Biblia

¡He aquí tu sierva!

¡He aquí tu sierva!

por Christopher Shaw

El que desee involucrarse con Cristo deberá entender que se ganará el desprecio y la condenación de los que andan en tinieblas.

Versículo: Lucas 1:26-38

1:26 A los seis meses, Dios envió al ángel Gabriel a Nazaret, pueblo de Galilea, 1:27 a visitar a una joven virgen comprometida para casarse con un hombre que se llamaba José, descendiente de David. La virgen se llamaba María. 1:28 El ángel se acercó a ella y le dijo: __¡Te saludo, tú que has recibido el favor de Dios! El Señor está contigo.1:29 Ante estas palabras, María se perturbó, y se preguntaba qué podría significar este saludo.1:30 No tengas miedo, María; Dios te ha concedido su favor  le dijo el ángel . 1:31 Quedarás encinta y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. 1:32 Él será un gran hombre, y lo llamarán Hijo del Altísimo. Dios el Señor le dará el trono de su padre David, 1:33 y reinará sobre el pueblo de Jacob para siempre. Su reinado no tendrá fin.1:34 ¿Cómo podrá suceder esto  le preguntó María al ángel , puesto que soy virgen? 1:35 El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Así que al santo niño que va a nacer lo llamarán Hijo de Dios. 1:36 También tu parienta Elisabet va a tener un hijo en su vejez; de hecho, la que decían que era estéril ya está en el sexto mes de embarazo. 1:37 Porque para Dios no hay nada imposible.1:38 Aquí tienes a la sierva del Señor  contestó María . Que él haga conmigo como me has dicho. Con esto, el ángel la dejó.

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Involucrarse con la persona de Jesús no siempre resulta en la experiencia tan placentera que imaginamos. El Señor puede invitarnos a transitar por un camino que despertará la censura en aquellos que son parte de nuestro entorno cotidiano. La única forma de responder es rendirnos a sus pies. De hecho, caminar con él es un llamado a volver a convertirnos cada día. Desde la comodidad de quienes conocemos la totalidad de la historia de Jesús es muy fácil que le otorguemos al encuentro de Gabriel con María una irresistible mística. ¿Qué mujer no hubiera querido estar en el lugar de ella, escogida para tan sublime llamado? Los argumentos, la incertidumbre, y aun la vida misma quedan rendidos ante la grandeza de aquel en cuyas manos está nuestro destino. Si nos ubicamos en el lugar de la joven israelita, sin embargo, quizás podamos percibir algo del profundo desconcierto que le produjo el anuncio del ángel. Resultar embarazada fuera del matrimonio era, en esa sociedad, un asunto que podía acarrear las más serias consecuencias para la mujer. ¿Qué explicación podía ofrecer ella ante tan escandalosa situación? Más allá de las burlas y el desprecio de la gente de su pueblo, María corría el peligro de perder a su prometido. ¿Quién iba a querer casarse con una que, ante los ojos del mundo, no era más que una ordinaria «mujerzuela»? Los más radicales podían incluso creer que era necesaria una severa disciplina para semejante desliz moral. Nada de esto parece preocupar al Señor. El que desee involucrarse con Cristo deberá entender que se ganará el desprecio y la condenación de los que andan en tinieblas. El mismo Hijo de Dios llegaría un día a interceder ante el Padre por sus seguidores, diciendo: «Yo les he dado tu palabra y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo». Solamente aquellos que están dispuestos a darle la espalda a la aprobación de los hombres podrán constituirse en verdaderos discípulos de él. ¿Será esta la razón por la que muchos de nosotros imponemos fuertes restricciones a nuestra vida espiritual, limitando nuestros encuentros con Jesús a unos pocos momentos por semana? Darle mayor libertad a él podría producir semejante descalabro en nuestro ordenado mundo y nunca más seríamos iguales. La propuesta de Dios claramente implica para María la posibilidad de una vida de incomprensión y humillación. Es precisamente por esta razón que la respuesta de ella es tan sublime: «He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra». Ante la incertidumbre de un futuro desconocido ella escoge la sumisión a Dios. ¡Cuanta grandeza revelada en esta sencilla actitud! La más intensa lucha interior debe, finalmente, desembocar en este punto. Los argumentos, las dudas, la incertidumbre, y aun la vida misma quedan rendidos ante la grandeza de aquel en cuyas manos está escondido nuestro destino. No vemos claridad sobre lo que nos depara el futuro, pero se ha apoderado de nosotros una extraña paz que no encuentra explicación. Se instalará en lo profundo de nuestro ser la inconfundible convicción de que hemos escogido la vida, y quien escoge la vida no será defraudado.

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