta visión de un Dios inmanente pareció concordar con los resultados de los estudios científicos. Los liberales razonaron que en lugar de que Dios abriera de repente las nubes y creara el mundo, había trabajado por muchos años a través de una ley natural, construyendo lentamente el universo que encontramos hoy.

La aplicación más dañina de la ciencia a la fe cristiana surgió con el estudio «científico» de la Biblia. El termine para definir la aplicación de los principios científicos las Escrituras es «crítica bíblica».

La palabra crítica confunde bastante. Su propósito no era arrancar la Biblia y hacer la trizas, aunque para muchos ortodoxos esto es lo que los teólogos parecen haber hecho. El teólogo bíblico moderno fue crítico en el sentido de que trató de encontrar bases racionales o científicas para sus conclusiones más bien que aceptar los dogmas de la iglesia.

El resultado final obtenido, sin embargo, fue un tercer tipo de crítica, la «crítica a la Biblia».

El trabajo más perturbador de estos eruditos tomó la forma de la alta crítica. La ata crítica estaba interesada en el significado del texto bíblico; pretendía leer entre línea y examinar los eventos completamente sucedieron. Para esto la alta crítica quería descubrir cuándo fue escrito cada pasaje de la Biblia, quién lo escribió, a quién fue escrito y por qué.

Sus conclusiones alarmaron a los creyentes ortodoxos. De acuerdo con esas críticas. Moisés no habría escritos primeros cinco capitulo de la Biblia, ni Daniel el libro que lleva su nombre, el apóstol Juan el cuarto evangelio como los cristianos siempre hemos creído. Y lo más sorpresivo de todo, es que el Jesús «real» de la historia tenía según ellos, una pequeña semblanza con el trabajador milagroso y la persona celestial descripta en los evangelios.

Los cristianos conservadores de los Estados Unidos respondieron de diferentes maneas a esta crisis de fe. La posición más común fue continuar con la confianza en un libamiento. Desde los días de John Wesley, los cristianos evangélicos predicaron la necesidad de un arrepentimiento personal y de una reforma social. Si un número suficiente de personas arreglaban sus cuentas con Dios, entonces el mundo podría ser un lugar mejor.

El avivamiento colonial, llamado «el Gran Avivamiento», casi barre con el deísmo del escenario americano. Y después de la revolución los predicadores pioneros se dirigieron hacia el oeste con sus compatriotas americanos. Ellos encendieron las llamas del avivamiento que condujo a las masas a creer en Cristo y pusieron de moda una sociedad cristiana en la joven nación.

Charles Finney continuó esta tradición de avivamiento en el año 1830 y D. L. Moody en el año 1880. Multitudes de cristianos creían que los avivamientos eran la respuesta de Dios a cada problema. Ellos razonaban que el avivamiento hizo frente a los desafíos de los días primitivos. ¿Por qué cambiar las estrategias frente a las ideas evolucionistas y a los sabios ateos? «Lo que nuestro país necesita es un gran avivamiento», decían.

Al mismo tiempo surgía otra posición en un movimiento iniciado en una escuela bíblica, que se canalizó a través de conferencias. ¿Podría el giro de las sociedades occidentales hacia la incredulidad significar el fin de los siglos? ¿No enseña, acaso, la Biblia, que la incredulidad irá de mal en peor en los últimos días? Tal vez la mejor respuesta al aumento de la impiedad sería retirarse de una sociedad perversa y concentrarse en el retomo de Cristo.

Comenzando con una pequeña reunión en Swampscott, Massachusets, en Julio de 1876, los evangélicos se reunieron para tener conferencias bíblicas para discutir los hechos relativos a la segunda venida de Cristo.

El pastor bautista A. J. Cordón, de Bostón, jugó un papel preponderante en la organización de dos grandes conferencias sobre profecía en Nueva York (1878) y en Chicago (1886). Allí se enfatizaron los puntos esenciales del premilenialismo: que el mundo continuará declinando en el pecado hasta que el Anticristo se manifieste para una última orgía de destrucción que culminará en el regreso de Cristo con sus santos para establecer su reino por 1000 años en la tierra.

Una tercera posición surgió entre aquellos que tenían una pasión por la santidad personal. Desde los días de Wesley, muchos cristianos creyeron que era posible vivir libres del pecado conocido. Decían que los verdaderos cristianos debían buscar un estado de pureza en el cual toda tentación al pecado fuera conquistada.

Después de la guerra civil americana (Guerra de la Secesión), las conferencias de santidad se esparcieron por todo el país. En 1867, inspirados por la predicación de Febe Palmer, los líderes del movimiento de santidad fundaron la Asociación Nacional de Retiros para la Promoción de la Santidad.

Hacia fin del siglo, estas conferencias dieron nacimiento a varias nuevas denominaciones de santidad, incluyendo la Iglesia del Nazareno. También produjeron ánimo a cristianos en otras denominaciones que estaban preocupados por el desarrollo de la mundanalidad.

Ya fuera que el mensaje fuese de avivamiento, de verdad profética o de santidad personal, un elemento permanecía constante: los evangélicos respondieron a la crisis intelectual insistiendo en la necesidad de cambios en los individuos.

El secularismo, sin embargo, no era básicamente un asunto personal. El siglo 20 probaría muy pronto cómo la vida pública podría ser determinada por grandes ideologías capaces de cambiar el mundo.

Apuntes Pastorales

Volumen V Número 5