Hijo mío eres tú
por Christopher Shaw
La gloria del Hijo radica en la relación que sostiene con el Padre, no en sus obras
Versículo: Hebreos 5:5-6
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5:5 Tampoco *Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino que Dios le dijo: «Tú eres mi hijo; hoy mismo te he engendrado.» 5:6 Y en otro pasaje dice: «Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.»
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Quisiera detenerme a reflexionar sobre la forma en que el Padre glorifica al Hijo. Allí radica uno de los elementos que serán determinantes en el cumplimiento de su misión. El autor de Hebreos nos dice que Dios le confirió gloria al declarar: «Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy». En el siguiente versículo añade: «Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec». Ambas citas son tomadas de los Salmos. Existe una pequeña palabra que se repite en ambos textos: eres. El verbo vincula la identidad de Jesús a su esencia, como persona. Es decir, a diferencia del resto de la humanidad, el Mesías no deriva su identidad de sus acciones, sino de la relación que mantiene con el Padre. Existe una enorme diferencia entre hacer las tareas de un sacerdote y ser un sacerdote. En el primer escenario, es posible llevar adelante las obligaciones sin que participen el espíritu ni el corazón. La persona puede ser muy puntillosa en el cumplimiento de sus deberes, pero falta la pasión que convierte esas acciones en un verdadero servicio hacia el prójimo. En esencia, no es más que un profesional del ministerio. En la persona de Cristo el ministerio es la expresión de lo que es. No ministra para descubrir cuál es su identidad, sino que el ministerio descubre cuál es su identidad. Los fracasos, los contratiempos, las dificultades y las luchas propias del ministerio no lo desestabilizan porque su identidad no está amarrada a lo que hace, sino a lo que él es. Su identidad nunca corre peligro porque está ligada a una relación que está más allá de las victorias y las derrotas que se experimentan en el campo del servicio. Cuando la identidad del siervo descansa sobre lo que hace el ministerio se torna adictivoEl punto no es menor. Cuando un sacerdote deriva su identidad de lo que hace se vuelve adicto al servicio y a las personas a quienes sirve. Las necesita para sentir que es aprobado, que su vida tiene sentido. Inevitablemente sufrirá las ingratitudes que son típicas del ministerio y, por el camino, su autoestima también se verá afectada. Cuando observamos a Jesús, en su rol de sacerdote, detectamos una maravillosa libertad de opinión de la gente a quien sirve. No necesita que aprueben sus acciones para sentirse bien. Tampoco lo desmoralizan las críticas y los cuestionamientos que puedan levantarse en su contra. Conoce bien lo limitada que es la perspectiva del ser humano, y cuán poco confiable resulta a la hora de hacer una correcta evaluación del servicio que uno brinda a Dios. La única Palabra que sostiene, en medio de las variables que acompañan el ministerio, es la que procede de la boca del Padre. Las palabras que pronuncia el Padre no están relacionadas al desempeño, sino a la condición inmutable de una condición: «Hijo mío eres tú». Ningún factor puede alterar esa relación. En esa seguridad radica la confianza del Hijo.
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