¿Ha oprimido el cristianismo a las mujeres?
por Linda Hartz Rump
Desde los inicios del cristianismo, las mujeres han formado parte de la Nueva Comunidad. En algunas épocas y lugares, ellas han visto cómo la iglesia ha sido un ente liberador pero, en otros casos, la iglesia más bien ha sido una organización asfixiante para las mujeres…
Desde los inicios del cristianismo, las mujeres han formado parte de la Nueva Comunidad. En algunas épocas y lugares, ellas han visto como la iglesia ha sido un ente liberador de las culturas a su alrededor. Pero en otros casos, la iglesia ha caído lejos de la Biblia la cual considera a hombres y a mujeres como seres de igual valor.
Durante sus primeros años, el cristianismo enseñaba la unidad espiritual que al menos mitigaba potencialmente la severidad de la ley romana, la cual consideraba que las mujeres no eran ciudadanas y por eso no tenían ningún derecho legal. En este sistema la desigualdad reinaba; por ejemplo, el adulterio por parte de los varones era una práctica común, pero si una mujer adulteraba era condenada a muerte. En contraposición de esta cultura, las palabras de Pablo capturan y expresan el ideal de la iglesia primitiva: «Sometiéndonos unos a otros en el temor de Cristo» (Efesios 5.21). Y las mujeres, como lo veremos más adelante, obtuvieron cierto estatus «en Cristo», ocupando funciones claves dentro de la iglesia.
Así fue hasta la Edad Media, periodo en que las sociedades asumían que las mujeres debían casarse y tener hijos de hecho, entre la clase alta, los padres a menudo arreglaban o forzaban a sus hijas a casarse. Muchas mujeres percibían la vida monástica como una atractiva alternativa ya que este estilo de vida estaba lleno de devoción, educación, viajes, una comunidad espiritual y representaba la oportunidad de entablar diálogos con monjes y líderes eclesiásticos.
No obstante, el potencial de la igualdad expresado en el mensaje de Jesús a menudo fracasaba a la hora de compartir las enseñanzas y prácticas de la iglesia. En el libro Men and Women in the Church: Building Consensus on Christian Leadership [Hombres y mujeres en la iglesia: Entablando un consenso en el liderazgo cristiano], la Dr. Sarah Sumner analiza los registros del trato desigual que la mujeres recibían en la iglesia.
Sumner cita varias expresiones de profundos prejuicios en contra de las mujeres en los escritos de los Padres de la Iglesia. El primero es un tratado del siglo III titulado «En el vestido de las mujeres» escrito y presentado a una audiencia de mujeres por Tertuliano el influyente maestro y el autor del término «Trinidad».
Aquí Tertuliano compara a todas las mujeres con Eva, y las llama «la entrada del demonio», «la rompedora del sello del árbol prohibido» y «aquella quien persuadió a aquel a quien el diablo no era lo suficientemente valiente para atacar». Fue por causa de Eva afirmaba Tertuliano y por tanto por causa de todas las mujeres, que «la imagen de Dios, el hombre» fue condenado a muerte, y que el Hijo de Dios tuvo que venir y morir. A la luz de esto, añadió, ¿cómo se atreve una mujer a «pensar más allá de usar adornos y túnicas de seda?»
Sumner también cita a Ambrosio, obispo de Milán de 374 al 397 d.C. En su tratado «En el paraíso», Ambrosio escribió que «a pesar de que el hombre fue creado fuera del Paraíso, un lugar inferior, él es superior, mientras que la mujer, creada en un lugar mejor, dentro del Paraíso, es un ser inferior». Para Ambrosio, era un hecho natural que los hombres eran superiores a las mujeres.
Agustín, probablemente el teólogo más famoso en toda la historia de la iglesia, pensaba que Dios había creado a la mujer exclusivamente para la procreación. Explícitamente dijo: «No puedo pensar en alguna otra razón para que la mujer sea la ayuda del hombre más que para la procreación.» Él sentía que la compañía no era parte del plan de Dios para la relación entre los sexos. Además afirmaba que cuando se trataba de conversar era «¡mayor deleite para dos hombres compartir juntos que para un hombre y una mujer!»
Sumner declara: «Si los padres de la iglesia tenían prejuicios en contra de las mujeres, y lo sabemos, entonces deberíamos tener cuidado de no absorber sus prejuicios.» En otras palabras, «el pensamiento cristiano tradicional es diferente al pensamiento bíblico sobre las mujeres» .
Tertuliano vivió en una cultura romana donde las relaciones matrimoniales y las mujeres eran degradadas. Y mucho del pensamiento cristiano de los primeros años fue influenciado por Platón y Aristóteles, quienes ni siquiera eran pensadores cristianos. Aristóteles creía que las mujeres eran seres irracionales en relación a los hombres y que no eran iguales en virtud.
