Honra a tus Padres

“Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Yahvé te da.”
Éxodo 20: 12

Cuando de niño me hablaban del 5º mandamiento de la Ley de Moisés, no podía evitar sentirme algo “mosca”. Daba la impresión de que los “mayores” pretendían no cesar en su empeño de amargar la vida a los niños y a los jóvenes prohibiéndonos hacer esto o aquello  que era lo que mas nos apetecía y obligarnos a realizar aquellas tareas que detestábamos.

Cuando tras sucesivas y exhaustivas explicaciones por parte de los mayores, seguíamos sin entender o sin querer entender las razones que avalaban la necesidad de obediencia, el broche final era: “El Señor lo ha dicho ….Honraras a tu padre y a tu madre”.  Por supuesto eso incluía hacer lo que nos decían.

De mayores hemos descubierto que no existe ningún placer oculto en amargar la vida a nuestros hijos, que no es divertido obligarles a hacer lo que no les gusta (y quizá a nosotros tampoco), que no hay ningún complot generacional, que es muy duro tener que persuadir a los jóvenes de la necesidad de comprometerse en aquello que no les resulta tan atractivo como otras cosas que les seducen, y nos seducían, porque tienen a todas las hormonas a su favor.

En general cualquier Ley, no es bien recibida por ningún humano, nos gusta mandar no que nos manden, queremos imponer “nuestras” leyes, sujetar a los demás pero que nadie nos sujete, en el fondo “queremos ser como dioses” (Génesis 3:5). Esa es la realidad del hombre natural y el drama de este mundo.

Jesús nos llama a ver de un modo diferente lo que llamamos la Ley de Dios; el propósito de la Ley no es sojuzgar y hacer infeliz al hombre, sino expresar el carácter ético y amoroso de Dios, que no ha dejado a su creación abandonada a su suerte, sino que la ha dotado de un “Manual de Instrucciones” por medio del cual disfrutar plenamente de esta vida que cada uno de nosotros hemos estrenado sin cursillo previo.

Jesús privó a la Ley de su condena, el ha pagado en la Cruz el castigo que nosotros merecemos por no estar al nivel moral que la Ley, entendida como código legal, sentencia en nuestra contra.

Eso es una “Buena Noticia”, en realidad la mejor que me han dado nunca.

Se que si me identifico con Jesús, acepto su muerte como mía, como que Él ha muerto por mí, Él me da una Nueva Vida en la que Su Espíritu va a tomar el lugar de “mi” espiritu.

De manera que su Ley, ahora entendida como expresión de su carácter de amor y justicia, no supone una limitación frustrante a mi voluntad, sino una guía que me lleva a una comprensión integral de mí existir y el de mis semejantes.

Particularmente el 5º mandamiento, es el precepto central de las 10 Palabras de Dios; los cuatro primeros hablan de la relación del hombre con Dios, y los seis restantes dan las instrucciones para una correcta relación social de los humanos.

El primer precepto de los seis que podemos llamar “sociales” tiene que ver precisamente con el área más intima de convivencia del hombre, su familia.

La lógica del Legislador es aplastante, nos enfrenta con la realidad de que si queremos un mundo mejor, más justo, más solidario, más amable, no podemos quemar etapas, necesariamente hay que comenzar por el primer paso del “Manual de Uso e Instrucciones”….  Honrarás a tu padre y a tu madre.

Por si fuera poco, Dios no nos habla de amar en abstracto, sino afirma la necesidad de HONRAR a padre y madre, no queda lugar para el aprecio distante ni para las palabras vacías.

Honrar es un concepto que tiene como contenido principal el Amor, pero va mucho más allá. Es el Amor en acción, expresado hacia nuestros padres en actos prácticos y concretos.

Honrar es enaltecer y engrandecer, es fomentar una buena reputación para otro; es preservar y defender su dignidad. Honrar es respetar, tener en alta estima.

Este concepto esta muy cercano al contenido social del amor novo testamentario, el ágape; “estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo” Filipenses 2:3

Esto es absolutamente revolucionario, no se trata de un sometimiento ciego, ni de la perpetuación de las jerarquías generacionales, sino de la puesta en marcha del AMOR; de un amor que si ha de ser genuino ha de comenzar en la casa de cada uno. En esto también los vetustos mandamientos de Moisés hallan su reválida en el Nuevo Testamento; “si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo.” 1ª Timoteo 5:8.

Jesús mismo criticó la hipocresía de aquellos que pasando por hombres auténticamente preocupados por su sociedad, por su nación y por su templo, negaban la honra a sus padres en su necesidad,  con excusa de que sus bienes eran necesarios para fines más altos, el Corbán. Marcos 7: 11.

Necesitamos recuperar, todos –padres e hijos-, el sentido de la relación familiar como unidad básica sobre la que se construye nuestra sociedad y nuestro mundo.

Sorprende, que en nuestra sociedad, donde se invoca la solidaridad, la justicia y el respeto como tótems de la convivencia, se tenga tan poca estima por la convivencia con los “viejos”, se desprecie los consejos y las directrices de los padres y se sustituya la comunicación familiar por el régimen de “Alojamiento y Desayuno”.

Sorprende que aquellos que debieran ser honrados –los padres-, en muchos, en demasiados casos, manifiesten un despego antinatural hacia los hijos, por supuesto no confesado, ni asumido.

Este desamor se encuentra oculto bajo la etiqueta de “mi libertad”, “mi derecho a ser feliz”, “mis ocupaciones”… etc.

No se puede honrar a un padre a quien no se conoce, ni se puede pretender el respeto de un hijo simplemente por obligación; así visto son exigencias de una Ley imposible de cumplir.

Solo si el amor de Dios se desborda en nuestros corazones –de padres, hijos y abuelos- y encarnamos –todos- el espíritu desprendido generoso y abnegado de Jesús, podremos convertir nuestras familias en “piedras vivas” –materiales de calidad- con los que edificar una sociedad que no se nos derrumbe encima. Una sociedad mejor que esta, un mundo donde comience a sentirse la misericordia, la justicia y la paz. O sea, estaremos adelantando el deseo de “venga a nosotros tu reino”.