Recientemente, la idea de que las mujeres son igualmente valiosas que los hombres ha tenido una aceptación más amplia. Como afirma Sumner, debemos enfrentar el difícil hecho de que no leemos la Biblia objetivamente, sino a través de los lentes de una larga tradición de desigualdad genérica. Cuando tratamos de poner esos lentes a un lado, empezamos a ver a Dios ¡quien no hace acepción de personas! (Hechos 10.34).
De la Biblia, tres claras imágenes acerca de la mujer emergen. Juntas muestran que Dios crea, perdona, equipa y da poder a hombres y mujeres por igual.
La primer imagen es la de la Creación: vemos que al igual que los hombres, las mujeres son creadas a imagen de Dios. Se requiere tanto al hombre como a la mujer para portar la imagen de Dios. Somos hueso de su hueso, y carne de su carne (Gn 2.23). Justo después de que la primer mujer fuera formada y presentada al primer hombre, se le dijo al hombre que a partir de ese momento dejará «a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne». Dios bendijo tanto al hombre como a la mujer y le encargó a ambos gobernar sobre la tierra. Dios pretendía que ellos experimentaran unidad y que trabajaran gobernaran lado a lado. Esa es la primer imagen, la imagen de la creación.
Antes de la segunda imagen ocurre un evento terrible. En Génesis 3, ocurre la tentación y la caída. Al disfrutar del libre albedrío, tanto la mujer como el hombre tomaron decisiones desastrosas. Hay consecuencias sorprendentes, maldiciones por parte de Dios sobre el tentador, la mujer, y el hombre. Pero, hay buenas noticias: tanto la mujer como el hombre son elegibles para recibir perdón. Ambos pueden ser restaurados a una correcta relación con Dios.
Una vez más, Dios mismo toma la iniciativa y provee un camino para que los seres humanos vuelvan a tener una comunidad por medio de la vida y muerte de su Hijo. Jesús es la Luz que vino al mundo. Los hombres y mujeres que creen en él forman parte de una nueva familia y se convierten en hijos de Dios (Juan 1.12).
En el nuevo «cuerpo de Cristo» hombres y mujeres reciben dones para servirse mutuamente. La idea de Dios siempre fue que existiera igualdad entre un hombre y una mujer en el matrimonio. Y ahora, la igualdad en el cuerpo de Cristo es la idea de Dios. Él es imparcial a la hora de dar dones. «Ahora bien, Dios ha colocado a cada uno de los miembros en el cuerpo según le agradó» (1 Co 12.18), «para el bien común» (1 Co 12.7).
¿En qué lugar de la Biblia vemos registradas las consecuencias para las mujeres de este nuevo orden? En Lucas 10, María se sienta a los pies de Jesús para escuchar sus enseñanzas, mientras que su hermana, Marta, se queja de que María la ha dejado sola a la hora de servir (un trabajo tradicionalmente de mujeres). En este pasaje, Jesús le dice a Marta que «María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada».
Eso no fue un incidente aislado las mujeres están ahí en el centro de los acontecimientos en todos los relatos del Nuevo Testamento. Las mujeres vieron a Jesús morir. Las mujeres estaban en la tumba. Las mujeres formaban parte de los seguidores de Cristo. Más adelante, las mujeres como Priscila sirvieron como maestras. Esta segunda imagen de luz muestra a Jesús no solo perdonando a las mujeres, sino equipándolas y dándoles la bienvenida a aprender de él y a servir en el cuerpo.
En la tercer imagen, las mujeres tienen igual valor en el cielo. La tercer imagen es la imagen eterna. En el cielo, hombres y mujeres estarán hombro a hombro alabando a Dios. A continuación hay una descripción de Apocalipsis 22.35:
«El trono de Dios y el Cordero estará allí, y sus siervos le servirán. Ellos verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. Y ya no habrá más noche, y no tendrán necesidad de luz de lámpara ni de luz de sol, porque el Señor Dios los iluminará, y reinarán por los siglos de los siglos.»
¿Ha oprimido el cristianismo a las mujeres? Sí. ¿Lo ha hecho Cristo? No. Como insistió el apóstol Pablo: «No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús.» (Gá 3.28)
En el principio, Dios creó al hombre y a la mujer para que fueran uno en el matrimonio. En el cuerpo de Cristo, la iglesia, Dios quiere que tengamos comunión los unos a los otros. En la eternidad en el cielo, todos juntos adoraremos a Dios. La voluntad de Dios es que hombres y mujeres estén juntos, lado a lado. Dios ama a hombres y a mujeres por igual.
Linda Rump tiene una maestría en Divinidades de la Universidad Trinity Evangelical Divinity School, en Deerfield, Illinois y es esposa y madre de dos hijos adultos. Este artículo se publicó por primera vez en la revista Christian History, usado con permiso. Título del original: Is Christianity Oppressive to Women? Copyright © 2004 por el autor o por Christianity Today International. Traducido y adaptado por DesarrolloCristiano.com, todos los derechos reservados. Copyright 2004-2008.